Aníbal Romero (ALN).- Trotsky (3 volúmenes), de Isaac Deutscher. “Los tres tomos de la obra de Isaac Deutscher sobre León Trotsky, el revolucionario marxista que condujo junto a Lenin la Revolución Rusa, dirigió al ejército rojo durante la guerra civil entre bolcheviques y ‘rusos blancos’, perdió ante Stalin la lucha de poder por la sucesión de Lenin, y falleció en México en 1940 asesinado por un agente estalinista, constituyen un aporte clave a la biografía política moderna. Ello se debe tanto a la calidad de la obra en cuanto tal, a sus contenidos sustantivos y fuerza literaria, como al hecho de haberse convertido, desde su aparición, en un verdadero acto político en sí mismo”.
El libro de Isaac Deutscher prácticamente sacó del olvido la figura histórica de León Trotsky, un personaje multifacético de extraordinario interés e innegable importancia en los avatares de su tiempo.
El autor nos dice que asumió su titánica tarea con la misma sensación que tuvo Thomas Carlyle, el gran historiador inglés, cuando decidió escribir la biografía de Thomas Cromwell. Para llevar a cabo su empresa, Carlyle se vio forzado a desenterrar a Cromwell, el “Lord Protector” que lideró las tropas parlamentarias contra Carlos II, durante la guerra civil inglesa del siglo XVII, de la fosa insondable donde le habían sepultado sus enemigos. A semejanza de Carlyle con respecto a Cromwell, Deutscher tuvo que extraer la figura histórica de Trotsky de una metafórica tumba, cubierta “por una montaña de perros muertos”, una montaña hecha de distorsiones, calumnias, vilipendio, insultos, agravios, persecuciones, muertes, y deliberado y planificado olvido.
Escribir una gran biografía política no requiere en modo alguno que nos simpatice el personaje biografiado, ni que admiremos su condición ética y metas políticas, aunque tampoco lo impide. Lo que se requiere es que la relevancia del individuo sea demostrada en las páginas de la obra, guardando en la presentación de los hechos una postura de equilibrio analítico. Una gran biografía política necesita, eso sí, un punto de vista definido, que no es igual a un dogma sino que equivale a una perspectiva coherente. El balance es indispensable, y si bien -como ocurre con Deutscher- puede existir una tendencia favorable hacia el personaje biografiado, su trayectoria vital, el drama de su recorrido y la magnitud de las tareas que se impuso, así como sus victorias y fracasos, la responsabilidad del escritor demanda una actitud ponderada y respetuosa hacia las realidades expuestas, que incluyen logros y miserias humanas.
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Me parece justo decir que en todo lo esencial, Isaac Deutscher conquista esa posición de equilibrio a lo largo de estos tres volúmenes, repletos de casi increíbles vicisitudes en el plano individual y de magníficas pinturas de un colosal proceso histórico. Una excelente biografía política, y la de Deutscher lo es, reclama una justa apreciación del papel del individuo en el marco de los sucesos colectivos. Esta última no es tarea fácil, y entraña una serie de interrogantes de compleja respuesta acerca del papel de personas específicas, dentro de contextos en los que la acción de las masas desborda los cauces establecidos, arrastrando las vidas de millones hacia incontables destinos. De nuevo, considero que la obra comentada alcanza en general sus propósitos, en sus líneas narrativas e interpretaciones esenciales, con una encomiable simetría en cuanto a su organización, una palpable consistencia estilística, y una meritoria ecuanimidad en las apreciaciones.
Cabe además señalar que Deutscher fue tal vez el primer investigador que tuvo acceso irrestricto a los inmensos y valiosos archivos personales de Trotsky, que este último había enviado a la Universidad de Harvard en 1940 para su adecuado resguardo, así como a los archivos sobre la historia de la Unión Soviética recopilados y protegidos hasta nuestros días por la Institución Hoover, de la Universidad de Stanford. Desde el punto de vista de la cantidad y calidad del material de apoyo en que se sustenta, la obra de Deutscher sobre Trotsky tiene pocos parangones en su género.
