Juan Carlos Zapata (ALN).- Sabemos que el Coronel tiene 75 años. Pero la edad no la conoceremos sino hasta el final de la novela. Nunca sabremos su nombre. Pero podemos llamarlo Escalona. Tal vez esté pidiendo a gritos, llámenme Escalona, pues Gabriel García Márquez explica en sus memorias que en la medida que le daba forma al personaje, pensaba en el papá de su amigo, el vallenatero, Rafael Escalona, que también era coronel.
De lo que sí estamos seguros es que la historia arranca en octubre de 1956. Por este año, podemos afirmar que nació en 1881. ¿Y por qué es octubre de 1956? Por el titular sobre la nacionalización del canal de Suez que el coronel Escalona lee en los periódicos que trae el correo para el médico. Gerard Martin en la biografía sobre Gabo dice que la novela tiene como trasfondo la crisis de Suez. Pero es más que eso. Suez no es en la novela un adorno. Es el evento clave que permite calcular todo lo demás.
La nacionalización del canal se produce el 26 de julio de 1956, y como es octubre, el coronel lee con atraso la noticia. Y qué importa si se trata de la pista crucial. Gabriel García Márquez aproxima un doble propósito: Por un lado, se hacía eco de un hecho que involucraba a Inglaterra, Israel y Francia, en conflicto con Egipto. La noticia ha debido estar en todas las primeras planas de los diarios. Y ha debido estar en los comentarios de los cafés de París. Así que el otro propósito es que García Márquez, que vivía en París, que escribió la novela en la buhardilla de un hotel pobre de París, que la terminó en 1957, y remató en Caracas en 1958, establece con estos hechos noticia, el año y mes en que vive el coronel Escalona.
Cuando se desata más tarde, en octubre, la llamada guerra del Sinaí, como consecuencia de la nacionalización, García Márquez está terminando la primera versión de la novela. La realidad tangible establece aquí la realidad del mundo paralelo. De ese escenario que según todas las pistas es el pueblo de Sucre, aunque nunca, tampoco, se le identifique. Pero en Sucre también es octubre de 1956.
El coronel Escalona y su mujer son pobres. García Márquez lo era, entonces. La lluvia de octubre le malograba el cuerpo. Como a Gabo el frío en la buhardilla. La mujer hace magia por multiplicar los panes y en ese tiempo, hasta Gabo y sus amigos reciclan los huesos para hacerse otra sopa. Rebusca en los potes de basura. Vende botellas. Vive en la miseria. Está endeudado con los dueños del hotel. Pero saldrá adelante. El coronel no tiene quien le escriba es su segunda novela. Dicen los críticos que una novela maestra, como El viejo y el mar de su admirado maestro, Ernest Hemingway.
Otra ha debido ser la suerte del coronel Escalona. La novela termina cuando anuncia que lo siguiente que comerán es mierda. Pero no. En una obra maestra hay escapes. Y yo me inclino más bien a pensar que el coronel Escalona también lo tiene. Que en enero ganará el gallo. Ese gallo no puede perder. El gallo que le dejó Agustín ganará todas las pelas con las que obtendrá dinero y pagará las deudas. De paso, el correo traerá la carta, la que ha esperado por lustros. La pareja hará un viaje por el Caribe en abril. Y más tarde irán a París, y se hospedarán en el hotel de Flandres en la rue Cujas, y saldarán la deuda que un modesto periodista colombiano, instalado en la buhardilla, le debe a los dueños del hotel, mientras ha creado al coronel, a su mujer y al gallo. El gallo saldrá victorioso a pesar de que Gabo pensó alguna vez otro final para el animal: retorcerle el cuello y echarlo en la olla.
“El coronel no leyó los titulares. Hizo un esfuerzo para reaccionar contra su estómago. ‘Desde que hay censura los periódicos no hablan sino de Europa’, dijo. “Lo mejor será que los europeos se vengan para acá y que nosotros nos vayamos para Europa. Así sabrá todo el mundo lo que pasa en su respectivo país”.
