Rafael Alba (ALN).- El éxito de crítica cosechado por Rosalía en EEUU puede contribuir a que la música cantada en castellano salga del gueto del ocio para ciudadanos de segunda clase. La juventud del colectivo latino residente en el país norteamericano, con un promedio de edad de 27 años, impulsa el éxito de las nuevas tendencias en música de baile.
Nadie parece albergar en este momento ni la más mínima duda al respecto: por fin ha llegado la hora triunfal de la música latina. En todo el mundo conocido y por conocer. Incluso en el mismísimo centro del Imperio estadounidense. Un lugar en el que, desde siempre, la audiencia interesada ha podido acudir a recitales y conciertos de artistas que cantaban en castellano. Y lo hacían con éxito y buenos datos de recaudación y público, pero donde ahora, justo ahora, parece que se empieza a ganar otra batalla quizá más importante. Una que va más allá de los fríos números que marcan la rentabilidad de los productos con gancho para una determinada clase de consumidores. Hoy, los hispanos también anotan goles importantes en el difícil y exclusivo campo del prestigio artístico. Tantos clave que pueden sacar a estos estimulantes sonidos del viejo gueto de ocio para ciudadanos de segunda clase en el que se encontraban injustamente encerrados. Durante demasiado tiempo, además. Por fin, da la impresión de que el supuestamente infranqueable muro que impedía a los creadores latinos conquistar el mercado anglosajón puede llegar a caer. Alguna brecha ya se ha abierto.
Nadie parece albergar en este momento ni la más mínima duda al respecto: por fin ha llegado la hora triunfal de la música latina. En todo el mundo conocido y por conocer. Incluso en el mismísimo centro del Imperio estadounidense
La grieta más reciente, por cierto, se ha producido gracias a Rosalía, una cantaora catalana, capaz de combinar el flamenco con los ritmos urbanos, que se ha convertido en el último gran fenómeno de la música hispana y cuyo último disco, titulado El mal querer, como sin duda ya saben perfectamente ustedes, ha sido bendecido con el galardón de Best New Music (Mejor Música Nueva) por los críticos de Pichtfork, el portal especializado de la editorial Condé Nast (dueña de Vogue, Vanity Fair y The New Yorker, entre otras) que reparte ahora los certificados de calidad global en lo que corresponde a la música juvenil de vanguardia. Se trata de un reconocimiento codiciado y poco común, que sirve de guinda del pastel en una extraordinaria campaña de promoción que ha facilitado el lanzamiento internacional de la nueva diva. Una artista que estaba en el sitio adecuado en el momento adecuado y que ahora tendrá que demostrar que es capaz de mantenerse en la cima. Ese será, sin duda, su próximo problema. Demostrar que sus sólidos fundamentos son suficientes para conseguir una carrera duradera. Posibilidades tiene. O eso creemos nosotros.
Pero lo logre o no, el caso de Rosalía, por muy importante que resulte, no es más que otra prueba de lo que afirmábamos al principio de este artículo. Una algarabía motivada por algunos cambios que van más allá de lo coyuntural y que permiten a muchos expertos apostar abiertamente por la consolidación de la tendencia. Por supuesto que resulta fácil intuir los motivos de esta (¿inesperada?) explosión. Hay quien asegura que un billón de dólares (878.180 millones de euros) tienen la culpa. Una cifra apabullante, que supone casi el 90% del Producto Interior Bruto (PIB) español de un año y que, según las últimas estadísticas al respecto citadas por el portal especializado Pollstar -la biblia estadounidense de la música en directo-, es la capacidad de compra acreditada hoy por la creciente comunidad latina que habita, legal o ilegalmente, en el gran país norteamericano que preside, todavía al menos durante dos años más, un tal Donald Trump. Ese hombre de negocios de tupé rebelde que parece empeñado en ponerle puertas al campo pero que, más pronto que tarde, se verá obligado a hablar castellano en la intimidad.