A pesar del enfoque marxista del autor, que en manos de otros intérpretes con frecuencia ensombrece en lugar de esclarecer el análisis histórico, la obra de Deustscher sostiene un tono digno y ajeno al fanatismo. La añado a la lista de mis libros favoritos por lo mucho que me ha enseñado, desde la primera vez que la leí en mis años juveniles. Desde entonces la he revisitado unas cuantas veces, y siempre con provecho. Por una parte, debido a lo que de estos tomos se aprende acerca de la historia de la Revolución Rusa, y buena parte del acontecer político global, durante la primera mitad del siglo XX, un siglo que convulsionó como pocos el curso de la historia. En segundo lugar, porque la vida de Trotsky tiene particular interés desde el punto de vista humano, en lo positivo y lo negativo; su periplo existencial parece en ocasiones una novela de aventuras. Hablamos de un personaje que imprimió su huella con inusitada fuerza y a una escala inmensa, por lo que tuvo que pagar costos que a otros hubiesen quebrado con facilidad, moral y físicamente. La “montaña de perros muertos” que arrojaron Stalin y sus epígonos sobre Trotsky, incluyó una implacable venganza desatada contra su familia, que acabó con las vidas de su primera esposa, de sus dos hijas de ese matrimonio -la mayor empujada al suicidio, la segunda muerta joven de tuberculosis-, de sus dos hijos de un segundo matrimonio -el mayor fallecido a los 32 años en el exilio, posiblemente asesinado, y el menor torturado y seguramente asesinado en un campo de concentración-, así como de sus nietos, cuyo rastro se pierde en el denso e impenetrable bosque de un destino atroz.
El profeta armado
El primer tomo de la obra, Trotsky, el profeta armado, 1879-1921, cubre la infancia y juventud del biografiado, los inicios de su militancia revolucionaria y primer exilio interno en Siberia junto a su primera esposa, su escape y fuga a Europa, el primer encuentro con Lenin, las polémicas de los socialistas rusos y la temporal escisión entre Lenin y Trotsky. En estos años comienzan a desplegarse los numerosos intereses y talentos de Trotsky y su insaciable avidez intelectual, que iban más allá de la política y abordaban la historia, la ciencia, el arte y la literatura; maduran igualmente sus dotes como polemista y su capacidad expresiva, mediante la palabra escrita y la destreza oratoria.
De allí pasamos a un escenario amplio y estremecedor, a la llamada primera revolución rusa de 1905, a los eventos de 1917 y la incorporación de Trotsky al partido bolchevique, a su decisiva participación en esas insurrecciones y luego a la creación del Ejército Rojo y la guerra civil. Con especial perspicacia y agudeza analítica, Deutscher culmina este volumen con un capítulo titulado “derrota en la victoria”, en el que reseña cómo, hallándose en la cúspide de su poder y prestigio, Trotsky adopta una línea de creciente dogmatismo en el plano teórico y autoritarismo en la acción política, haciéndose cómplice de la opresión en que desembocaría el experimento bolchevique.
El profeta desarmado
El segundo volumen, Trotsky, el profeta desarmado, 1921-1929, relata con lujo de detalles una historia terrible de confusión, debilidad y derrota política de parte de Trotsky, historia que abre paso, al final de esta etapa, a una impetuosa erupción de energía, de espíritu de lucha y de voluntad de reaccionar ante los reveses, que sin embargo tuvo lugar demasiado tarde para detener el deslizamiento al abismo.
Los reveses de Trotsky, de sus seguidores e ideas en el feroz combate interno del partido bolchevique, se explican por una combinación de factores. El marco global del proceso fue establecido, de un lado, por el hecho de que la revolución comunista no tuvo lugar, como Trotsky y muchos otros marxistas habían previsto y deseado, en los países avanzados de Europa occidental, en Alemania, Francia e Inglaterra, sino en la atrasada Rusia. La consolidación, aunque precaria, del capitalismo luego de la Primera Guerra Mundial significó el creciente aislamiento de la Rusia comunista, y en semejante situación Stalin supo ofrecer al partido bolchevique, con su tesis del “socialismo en un solo país”, una consigna y un programa de acción concreto, que galvanizó las energías de millones y colocó a la aún semiprimitiva Rusia sobre el camino de la colectivización forzada de la agricultura y la industrialización acelerada, quemando etapas sin miramientos hacia los gigantescos costos humanos de la brutal empresa.
