Miguel Sebastian (ALN).- Los defensores de una hipotética Unión Monetaria para América Latina, defienden que elevaría su productividad y su crecimiento a largo plazo y que reduciría su volatilidad, una de las vulnerabilidades históricas de la región. La experiencia europea, sin embargo, no parece avalar esta doble hipótesis de partida. Muchos economistas, analistas o incluso políticos han defendido con frecuencia que uno de los retos pendientes de América Latina es el de su propia integración económica, tanto comercial como monetaria y financiera. Como modelo de integración económica y comercial se suele poner a la Unión Europea, que nació hace casi 60 años, con los seis países firmantes del Tratado de Roma de 1957: Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Hoy la Unión Europea la forman 28 países. España y Portugal se adhirieron en 1986, una vez recuperadas sus respectivas democracias. Grecia lo había hecho antes, en 1981, y Dinamarca, Irlanda y el Reino Unido en 1973. Hasta 1995 no se unieron Austria, Suecia y Dinamarca, constituyendo un grupo próspero, llamado la UE-15, y que reunía los países de la “Europa Occidental”, es decir, sin incluir a los países de más allá del telón de acero, bajo la influencia soviética, y que formaban parte del llamado Pacto de Varsovia. En 1989 cae el Muro de Berlín. Ello posibilita la reunificación alemana en 1990, y el desmembramiento de la URSS en 1992, y la entrada de los países del Este de Europa en la Unión Europea. Buena parte de ellos se unieron en 2004, junto con las islas Malta y Chipre. Bulgaria y Rumania entraron en 2007, en vísperas de la Gran Recesión Mundial. Y Croacia lo hizo en 2013, en plena crisis institucional y financiera europea. Con su incorporación, la Unión Europea alcanzó los 500 millones de habitantes, cuatro veces su tamaño original. Desde 2013 nadie más ha entrado. Y uno de ellos, el Reino Unido, ha decidido salir (Brexit), aunque la fecha y las condiciones están por negociarse. El Gráfico 1 resume todos estos procesos de adhesión al proyecto europeo.
Gráfico 1. Proceso de integración en la UE
Aunque mucha gente confunde la UE con la eurozona, son dos proyectos completamente distintos. La Unión Monetaria es un proceso mucho más reciente, y de menor dimensión económica. La eurozona nace en 1999, aunque los billetes y monedas (que apenas suponen un 10% de la cantidad de dinero en circulación) no se introdujeron hasta 2002. Inicialmente sólo formaron parte del club 11 países de la UE (véase Gráfico 2), entre ellos los seis países fundadores de la Comunidad Europea, más Irlanda, Austria, Finlandia, España y Portugal. El Reino Unido, Suecia y Dinamarca optaron por mantenerse fuera, aunque continuaron con su pertenencia a la UE. En 2001 se unió Grecia, que incluso ocupó la Vicepresidencia del Banco Central Europeo (BCE). En 2007, vísperas de la Gran Recesión, se unió Eslovenia, y en plena crisis se unieron Chipre, Malta y Eslovaquia. En 2011 entró el primer país báltico, Estonia, y en 2014 y 2015 lo hicieron sus vecinos Letonia y Lituania, respectivamente.
Gráfico 2: Año de adopción del Euro
Además de su tamaño (19 de los 28 países de la Unión Europea) y de su edad (18 años frente a los 60 de la UE), también ha habido unos resultados económicos bien distintos entre ambos proyectos. Si comparamos los 18 años previos al nacimiento del euro (1980-1998), con los 18 años posteriores a su fundación, comprobamos que las tasas de crecimiento del período de la Unión Monetaria han sido significativamente más bajas para el conjunto de los países de la eurozona (nos referimos aquí a los 12 países que estaban en el proyecto inicial) y, en especial, para España. Nuestro crecimiento medio anual del PIB real pasó de ser un 2,9% antes del euro a apenas un 1,8% desde que formamos parte de la moneda única. Es decir, algo más del 1% de PIB de menor crecimiento cada año, un 20% si se mide en el acumulado de los 18 años. Y, si observamos la renta per capita, la diferencia es incluso mayor, pues ha pasado de crecer un 2,5% anual a hacerlo en sólo 0,8%, la tercera parte. Por el contrario, los países de la UE que decidieron permanecer fuera de la moneda única han mejorado su crecimiento real y no han perdido crecimiento de su renta per capita (véase Grafico 3).
Gráfico 3: Crecimiento del PIB (%) / Miguel Sebastian
Si además del crecimiento medio observamos su volatilidad, el resultado es incluso más sorprendente. Tanto el conjunto de los países que forman la eurozona como España en particular, han sufrido un aumento en la volatilidad tanto de su PIB real como de su renta per capita. Por el contrario, los países que se quedaron fuera han visto reducir su variabilidad. Estos resultados son llamativos porque el euro se supone que iba a aportar a sus Estados miembros dos resultados:
- Un mayor crecimiento de su PIB potencial, fruto de la mayor integración financiera, la reducción de los costes de transacción, la mayor disciplina fiscal y la menor tasa de inflación.
- Una mayor estabilidad macroeconómica, derivada de la eliminacion de la volatilidad del tipo de cambio y la suavización de los choques asimétricos dentro de la Unión.
