Juan Carlos Zapata (ALN).- Con el paquetazo, Nicolás Maduro apunta ahora al corazón de lo que queda de propiedad privada. De los que quedan en resistencia. De los que no querían irse de Venezuela y ahora lo piensan. De los que ya comienzan a decir: bueno, sólo falta entregarles la empresa, y aquí está. Maduro apunta, también, hacia aquellos que quieran quedarse junto a él, los cuales, a su vez, no tienen garantía alguna, porque les puede pasar lo del empresario boliburgués Ricardo Fernández Barrueco con Chávez. Expropiado y preso.
Había corrido la versión en altos círculos políticos y económicos de que el gobierno de Nicolás Maduro cada vez soltaba amarras del poder cubano. Que la dirigencia chavista era más independiente. Que las “fantásticas” ideas de los últimos años e inclusive la represión son producto de la imaginación y la crueldad local. La especie fue esparcida por algunos presidentes y expresidentes de la región latinoamericana y Europa con acceso a La Habana y al Palacio de Miraflores. Y esa especie puso a dudar a empresarios y políticos que a su vez se reunían y se reúnen con los exmandatarios. Ahora la tortilla da la vuelta. O vuelve al punto de partida. Al momento en que, como decía el finado Luis Miquilena, mentor electoral de Hugo Chávez, Fidel Castro le sorbió los sesos a aquel. Estamos hablando de 1999. De una noche de 1999 en la que, en La Habana, Miquilena dejó a Chávez y a Castro solos. Para que hablaran. Cuando se reencontraron, ya Chávez era otro. O tal vez el mismo, pero reforzado, sólo que Miquilena no se había percatado de ello.
Ahora estamos en el punto del paquetazo de Nicolás Maduro. Han transcurrido dos décadas. Cuando Maduro llega al poder, llega con el apoyo decisivo de ese poder cubano. Un poder que había medido al hombre. Al hombre aparato. Que bien monitoreado, alcanza los niveles de crueldad, desparpajo, resistencia, hipocresía y hasta indiferencia, claves no sólo para sobrevivir sino para imponerse. Un hombre de admiración expresa hacia el castro-comunismo desde la adolescencia. Un hombre que en abril de 2002, cuando Chávez se quiere ir a Cuba, echado del gobierno, piensa, nada más y nada menos, que el comandante los había traicionado, y por ello, Maduro huye, huye con la que ahora es su mujer, Cilia Flores. Si Maduro pensaba en la traición de Chávez, ¿a cuánto estaba dispuesto en aquellos días de abril que Caracas se levanta contra el régimen? ¿Dispuesto a la represión? ¿Dispuesto a matar? Ya entonces era posible observar al hombre cruel que ha sido después.
Hugo Chávez echó a Gustavo Cisneros de Venezuela. Y pisoteó a Marcel Granier estatizando el canal de televisión, RCTV. Mencionamos estos dos emblemáticos. Chávez también obligó a Juan Carlos Escotet a buscar otras rutas, como Galicia, Panamá, Estados Unidos, después de haberlo defendido de la furia de Diosdado Cabello. Chávez echó a un grupo de boliburgueses y encarceló a otros. Maduro echó a Miguel Ángel Capriles, que vendió la Cadena Capriles al madurismo. Y acaba de intervenir Banesco, el banco de Escotet, y ni siquiera atiende a Escotet, llegando al punto de instruir la ruptura de cualquier puente con el único banquero multimillonario que ha tenido Venezuela. Es la furia de Cabello en acción. Maduro echó a Andrés Mata, logrando que afectos del régimen se quedaran con El Universal. Chávez enfrentó a Lorenzo Mendoza y al Grupo Polar, pero Maduro los está echando. Maduro empujó al Grupo Mercantil a dividir operaciones, las de Venezuela, y las de Estados Unidos (Leer más: Un banco venezolano marca la pauta de cómo escapar del riesgo Maduro). Maduro los está echando a todos. Echó al exZar de PDVSA, Rafael Ramírez. Y encarceló a un boliburgués emblemático: Diego Salazar.
En dos episodios represivos, 2014 y 2017, Maduro demostró por qué fue el candidato del poder cubano y el elegido de Chávez. Con varias sentencias del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) confirmó que podía romper el hilo constitucional, dispuesto a no soltar el poder. Un poder más cerrado con la Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Un poder que somete a los aliados internos. A los adversarios internos. A la Fuerza Armada. Al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). A Maduro se le dijo en el IV Congreso del PSUV: Disponga usted, Presidente.
