Rogelio Núñez (ALN).- Bolivia camina hacia un nuevo escenario caracterizado por la polarización, la fragmentación y una difícil gobernabilidad futura. Una polarización que se traduce en la formación de dos liderazgos y dos bloques: el del propio mandatario, Evo Morales, y el de su principal rival, el expresidente Carlos Mesa. Ese es el panorama más probable una vez que se celebren las presidenciales del 20 de octubre.
Argentina acapara la atención en cuanto a elecciones Presidenciales en esta segunda mitad de 2019, pero después del balotaje en Guatemala (11 de agosto) vendrá un mes de octubre muy cargado electoralmente: comicios en Bolivia, Uruguay y la citada Argentina.
El país andino, en especial, camina hacia un nuevo escenario caracterizado por la polarización, la fragmentación y una difícil gobernabilidad futura. Ese es el panorama más probable una vez que se celebren las presidenciales del 20 de octubre, una semana antes de que tengan lugar la de las dos naciones del Cono Sur.
Se trata de un triple fenómeno (polarización, fragmentación y compleja gobernabilidad) que se está convirtiendo en la nueva normalidad del panorama político electoral regional y que va a vivir su capítulo específico en Bolivia.
La polarización M-M (Morales vs Mesa)
Bolivia va a pasar de un largo periodo de hegemonía (la de Evo Morales) a una etapa de mayor polarización y equilibrio.
Esa polarización boliviana va a girar en torno a la dicotomía evismo vs antievismo: entre partidarios y seguidores de Evo Morales y contrarios a su figura y a un largo predominio que se prolonga desde 2006 cuando llegó a la Presidencia por primera vez.
Una polarización que se traduce en la formación de dos liderazgos y dos bloques: el del propio mandatario, Evo Morales, y el de su principal rival, el expresidente Carlos Mesa. Hasta hace unas semanas todo apuntaba a un duelo entre Morales y una multitud de candidatos opositores: si bien Mesa, quien ya fuera presidente entre 2004 y 2005, reunía el mayor número de apoyos, no lograba escalar en las encuestas y su aspiración a encauzar el antievismo quedaba diluida al verse acompañado, como referente opositor, por otras figuras destacadas.
Esta situación favorecía claramente a Evo Morales en su objetivo de acumular un cuarto mandato consecutivo tras haber ganado las Presidenciales en 2005, 2009 y 2014 y haber forzado la Constitución para acceder a una nueva reelección, la de este año. El 21 de febrero de 2016, la opción para reformar la Constitución y permitir una nueva repostulación de Evo Morales perdió en un referéndum al obtener el 48,7% de los votos, frente a la opción opositora en defensa del No que obtuvo el 51,3% de los sufragios. Sin embargo, en noviembre de 2018, el Tribunal Constitucional autorizó a Evo Morales y Álvaro García Linera (actual vicepresidente y de nuevo candidato) a presentarse. Lo hizo tras responder una demanda de ‘inconstitucionalidad’ presentada por los precandidatos. Al mes siguiente, el Tribunal Electoral Supremo los habilitó formalmente.
Morales no sólo consiguió que las instituciones jurídico-electorales, controladas por el oficialismo, forzaran la letra de la Constitución sino que enfrente de él no existía una oposición cohesionada y la desunión opositora reforzaba las opciones del oficialismo. Según la normativa electoral boliviana, para ganar la elección Presidencial en primera ronda un candidato debe obtener mayoría absoluta de votos o al menos el 40% con una ventaja de 10 puntos porcentuales sobre el segundo. Con un voto unido y sólido tras de sí y esa dispersión opositora Morales tenía más cerca la reelección en primera vuelta como en las tres ocasiones precedentes.
En mayo un sondeo publicado por el periódico La Razón, arrojaba una intención de voto del 38% para Morales, frente al 27% del expresidente Carlos Mesa, quien se imponía en las grandes ciudades. Morales, en cambio, lograba la mitad de las adhesiones en ciudades pequeñas y en las zonas más rurales.
Un resultado así colocaba al presidente muy cerca de la victoria en primera vuelta (a sólo dos puntos de alcanzarla) y, sobre todo, confirmaba que la candidatura de Mesa se desinflaba mientras que tenía lugar la recuperación de Morales ya que desde finales de 2018 ambos se encontraban empatados.