El apoyo de las estrellas anglosajonas
O dicho de un modo más gráfico y menos numérico. Sucede que, como resultado de varias décadas de movimientos migratorios ininterrumpidos, dentro de EEUU parece existir otro país, formado por cerca de 60 millones de personas que tienen el castellano como lengua común. Un 18% de la población total, poco más o menos. Y, además, se trata de un conjunto de hombres y mujeres que empieza a contar para los grupos empresariales como colectivo de consumidores al que dirigirse y tener en cuenta en sus proyecciones estratégicas, porque, según los datos de la consultora Nielsen, ha logrado alcanzar la cifra de 50.000 dólares (43.809 euros) de ingresos anuales medios por unidad familiar. Una cifra 1,63 veces superior a la española. Y una riqueza suficiente, por lo visto, para reclamar la distribución de productos a su medida. En todas las categorías disponibles. También las que suministran las fábricas sonoras de la industria musical. Hace tiempo que existía una masa crítica suficiente para justificar la pervivencia de propuestas centradas en este tipo de clientela. La novedad es que ya no son sólo los latinos quienes disfrutan de este tipo de productos. También la juventud angloparlante empieza a gozar.
Rosalía es una cantaora catalana, capaz de combinar el flamenco con los ritmos urbanos, que se ha convertido en el último gran fenómeno de la música hispana y cuyo último disco, titulado El mal querer, ha sido bendecido con el galardón Best New Music
Además, los latinos residentes en EEUU son muy jóvenes. Su media de edad se sitúa en los 27 años, mientras que en España la cifra alcanza los 43. Están bien cargados de energía y, según parece, han convertido a sus artistas favoritos en los reyes de las pistas de baile de todo el territorio, en dura y amistosa competencia con las nuevas estrellas del rap y el r&b que veneran los afroamericanos y las afroamericanas. Y, como decíamos antes, ese es otro de los cambios más relevantes que señalan los expertos. A diferencia de sus predecesores, los baladistas románticos -incluso el renacido Luis Miguel, los grandes de la salsa neoyorquina o los inventores del llamado jazz latino-, las nuevas estrellas hispanas no encuentran resistencia a su paso. El trap, los estilos urbanos y los derivados de reggaetón han encontrado apoyo inmediato y máximas facilidades de penetración en el público angloparlante. Gracias al patrocinio, más o menos interesado, de artistas como Beyonce, Drake, Janet Jackson, Justin Bieber o Madonna, que han querido colaborar con la nueva hornada hispana. Sin olvidarnos, claro, del papel fundamental jugado por Luis Fonsi y Daddy Yankee con su inolvidable Despacito y esos 6.000 millones de clicks acumulados en YouTube, que supusieron el verdadero inicio de todo este proceso.
El ansiado crossover se ha producido de forma natural, sin necesidad de que los artistas realicen dobles versiones de sus temas, en inglés y castellano, o se adapten a las exigencias de avezados productores de colmillo afilado, teóricamente capaces de acomodar el exuberante sonido hispano a los gustos, más moderados, del consumidor anglosajón medio. Algunos veteranos del negocio creen que esta oleada ganadora tiene cierto parecido a lo que ocurrió en la década de los 60 con la bossa nova, un ritmo brasileño que conquistó el mundo gracias a que primero se había hecho muy popular en EEUU. Hay elementos comunes en ambas propuestas ganadoras, sin duda, como la importancia del ritmo, y la novedad de unos patrones muy poco escuchados antes en estos territorios. Pero también hay una diferencia fundamental. Esta vez no ha hecho falta que un nuevo Frank Sinatra haya entonado una versión en inglés de ningún hit rompedor del exótico estilo, como sucedió entonces con La Chica de Ipanema. Ahora son los artistas anglos quienes se esfuerzan por cantar en castellano, como ha hecho el canadiense Drake junto a Bad Bunny en Mía, uno de los temas más recientes del rapero puertorriqueño.
