Sergio Dahbar (ALN).- La vida del escritor irlandés Samuel Beckett fue rica y profusa en situaciones que han desvelado a los biógrafos. Una investigación reciente tira por el piso la idea de que este maestro del absurdo era apolítico.
El escritor irlandés Samuel Beckett fue un intelectual apreciado por la élite cultural de todo el mundo, sobre todo por haber producido una obra literaria que refleja el absurdo de la existencia, desde la inmovilidad, la impotencia y el fracaso.
Fue un actor esencial del siglo XX (1906-1989) y adquirió categoría de mito cultural con una de sus piezas: Esperando a Godot, obra de teatro que señala de muchas maneras el absurdo humano a partir de dos personajes que esperan a un tercero que nunca llega.
Resulta interesante que casi todos sus biógrafos (Gotanski, Bair, Knowlson, Cronin, Gordon), así como lectores entusiastas (Maurice Blanchot, Theodor Adorno) y dramaturgos de izquierda, pensaron que Beckett no era un autor político. Muchos de ellos siempre consideraron que el foco de la injusticia no era un tema terrenal, sino casi cósmico, que de alguna manera refería la injusticia de haber nacido.
Esta idea es la que cuestiona un reciente libro muy impresionante de Emilie Morin, publicado por Cambridge University Press, Beckett’s Political Imagination, que no deja piedra sobre piedra del supuesto edificio de apoliticismo de este autor irlandés que ya ha cambiado de biografía varias veces. Así lo anota Fintan O’Toole en una nota The New York Review of Books.
La obra de Beckett es un canto a la inmovilidad y al absurdo, pero al mismo tiempo adoraba el riesgo y la velocidad, y sobresalía como deportista
Samuel Beckett fue asistente de James Joyce, su gran amigo, y obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1969, galardón que nadie hasta la fecha ha cuestionado. El telón de su vida bajó definitivamente en 1989, a los 83 años. El silencio, que protagonizó buena parte de sus obras, lo acompañó hasta el fin.
De su vida privada se conocía cierto comportamiento escurridizo y una personalidad frágil, con una profunda incapacidad para contraer pactos con el mundo por culpa –aseguran los estudiosos de su vida- de una madre neurótica y dominante. Estos y otros datos fueron consignados por la controversial biógrafa Deirdre Bein, que trazó un perfil complejo sobre una vida traumática.
Cuando se cumplieron 90 años de su nacimiento, dos biografías corrigieron (o si se quiere profundizaron) los datos de una vida. El misántropo inicial, conocido hasta la fecha como un irlandés trascendente, apareció con otras caras más ligeras.
Estas obras tejen una vida más apasionada y total: el escritor amaba el deporte y la confrontación física, leía novelas policiales, era un bígamo desesperado por la culpa protestante, y también un fanático de las canciones de los baladistas Gilbert y Sullivan, que sonaron en los años 70.
Los biógrafos James Knowlson y Anthony Cronin, junto con Lois Gordon, aclararon en la presentación de sus libros que no han inventado un nuevo rostro de Samuel Beckett. Todo lo contrario: profundizaron en las resonancias vitales de este escritor que siempre prefirió pasar desapercibido. Y reconocen: “Nuestro hombre sí estaba atormentado, pero no siempre vivía en el infierno”.
La obra de Beckett es un canto a la inmovilidad y al absurdo, pero al mismo tiempo adoraba el riesgo y la velocidad, y sobresalía como deportista al que le gustaba el cricket, el boxeo, el tenis, la natación, el rugby y las largas caminatas. Estas biografías despiertan la fascinación del lector, porque ofrecen al mismo tiempo los rasgos conocidos del escritor y su indefensión ante los desarrollos tecnológicos del mundo moderno, sus innumerables dudas ante la vida y su sentimiento de culpa por haber traicionado los ideales de la ética protestante de la familia.
Sobrevivió a estos tormentos, gracias a la lucidez de su intelecto, la seguridad de su gusto y un sentido del humor que lo salvaba de la solemnidad. Siempre se supo: Beckett era un hombre culto, que se movía con soltura por la literatura occidental clásica y moderna. Amante de Dante, Vico y Leopardi, poseía conocimientos serios de pintura y reconocía una vertiente inagotable de creación en el cine: en 1936 intentó convertirse en el asistente de dirección de Serguei Eisenstein, pero el realizador soviético no lo encontró apropiado.
El otro Beckett
Tal vez el biógrafo más empecinado de todos los que han perseguido la densidad de Samuel Beckett se llame James Knowlson. Tuvo una estrecha relación con el autor en vida, y después de 1989 encontró en el desván del techo un baúl con documentos inéditos que ofrecen aspectos desconocidos sobre su vida. Allí tropezó con un block donde Beckett anotaba los progresos de la terapia analítica con el doctor Wilfred Bion en Londres, entre 1933 y 1935. Ese análisis le permitió entender los efectos devastadores provocados por el complejo de superioridad que su madre le había alimentado desde la infancia a través de un amor salvaje y castrador.
El estudio actual de Emilie Morin demuestra que lejos de lo que muchos han asegurado (“no tenía nada que ver con conversaciones políticas”), Beckett era un lector de periódicos de centro-izquierda (Combat y Franc-Tireur en los años 40, L’Humanité y Le Monde en los 50, y Libération en los 80).
Beckett donó dinero al Congreso Nacional Africano; ofreció sus regalías polacas para que las recibieran los familiares de los presos de Solidaridad; y le dedicó la obra de teatro Catastrophe a Vaclav Havel
Asimismo consigna decenas de apoyos a causas humanitarias políticas (a favor de los niños de Scottsboro, acusados de violar mujeres blancas en Alabama en los años 30, a favor de Salman Rushdie contra la fatwa islamita, etcétera).
Samuel Beckett donó dinero al Congreso Nacional Africano; apoyó la apelación pública para votar por el partido socialista francés en las elecciones parlamentarias; ofreció sus regalías polacas para que las recibieran los familiares de los presos de Solidaridad; y le dedicó la obra de teatro Catastrophe a Vaclav Havel, cuando estaba en prisión. También le donó manuscritos a Amnistía Internacional y a Oxfam, la red de ONGs que trabajan para combatir la pobreza.
La obra de Emilie Morin demuestra que una vida es inagotable. Cuando los estudiosos creen que lo saben todo sobre un autor, quedan aristas y perspectivas necesarias de ser revisadas y discutidas. Como aquel recorte de prensa de 1962 que le envía Beckett a su amante, Barbara Bray.
Refiere un atentado de la OAS y la captura en dicho acto terrorista de derecha de un teniente del ejército que había comandado la misión contra un depósito de armas. Se llamaba Daniel Godot. Morin destaca el humor negro de Beckett. Pero también que su imaginación siempre tuvo un pie en la política de todos los días.