Rafael Alba (ALN).- AEG, promotora del macrofestival Coachella en California, demandada por obligar a los artistas a firmar cláusulas contractuales abusivas. Live Nation, acusada de utilizar Ticketmaster, su plataforma de venta de entradas on line, para perjudicar a los rivales.
En los últimos 30 días, Live Nation, la gran multinacional de los conciertos en directo, ha vivido un verdadero calvario en Wall Street. El precio de las acciones ha caído más de 13% en este periodo, hasta situarse bajo la línea de resistencia de los 40 dólares (32,40 euros), después de haber empezado el año al alza y haber coqueteado sin descanso con los 50 dólares (40,51 euros) durante bastante sesiones. Pero, en cuestión de días, la empresa presidida por Michael Rapino ha dejado de ser un título indispensable en las carteras de los gestores de fondos que apuestan por los negocios de alto rendimiento, sin que, por el momento, aparezcan en el horizonte síntomas de una posible mejora de las expectativas a medio plazo que pueda servir para revertir la situación. Todo por culpa de unos cuantos artículos de prensa, en especial uno publicado por el prestigioso The New York Times, y de una demanda interpuesta contra esta poderosa firma californiana, por su más encarnizada rival, AEG, otra macropromotora estadounidense que, por cierto, tiene también sus propios problemas, como veremos luego.
El asunto que ha provocado el anuncio de una investigación de los hombres de la Comisión Antimonopolio del Departamento de Justicia de EEUU (DOJ, por sus siglas en inglés) se relaciona con el presunto uso indebido que Live Nation haría habitualmente de su potencia de fuego para impulsar el negocio de su filial Ticketmaster, la mayor plataforma mundial de venta de entradas on line. Cuando todavía con Barack Obama en la Presidencia, el DOJ aprobó esa operación de compra, la alianza ya suscitaba muchas dudas, porque aumentaba, quizá en exceso, el poder de la compañía de Rapino.
¿Conexiones de Live Nation con el Partido Demócrata?
Hasta hubo quien insinuó que la buena relación entre el político demócrata y determinadas estrellas del pop había tenido que ver con esa controvertida resolución. Sucede que, además de promotora de conciertos, Live Nation es la mayor empresa de management del mundo, con una amplísima cartera de artistas que incluye a multivendedores como U2, Madonna, Jay Z, Milley Cyrus, y unos cuantos más, en todo el mundo. Cerca de 500 en total. Según AEG, Live Nation obligaría a los locales y recintos donde se celebran conciertos a elegir a Ticketmaster como empresa de venta anticipada. Más que nada porque quien no lo haga puede verse perjudicado quizá si quiere contar alguna vez en sus carteles con determinadas estrellas de esas cuyas carreras se relacionan con Michael Rapino y su conglomerado empresarial.
Pero, como decíamos al principio de este artículo, también AEG, y Paul Tollet, su principal ejecutivo, han salido en los periódicos en los últimos días. Acusados, por cierto, de algunas prácticas que son, como mínimo, poco éticas, y en las que también usarían su poder para obstaculizar a la competencia. En este caso, el objeto de la polémica, sería el macrofestival Coachella, quizá el evento musical más importante del mundo en la actualidad. El pasado 9 de abril, Soul’d Out Productions, una promotora de Portland, demandó a la compañía de Tollet por obligar a los artistas que participan en Coachella a firmar contratos que incluyen una cláusula que les obliga a no tocar ni dos meses y medio antes, ni dos meses y medio después del festival californiano, en ninguna localización que se encuentre a menos de 1.300 millas (2.092,47 kilómetros) de distancia del recinto del festival. Es decir que si Coachella se celebrara en Madrid, un artista que hubiera participado en el evento no podría tocar en ninguna otra ciudad española. Ni tampoco en otras capitales europeas importantes como París o Roma, entre otras.
