Pedro Benítez (ALN).- La verdadera debilidad estratégica del régimen de Maduro es su dependencia económica de Estados Unidos. A diferencia de Cuba, Venezuela todavía tiene hoy una estrecha relación financiera y petrolera con el gigante del norte. En el alto gobierno hay plena conciencia de que entrar en default es cortar de tajo las fuentes de financiamiento y crédito que mantienen en pie la estructura política del régimen.
Desde que ejerce el poder, el presidente Nicolás Maduro se ha empeñado en continuar la senda de su predecesor en el cargo desafiando la ciencia económica.
Ha violentado la autonomía del Banco Central de Venezuela (BCV) aumentando el circulante brutalmente; funcionarios y asesores de su gobierno, como el señor Alfredo Serrano Mancilla, llegaron a declarar que la economía venezolana era la prueba de que la inflación no tenía un origen monetario; así que se podía seguir imprimiendo dinero sin respaldo en la producción y la productividad sin que eso tuviera consecutivas funestas.
Desde 2011 el Estado venezolano viene acumulando déficits fiscales por encima de 15% del PIB nacional sin hacer ningún tipo de ajuste. Por medio del control de cambios se ha permitido una absurda sobrevaluación del bolívar; se han impuesto irracionales leyes sobre “precios y ganancias justas” y expropiado empresas privadas con el propósito de “mandar sobre la economía”.
Para cualquier estudioso de la economía Venezuela es un caso fascinante, aunque con consecuencias humanas dramáticas.
Pero hay una realidad en la cual la Administración de Maduro sí se ha detenido: el pago de la deuda externa. Esto no ha dejado de llamar la atención, puesto que el régimen es parte de esa izquierda radical latinoamericana anticapitalista, que desde los años 80 del siglo pasado ha denunciado el servicio de la deuda externa como un mecanismo de expoliación del capitalismo mundial sobre los pueblos pobres del sur.
El principal mercado de financiamiento del socialismo del siglo XXI, que tanta admiración ha manifestado por Noam Chomsky, ha sido Wall Street
Sin embargo, tanto el expresidente Hugo Chávez como su sucesor y heredero político no dejaron nunca de cumplir fielmente las obligaciones contraídas con los acreedores extranjeros (casi la totalidad de la deuda venezolana fue contraída bajo Chávez), incluso al precio de someter a la carestía generalizada a los venezolanos. Una actitud que esa misma izquierda jamás le hubiese perdonado a ningún otro gobierno.
Sin embargo, resulta ser que el chavismo-madurismo no es tan anticapitalista como aparenta. Tienes sus límites. El principal mercado de financiamiento del socialismo del siglo XXI, que tanta admiración ha manifestado por Noam Chomsky, ha sido Wall Street. De hecho, la mayoría de la deuda venezolana está contratada según las leyes del estado de Nueva York.
Súmese a lo anterior que el principal comprador del petróleo venezolano ha sido y sigue siendo el parque industrial y automotor estadounidense. Podría decirse incluso que el mejor amigo del expresidente Hugo Chávez fue su colega George W. Bush, pues a principios de 2003 el comandante-presidente venezolano estaba en su peor momento de popularidad, con la economía en recesión y con graves problemas políticos. Entonces aconteció la invasión angloamericana a Irak, dos millones de barriles de petróleo salieron de golpe del mercado mundial y comenzó el mayor y más extendido boom de precios de los hidrocarburos de la economía moderna.
Esa circunstancia salvó al régimen de Chávez y explica su prolongación en el tiempo. Alguien llegó a decir a manera de ilustración que los aviones norteamericanos que bombardeaban Bagdad operaban con gasolina refinada del petróleo venezolano. Aunque eso no fuera rigurosamente exacto, lo cierto es que al mismo tiempo que el líder suramericano denunciaba el imperialismo de Washington, financiaba su ambicioso proyecto político (y por ese medio a la Cuba castrista) con dólares del odiado imperio.
Pese a que en varias ocasiones el presidente Chávez aseguró que vendería la empresa refinadora y comercializadora de gasolina Citgo Petroleum Corporation, filial de Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA) que opera en territorio norteamericano, no llegó a cumplir con ese propósito. Citgo garantiza el mercado de los crudos venezolano en ese país.
