Ysrrael Camero (ALN).- El declive político de Unidas Podemos (UP) en las elecciones generales del 28 de abril se ha acelerado con sus resultados en los comicios municipales, autonómicos y europeos del 26 de mayo. Pero no sólo hablamos del descenso derivado del retorno del electorado socialista a su casa, el PSOE, sino que nos encontramos además ante una crisis estructural de UP como alternativa de poder. Las promesas del sorpasso y de “tomar el cielo por asalto” se muestran hoy como lejanas ilusiones.
El PSOE ha sido efectivo en volver a colocarse, en la mente del ciudadano español, como la única izquierda con capacidad real para ejercer el poder, es decir como la que, partiendo de los valores históricos de la izquierda, es capaz de ocupar el espacio del centro político, ganando elecciones y formando gobierno.
A la izquierda del PSOE se encuentra un conglomerado de grupos, colectivos, movimientos sociales, asociaciones, organizaciones, que compiten entre sí por un pequeño nicho político, pero que se desarrollan relativamente aislados de la mayor parte de la sociedad española, con la que tienen un grave problema de comunicación.
La génesis
La ruptura política global derivada de la crisis de 2008 era una oportunidad para la construcción de una alternativa a los partidos dominantes. Un movimiento global expresó luego de 2008 la búsqueda de una ruptura política de carácter transversal, pero su conversión en opciones políticas no fue un proceso sencillo. La elección de Barack Obama en Estados Unidos, en noviembre de ese año es, al menos en parte, una evidencia política de esa búsqueda.
El conflicto de Pablo Iglesias con Íñigo Errejón evidenció la confrontación entre dos visiones. Iglesias prefería un partido más ideológico, que se moviera dentro de los espacios tradicionales de la izquierda radical hispana, mientras Errejón defendía una idea más transversal de Podemos, más populista y, por ende, también más cercana a un perfil socialdemócrata pragmático y flexible. Iglesias ganó el enfrentamiento interno, aunque su conducta posterior parece darle la razón a Errejón.
En España el movimiento 15M de 2011 fue la expresión de esa disonancia, muy fuerte entre los jóvenes urbanos de las principales ciudades, con la política que había dominado desde 1978, pero dichos deseos de ruptura no tenían una expresión política concreta, más allá de la abstención militante, del nihilismo y de algún ecologismo incipiente. El hartazgo hacia el comportamiento de las élites políticas tradicionales no se expresó electoralmente en 2011, más allá de la apatía política expresada en la abstención juvenil.
Este es el espacio político que unos jóvenes académicos de izquierda, muchos de ellos provenientes de la Universidad Complutense, pretendieron llenar para las elecciones europeas de mayo de 2014. Algunos de ellos habían militado en la izquierda radical, asesorando a regímenes autoritarios como los de Hugo Chávez en Venezuela, a quien pretendieron identificar con postulados de una “democracia participativa” y un “antiamericanismo” tropical. Esa marca autoritaria los seguiría de allí en adelante.
Luego de fracasar en su intento de negociar listas conjuntas con Izquierda Unida decidieron montar tienda aparte y postular una lista propia, con un mensaje de ruptura política desprovisto de antiguallas ideológicas y de anacronismos, y provistos de un mensaje de transversalidad que hacía de la dicotomía “arriba / abajo” su definición del campo de juego político, proyectándose como los enemigos del status quo tradicional.
Pablo Iglesias, profesor de ciencia política y tertuliano recurrente, se convirtió en la cabeza de lista y en la imagen de Podemos. Pero la nómina de su liderazgo era mucho más diversa y se encontraba en crecimiento, articulando a un núcleo de jóvenes académicos, con dirigentes de movimientos vecinales y activistas de diversas causas sociales.
El sorpasso que nunca ocurrió
La jugada les salió bien, obteniendo casi 8% de los votos, y 5 eurodiputados. A partir de este momento acariciaron la idea de “tomar el cielo por asalto”, es decir, de aprovechar el declive progresivo del PSOE absorbiendo el deslizamiento de su electorado, así como la orfandad política de los indignados, para convertirse en una alternativa de poder efectivo y llegar a gobernar desde La Moncloa.
Manejaba la organización un discurso rupturista contra el status quo, dirigiendo sus baterías contra el denominado “régimen del 78”, la democracia española y especialmente contra el PSOE y el PP.
Bajo el gobierno de Pedro Sánchez la posición de Podemos ha sido la de un aliado leal contra la derecha, enfrentados contra el PP y Ciudadanos, pero el costo ha sido gigantesco para ellos. El retorno del electorado tradicional de la izquierda al Partido Socialista ha venido dejando a Podemos en una posición dilemática.
Establecieron una política de alianzas externas que los terminó perjudicando, fortaleciendo sus vínculos con el chavismo. En las elecciones autonómicas de 2015 se convirtieron en tercera fuerza, obteniendo diputados en todas las circunscripciones.
