Rafael Alba (ALN).- Pedro Sánchez intenta compensar a las activistas de su partido con el nombramiento de la jueza Pilar Llop como presidenta del Senado. Las feministas clásicas rechazan algunas tendencias modernas, como el movimiento Queer, muy implantado en Podemos, que quiere superar la división entre géneros.
No se equivoquen. Si ustedes creen que el movimiento feminista español es un grupo unido de mujeres de izquierda que ha logrado imponer su agenda y sus reivindicaciones a las formaciones políticas en las que se integran se van a equivocar seguro. O por lo menos, esa es la opinión que nos transmiten algunas destacadas activistas veteranas de las luchas por la liberación de la mujer, situadas en la órbita socialista, que se muestran bastante pesimistas estos días. Sí es cierto que el movimiento vive su momento de máxima visibilidad en los últimos tiempos, que tras las dos manifestaciones masivas que culminaron las huelgas feministas convocadas en los dos últimos 9 de marzo, ya saben el Día Internacional de la Mujer Trabajadora en todo el mundo, se multiplican los gestos de apoyo, las declaraciones bienintencionadas, y a los líderes políticos españoles se les llena la boca con grandes palabras en las que declaran su absoluto compromiso con el asunto. Pero, a la hora de la verdad algo falla.
O eso piensan ahora algunas militantes del PSOE muy significativas que no disimulan en privado su enfado con Pedro Sánchez y la facilidad con la que el presidente en funciones ha utilizado las competencias de Igualdad, ahora en poder de la vicepresidenta en funciones Carmen Calvo, y sus dotaciones presupuestarias, como moneda de cambio con Pablo Iglesias en las negociaciones para concretar ese ansiado gobierno de coalición progresista que, finalmente, permitirá a Podemos tener una vicepresidencia y tres o cuatro ministerios. Y, desde el principio, el secretario general del PSOE tuvo claro que si tenía que renunciar a alguna cartera, la correspondiente a los asuntos de género podía ser la primera en caer. Un puesto en el que, al parecer, Iglesias quiere colocar a Irene Montero, su pareja, la madre de sus hijos y la número dos de su partido, porque, al menos en opinión de las socialistas airadas, ofrece visibilidad, proyección y presencia en los medios. Y no se trata de que Montero no lo pueda hacer bien. Sino del ninguneo que supone para las activistas del PSOE, que siempre apoyaron a Sánchez, quedarse fuera de la foto.
No es un problema menor. El enfado de las feministas con sus líderes masculinos puede tener muchas consecuencias poco deseables en el contexto político actual. Y si no que se lo digan a Íñigo Errejón y a Más País, cuyo relativo fracaso en las últimas elecciones generales quizá tenga que ver mucho más de lo que parece con la deserción de la líder feminista Clara Serra, poco antes de que se iniciara la campaña. Se dijo que esta activista histórica, que cuando estaba en Podemos consiguió varias veces ser la dirigente madrileña más votada del partido morado en un par de primarias, se había ido por las diferencias que mantenía con los jerifaltes de su partido sobre la conveniencia o no de presentar una candidatura en Barcelona. Pero ese no fue, al parecer el único motivo, también pesó en su ánimo la idea de que, una vez más, tanto a ella como a las reivindicaciones que siempre ha defendido se les concedía una importancia secundaria. Y por ahí no estaba dispuesta a pasar.
Íñigo Errejón y Clara Serra
No sabemos cuántos votos le costó al partido de Errejón en Madrid la deserción de Clara Serra, pero sí esperaban sacar un mínimo de tres diputados en esta circunscripción y han tenido que conformarse con dos. Y no es que Sánchez se vaya a quedar de repente sin el apoyo de sus “chicas”. Pero estas empiezan a estar cansadas de que se las siga tratando como floreros. No basta con que Nadia Calviño, una mujer de gran valía según la opinión más generalizada, vaya a ser la auténtica número dos del nuevo gobierno. Ella sólo está allí, según creen las feministas, para aplacar la furia de los empresarios y los poderes financieros. Es el seguro contra las posibles veleidades de Podemos en temas sensibles para los lobbies económicos. Pero no va a defender la agenda feminista. Ni mucho menos. Y no es que esté mal que haya mujeres en puestos de responsabilidad o que se visibilice al género femenino por medio del lenguaje inclusivo o la reivindicación de artistas, científicas o deportistas que hasta ahora se movían en la zona oscura del escenario.
