Pedro Benítez (ALN).- Sebastián Piñera ha demostrado ser un buen candidato presidencial, un excelente gestor público, pero un político mediocre. Su manejo de la crisis política que se desató en Chile en octubre de 2019 casi le cuesta la presidencia. Otra crisis, en este caso importada en forma de virus, le ha dado la oportunidad de salvar su cargo y, quizás, reivindicarse. En la política la suerte es fundamental, siempre y cuando se sepa aprovechar. Él la ha aprovechado.
Hace un año por estas fechas el presidente chileno Sebastián Piñera estaba contra las cuerdas pidiendo conteo de protección para evitar el nocaut. Chile, el país modelo de América Latina, el más rico, el que más había reducido la pobreza, entró en una inesperada crisis política en la que rápidamente Piñera quedó en el ojo del huracán. Hasta el más condescendiente de sus críticos admite que su respuesta a las protestas fue torpe y errática.
Hoy Chile vuelve a ser noticia, pero por razones distintas. Es uno de los países que de manera más rápida y eficaz están vacunando en el mundo, con un desempeño que la mayoría de los Estados de Europa envidian. Eso gracias a una serie de acertadas decisiones por parte del gobierno que encabeza el mismo presidente al que, hasta hace unos meses, miles de sus conciudadanos le exigían la renuncia.
En alguna ocasión Umberto Eco escribió que la mejor manera de tapar una crisis es con otra. Sebastián Piñera no tuvo que inventarse una. La crisis le llegó en forma de virus.
Con menos de dos años en el poder la violenta ola de protestas estudiantiles que se desató en Chile en octubre de 2019 lo tomó por sorpresa a él y al resto del mundo. El mandatario simplemente perdió la brújula y durante meses estuvo dando bandazos.
Su primera declaración pública tras el incendio de varias estaciones del Metro de Santiago (hasta entonces uno de los orgullos de ese país), en una jornada en cual hubo cinco fallecidos y 1.500 detenidos, fue declarar: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie y que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite, incluso cuando significa la pérdida de vidas humanas, con el único propósito de producir el mayor daño posible”.
Pocas horas después, el general Javier Iturriaga, designado por Piñera como jefe de la Defensa Nacional para la Región Metropolitana durante las protestas, desmentía al presidente al afirmar que “la verdad es que no estoy en guerra con nadie”.
El viacrucis del mandatario apenas empezaba. Si su plan inicial consistía en enfrentar esa crisis con pura represión había un elemento clave dentro del Estado chileno que no parecía dispuesto a acompañarlo. Mientras tanto sus palabras fueron más gasolina para el incendio.
En pocos días tuvo a buena parte del país levantado en su contra. En las calles y en el Congreso se pedía la convocatoria de una Asamblea Constituyente que reemplazara la Constitución de 1980 promulgada por la dictadura militar, e incluso la renuncia de su cargo. Piñera pasó a convertirse en el símbolo del “sector privilegiado” beneficiado con “el modelo neoliberal”.
Era evidente que Piñera no estaba leyendo el ánimo ciudadano y tampoco tenía convicción de lo que representaba o del rumbo que debía tomar. En un intento desesperado por salvarse se lanzó en manos de la oposición abandonando a sus propios votantes y aceptando casi todas sus demandas con el solo propósito de ganar tiempo. Con ello se quedó sin apoyos de lado y lado.
Su aprobación llegó a mínimos históricos para un presidente desde que en Chile se llevan a cabo estudios de opinión pública. En enero de 2020 la consultora Cadem cifró su desaprobación en 82%.
Luego de tres meses de protestas, y al menos 27 fallecidos, el opositor Frente Amplio (FA) presentó una querella criminal en su contra como responsable de delitos de lesa humanidad. Por su parte el Partido Comunista (PCCh) amenazó con llevarlo ante la Corte Penal Internacional (CPI) por las violaciones a los derechos humanos.
Las denuncias dentro y fuera de Chile contra las fuerzas de seguridad por torturas, uso excesivo de la fuerza, detenciones ilegales y agresiones sexuales se multiplicaron.
En un intento por calmar los ánimos, Piñera acordó con la oposición una reforma constitucional que habilitó el inicio del proceso constituyente, convocando oficialmente un plebiscito para el 26 de abril de 2020. Lo previsible era que un resultado abrumador en favor de una nueva Constitución se interpretara como un voto popular en su contra.
Entonces llegó la pandemia
Entonces la nueva crisis vino en su auxilio. La pandemia de covid-19 ha salvado la presidencia de Sebastián Piñera. Desde que apareció en China el coronavirus ha sido un asunto político y Chile no iba a ser la excepción.
La primera consecuencia fue la postergación del plebiscito para el 25 de octubre del año pasado. Efectivamente se realizó, pero en un estado de ánimo colectivo algo distinto.
Mientras tanto, y ratificando su fama de excelente gestor, Piñera se adelantó al desarrollo de la pandemia negociando desde mayo pasado con varios laboratorios de todo el mundo la compra de las vacunas antes de que se desarrollaran y aprobaran. Su gobierno cerró tratos, y pagó por adelantado, con Pfizer, AstraZeneca, Johnson and Johnson y la china Sinovac. Todo para asegurarse las dosis necesarias para los 19,4 millones de chilenos.
La Unión Europea no cerró sus negociaciones con los grandes laboratorios hasta noviembre.
El pasado martes el ministro de Salud, Enrique París, informó que Chile alcanzó los 2,3 millones de vacunados. 201.000 personas en un solo día. “Nuestra meta es vacunar a toda la población de riesgo, es decir cerca de cinco millones de personas antes del mes de marzo, y a toda la población objetivo, es decir cerca de 15 millones de compatriotas antes del mes de junio”, ha afirmado París.
Si Chile logra esas metas, será el primer país del continente americano en vacunar a toda su población, por delante de Estados Unidos y Canadá, y uno de los primeros del mundo por detrás del sorprendente desempeño de Israel.
De modo que Piñera vio una oportunidad y la aprovechó. Todavía queda por ver si no sale a relucir su extraña inclinación política por echar a perder con los pies lo que hace con las manos.