Aunque mucha gente confunde la UE con la eurozona, son dos proyectos completamente distintos
Precisamente, los defensores de una hipotética Unión Monetaria para América Latina, defienden que elevaría su productividad y su crecimiento a largo plazo y que reduciría su volatilidad, una de las vulnerabilidades históricas de la región. La experiencia europea, sin embargo, no parece avalar esta doble hipótesis de partida. La primera lección que podemos aprender de esta experiencia es que la integración económica y comercial sí que mejora el crecimiento económico y el bienestar, mientras que la integración monetaria no presenta unos resultados tan claros, al menos en estos 18 años iniciales.
¿Y qué es lo que ha ido mal con la Unión Monetaria para justificar esos resultados? Es evidente que hubo problemas de diseño institucional en el euro, en especial con el papel del BCE ante la crisis financiera, muy distinto al de la Reserva Federal de EE.UU. o el Banco de Inglaterra. También en la resolución de la crisis bancaria, al estar la regulación y supervisión en manos nacionales. La ausencia de unos bonos europeos dificultaba la intervencion del Banco Central, que tuvo que centrarse finalmente en la compra de deuda soberana de cada país, imponiendo una condicionalidad que empeoró la crisis en esos países. También hubo una política monetaria excesivamente expansiva para toda la eurozona, pero muy en especial para los países de la periferia, en los años previos a la crisis, lo que provocó burbujas y excesos financieros. La segunda lección, por tanto, sugiere que una verdadera Unión Monetaria requiere de un grado de unificación política (fiscal, bancaria) importante. Y que no haya grandes diferencias estructurales en los países miembros: la unión aduanera y comercial, por el contrario, no exige este requisito previo. Piénsese, por ejemplo, en las grandes diferencias estructurales entre los países de la Europa Occidental y los países del Este. La pertenencia a la UE, sin embargo, ha beneficiado a todos ellos.
Es evidente que hubo problemas de diseño institucional en el euro, en especial con el papel del BCE ante la crisis financiera
Pero sería injusto achacar todo el mal resultado del euro a factores “externos” a los países, es decir, al diseño institucional o al comportamiento del BCE durante los primeros años de la crisis. Hubo, sin duda, también, factores nacionales que, para el caso de la economía española, podemos resumir en dos:
- El euro nos “desestabilizó” a algunos países, al provocar una importante avalancha de capitales (dada la inexistencia de controles de capital a la entrada), una burbuja inmobiliaria y una burbuja de crédito (por la bajada brusca de los tipos de interés), y la dificultad para contrarrestar la burbuja sin disponer de la herramienta de los tipos de interés. En mi libro La Falsa Bonanza (ed. Península, 2015) explico con detalle las causas y consecuencias de todos los excesos del período 1998-2008 y de la imposibilidad de pinchar las burbujas inmobiliarias o financieras.
- El euro nos “anestesió”, al confundirse el fuerte crecimiento provocado por las sucesivas burbujas, con un verdadero cambio estructural de nuestro PIB potencial. Esa confusión pareció hacer innecesarias las reformas estructurales que España tenía pendientes desde finales de los años 90, en lo que se refiere a su mercado de trabajo (paro estructural y excesiva temporalidad), nuestra baja productividad (modelo basado en el turismo y ladrillo, con poca inversión en capital humano y tecnológico), nuestra dependencia energética, nuestro déficit de balanza corriente crónico, derivado de una escasa cultura exportadora, nuestro tamaño empresarial, muy atomizado salvo un puñado de grandes empresas multinacionales, nuestro sistema fiscal muy poco eficiente e injusto, con una gran economía sumergida, o nuestro sistema de pensiones de reparto, amenazado por el envejecimiento demográfico. La reforma de las pensiones es un buen ejemplo de esta “anestesia”. En 1996 había una gran conciencia de la reforma del sistema ante las previsiones demográficas, e incluso se firmó un pacto de Estado, el Pacto de Toledo, para abordarla. Pero la entrada en el euro trajo consigo una avalancha de inmigración en edad de trabajar que aportó mucho más al sistema de lo que recibía de él. Las cuentas de la Seguridad Social entraron en superávit, y muchos celebraron el “error” de los economistas de los años 90 que habían alertado sobre su problema de sostenibilidad. Con la llegada de la crisis una buena parte de los inmigrantes se fueron al paro o se volvieron a sus países de origen. Hoy el sistema tiene un déficit superior al 1% del PIB cada año, y se vuelve a plantear
Miguel Sebastian fue ministro de Industria, Turismo y Comercio. Es economista y Profesor de la Universidad Complutense de Madrid
la necesidad de una reforma “urgente”, después de haber tenido más de 20 años para hacerla.
La tercera lección aprendida, por tanto, es que hay que dotarse de herramientas anticíclicas, fiscales o regulatorias, no sólo para los momentos malos del ciclo, sino también para los buenos.
La cuarta lección, y probablemente la más importante, es que una Unión Monetaria no es un sustituto de las reformas estructurales. La Unión Monetaria no es la panacea. La agenda reformista debe ir de la mano, o incluso por delante, de los procesos de integración financiera y monetaria.