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Eso, que puede ser necesario, no es suficiente. Ni fundamental, ni prioritario. De ahí que las socialistas más comprometidas con el feminismo no estén nada contentas con el premio de consolación que les ha ofrecido Sánchez. Viene a ser más de lo mismo. Marketing y visibilidad, pero sin contenido. O eso creen ellas. Aun así, no tienen más remedio que felicitarse por la decisión del PSOE de presentar como candidata a la presidencia del Senado a la jueza Pilar Llop, una magistrada con potente currículum, especializada en asuntos de violencia de género, que se inició en la política como diputada de la Asamblea de Madrid en 2015. Con esta elección que apoyaron algunos otros grupos porque los socialistas no tienen ya mayoría en la Cámara Alta, el líder del PSOE intenta sacar pecho, y renovar la imagen de presidente feminista que ha cultivado con tanto mimo desde que llegó a la Moncloa tras ganar la moción de censura que terminó con la carrera política de Mariano Rajoy y diseñó el primer gobierno de la historia de España con más mujeres que hombres.
Sin embargo, tanta superficialidad en las decisiones y el exceso de trabajo promocional sin correlación con los verdaderos objetivos políticos ya cansan. Sánchez parece haberse olvidado además de que sólo gracias a la presión que sobre las políticas de género ha realizado en los últimos tiempos la ultraderecha, en general, y Vox, en particular, se mantiene de cara a la galería una imagen homogénea de un movimiento en el que la división y las diferencias de criterio tienen hoy más fuerza que nunca. O casi. Entre las feministas clásicas y las jóvenes, o las socialistas y las podemitas, o las militantes de las opciones más ligadas al movimiento LGTBI hay muchas polémicas y bastante enfrentamiento. Y la figura de Irene Montero, muy sesgada hacia ciertas posiciones, no congrega a su alrededor la unanimidad necesaria. La número dos de Podemos no une a las feministas, como haría alguien con el prestigio y la solvencia de la exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. Más bien las divide.
Políticas de género y presupuesto
El hecho de que en Podemos se hayan decantado por tomar posiciones cercanas a movimientos de nuevo cuño, como el Queer, una tendencia importada de EEUU, también molesta. Y los enfrentamientos entre partidarias y detractoras de esta etiqueta y lo que supone han subido de tono en los últimos tiempos. Ha habido hasta un intenso cruce de tribunas a favor y en contra de estas nuevas opciones en medios de comunicación afines a esta comunidad. Como Eldiario.es, por ejemplo, donde las lectoras y los lectores interesadas e interesados pueden encontrar mucha y buena literatura sobre este particular. Simplificando mucho, podríamos resumir la polémica explicando que los partidarios del movimiento Queer abogan por una superación de los géneros. Por considerar las opciones sexuales casi como una elección personal. Y esa idea que se apoya en parte en postulados neoliberales y conservadores que ponen los intereses del individuo por encima de los del conjunto de la sociedad, choca con la perspectiva de género, porque en ella se consideran dos colectivos diferenciados: el opresor y el oprimido.
Un concepto, este último, más marxista si se nos perdona el exceso de brocha gorda que quizá tenga este trazo. Y por tanto más acorde con las posiciones clásicas de izquierda. Aunque estas diferencias, entre culturales y generacionales, no son lo peor. Lo peor quizá sea la escasez de los presupuestos disponibles y la dirección en la que se aplica la inversión pública en políticas de género. Es cierto que si las chicas de Podemos se hacen con la chequera puede haber nuevas incorporaciones al reparto. Y la distribución de recursos escasos siempre acarrea la aparición de vencedores y vencidos. Además, hay muchos asuntos urgentes que no se arreglan con campañas de promoción ni lazos violetas. Mujeres que sufren violencias y discriminaciones y necesitan ayuda sobre el terreno. Psicológica, sanitaria, legal y financiera. Casos concretos que no pueden esperar a que se produzcan los cambios en las leyes que demanda la nueva realidad social. Por eso, y por la influencia del resto de las administraciones públicas en el asunto, muchas feministas prefieren alcanzar acuerdos transversales e incluir el máximo de sensibilidades políticas en la pelea, antes de buscar la rentabilización en las urnas y el debate público de las diferencias.
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Sin contar con otro problema histórico que, en este caso, sí afecta a todas las feministas con independencia del partido en el que militen. Por un lado estaría el hecho de que el machismo no es un problema que únicamente se genere entre los hombres conservadores y decantados hacia opciones políticas de derechas. También lo hay, y mucho, en la izquierda. Y se manifiesta con toda su violencia añadida habitual, el acoso y las brechas salariales. Y, además, la agenda feminista siempre se ve postergada. La lucha por la igualdad de género nunca parece ser urgente. Siempre parece haber reivindicaciones más importantes que toman la delantera. Y si no que se lo digan, por ejemplo, a las feministas integradas en formaciones de la izquierda nacionalista, o del independentismo catalán. También hay allí activistas que empiezan a estar hartas y abogan por dejar a un lado algunas reivindicaciones simbólicas, como las peticiones de autodeterminación, para apoyar políticas que pongan remedio a los problemas más urgentes que tienen las mujeres. Y lo curioso es que, en este caso, ese malestar tal vez beneficie a Pedro Sánchez. Porque algunas figuras relevantes de ERC, comprometidas con la liberación de la mujer, presionan para que se facilite su investidura. Ya se ve que nunca llueve a gusto de todos.