Las giras estadounidenses de Maluma
Por eso, a pesar de que aún hay una clara mayoría de público hispano en los shows de figuras emblemáticas de la nueva música latina, la diversidad étnica es cada vez mayor. Los expertos de Pollstar consideran como el mejor ejemplo de este proceso de crecimiento imparable las giras realizadas en EEUU por el polémico cantante y compositor colombiano José Luis Londoño Arias, también conocido como Maluma, en los últimos tres años, hasta llegar a F.A.M.E., su tour más reciente. A lo largo de esos 36 meses, el autor de Felices los cuatro ha ido aumentando el aforo de los locales en los que actuaba y los ingresos medios de sus shows, que a estas alturas han alcanzado ya la respetable cifra de 583.813 dólares (511.525 euros). Un proceso en el que ha conseguido colgar el cartel de entradas agotadas en recintos como el Madison Square Garden de Nueva York, donde recaudó 1,24 millones de dólares (1,08 millones de euros), el American Square Arena de Miami, donde ingresó 1,07 millones de dólares (937.510 euros), o las dos noches consecutivas en el Forum de Inglewood, en California, que le aportaron 2,31 millones de dólares (2,02 millones de euros), siempre según los datos de Pollstar. Y por el mismo camino transitan los conciertos, individuales o conjuntos, de otros aspirantes al trono hispano como J. Balvin, Cardi B, o Becky G, por citar sólo algunos.
Y, en paralelo con las carreras triunfales de los nuevos ases de la canción, los mercados latinos tradicionales también gozan de buena salud. Un caso paradigmático es el de la música de raíz mexicana como los estilos norteños o las rancheras y los corridos, cuya influencia se concentra en los estados fronterizos del sur de EEUU, pero que empieza a funcionar también en otros puntos del territorio estadounidense. Aquí, de momento, hablamos sólo de recintos de tipo medio, con capacidades situadas entre 5.000 y 10.000 personas y con precios medios de entrada que se mueven alrededor de los 50 dólares (43,8 euros). Eventos muy lucrativos que proporcionan a sus promotores recaudaciones más que respetables que oscilan entre 250.000 dólares y 500.000 dólares (219.045 euros y 438.000 euros). Y aquí no hablamos sólo de artistas clásicos del género como Flaco Jiménez o los Tigres del Norte. Hay poderosas bandas jóvenes como Legado 7, y otras agrupaciones que se mueven en el entorno del sello Rancho Humilde. El Smoke Out Tour, la última gira conjunta de los artistas punteros de esta promotora, en la que también intervienen otras bandas como El de la Guitarra, Los Hijos de García, Arsenal Efectivo y Fuerza Regida, es una de las giras más exitosas del año y ya está a un paso de asomarse a los grandes estadios.
Y, desde luego, los grandes baladistas románticos, los cantautores clásicos y las estrellas veteranas también mantienen su poder de convocatoria. En algunos casos, como el de Jennifer López, sin ir más lejos, beneficiándose también del impulso de la sangre fresca. Pero a muchos de los llenaestadios tradicionales de esta comunidad ni siquiera les hace falta esta inyección de juventud. Y, probablemente, tampoco estén demasiado preocupados por atraer al público anglosajón, al fin y al cabo. Total, ¿para qué?… Un buen ejemplo de este fenómeno es el éxito imparable del renacido Luis Miguel, un bolerista clásico impulsado ahora por su reciente biografía producida por Netflix. El divo mexicano ha convertido su última gira estadounidense en la séptima más rentable del primer semestre de este año, según Pollstar, con llenazos en todas las ciudades y recaudaciones medias por concierto de 1,813 millones de dólares (1,588 millones de euros). Y eso, a pesar de que el precio de las entradas superaba los 100 dólares (87.6 euros). Unas cifras muy parecidas a las de Romeo Santos, otro divo latino en plena forma, que ha logrado situar su tour en el noveno lugar de la lista. No está nada mal, desde luego. Y más si se tiene en cuenta que el resto de los componentes de esta reducida nómina de ganadores son artistas angloparlantes de dimensión mundial como Justin Timberlake, cuyo tour fue el más rentable en el periodo analizado. Y junto a él, Luis Miguel y Romeo Santos, estaban unos tales Phil Collins, Kenny Chesney, Metallica, Bruce Springsteen, Kendrick Lamar y Bon Jovi. Y una tal Pink. Ya les digo, ahí es nada.