Ese es el año de angustias de Gabo. Él también ha esperado cartas en su París del frío y el hambre. Y ha sabido de su abuelo que esperaba la carta de los veteranos de la guerra de los Mil Días. Es el año de tensiones en Europa y el Medio Oriente. Y el de las angustias del Coronel por esa carta que no llega. “El coronel no tiene quien le escriba”, le dirá en su cara el encargado del correo.
Establecido el 1956, se puede afirmar que el coronel Escalona lleva 40 años de casado. Así lo indica, por un lado, la edad de los zapatos que estrenó el día del matrimonio y que más nunca se puso hasta aquel octubre de la espera infinita. Por el otro, también queda expreso que llevan 40 de vida en común. Entonces, es posible señalar que el Coronel y la mujer se casaron en 1916. Y 6 años después, en 1922, nace Agustín, al que los enemigos políticos matan cuando andaba en los 33 años. En las memorias, Gabo afirma que en Colombia siempre se encuentra un motivo para matar. Al hijo lo matan por distribuir hojas, propaganda, clandestinas. El coronel revela que han transcurrido 10 años de estar en eso, enviando y recibiendo escritos políticos prohibidos. Este dato remite al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, 1948, y más allá y más acá, a ese periodo de la violencia que tanto inquietó a Gabo.
De las páginas más hermosas en la novela, y las que dan pie a que el lector imagine otras de igual naturaleza -por lo cual la historia se puede seguir escribiendo en la mente- son aquellas que tienen que ver con la espera en el muelle, con el coronel aguardando el arribo de la lancha del correo, con el coronel con la vista puesta en el saco del correo, y pensando en la suya, con el coronel observando los movimientos del agente de correo, y luego siguiéndolo por las calles, sin perderle la pista, hasta la oficina, donde sigue esperando a que se haga el milagro, viendo la distribución de las cartas en las casillas, viendo que el médico recibe su paquete, viendo que lo ven, y él haciéndose el indiferente, y mintiendo, cuando incluso el médico pregunta si no hay algo para el coronel. “No esperaba nada”, dice. “Yo no tengo quien me escriba”. En la película, Arturo Ripstein le agrega otra frase: Sólo pasaba por aquí. He contado hasta 15 pasos desde que el coronel Escalona observa desde el almacén del sirio Moisés el movimiento en el muelle. “La última fue la lancha del correo. El coronel la vio atracar con angustiosa desazón”. Luego todo sucede de manera rápida, comenzando por el trabajo de la intuición que busca y ubica el saco del correo. Allá está, arriba, en el techo. Esta secuencia es puro cine.
El Coronel tenía 41 años cuando tuvo el hijo, el único, el que perdió, y el que le dejó el gallo, un grupo de amigos, una hipoteca a punto de vencerse, y un recuerdo, una hermosa postal de la vez que fueron a ver un espectáculo y los tres, el hijo, la mujer y el coronel, lo vieron bajo la lluvia, resguardados por un paraguas que previamente lo había ganado ella en una “tómbola política destinada a recolectar fondos para el partido del coronel”. Agustín tenía 8 años y el coronel estaba por cumplir 50. Era 1930.
He contado hasta 88 “peros” en la novela. Casi uno por página. En algunas, hasta tres. Lo que debería ser un estorbo en la lectura por la repetición, no se nota. Gabo no intenta sustituir ninguno de los pero por un sin embargo o un no obstante. La intención es ir al grano, ser directo, como un golpe, sin elegancia, o sin artificios. Ese es el resultado de la obra maestra.
Números y nombres
El coronel Escalona alcanza ese rango muy joven. A los 20 años. Lo dice el abogado que lleva la causa de la pensión. Este dato es importante. Significa que en 1901, un año antes, octubre de 1902, de la firma del tratado de Neerlandia, el Coronel ya es coronel. Y no sólo eso, por mandato del coronel Aureliano Buendía, es el tesorero de la circunscripción de Macondo. Queda entendido que el Coronel abandonó Macondo en 1906, decepcionado.