En los últimos 30 días, Live Nation, la gran multinacional de los conciertos en directo, ha vivido un verdadero calvario en Wall Street. El precio de las acciones ha caído más de 13% en este periodo
En los últimos días, la demanda contra AEG se ha visto reforzada por las explosivas declaraciones de la rapera Cardi B al programa Hip Hop Nation de la radio on line Xirius XM. Según ella, para la mayor parte de los artistas actuar en Coachella supone admitir unas cuantiosas pérdidas de dinero. Aunque, desde otro punto de vista, dada la repercusión mundial del evento, tal vez se trate más bien de una potente inversión promocional. Según Cardi, Coachella le paga 70.000 dólares (56.715 euros) por actuación, en total 140.000 dólares (113.432 euros), porque va a tocar dos días. Pero no se hace cargo de ningún gasto relacionado, ni con la banda o los asistentes de la artista, ni, y esto es lo peor, con los costes del montaje del escenario que ascienden a 300.000 dólares (243.068 euros) por concierto. O sea que Cardi tendrá unas pérdidas de 460.000 dólares (372.704 euros) derivadas de su participación en el macrofestival. Pero no puede quejarse porque se trata de un acuerdo rubricado por su manager y aprobado inicialmente por ella que, por lo visto, no estaba al tanto de todos los detalles.
Coachella, un gran dinamizador ecónomico
Pero hay otras formas de contar esta misma historia. Y dejan en mejor lugar a las grandes promotoras de conciertos. El impacto económico benefactor de los macrofestivales como Coachella (o en España el FIB de Benicassim o el Primavera Sound de Barcelona) en sus áreas territoriales de influencia está fuera de toda discusión. En sus 19 años de historia, la gran cita musical hipster por excelencia, ahora cuestionada, ha supuesto una revitalización total de esa franja del estado de California, cercana a Palm Springs, situada a unas dos horas de Los Ángeles en coche, bordeada de desiertos y en la que se encuentra el mítico Joshua Tree. Un árbol con sitio propio en la mitología de la música pop del siglo XX gracias a los esfuerzos del rockero estadounidense Gram Parsons y a la banda irlandesa U2.
Antes de que Paul Tollet y AEG aparecieran por allí, aquello era una suerte de imitación de Las Vegas. Un centro de casinos y vacaciones, casi de segunda división. En estas dos décadas, el lugar ha cambiado sustancialmente. Se ha convertido en un área residencial favorita de los grandes magnates de la industria de la música global. Aquí tienen casa, por ejemplo, figuras tan señaladas como Lucian Grainge, el gran jefe del Universal Music Group, o Scooter Braun, manager de Justin Bieber y Kanye West, entre otros. Además, Spike Edney y Chris Haynes, dos viejos zorros del negocio, han construido allí el complejo Pink Satellite. Un moderno estudio de grabación, cuyos promotores describen como una suerte de nuevo Abbey Road (las míticas instalaciones londinenses en las que The Beatles hicieron sus mejores discos), mezclado con Mad Max. Un lugar que empieza a ser referencia habitual en los créditos de las últimas canciones multivendedoras de las estrellas estadounidenses.
Aunque quizá la zona más beneficiada por este proceso de gentrificación acelerada sea el área de casinos que rodea al complejo de Agua Caliente, gestionado por ejecutivos cercanos a los consejos tribales de los indios nativos americanos. Unos grupos empresariales que gestionan locales de juego en todo el país y obtienen unos ingresos anuales cercanos a los 31.200 millones de dólares (25.279,1 millones de euros). Estas corporaciones se han subido también a la ola de los beneficios derivados de la actual pujanza de la industria musical y han impulsado The Show, un auditorio con capacidad para sólo 2.200 personas, en el que se ofrecen conciertos íntimos de estrellas habituales de los grandes estadios. Eso sí, las entradas alcanzan cifras astronómicas. Por aquí han pasado en los últimos años Billy Joel, Sting, Dolly Parton, Van Morrison, Duran Duran y Luis Miguel, por ejemplo.
Así que Tollet, Coachella y, desde otro punto de vista, Live Nation tienen sus detractores, por supuesto, pero también un número creciente de partidarios. Redes de intereses creados en muchos sectores, desde el turístico al inmobiliario, sin olvidarnos de las poderosas industrias de la moda y los cosméticos, donde no han sentado nada bien las noticias sobre las investigaciones de los hombres de negro de la Comisión Antimonopolio. Estos asuntos nunca quedan bien en la prensa. Incluso si al final no pasa nada. Tampoco suelen ser del agrado de los gestores de fondos y otros inversores, un personal siempre dispuesto a buscar lugares tranquilos donde sembrar su dinero para sentarse a contemplar cómo crecen las rentabilidades y los beneficios. Así que permanezcan atentos a sus pantallas, porque la partida sólo acaba de empezar. Nosotros, por nuestra parte, les seguiremos informando.