Pedro Benítez (ALN).- Ni política, ni estrategia. Las democracias más importantes del continente americano han condenado la deriva dictatorial de Nicolás Maduro. Han desconocido la instalación de su Asamblea Nacional Constituyente y su reelección del 20 de mayo pasado. Pero no han podido evitar que siga en el poder. Están ante el mismo dilema que por años ha tenido la oposición venezolana al chavismo: ¿Cómo enfrentar pacíficamente a un régimen que está dispuesto a permanecer en el poder a cualquier precio?
Luis Almagro, secretario seneral de la Organización de Estados Americanos (OEA), primero deja abierta la opción de una intervención militar para desalojar a Nicolás Maduro del poder y poco después se desdice. Francisco Santos, embajador de Colombia en Washington y exvicepresidente del gobierno de Álvaro Uribe, afirma que en el caso de Venezuela “todas las opciones deben estar sobre la mesa”. El presidente de ese país, Iván Duque, confirma el rechazo a la opción militar adelantado en declaraciones exclusivas a ALnavío.
Eso pese a que pocos días antes Colombia (junto con Canadá y Guyana) no suscribiera la más reciente declaración del Grupo de Lima donde negaba la posibilidad de alguna intervención armada en Venezuela. En cambio, los representantes de los gobiernos de Chile y Argentina, presididos por Sebastián Piñera y Mauricio Macri respectivamente, duros críticos del régimen de Nicolás Maduro, sí lo hicieron. Curiosamente el de Panamá retiró su firma de esa declaración.
El Grupo de Lima, creado para hacer seguimiento y buscar salidas a la crisis venezolana, no ha logrado concretar una política que vaya más allá de las declaraciones
Por su lado el gobierno de Michel Temer, en Brasil, otro abierto crítico del gobierno de Caracas, que ya había asomado la posibilidad de militarizar la frontera con Venezuela, envía al ministro de la Defensa, Joaquín Silva, a reunirse con su par venezolano, Vladimir Padrino López. Además, la gobernadora del estado de Roraima (fronterizo con Venezuela), Suely Campos (del mismo partido político de Temer), se reúne con Maduro en el Palacio de Miraflores para tratar sobre el flujo migratorio de venezolanos y el contrato de suministro eléctrico de Venezuela.
¿Qué nos indica todo esto? Que las democracias de América no saben qué hacer con el régimen de Nicolás Maduro.
El Grupo de Lima, instancia creada en agosto de 2017 por 17 países del continente (incluidos los citados arriba) para hacer seguimiento y buscar salidas a la crisis venezolana, no ha logrado concretar una política que vaya más allá de las declaraciones.
Sanciones comerciales implicarían agravar la ola migratoria de venezolanos. Retiro de embajadores sería aislar más a un gobierno que puede aprovechar eso para radicalizarse. La opción militar es impensable para los gobiernos latinoamericanos. Aceptar la normalización de una nueva dictadura en América es sentar un precedente nefasto y peligroso para el resto del siglo XXI.
En resumen, ante un Nicolás Maduro que no se comporta como un jefe de Estado convencional todas las opciones parecen ser malas. Impone cosas dentro de Venezuela que ninguno de sus homólogos latinoamericanos soñaría hacer en sus respectivos países.
Esa es la razón por la cual todos envían mensajes distintos y contradictorios, como el caso de Colombia, afectada directamente por la crisis venezolana.
¿Qué hacer? Una pregunta sin respuesta
Lo cierto es que las democracias de América empiezan el proceso de aprendizaje por el cual ha pasado la oposición venezolana. ¿Cómo actuar en el marco del Estado de derecho con un régimen que no respeta el Estado de derecho?
De cara a la elección presidencial de 2006, que terminaría siendo la tercera victoria en fila del expresidente Hugo Chávez, un sector de la oposición se propuso emprender la ruta electoral para intentar derrotarlo. Con el predecesor de Maduro en la cumbre de su poder aquello lucía como una tarea casi imposible.
Pero en menos de un año los opositores consiguieron un triunfo electoral increíble al derrotar la propuesta de enmienda electoral del año 2007. Sin embargo, poco después se presentó el primer inconveniente de esa estrategia cuando por medio del control que ejercía en el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), la Asamblea Nacional (AN) y el Consejo Nacional Electoral (CNE), Chávez desconoció el mandato de la consulta e impuso su voluntad.
La opción militar es impensable para los gobiernos latinoamericanos. Aceptar la normalización de una nueva dictadura en América es sentar un precedente nefasto
Desde entonces ha sido una constante. Cada triunfo electoral opositor ha sido desconocido por medio de argucias legales respaldadas en última instancia por el crudo y desnudo poder de la fuerza.
