Pedro Benítez (ALN).- Por presión externa y realidad interna hoy en Venezuela están planteados dos escenarios. Siguiendo el ejemplo de dos extintos regímenes comunistas en 1989: Una transición pactada como en Polonia o un colapso como en Rumania. Vladimir Putin influye en Maduro con el fin de que logre el entendimiento y la normalización de las relaciones con la oposición venezolana para estabilizarse. Pero puede que ya no haya nada que desde la oposición se pueda hacer en ese sentido.
El desplome del campo socialista en Europa Oriental entre 1989 y 1991 ocurrió fundamentalmente por razones internas. La economía y la corrupción de los funcionarios fueron su talón de Aquiles. La presión por parte de Estados Unidos y sus aliados fue muy importante, pero tal y como admitieron entonces (y ahora) los estrategas del Pentágono y la CIA las colas para comprar pan hicieron más por socavar el poder soviético que la amenaza nuclear.
En palabras del exembajador en Venezuela y exsubsecretario de Estado de la Administración de George W. Bush, Otto Reich: “Durante muchos años nadie predijo cómo iba a terminar la Unión Soviética (…) pero todos sabíamos que era una institución podrida por dentro”.
Ahora que de cara al próximo 10 de enero la presión internacional contra la permanencia en el poder de Nicolás Maduro por parte de gobiernos como los de Estados Unidos, Brasil, Colombia, Argentina y Chile se va a redoblar será importante tener en cuenta esa lección de la historia. Porque después de todo el principal problema para Maduro es que no puede revertir el caos en el que ha hundido a Venezuela, así como Miguel Díaz-Canel tampoco puede, por cierto, acabar con la aguda escasez de pan en La Habana que reapareció a fines del año pasado.
Los dos tienen el mismo problema porque sus respectivos predecesores decidieron navegar en el mismo barco. La debacle de la industria petrolera venezolana está arrastrando fatalmente a Cuba, de la misma manera como ocurrió con la caída de la URSS en 1991. Una situación como esta se la temía Raúl Castro desde 2013.
La única carta que le va quedando a Maduro la enseñó en la “entrevista” difundida el primer día del año por los medios oficiales venezolanos, con el periodista español Ignacio Ramonet, donde expresa su “disposición de diálogo con sectores de la oposición”.
#LoDijo | Pdte. @NicolasMaduro «voy a trabajar porque en Venezuela, en el año 2019, haya un diálogo político fructífero, que permita reconstruir la oposición política que el país necesita para tener tranquilidad y paz» pic.twitter.com/GjAY4jgBwZ
— Prensa Presidencial (@PresidencialVen) 1 de enero de 2019
Con una oposición dividida, con numerosos dirigentes en la cárcel o el exilio y con los principales partidos políticos inhabilitados, el heredero de Hugo Chávez luce a primera vista dentro de Venezuela como el vencedor absoluto. A costa, sí, de la destrucción de la economía, de la diáspora de más de cuatro millones de venezolanos y del quiebre por medio del hambre y la violencia de casi todos los resortes de resistencia por parte de la sociedad civil.
Y sin embargo, Maduro pide (y necesita) un nuevo proceso de diálogo para conseguir estabilidad. ¿La razón? Hay varias, pero hay una de mucho peso: es lo que le pide Vladimir Putin, su principal valedor internacional. La presión no sólo es de los adversarios externos, también es de los “aliados”.
A raíz de su reciente viaje a Moscú (hace exactamente un mes) Maduro no consiguió más apoyo económico del que ya le ha dado su homólogo ruso. En cambio, obtuvo el gesto dado por la presencia de dos aviones de la fuerza aérea de esa potencia en territorio venezolano y una sugerencia que entre líneas recoge la declaración oficial del Gobierno ruso sobre el encuentro: “Apoyamos sus esfuerzos dirigidos a lograr el entendimiento mutuo en la sociedad y todas sus acciones encaminadas a la normalización de las relaciones con la oposición”, tal como dijo Putin en el encuentro, según recoge RT.
En ese momento no estaba planteado por parte del Gobierno chavista (al menos públicamente) ningún proceso de entendimiento con la oposición venezolana. ¿Quién le planteó el tema a quién en esa reunión en Moscú?
Una pista la podemos encontrar en otra reunión que poco más de un año antes tuvo el señor del Kremlin con el presidente sirio Bashar al-Ásad, en un balneario del Mar Negro. En esa cita, al tiempo que Putin anunciaba el fin de las operaciones militares, manifestaba la necesidad de establecer un diálogo entre el régimen sirio y su oposición. Sin otra alternativa, Al-Asad ha tenido que aceptar la condición de su protector.
