Pedro Benítez (ALN).- Si el propósito de la dirección nacional del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) era aparentar democracia interna con sus primarias para elegir a sus candidatos a gobernadores y alcaldes, no lo ha hecho muy bien, por decir lo menos.
A parte de las numerosas imágenes y audios que han corrido por las redes de sociales de denuncias sobre el (supuesto) ventajismo que caracterizó el proceso del pasado domingo 8 de agosto, con sonoros improperios y visibles intercambios de agresiones físicas entre los activistas del partido gobernante, sus voceros más calificados, empezado por su vicepresidente eterno, Diosdado Cabello, han dejado claro que “ganar no implica que sea candidato”.
A continuación informó que el partido “decidió modificar los parámetros respecto a los índices porcentuales en pro de tener candidaturas más unificadas y fuerte”, razón por la cual una serie de candidaturas recién elegidas pasarían a “revisión”.
Es decir, y para decirlo rápidamente, la dirección tiene la última palabra. ¿Quiénes son la dirección? Los que tienen el poder.
CONDUCTA REPETIDA
Sin embargo, acontece que esta conducta no es novedosa. Dejemos de lado el hecho de que esa medicina se la han aplicado en numerosos ocasiones a dirigentes opositores a lo largo de los años. Gobernadores a los que despojan de competencias y recursos; alcaldes destituidos y apresados; una Asamblea Nacional (AN) bloqueada; hasta un referéndum popular (diciembre 2007) ignorado.
En todos estos casos el común denominador fue un resultado que no fue del agrado del poder supremo. Es lo que ha ocurrido dentro del PSUV desde el momento mismo de su concepción.
Recordar es vivir: por el año 2008 el expresidente Hugo Chávez decidió unificar su variopinta coalición en un solo partido, el PSUV. Desde el principio dejó claro que no invitaba sino imponía.
Bastante malestar expresó públicamente por la actitud de organizaciones históricas, como el Partido Comunista de Venezuela (PCV), que se negaron acatar sus designios. Pero la cuestión no paró allí. En la primera elección de las autoridades transitorias del PSUV efectuada en 2008, el entonces gobernador del estado Miranda, Diosdado Cabello, no quedó electo como miembro principal de su directiva, sino como suplente, muy por debajo de figuras como Mario Silva, conductor de un radical programa televisivo chavista o Vanesa Davies, periodista hoy alejada de las filas oficiales.
IMPOSICIONES A DEDO
Ese resultado ratificaba el poco aprecio que las bases del movimiento oficialista tenían entonces por Cabello. Sin embargo, el ex comandante/presidente lo impuso a dedo como vicepresidente de la organización, cargo que ocupa hasta el sol de hoy.
Otro incidente revelador del estilo que caracterizaría al citado movimiento lo protagonizó, por aquella época, el radical diputado chavista Luis Tascón. En febrero de 2008 Tascón denunció un presunto sobreprecio en la adquisición de unidades de transporte público, implicando en la operación a José David Cabello, hermano de Diosdado Cabello. Éste respondió señalando al denunciante de “agente de la CIA”, “instrumento del imperio” y de “falsa izquierda”.
Por su parte Tascón popularizó la expresión “derecha endógena”, para referirse a un grupo que desde la altas esferas del Gobierno se había dedicado a acumular poder y dinero. El presunto líder de esa élite era Cabello, que además aspiraba a ser el jefe del chavismo sin Chávez.
A continuación aquel diputado, hoy olvidado, fue el primer militante expulsado del PSUV en una de las jornadas de su Congreso Fundacional. Para aplicar la medida se alegó su falta de disciplina.
De más está decir que la denuncia nunca se investigó. Parte de la pequeña historia de intrigas, venganzas personales, odios y facturas políticas propias de las fuerzas revolucionarias.
ALIMENTAR EL AUTORITARISMO
De modo que no hay (un vez más) nada nuevo bajo el sol. Sorprende sí que los militantes oficialistas se indignen por prácticas habituales que ellos aplauden cuando se les aplican a los demás. No sería mucho aspirar que tomaron la experiencia en carne propia como lección. Después de todo, alimentar el autoritarismo es como alimentar a un tigre, en algún momento salta y te come a ti.
Porque en todo esto subyace un problema de fondo propio del autoritarismo populista que caracteriza el chavismo, y que se puede resumir así: El método democrático es bueno siempre y cuando yo gane. Cuando la mayoría cambia de opinión, algo bastante común en las sociedades, eso ya no es tan bueno. Es en ese punto cuando se cambian las reglas del juego.
Entonces aparecen esas normas sobrevenidas que indican que haber ganado unas primarias no implica que automáticamente se te reconozca la victoria. O haber ganado la mayoría del Parlamento nacional tampoco sea motivo necesario para que se pueda ejercer el Poder Legislativo. Una autoridad superior debe “perfeccionar” la voluntad del soberano. Es decir, el pueblo se equivoca y eso no se puede permitir.
DEMOCRACIA «DELEGATIVA»
Para corregir este tipo de incomodas situaciones tenemos al Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), o a una sobrevenida Asamblea Nacional Constituyente, o la dirección nacional del PSUV.
Mientras la coalición chavista, el otrora Gran Polo Patriótico, detentó la hegemonía electoral en Venezuela (2004-2013) la democracia siempre estuvo en boca de sus dirigentes. La democracia protagónica y participativa. El poder del pueblo. Por supuesto, con una interpretación de la democracia que el politólogo argentino Guillermo O’Donnell denominó como “delegativa”.
La misma consiste en que se lleva todo el poder aquel se imponga así sea por un voto. Esa es suficiente fuente de legitimidad para de ahí en adelante llevarse a todo (derechos civiles, vidas, Constitución y leyes) por delante.
La otra parte del país no cuenta porque yo soy el pueblo. Y si el pueblo cambia de opinión de manera ostensible, como aconteció en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, pues el pueblo se equivocó.
Esto último fue el razonamiento que de manera pública hicieron los dirigentes y voceros más connotados de la coalición gobernante que encabeza Nicolás Maduro ante su primera gran derrota electoral.
UNA FUERZA QUE NO CREE EN LA DEMOCRACIA
Esto es, por cierto, uno de los aspectos más interesantes del chavismo, nada es oculto y sus tácticas son todas repetidas. De modo que si el pueblo se equivoca, el pueblo debe ser corregido y orientando.
Nada con aquello de aplicar la ley de oro de la democracia según la cual gana quien tenga más votos, así sea por uno solo. Eso de que el ganador debe ser respetado y a su vez respetar al que (por ahora) perdió no entra en la lógica del autoritarismo populista que el chavismo ha impuesto, como estilo en político en Venezuela, desde enero de 1999.
Ese es el centro del problema institucional venezolano. Tener que lidiar con una fuerza política importante, que detenta el poder total, pero que no cree en la democracia. Una preocupación adicional es que, por lo visto, desde un sector de la oposición venezolana se sueña con pagar, algún día, con la misma moneda.