Con el paquetazo, Maduro apunta ahora al corazón de lo que queda de propiedad privada. De los que quedan en resistencia. De los que no querían irse y ahora lo piensan. De los que ya comienzan a decir: bueno, sólo falta entregarles la empresa, y aquí está. Maduro apunta hacia los bancos. Que ya tiene a Banesco en sus manos y no lo soltará, según coinciden los banqueros. Maduro apunta, también, hacia aquellos que quieran quedarse junto a él, los cuales, a su vez, no tienen garantía alguna, porque les puede pasar lo del empresario boliburgués Ricardo Fernández Barrueco con Chávez. Expropiado y preso.
El paquetazo de Maduro está acompañado de esa actitud ante el éxodo. El uso del éxodo como arma contra Colombia, Perú, Brasil, Ecuador. En el Gobierno dicen que no hay tal éxodo extraordinario. La vicepresidenta, Delcy Rodríguez, dice que es “normal”, aunque sabe que no lo es. Porque lo impulsan para generar más problemas en la región. La actitud hacia el éxodo es la del desprecio hacia el que se va. Y es el desprecio hacia la opinión pública. Y es la manipulación propagandística del éxodo mostrando lo que no es: que hay venezolanos que quieren regresar (Leer más: Por qué Nicolás Maduro desprecia el éxodo venezolano).
Venezuela es un botín
El fallecido expresidente Rómulo Betancourt señalaba que con los Castro en Cuba nació el terrorismo. El secuestro de aviones. La invasión guerrillera. El Che Guevara. Matar a un policía. El espionaje. La infiltración. El intento de controlar un gobierno como el de Salvador Allende en Chile. En Venezuela, se aplica un terrorismo interior. Hacia la empresa. Hacia la dirigencia política. Hacia la disidencia. Hacia lo que no calce en la estructura y el movimiento hegemónico. Que no encaje en ese estado de dominación, tal como ha definido el jefe de los jesuitas, Arturo Sosa, al proceso chavista. Lo aplicaron los Castro en Cuba, llevando gente al paredón y a campos de concentración, y expulsándola del país. Hoy en Venezuela hay otras formas de llevar al paredón. Recordemos a Chávez enfilando contra la jueza María Lourdes Afiuni, contra el excandidato presidencial Manuel Rosales, contra su examigo y compadre, general Raúl Baduel. Y esta conducta, recordemos a Maduro señalando que él superaría la represión del dictador turco Recep Tayyip Erdogan después de aquella intentona golpista de 2016. Y de Maduro son los presos políticos en la siniestra cárcel de El Helicoide. Y son los muertos y heridos en la calle. Y son los ejecutivos de Chevron presos, y los ejecutivos de Banesco presos, y los empleados de una farmacia o un supermercado presos. Es el terror interno. Son décadas de laboratorio. De políticas y medidas probadas. Son décadas de estudio, conociendo la dirigencia. Estudiando la dirigencia. Con decir que el poder cubano llegó, con la excepción de Betancourt que lo combatió hasta el último aliento, a encandilar a presidentes, expresidentes, estadistas, escritores, premios Nobel de literatura, periodistas, empresarios, banqueros.
No era difícil sorberle los sesos a Hugo Chávez. No es difícil controlar al régimen de Maduro. Monitorear a Maduro. Celebrar a Maduro. Encumbrar a Maduro. Y este que posee las dosis necesarias del ejemplar totalitario, se monta en la operación. Recordemos al Maduro canciller, aprendiz y mandadero, arengando a los militares paraguayos cuando se deponía al presidente Fernando Lugo. Recordemos al Maduro defendiendo la reelección indefinida de Hugo Chávez, la que hoy quiere Daniel Ortega en Managua, la que los Castro han gozado en Cuba, la que desea Evo Morales en Bolivia, a la aspiraban Rafael Correa en Ecuador y los Kirchner en Argentina.
Venezuela es un botín. El botín con el que soñaron los Castro y Betancourt siempre les negó. Chávez se los entregó. Y Maduro termina el trabajo. El paquetazo es parte del esquema del poder. La Habana, Caracas, Managua. Que ahora provocará el otro éxodo. El del capital. Que ya hay empresarios que no saben qué hacer. Ni siquiera atinan a cómo sacar las cuentas. De algo están seguros: que el chavismo, que Maduro, que Diosdado Cabello, los empujan a escapar. A marcharse. A decirle adiós a Venezuela.