Para Nicolás Maduro y Rusia la guerra ya comenzó en Venezuela
La lógica de Putin hacia Maduro no es muy distinta. Como buen pragmático sabe que un régimen político no se puede sostener indefinida y exclusivamente por la fuerza y en medio del caos. Por otro lado, a Rusia le es muy difícil asistir militar y económicamente a un país como Venezuela por mucho tiempo, por lo tanto el autócrata ruso aplica el adagio según el cual “ayúdate, que yo te ayudare”.
Su consejo para Maduro es que si quiere estabilizarse tiene que llegar a algún tipo de acuerdo con la oposición que le sirva para bajar la presión externa y poner en orden la casa.
Los dos escenarios
El problema es que probablemente esto ya no sea ni posible ni suficiente. Un proceso de diálogo entre Gobierno y oposición en Venezuela debe tener un objeto, de lo contrario no tiene sentido. Eso implicaría una negociación que desde el punto de vista de la oposición tiene un solo fin: un acuerdo político para la realización de un proceso electoral libre que permita la salida de Maduro del poder pacíficamente. Después de todo este es el deseo de la mayoría de los venezolanos.
Maduro pide (y necesita) un nuevo proceso de diálogo para conseguir estabilidad. ¿La razón? Hay varias, pero hay una de mucho peso: es lo que le pide Vladimir Putin, su principal valedor internacional. La presión no sólo es de los adversarios externos, también es de los “aliados”
Evidentemente este no es el deseo de Maduro. Él pretende un nuevo proceso de diálogo para conseguir estabilidad. Sin embargo, esto es algo que la oposición (aunque quisiera) no le puede dar.
Sí el día de mañana la Asamblea Nacional (AN) de mayoría opositora y sus principales dirigentes reconocieran la legitimad del mandato de Maduro hasta enero de 2025 (que es lo que él desea) y le aprobaran el financiamiento externo que pide, no se resolvería ninguno de los problemas económicos de Venezuela.
Maduro necesita desmontar todo el entramado chavista en la economía y la sociedad para revertir la debacle nacional. Por el contrario, lo que ha hecho desde la instalación de su cuestionada Asamblea Nacional Constituyente (ANC) en agosto de 2017 le bloquea la posibilidad de dar ese drástico cambio. Pareciera que se ha amarrado las manos con sus propios radicales.
De modo que en Venezuela, por la presión externa y la realidad interna, están planteados hoy dos escenarios. Siguiendo el ejemplo de los regímenes comunistas de Europa Oriental podríamos hablar de una salida a la polaca y otra a la rumana.
En 1989 el dictador de Polonia, el general Wojciech Jaruzelski, negoció con el sindicato Solidaridad de Lech Wałęsa unas elecciones que terminaron por sacar del poder al régimen comunista. Esa fue una transición pactada. Dado el extraordinario desempeño económico de Polonia desde entonces ese pareciera ser el camino ideal para que Venezuela deje atrás la era chavista.
Pero hay otro ejemplo, de otro Estado comunista, donde ocurrió exactamente lo contrario. En Rumania, donde la dura política de Nicolae Ceaușescu que sometió a la población en los años 80 a drásticos recortes en el consumo de alimentos, vestido, agua corriente y energía eléctrica, derivó en una revuelta popular en 1989 y en la pérdida del apoyo por parte del Ejército al dictador.
Unos meses antes el líder soviético Mijaíl Gorbachov le había aconsejado a Ceaușescu que abandonara el poder; no le hizo caso y eso le costó la vida. Así que, al contrario del caso polaco, el régimen comunista rumano acabó por colapso.
En Venezuela las actuales condiciones del país y su propio pasado político hacen más probable el escenario rumano. A excepción de la democracia representativa que dominó en el país durante los 40 años previos a la llegada de Chávez al poder (y le dio paso a este pacíficamente) todos los demás regímenes políticos terminaron por colapso. Un dato a tener en cuenta.
10 de Enero: La advertencia que lanzó Raúl Castro desde Cuba
Por supuesto que el escenario que Maduro espera se repita es el de la Cuba posterior al Periodo Especial (1991-1999). Durante casi una década la vida cotidiana de los cubanos retrocedió al siglo XIX (y en determinadas situaciones a la Edad de Piedra) pero Fidel Castro sobrevivió en el poder. Su gran salvador fue Hugo Chávez y el jugoso subsidio petrolero venezolano a partir de 1999. En este punto la pregunta que cabe hacerse es: ¿Dónde está el Chávez que Maduro necesita? Mientras esa pregunta espera respuesta Raúl Castro se prepara para lo peor.