En un plano personal, Deutscher explica con ponderación pero con razonable severidad cómo el carácter de Trotsky, impulsivo y arrogante, le dificultó la difícil pero inevitable tarea de ganar adeptos y mantener su lealtad. Ciertamente, no fueron pocos los que le siguieron, en numerosos casos hasta la muerte, pero no fueron suficientes. Trotsky padecía en grado sumo el síndrome del intelectual en la política, que con frecuencia se considera superior al resto de los mortales y pierde el sentido de las proporciones. En este terreno, Lenin era mucho más hábil. Stalin, de su lado, se movía entre las sombras, taimado y cruel.
El exilio de Trotsky en 1929, primero al Asia central, cerca de la frontera entre la Unión Soviética y China, y después a Turquía, en las “islas de los Príncipes” cercanas a Constantinopla (Estambul), puso punto final y definitivo a su presencia en Rusia, aunque Trotsky estaba entonces lejos aún de imaginar que jamás retornaría a la tierra en que conquistó sus más destacadas hazañas.
El profeta desterrado
El tercer tomo de la obra, Trotsky, el profeta desterrado, 1929-1940, conduce el trayecto de Trotsky hasta su puerto definitivo, en Coyoacán, un suburbio de la ciudad de México. Luego de cuatro años de exilio en Turquía, durante los cuales escribió su autobiografía, Mi vida -todavía le restaba una década-, y una muy documentada, interesante y bien escrita Historia de la Revolución Rusa, Trotsky pudo salir en 1933 de las “islas de los Príncipes”, a una agitada gira por varios países europeos, donde encontró un ambiente de rechazo y hostigamiento tanto de parte de los gobiernos como de las organizaciones comunistas, atizadas en su contra desde Moscú. La perspectiva de una benevolente acogida en México, por parte del entonces presidente, Lázaro Cárdenas, se presentó a Trotsky y su esposa como una liberación, y arribaron a ese país en 1937. Su actividad política y sus tareas de escritor no cesaron, hasta que los servicios secretos soviéticos se abrieron camino hasta su estudio en la casa de Coyoacán. Ramón Mercader, comunista de origen español, tuvo a su cargo asestar el golpe final contra Trotsky, luego de ganarse la confianza de su entorno, episodio hoy bien conocido y que ha sido relatado con brillo, entre otros escritores, historiadores y cineastas, por el novelista cubano Leonardo Padura en su magnífico libro, El hombre que amaba los perros.
Deutscher calificó a Trotsky de “profeta”. Si por ello entendemos, como es debido, una persona que vaticina el porvenir, que se adelanta con pronósticos certeros a lo que apenas se vislumbra en el horizonte, entonces resulta imperativo afirmar que Trostsky fue un profeta fallido en aspectos fundamentales. Se equivocó en cuanto a determinadas expectativas cruciales, que formaron parte de su arsenal ideológico y político a través de su carrera. Por otra parte, es de justicia señalar que Trotsky acertó en dos ámbitos de gran importancia. El primero de ellos tuvo que ver con su rechazo, en 1903 y en medio de los agrios debates de los socialistas rusos en ese momento, a la concepción centralista y autoritaria del partido político leninista. Con gran penetración acerca de lo que pasaría eventualmente, Trotsky denunció que el esquema postulado por Lenin, que llegada la hora se probaría exitoso en el arte de la insurrección, desataría un proceso mediante el cual la burocracia sustituiría al partido en su conjunto, después el comité central sustituiría a la estructura de cuadros del partido, más tarde el buró político sustituiría al comité central, y en última instancia un solo individuo, un dictador, sustituiría al buró político. Ese personaje, en efecto, fue Stalin. En este caso, no obstante, la visión de Trotsky en su etapa juvenil acabó por ser abandonada, y Trotsky asumió a plenitud las tesis leninistas, una ruta seguida por muchos marxistas que defendieron alguna vez la “democracia proletaria”, para más tarde sucumbir a la idea de que el partido es el intérprete supremo e infalible de las verdaderas aspiraciones de la clase obrera.