En abril de 2013, en ocasión del estrecho y cuestionado resultado electoral donde oficialmente Maduro se impuso al candidato de la coalición opositora Henrique Capriles, este impugnó ante las instancias correspondientes la elección.
Esta impugnación fue rápidamente desestimada. Aunque desconoció el proceso, Capriles se negó a usar las movilizaciones de calle como mecanismo de presión política.
Con todos los medios de coacción (formales e informales) en manos del oficialismo, la oposición venezolana no ha podido hacer respetar la democracia. Hoy, ante las arbitrariedades y la deriva dictatorial de Maduro, la comunidad democrática internacional tampoco.
Esto incluye a la Administración de Donald Trump. Su “política” hacia la crisis venezolana no parece ser muy distinta a la asumida por su antecesor Barack Obama en sus casi ocho años en la Casa Blanca: esperar que el régimen chavista se cocine en su propia salsa.
Sin embargo, eso que más que una política era una actitud, tuvo un inesperado giro cuando Obama vio la oportunidad de negociar con Raúl Castro a partir de junio de 2013 de manera secreta.
Todos los caminos pasan por La Habana
Para Obama, Cuba, Venezuela y el proceso de paz en Colombia con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) eran tres aristas del mismo problema. Es probable que tuviera razón.
Al desmovilizar militarmente a las FARC se anulaba a un aliado del régimen chavista. Un aliado que -hoy lo sabemos- Chávez venía apoyado subrepticiamente desde que llegó al poder en 1999 con la deliberada intención de socavar la democracia colombiana.
Que las FARC dejaran las armas pasaba por La Habana. El Gobierno demócrata de Estados Unidos sabía eso y esa fue la razón por la cual apoyó ese proceso de paz.
La “política” de Trump hacia la crisis venezolana no parece ser muy distinta a la asumida por su antecesor Barack Obama: esperar que el régimen chavista se cocine en su propia salsa
Por otra parte, al empezar a negociar formal y abiertamente con los cubanos desde diciembre de 2014 Obama le ofrecía al régimen castrista la zanahoria de eventualmente normalizar las relaciones comerciales, lo que le permitía pensar seriamente en prescindir del vital, aunque volátil, subsidio de petróleo venezolano. Cuba ya había pasado por eso en 1991, cuando se le esfumó el apoyo de la URSS, mucho más poderosa que Venezuela.
De modo que con la mira puesta en la inevitable transición política generacional dentro de la isla para Raúl Castro esto le caía como anillo al dedo.
El resultado de ese proceso no era otro que el de dejar sin aliados internacionales a Maduro. A partir de 2015 (en su último año como presidente) Obama comenzó la política de aplicar sanciones personales contra ciertos jerarcas chavistas claves.
Un trato para los hermanos Castro y otro muy distinto a los herederos de Hugo Chávez. Esa era la estrategia que Obama fue construyendo muy al final de su mandato hacia Maduro. Dejarlo sin la reina, afiles y caballos.
Por coincidencia una serie de gobiernos aliados del chavismo fueron reemplazos en el mismo periodo en Suramérica. Argentina, Brasil y Ecuador cambiaron de bando. En Chile y Perú subieron al poder duros críticos del chavismo.
No obstante, todo esto cambió inesperadamente con la victoria de Donald Trump en noviembre de 2016. El controversial presidente republicano ha sido mucho más duro en su retórica contra Maduro que Obama. Ha sido el primer jefe de Estado en advertir públicamente que en la crisis venezolana todas las opciones estaban abiertas, incluyendo la militar. Ha aplicado más sanciones que su antecesor en el cargo. Pero no ha pasado de allí.
Ni siquiera ha dado (seguramente por razones internas) el drástico paso de suspender la compra de petróleo venezolano. Ni siquiera ha promovido un embargo internacional de armas. Además, ha dejado en los demás países americanos el protagonismo de la presión diplomática sobre Caracas. En resumen, Trump deshizo la estrategia de Obama sin reemplazarla por otra. Hasta ahora.
Por su parte, sin posibilidades a la vista de que se suavice el embargo comercial de EEUU, a Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel no les queda otra opción que aferrarse a Maduro. Harán todo lo que esté en sus manos para que no caiga. Ellos sí tienen una estrategia clara.
Lo que nos recuerda que si de diálogos o negociaciones se trata en el caso del régimen de Maduro todos los caminos pasan primero por La Habana.