Pero no sólo eso, además hubo en el mismo periodo (2003-2012) un auge de importaciones venezolanas… de Estados Unidos. E igualmente, muchos venezolanos aprovecharon esos buenos años para adquirir propiedades y depositar divisas fuertes en bancos de ese país, entre ellos gran cantidad de funcionarios y asociados al régimen chavista. Incluso las hijas del expresidente llegaron a difundir imágenes con sus compras en la 5ta Avenida de Nueva York, como cualquier entusiasta turista. En enero de 2017 el Gobierno venezolano donó, por medio de Citgo, 500.000 dólares al comité organizador de la toma de posesión del presidente Donald Trump.
Una relación de amor-odio con el “imperio”
En realidad ha sido una relación de amor-odio del chavismo con el “imperio” del norte. A diferencia de Cuba que gracias al embargo comercial decretado por la Administración Eisenhower en 1960, y a la estrecha alianza que estableció con la Unión Soviética, rompió todos sus vínculos con su vecino del norte, Venezuela todavía tiene hoy una relación de estrecha dependencia económica con Estados Unidos, que las casi dos décadas de dominio chavista no consiguieron reducir.
Ese sigue siendo su principal cliente de exportación de petróleo, que en contraste con China, por ejemplo, paga a buen precio y a tiempo los embarques de crudo, y también es su principal acreedor. Pocos países latinoamericanos tienen una relación económica tan estrecha con Estados Unidos. Esa es la verdadera debilidad estratégica del régimen de Maduro.
Las Administraciones Clinton, Bush y Obama optaron por ignorar los desplantes tercermundistas de Chávez, considerándolo un estorbo menor. Pero desde 2014 esa paciencia estratégica se empezó a terminar y acercándose el final de su mandato Barack Obama empezó a aplicar las primeras sanciones contra funcionarios venezolanos que ahora con Donald Trump se han intensificado.
En el alto gobierno hay plena conciencia de que entrar en default es cortar de tajo las fuentes de financiamiento y crédito que mantienen en pie la estructura política del régimen
Más allá de informaciones periodísticas según las cuales un 30% de los bonos de la deuda pública externa venezolana, bien sea de la República o de PDVSA, están en manos de funcionarios o testaferros vinculados al chavismo, que han invertido allí las ganancias obtenidas de sus conexiones corruptas con el régimen -siendo este uno de los motivos por los cuales Maduro sigue pagando fielmente el servicio de la deuda-, lo que parece cierto es que dentro del alto gobierno hay plena conciencia de que entrar en default es cortar de tajo las fuentes de financiamiento y crédito que mantienen en pie la estructura política del régimen.
Por ejemplo, los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) son unas ambiciosas estructuras políticas dirigidas por el partido oficial que distribuyen bolsas de alimentos subsidiados (las venden a un cuarto de dólar) en todo el país. En una situación de carestía generalizada y con algo más de la población en situación de hambre (según informes como los de Cáritas Venezuela) los CLAP han resultado tremendamente efectivos como mecanismos de control político y social, tal como se acaba de demostrar en las recientes elecciones de gobernadores.
No obstante, los alimentos que distribuyen los CLAP son importados, en su mayoría de México. Si Venezuela entre en default y con ello ocurre un bloqueo financiero al país, a continuación vendría una catástrofe humana, mucho peor de la que padece el país hoy, afectando directamente a una parte de la estructura de control del régimen.
Pero ese es sólo un aspecto del problema, porque la estructura chavista-madurista la sostiene además una red de intereses corruptos (funcionarios militares en su mayoría, esto es clave) que reciben dólares preferenciales a 10 bolívares cuando el cambio en negro se cotiza en 45.000 bolívares, controlan las importaciones de comida y otros sectores estratégicos, y sus patrimonios personales se verían directamente afectados por esta situación.
Así, todo indica que Maduro sabe que un bloqueo financiero es la auténtica soga al cuello que todos los días le aprieta un poco más.
Esto es consecuencia de su propia ineptitud en el manejo de las cuentas públicas nacionales, de la debacle de la estatal industria petrolera, de la destrucción del aparato productivo del país que ha llevado a una situación en la cual Venezuela, a diferencia de Argentina y Colombia, no puede alimentar a su propia población. Las sanciones económicas a funcionarios del Gobierno madurista sólo le han complicado el margen de maniobra.
Todo esto lo saben en Washington y es a lo que apuestan en la Administración republicana: apretar a Maduro hasta obligarlo a negociar.