Se lee en la novela: “Necesitó medio siglo para darse cuenta de que no había tenido un minuto de sosiego después de la rendición de Neerlandia”. A veces García Márquez puede parecer impreciso al redondear tiempos y periodos. Como este de medio siglo. Ha podido decir, más de medio siglo, o 54 años. O como esta otra: que el coronel Escalona llevaba casi 60 años de espera para que el gobierno cumpliera las promesas de las indemnizaciones a 200 oficiales de la revolución. Aquí la diferencia vuelve a ser de varios años, 6 en total. Es una manera de estirar los tiempos con el fin de extender la angustia. Al principio de la novela, la referencia es más precisa: Durante 56 años -“desde cuando terminó la última guerra civil- el coronel no había hecho nada distinto de esperar”. Si nos ubicamos en octubre de 1902, la fecha del tratado de Neerlandia, el Coronel viviera en 1958. Pero sabemos que es 1956, y por ello es que la noticia de Suez cobra importancia.
Es después de que se nos revela la primera incursión al muelle, que el Coronel regresa a casa y lee los diarios que le ha prestado el médico. Los lee a conciencia. Lee los avisos. Lee cada página. Sigue un orden. No hay noticias sobre los pensionados. Es más, desde hace cinco años no informan “nada” sobre el tema. Hay censura. Pero entonces, allí está el dato fundamental. Para decir verdad, ya lo había leído frente al médico y con seguridad lo volvió a leer en presencia de la mujer. “Arriba, a cuatro columnas una crónica sobre la nacionalización del canal de Suez”. Más adelante, cuando vuelve a esperar el correo, esta vez frente al consultorio del médico, se sugiere que ya comenzó la guerra. Es el médico quien le informa: “Todavía el problema de Suez… El occidente pierde terreno”.
Lleva 15 años esperando la carta. Pero la espera es más larga, pues se afirma que primero aguardó 10 a que se cumplieran las promesas del tratado. O que habían pasado 19 desde que el Congreso promulgó la Ley para las pensiones de los veteranos. Corría 1937. Luego vino un proceso de justificación que se extendió por 8 años. Ya estamos en 1945. Y 6 años para que fuera incluido en el escalafón. O sea, en 1951. A esta fecha se remonta la última vez que le fue enviada una carta. Pero no la carta que esperaba todavía en octubre y noviembre de 1956, en aquel octubre de lluvia y con el estómago estropeado, y con la vista puesta en enero, cuando debía pelear el gallo de Agustín. Como la carta no llegaba, fue a revocarle el poder que 20 años atrás le había entregado al abogado.
De pronto puede confundirse esta fecha. Cuando la mujer dice que el 12 de agosto de 1949 fue incluido en el escalafón y no en 1951 como arrojan las matemáticas del tiempo. Pero tal vez sea un despiste del personaje. Y se entiende. Está enferma. Tiene asma. Ha sufrido fiebres. No le gusta el gallo. Quiere deshacerse del gallo. Es una mujer pobre y angustiada. Piensa en Agustín. Además, cuando le señala la fecha al marido, ante una pregunta de este, ella está rezando y “no interrumpe la oración para pensar”. El despiste entonces tal vez sea porque no se pueden mezclar las cosas de Dios con las de los hombres. Por otra parte, la última vez que la mujer había ido al cine fue en 1931. Nada más y nada menos que 25 años antes.
Queda, por último, el número del expediente. No hay señales de que sea un número cabalístico. Seguro le sonó a Gabo como le sonaban los nombres, y una vez que le sonaban eran los nombres con los que bautizaba a los personajes. El número es el 1.823. Bueno para jugar a la lotería. Eso sí, anteponiéndole un 0. Me gusta.
(Publicado originalmente el 4 de julio de 2019)