Sin embargo, en los últimos meses, al irse cayendo o debilitando varios candidatos opositores, todo apunta a que el voto útil anti-Evo se va a terminar canalizando a través de Mesa y su fuerza, Comunidad Ciudadana.
Primero fue la renuncia que presentó Jaime Paz Zamora a la candidatura a la Presidencia del Partido Demócrata Cristiano (PDC), el pasado 14 de junio. Y después vino la del candidato vicePresidencial del frente Bolivia Dijo No, Edwin Rodríguez, que dejó herido al candidato Presidencial de esa fuerza, Oscar Ortiz. Ambos sucesos son funcionales para Mesa a la hora de convertirse en referente único opositor aunque las instituciones electorales han impedido que se lleve a efecto la retirada de esas candidaturas.
El analista Ricardo Calla Ortega destaca que se trata de una “adversidad para el MAS” ya que “ la renuncia de Edwin Rodríguez a la candidatura vicePresidencial del MDS de Rubén Costas y Oscar Ortiz, que daña en algo o en mucho –es aún prematuro pronosticar nada con demasiada certeza sobre un proceso electoral que todavía tiene tres largos meses de recorrido– la fuerza de Ortiz para restarle votos opositores a Carlos Mesa, y, por esa vía, mejorar las posibilidades del MAS de ganar la Presidencial en octubre. El duro golpe que ha sufrido Ortiz con la renuncia de Rodríguez ha puesto de cabeza a los estrategas del MAS ya que la ayuda que le significaba a Evo Morales tener a un Oscar Ortiz activo y dinámico restándole a Mesa cerca del 10% de la votación opositora ahora se ha descalabrado parcialmente”.
Las encuestas aún no han reflejado cambios sustanciales en intención de voto y de hecho en la última difundida el pasado domingo, Morales conserva una ventaja de 11 puntos sobre su inmediato seguidor, el expresidente Carlos Mesa. Morales consigue 37% en relación al 26% de Mesa; más atrás, el candidato de Bolivia Dijo No, Oscar Ortiz, tiene 9%; Víctor Hugo Cárdenas, de Unidad Cívica y Solidaridad (UCS), 3%; y Félix Patzi, del Movimiento Tercer Sistema (MTS), 2%. Pero donde se percibe la polarización es en la segunda vuelta entre Morales y Mesa, allí la diferencia de 11 puntos se acorta a sólo dos (40% para Morales y 38% para Mesa), lo cual implica un virtual empate técnico por el margen de error de la encuesta (± 2,2%).
Consciente de que la polarización con un solo candidato no le favorece, el presidente Evo Morales ha eludido cualquier tipo de debate apoyándose en que él sólo debate con el pueblo (“Quieren debatir con el Evo, aquí nosotros debatimos como pueblo nuestros programas, todos los sectores sociales, hasta empresarios, un programa de desarrollo, un programa para cambiar Bolivia”). Morales ha optado por basar su campaña en la utilización del control sobre el aparato del Estado y las instituciones. Incluso en un exceso verbal llegó a decir a un alcalde en la localidad boliviana de Morochata que si le garantizan el 100% de la votación le daría lo que pidiese (“Hermano alcalde de Morochata, si me garantizan el 100%, lo que ustedes pidan el próximo año”).
El candidato Óscar Ortiz ha acusado a Morales de usar la presidencia para favorecer su campaña partidaria: “Aquí hay un presidente candidato que además está vetado por la Constitución, que utiliza todos los medios estatales, que además se promueve en los medios de comunicación bajo la figura de informar de la gestión, pero todo lo que vemos es una campaña propagandística, proselitista camuflada”.
La fragmentación
Esta polarización evista-antievismo/Mesa vs Evo irá acompañada de una fragmentación del voto que va a dar lugar a un Legislativo dividido, muy diferente a las aplanadoras masistas que se han sucedido desde 2006.
Desde los años 90 hubo tres lustros de estabilidad política asentada en coaliciones parlamentarias y de gobierno. Luego vinieron las sucesivas e inéditas victorias del MAS-IPSP con mayoría absoluta y un sistema de partido predominante. La Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) ha estado controlada en los dos últimos quinquenios por el gobernante Movimiento Al Socialismo, MAS, con sucesivas mayorías de más de dos tercios en ambas cámaras.
