Rafael Alba (ALN).- Los ingresos procedentes del streaming alimentan el crecimiento de un negocio que desacelera un poco su espectacular ritmo de crecimiento. Los expertos confían en que el mercado alcance el 50% de las dimensiones que tenía antes de la crisis en los próximos dos años.
Se acerca el fin de año y llega el momento de hacer balance en todos los sectores económicos. También en el maravilloso mundo de la industria discográfica global de la que solemos ocuparnos aquí. Un negocio que aumenta de tamaño en los últimos tiempos y que, en su vertiente tradicional, que se refiere a la explotación de música grabada, parece a punto de recobrar las dimensiones que tenía en la plenitud de su edad dorada, esa maravillosa época anterior al inicio de su declive, cuando la venta de discos era un negocio espectacular. Justo antes de la debacle y de ese proceso de adelgazamiento forzoso y cambio obligado de fuentes de ingresos que terminó, o empezó a remitir, hace poco menos de un lustro. Pero esas historias de terror ya forman parte del pasado. Y ya no asustan a nadie. Según el promedio de las estimaciones, en 2020, quizá las discográficas vuelvan a obtener unos ingresos totales de 25.000 millones de dólares (21.867,1 millones de euros), que eran los que llegó a tener en su mejor momento.
Las cifras no han dejado de mejorar. Todo gracias a la nueva gasolina que alimenta los motores de la maquinaria. Esa inesperada fuente de riqueza que supuso el descubrimiento de los yacimientos de dinero escondidos en los algoritmos de las plataformas de streaming. En Spotify, Apple Music y, sí, también YouTube
Claro que esa recuperación sería sólo nominal. Si ajustamos la cifra en términos reales, es decir considerando el impacto de la inflación acumulada sobre las cantidades y actualizando la capacidad de poder de compra, esa suma supondría ahora sólo un 50% de lo que representó entonces. Y, como seguramente saben muy bien los lectores de esta columna, no parece fácil que el sector vuelva a ser tan rentable como fue. Por eso, las discográficas han mutado y buscan ingresos en otras áreas, desde las actuaciones en directo al merchandising, para obtener fuentes de crecimiento alternativo. Pero, mientras las orugas de hoy se convierten en las mariposas del mañana, las cifras no han dejado de mejorar. Todo gracias a la nueva gasolina que alimenta los motores de la maquinaria. Esa inesperada fuente de riqueza que supuso el descubrimiento de los yacimientos de dinero escondidos en los algoritmos de las plataformas de streaming. En Spotify, Apple Music y, sí, también YouTube, que, con o sin diferencias de criterio sobre la escasa remuneración por click que paga, sigue siendo el lugar favorito de los internautas para disfrutar de su música preferida. Y sin olvidarnos tampoco por supuesto de sus competidoras, más pequeñas pero también interesantes, como Deezer, Tidal o Pandora.
Ya saben: los acuerdos derivados del uso del repertorio y los beneficios extraídos a golpe de click han sido vitales para la recuperación del negocio, han apuntalado su crecimiento y quizá, sólo quizá, van camino de convertirse en una fuente fundamental de ingresos, sumamente adictiva, sin la que, al menos en principio, podría llegar a ser imposible la subsistencia de todo el sector. ¿Una apreciación catastrofista? Puede que sí o puede que no. Los datos son los datos y desde el momento, ya lejano, en que los ingresos derivados del streaming y el comercio digital superaron a los procedentes de la venta de unidades físicas, sobre todo esos CD en peligro de extinción, la tendencia inicial se ha consolidado por completo. Ahora, los ingresos procedentes de las plataformas suponen cerca del 51% del total. Y, si se tiene en cuenta el cambio en los hábitos de consumo que han introducido los smartphones en las rutinas cotidianas de los aficionados de la música, esa cuota está destinada a crecer todavía más a medio y largo plazo. O eso piensan los que saben.
La pelea por los mercados emergentes
Así es. Y, además, se trata de la única partida en la que parece detectarse un patrón de crecimiento constante y sostenible, aunque este año podría haberse desacelerado el ritmo de aumento, a la par que los principales mercados, EEUU y Europa, empiezan a experimentar síntomas de fatiga y madurez. Pero hay muchas posibilidades disponibles todavía y nuevos filones que descubrir en mercados relativamente poco explotados como el asiático o el latinoamericano. Aunque, justo aquí, en territorios casi vírgenes como India, podría desarrollarse un episodio de enfrentamiento entre las majors del disco y Spotify que quizá dibujen el escenario bélico del futuro, porque las majors empiezan a pensar en crear sus propias plataformas y se disponen a subir sustancialmente el precio de los acuerdos de licencia y a entrar en una segmentación de las tarifas, en función del peso de los territorios. Unos movimientos que, de producirse, tendrán sin duda una respuesta contundente por parte de sus actuales aliadas.