Un segundo ámbito en el que Trotsky alzó su mirada con acierto y valentía, detectando a tiempo los nuevos peligros y anunciando lo que se desarrollaba hacia el futuro, tuvo que ver con su análisis del fascismo y nazismo en Europa durante los años 20 y 30, su significado para las democracias en general y los movimientos comunistas en particular, y la certidumbre de una nueva guerra mundial si Hitler y los nazis se hacían con el poder. Los escritos de Trotsky sobre estos temas, la perceptible angustia de sus intentos de despertar las conciencias ante la amenaza que representaban Hitler y los nazis, y su impotencia de exiliado sin recursos políticos prácticos frente a la ceguera de Stalin, de la Internacional comunista controlada por Moscú, de los comunistas, socialdemócratas y hasta conservadores alemanes y de los gobiernos democráticos en Inglaterra, Francia y otras naciones, todavía transmiten, décadas más tarde, una patente fuerza intelectual, claridad de miras y pasión ideológica. Trotsky, hay que reconocerlo, fue posiblemente la primera figura de relieve en analizar con impresionante lucidez los orígenes socioeconómicos del fascismo y el nazismo, en destacar los elementos patológicos y la naturaleza nihilista de la psicología nazi, y en prevenir que Hitler y los nazis tenían que ser detenidos mediante una alianza de todas las fuerzas políticas, de demócratas y de comunistas por igual, pues todos ellos confrontaban a un enemigo mortal.
Desde luego, Trotsky se equivocó de manera grave como profeta en cuanto a la inminencia, en los primeros años del siglo XX, durante la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, de nuevas revoluciones socialistas en Europa. Ello no ocurrió, y las consecuencias de tal realidad infligieron un severo revés a las teorías y esperanzas de Trotsky. Tampoco atinó con referencia al camino que tomarían la revolución y el sistema comunista soviético como tales. Si bien Trotsky denunció con todas sus fuerzas, desde el exilio, las atrocidades de Stalin, las purgas, los campos de concentración y las matanzas en masa, él mismo fue culpable de una ruta que estaba implícita en las tesis del partido único y su control absoluto de la sociedad y la economía. En este sentido, me parece inútil especular sobre si las cosas en la Unión Soviética habrían sido distintas, en caso de que Trotsky hubiese ganado la lucha interna contra Stalin. A mi modo de ver, no es imposible imaginar a Trotsky como un dictador tan implacable como Stalin, y en estos tres libros Deutscher presenta un cúmulo de evidencias que lo sugieren, aunque su juicio sobre el personaje biografiado no es tan riguroso. Las expectativas de Trotsky, en medio de su exilio, de su aislamiento, y de la tragedia que aplastó a su familia y buen número de sus seguidores, sobre una posible regeneración de la Unión Soviética y el socialismo, tampoco se cumplieron.
De todo esto, de la carrera de Trotsky en su totalidad, de sus escritos, de sus victorias y fracasos, y del vasto panorama histórico en que llevó a cabo su incansable actividad política e intelectual, es posible, en primer término, obtener un conocimiento hondo y relevante sobre la historia de un siglo que todavía define el nuestro. En segundo lugar, insisto, estos tres tomos nos ayudan a aprender lecciones de notable interés, sobre los peligros de una política basada en el mesianismo y la utopía. Sin que comparta el entusiasmo de Deutscher por su biografiado, admito que su obra tiene un rango sobresaliente como biografía política, y con admiración la recomiendo.
(Isaac Deustcher, The Prophet Armed. Trotsky: 1879-1921; The Prophet Unarmed. Trotsky: 1921-1929; The Prophet Outcast. Trotsky: 1929-1940 (London: Oxford University Press, 1954, 1959, 1963. Existe una muy buena edición en español, realizada por Editorial ERA, México: Trotsky, el profeta armado; Trosky, el profeta desarmado; Trotsky, el profeta desterrado. Me temo, sin embargo, que no es fácil hallarla en el mercado de libros nuevos o de segunda mano).