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Todo indica que esa hegemonía ya no se dará y como señala La Razón, “luego de las elecciones del 20 de octubre, ¿habrá necesidad de pactar en la Asamblea? Más todavía: ¿volverá la democracia pactada, esa mala palabra? No hay condiciones ni señales en ese sentido. Quizás sean necesarios pactos de nuevo tipo, pero en ningún caso coaliciones. Ello dependerá de la distribución de escaños. A la espera de datos desagregados sobre intención de voto, los antecedentes muestran que el MAS-IPSP podría tener mayoría en diputados. Hay menos claridad sobre la composición del Senado”.
Nadie parece capaz de reunir más del 35% de la intención de voto (el MAS y CC se reparten más de un 60% pero el otro casi 40% queda en manos de diversas fuerzas) lo que conduce a un legislativo muy dividido –o con débil mayoría del MAS-.
El Movimiento Al Socialismo se perfila como primera fuerza pero sin mayoría –o mayoría muy ajustada- frente a una oposición muy fragmentada encabezada por Comunidad y por la alianza Bolivia Dijo No, que se caracterizan por su extrema heterogeneidad. Así pues, la disminución del respaldo al MAS unida a la multiplicación de las opciones conduce a un Legislativo fragmentado y heterogéneo.
Una compleja gobernabilidad
El futuro gobierno de Bolivia va a encontrar un panorama muy diferente al que ha vivido el país desde 2010: los altos precios del gas y la ortodoxia macroeconómica alabada por el FMI han permitido a los Ejecutivos de Evo Morales desplegar ambiciosas políticas sociales que han desembocado en mayorías legislativas y en sus reiteradas reelecciones (fue electo con el 54% de los votos en 2005 y reelecto con el 64% en 2009 y en 2014 con el 61%).
A la fuerza de su liderazgo y la debilidad y división de la oposición, se ha unido lo ocurrido desde aquel emblemático 1º de mayo de 2006 –la nacionalización de los hidrocarburos- que le ha aportado al Estado considerables recursos (gracias además a una coyuntura de elevados precios de los commodities) para impulsar políticas sociales. En el periodo comprendido entre 2006 y 2017, Bolivia exportó gas natural a Brasil y Argentina por un valor de 40.801 millones de dólares frente a los 2.699 millones entre 2000 y 2006.
Bolivia logró así retener la mayor parte del pastel de los ingresos vía commodities y lo hizo en la coyuntura más propicia ya que como señala Fernando Molina, el país vive “el mejor momento económico de la historia boliviana. La existencia de una relación causal entre ambos hechos es dudosa, ya que el principal dinamo de la bonanza nacional son los elevados ingresos por exportaciones, que en una década han pasado de alrededor de 2.000 millones de dólares a estar en el orden de los 10.000 millones”.
La base de todo este despliegue es la recaudación del Estado por concepto de hidrocarburos que saltó hasta los 2.296 millones de dólares cuando anteriormente era de 526 millones de dólares, incrementándose así en un 334,60%. La nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia generó ingresos, hasta 2015, de 19.000 millones de dólares, frente a los 3.300 millones del quinquenio precedente. Desde 2010 a 2019 esos ingresos se han duplicado.
Pero este panorama de bonanza se está acabando porque hay menor producción de gas y menor demanda por la existencia de más competencia.
La producción actual disminuyó en aproximadamente un 30% en relación a 2014, cuando el volumen promedio alcanzó a 59,37 MMm3d. Los ingresos del departamento de Tarija –líder de la producción gasífera- llegarán a 100 millones de dólares, es decir, un 80% menos que en 2014, cuando los ingresos superaron los 500 millones. Este descenso se debe a la disminución de la producción de los campos gasíferos de Tarija.
Además, existe un problema de mayor competencia para Bolivia. La explotación no convencional de hidrocarburos en la formación geológica de Vaca Muerta, Argentina, avanza y se ha acelerado su producción de gas, bajando sus costos y, a futuro, obligará a Bolivia a competir en el mercado a menores precios. El exministro de Hidrocarburos, Álvaro Ríos, explica que “para que el gas boliviano llegue al país vecino tiene que ir a competir con el precio bajo de Argentina. No estamos diciendo que no podrá competir, sino que ya no podremos tener precios elevados como antes, porque hay varios productores que extraen gas y cada vez son más competitivos, incluso pueden llegar hasta el nivel de Estados Unidos”.
Estos cambios estructurales van a poner en cuestión el modelo de desarrollo del régimen de Evo Morales y lo van a hacer cuando el gobierno que salga de las urnas sea más débil y posea margen de acción.