Enfocaron el grueso de sus esfuerzos en ganar las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015, buscando superar al PSOE y convertirse en la opción política de referencia para la izquierda española. Aunque obtuvieron 20,7% de los votos, se quedaron con 69 escaños en el Congreso, sin alcanzar el deseado sorpasso. Ese fue el pico de su presencia política electoral.
Un proceso se desata al no poder superar al PSOE en las generales. La consolidación del hiperliderazgo de Pablo Iglesias dentro de la organización. Lo que se realiza en un proceso de centralización vinculado a la presencia parlamentaria de Iglesias. El conflicto con Íñigo Errejón evidenció la confrontación entre dos visiones. Iglesias prefería un partido más ideológico, que se moviera dentro de los espacios tradicionales de la izquierda radical hispana, mientras Errejón, partiendo de sus lecturas de Ernesto Laclau, defendía una idea más transversal de Podemos, más populista y, por ende, también más cercana a un perfil socialdemócrata pragmático y flexible. Pablo Iglesias ganó el enfrentamiento interno, aunque su conducta posterior parece darle la razón a Errejón.
Allí se atravesó la jugada de Pedro Sánchez para devolver al PSOE al centro de la escena política. La moción de censura obligaba a Pablo Iglesias y a Podemos a pactar con el PSOE para sacar a Mariano Rajoy, porque era lo coherente con su posición política. Una decisión ineludible que alejaría a Podemos de sus objetivos estratégicos.
Bajo el gobierno de Pedro Sánchez la posición de Podemos ha sido la de un aliado leal contra la derecha, enfrentados contra el PP y Ciudadanos, pero el costo ha sido gigantesco para ellos. El retorno del electorado tradicional de la izquierda al Partido Socialista ha venido dejando a Podemos en una posición dilemática. Si mantiene su posición moderada, para establecerse transversalmente en el centro político, no podría marcar su diferencia con los socialistas. Si se radicaliza a la izquierda se encapsula en un nicho aislado del grueso del electorado español. La encrucijada fue mortal.
Iglesias sale, Errejón entra…
Es allí donde se ubican las dos rondas electorales de 2019. El 28 de abril Podemos perdió 30 diputados en el Congreso, pero el 26 de mayo quedó minimizada su presencia a nivel de autonomías y municipalidades, evidenciando también la licuación de su política de alianzas con movimientos ciudadanos locales y regionales. La organización se montó alrededor de una ensoñación de poder, y era momento de despertar.
El tema de Madrid es sintomático. La ruptura con Íñigo Errejón tenía tiempo. La alianza de este último con Manuela Carmena fue un movimiento táctico inteligente, apostando a que la revalidación en el Ayuntamiento de Madrid podría convertir a Más Madrid en ese movimiento transversal y ciudadano que Errejón había querido construir.
Pablo Iglesias, en una jugada más movida por la soberbia y el personalismo que en un razonamiento político de mediano alcance, decide darle apoyo a una plataforma más radical, Madrid En Pie, que no tenía ninguna posibilidad. Las desavenencias entre las distintas plataformas de las izquierdas perjudicaron su capacidad de movilización conjunta, convirtiendo lo que podía ser una segura victoria en una derrota. Carmena, Errejón y Más Madrid, a pesar de convertirse en la opción más votada, pierden la Alcaldía.
Con esto Pablo Iglesias obtiene una victoria pírrica sobre Errejón. Con una consecuencia demoledora. Se encuentra ahora el liderazgo de Pablo Iglesias en devaluación constante, y Podemos va ocupando el nicho que dejó Izquierda Unida, bien lejos del poder. La entrevista con Juan Carlos Monedero es sintomática; circunscrito a un nicho, puede perder conexión con el grueso del electorado, aunque ahora asuma toda la retórica y la posición que antes defendía Errejón en su enfrentamiento interno.
Mientras tanto, incluso sin la Alcaldía de Madrid, es Íñigo Errejón el ganador estratégico, contando ahora con una plataforma transversal para construir política en la ciudad capital de España. El retiro de Manuela Carmena es una oportunidad para la emergencia de los jóvenes que se encuentran en segunda y tercera fila. La apertura a un esquema de alianzas que permita formar gobiernos, en la Comunidad y en el Ayuntamiento, con el PSOE y el apoyo de Ciudadanos, contra Vox y el PP, es un amago de ejercicio de poder, la maniobra.
El ciclo de Unidas Podemos parece estarse cerrando, y con esa clausura mengua la estrella de Pablo Iglesias como un liderazgo nacional de ruptura del sistema. Pero no quiere decir esto el fin de la transversalidad como política. Tiene Errejón cuatro años para administrar poder desde una posición privilegiada. Dará mucho que hablar.