Los datos son los datos y desde el momento, ya lejano, en que los ingresos derivados del streaming y el comercio digital superaron a los procedentes de la venta de unidades físicas, sobre todo esos CD en peligro de extinción, la tendencia inicial se ha consolidado por completo
Vayamos a lo concreto. Tras la explosión de júbilo de 2017, el ejercicio en el que el negocio global de la comercialización de música grabada experimentó un crecimiento del 9% y los ingresos derivados del streaming que obtuvieron las discográficas aumentaron un espectacular 41%, todo parece indicar que la fiesta continúa, aunque la barra libre empieza a decaer. Por el momento, nos toca movernos en el siempre resbaladizo territorio de las previsiones. Falta un par de semanas para que las compañías del sector cierren el año y este periodo navideño es muy importante a la hora de cuadrar las cuentas. Aunque quizá no sea así por mucho tiempo. Desde que las ventas físicas de CD decayeron y, a pesar de la recuperación del mercado del formato vinilo, las cifras conseguidas en esta campaña tienen menos peso en el cómputo general. Pero de las primeras estimaciones disponibles, se pueden sacar algunas conclusiones claras. Porque todavía no se ha disipado el interés del sector financiero por el negocio y los bancos de inversión y las consultoras especializadas han acudido puntuales a su cita y contamos ya con unos cuantos informes.
De entre todos ellos, quizá el más seguido y respetado por todos los agentes que intervienen en el negocio sea el de la consultora especializada MDIA, en cuyas filas milita Mark Mulligan, uno de los grandes gurús de la industria musical global. Mulligan, a quien nuestros lectores ya conocen, es el responsable, entre otros aciertos, de hacer una primera aproximación del volumen de otro posible mercado emergente: el que constituyen ya los artistas independientes sin contrato discográfico que usan los agregadores digitales como intermediarios para colocar su música directamente en las plataformas de streaming. Una pequeña porción del negocio que sigue al alza y que en 2018 habría batido nuevos records al sumar unos ingresos totales de 643 millones de dólares (562,42 millones de euros), un 35% más que el año anterior, lo que le habría permitido incrementar su cuota de mercado desde el 2,7% del año pasado al 3,5% de este año. Guarismos reducidos todavía, pero que ya empiezan a ser respetables y merecen ser tenidos en cuenta, más allá de la simple cita a pie de página de una supuesta derivada de la persistencia del romanticismo y las inquietudes artísticas, más o menos puras, en un negocio que cada vez tiene que ver menos con la calidad de los productos y más con el impacto social que estos son capaces de conseguir.
Las estrategias de Sony, Warner y Universal
Por cierto, que estos buenos números también incluyen una aportación de las ventas de unidades físicas, porque estos artistas aún son capaces de vender sus vinilos y sus CD directamente al consumidor que acude a las actuaciones en directo. Unas ganancias en las que se prescinde de la intermediación de los sellos y que van directamente al bolsillo del músico, el grupo o el cantante en cuestión. Resulta, por lo visto, que los fans son muy sensibles a adquirir las grabaciones de sus músicos favoritos a pie de escenario. Más aún si el propio artista monta guardia en su tenderete de merchandising una vez terminada la función. Así que según MDIA, este pequeño segmento del mercado aún va a crecer mucho en los próximos ejercicios. Aunque, como ya hemos contado aquí en otra de nuestras columnas, las majors están atentas al fenómeno y ya disponen de sus propios agregadores gratuitos para hacerse con una parte del negocio. Algo parecido a lo que pasa con las nuevas relaciones establecidas por Sony, Universal y Warner con las grandes discográficas independientes a quienes ofrecen servicios de distribución. Una estrategia ganadora que les habría permitido quedarse con el 22,4% de los ingresos conseguidos por su competencia en 2017.
En estos tiempos de cambio, la necesidad de mutación parece constante y las consecuencias de la falta de anticipación son perfectamente conocidas por quienes las han sufrido ya con gran intensidad y dureza. Así que toca controlar cuanto antes esa tendencia a depender demasiado del maná del streaming
Pero, vamos a entrar por fin en las grandes cifras. En opinión de Mark Mulligan y su equipo, en 2018 el volumen total de ingresos derivados del negocio global de la música grabada ascenderá a 18.900 millones de dólares (16.531,5 millones de euros), lo que supone un 8,2% de aumento con respecto a las cifras del año anterior. Una tarta que se reparten de un modo muy desigual las tres grandes majors con el 69% de la cuota de mercado, las discográficas independientes con el 27,5% y los artistas sin contrato con ese 3,5% que mencionábamos antes. El 51% de la suma total habría venido directamente desde las plataformas de streaming, que aportaron 9.600 millones de dólares (8.396,9 millones de euros). Curiosamente, la cifra de aumento habría rondado los 2.200 millones de dólares (19.243 millones de euros), prácticamente la misma que se registró en el ejercicio anterior. Pero, evidentemente, el porcentaje de incremento sería menor ahora. Sólo un 29% más, en lugar del 41% de 2011.
Sin embargo, quizá el lado más oscuro de esta lluvia de previsiones que cae sobre nosotros, es el consenso general de los analistas sobre el crecimiento de las cifras de beneficios anuales de las empresas del sector. Los tiempos de los dos dígitos aún están lejos. Se espera que las majors ganen un 7% más que el año pasado, las independientes un 6%. Un poco por debajo de la media de las compañías cotizadas que se situará por encima del 10%. Una diferencia desfavorable que no es suficiente todavía para encender las alarmas en un sector que sigue de moda, pero que empieza a pesar en las decisiones estratégicas de sus ejecutivos. Es obvio que, contra lo que muchos pensaban, el proceso de reinvención de la industria aún no ha llegado a su fin. En estos tiempos de cambio, la necesidad de mutación parece constante y las consecuencias de la falta de anticipación son perfectamente conocidas por quienes las han sufrido ya con gran intensidad y dureza. Así que toca controlar cuanto antes esa tendencia a depender demasiado del maná del streaming. Antes de que la adicción sea demasiado intensa.