Rafael del Naranco (ALN).- Quedaba atrás la Primera Guerra Mundial y la mayoría de los países beligerantes seguían transitando a la sombra de un ángel tiznado de sangre en una Europa que abriría otro conflicto más desgarrado, el cual sobrepasó los 60 millones de muertos, entre ellos miles de judíos.
Esa desventura de los hebreos se ha narrado a través de sus cadáveres. Y sobre eso, una tarde, en la Universidad de Jerusalén, un profesor versado en la tragedia esparcida por el nazismo, nos dijo que la Shosh -catástrofe- solamente puede ser contada por los supervivientes. Y es certero.
Faltando algunos años para encontrarnos con las páginas de George Steiner, los españolitos nacidos tras la guerra civil estuvimos huérfanos del pan y la palabra. Mi persona tardó un tiempo largo en leer a Nerval, Strindberg, Nietzsche, Dostoievski, todas figuras trágicas ante la vida.
Un día nos encontramos con un protervo ser que, aún escribiendo pulcramente, poseía un corazón bañado en hiel: Louis-Ferdinand Céline. El autor de “Viaje al fin de la noche”, consiguió hacer hueras las palabras de Sartre:
“Nadie puede suponer por un solo instante que sea posible escribir una buena novela elogiando el antisemitismo”, expresó el patriarca del existencialismo. Céline convirtió añicos esas palabras.
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En sus novelas reafirmó la convicción falsa y nociva de que la derrota y desgracia de Francia frente a los nazis fue resultado de “las intrigas judías, la estupidez judía y la reconocida asquerosidad de las influencias judías y sus complots en las altas esferas”, en palabras recogidas por Steiner.
En la mayoría de libros el autor francés describe a los talmúdicos como piojos en el cuerpo de la civilización occidental. Los presenta como un aborto racial, un conglomerado de pesadillas llenas de mugre, astucia estéril y avaricia. Y es más, imprimió un brutal texto:
“El judío debe ser castrado o aislado radicalmente del resto de la humanidad. Su influencia está por todas partes, pero muchos gentiles son incapaces de detectar el hedor del gas de los pantanos. Es preciso entonces que lleve un emblema claramente visible de su condición subhumana”.
“Sinfonía para una masacre” y otros textos representaron una nueva Biblia pagana en manos de los nazis, y en 1943 miles de inocentes judíos, anduvieron el camino de las cámaras de exterminio, llevando zurcida la estrella de David como metal candente sobre sus carnes.
Fue un inconmensurable odio sobre seres cuyas familias llevaban viviendo en Alemania tras varias generaciones. A partir de entonces poco o nada ha cambiado; el judío sigue siendo culpable de un delito apocalíptico y atroz: haber nacido y anhelar vivir con su propia historia bíblica.
En su “Viaje al fin de la noche” -el texto que le alzó sobre el reconocimiento literario-, Céline demostró altura literaria, al decir que viajar hace trabajar la imaginación, sin olvidar el ir de toda plazoleta a la calle igual que de la vida a la muerte. En medio, desencantos, fatigas y nostalgias subliminales.
Tras ese primer libro, desgarró su rencor sobre el judaísmo de manera deleznable. Uno puede ser un admirado escritor, y a su vez tener la mente cruel, y ahí se oculta lo que podemos tener de ternura y a su vez de vileza.
Hace dos años, la prestigiosa editorial Gallimard, había anunciado publicar los libros antisemitas de Céline. Se trataba de los amargos textos “Bagatelas para una masacre”, “La escuela de los cadáveres” y “Las bellas sábanas”, pero no ha sido posible. El gobierno de Emmanuel Macron, lo prohibió. La razón tenía un justo sentido, y es que en Europa aún se realizan con frecuencia actos públicos contra el sionismo.
Se dice que sobre tiempo ido se va el olvido, pero la realidad es que cuando se trata de los israelitas no es cierto. Ese pueblo sigue padeciendo el escarnio del desprecio; tal es así, que aún pervive en Europa un desprecio latente contra esa raza.
Céline poseía una inteligencia cultivada y un odio mísero. No era ecuánime. El talento, por sí mismo, no crea respeto, y sobre ello nunca la literatura se ha salvado.
Veamos unas frases de Louis – Ferdinand reflejando su odio:
“Hitler no ha dicho nada contra los bretones o los flamencos. Nada de nada. Sólo se ha referido a los judíos, porque no le gustan los judíos. A mí tampoco”.
“Francia es una colonia del poder internacional judío”
“Encuentro a Hitler y Mussolini admirablemente magnánimos, infinitamente más, a mi gusto, que destacados pacifistas, en una palabra, dignos de 250 premios Nobel”.
Tanto aborrecimiento deja una desolada dolencia en el espíritu.