Sergio Dahbar (ALN).- He aquí la historia del nombre de una flor conocida como buganvilla o trinitaria, exaltada por Gabriel García Márquez y Shakespeare. Exuberante y milagrosa, esta flor esconde un pasado de viajes y amores desprejuiciados que confirmaron las teorías de Rousseau sobre el buen salvaje. Resulta admirable lo íntimo y personal que puede resultar una flor para una vida. Veamos un ejemplo: las trinitarias, también conocidas como buganvillas o pensamientos. Gabriel García Márquez les regaló la eternidad en El otoño del Patriarca.
“…Ya verán que con el tiempo será verdad, decía, consciente de que su infancia real no era ese légamo de evocaciones inciertas que sólo recordaba cuando empezaba el humo de las bostas y lo olvidaba para siempre sino que en realidad la había vivido en el remanso de mi única y legítima esposa Leticia Nazareno que lo sentaba todas las tardes de dos a cuatro en un taburete escolar bajo la pérgola de trinitarias para enseñarle a leer y escribir…”.
Shakespeare aportó algo de su magia verbal mucho tiempo antes que el prestidigitador de Aracataca soñara con el padre de todos los dictadores latinoamericanos. Escogió el bardo a Oberón, el rey de las hadas y los elfos de la mitología celta y medieval, transmutándolo en personaje de Sueño de una noche de verano.
La ternura de las muchachas de Tahití descolocó a los visitantes
Recordemos: a una flor, “love-in-idleness” (trinitaria, buganvilla), la atraviesa un dardo de Cupido. De blanco virginal pasa a una coloración purpúrea. Cuando el jugo de la flor se aplica sobre los párpados de un durmiente queda éste hechizado y se enamora del primer ser vivo que se le pone enfrente, así se trate de un asno, como le sucede a Titania.
El lector quizás se pregunte a cuenta de qué hoy este señor habla de trinitarias. No existe una respuesta racional. Salvo que en días pasados de ritos religiosos y pascuas las trinitarias adornan Cristos y procesiones. Además, forman parte del arsenal botánico para curar enfermedades respiratorias, fiebres y otros males del cuerpo.
Me explicaré. Me ha llamado la atención una corona de buganvillas que adornaba un Cristo del Socorro en el sur de España. He recordado las líneas de Gabriel García Márquez y me he preguntado de dónde viene ese nombre. No tanto las derivaciones “trinitarias” o “pensamientos”, como el muy original “buganvillas”. La respuesta que he encontrado ha sido tan inesperada como el poder que le endilgó Shakespeare al dardo de Cupido.
Un barco cargado de tesoros
El nombre de la flor proviene del capitán francés Louis-Antoine de Bougainville / Wikimedia Commons
Buganvillas es un sustantivo que deriva de un apellido. Toma el nombre del capitán francés Louis-Antoine de Bougainville. Este militar dio la vuelta al mundo en su barco La Boudeuse y regresó a Francia en 1769. Sus bodegas regresaron repletas de plantas y artículos recogidos en ese extenso periplo. Una de las flores, que florece de manera exuberante en diferentes latitudes, tomó su apellido como nombre.
Lo cierto es que ese barco venía cargado de tesoros. Uno de ellos era inimaginable para la moral de la época. En su recorrido Louis-Antoine de Bougainville se detuvo en Tahití, isla con abundantes flores y mujeres que desconcertaron a los tripulantes de La Boudeuse.
Otros marinos habían recorrido esa ruta, pero ninguno había conocido (o revelado) el episodio que luego Bougainville narró en su diario de viaje, que se convirtió en una pieza de colección y que fue debatido por Diderot y Rousseau.
Al llegar a la isla los nativos recibieron a los franceses con los brazos abiertos. Hospitalarios y generosos, compartieron lo que tenían. Celebraron fiestas nocturnas, comieron pescados, cerdos, verduras y frutas.
Pero si la generosidad llamó la atención, la ternura de las muchachas de Tahití descolocó a los visitantes. Las jóvenes se acercaban a los hombres que les gustaban, y los invitaban a las chozas o a retozar debajo de los árboles.
Allí sobrevivía el noble salvaje, alejado de los malos pensamientos de la Europa más educada
Como bien anota el magnífico historiador alemán Philipp Blom en su libro Gente peligrosa, el radicalismo olvidado de la Ilustración europea, lo que en Europa hubiera significado una pesada carga moral en Tahití era una muestra de cariño y diversión sin culpa alguna.
Las noticias de la expedición de Bougainville se convirtieron en un éxito en París. La distancia lo impedía, pero muchos anhelaron conocer a las mujeres cariñosas de Tahití. Ese anhelo se acentuó cuando conocieron a un nativo que invitaron a visitar Europa.
Sergio Dahbar es escritor, periodista y editor nacido en Córdoba, Argentina.
Lo vistieron con ropa europea. Y lo convidaron a fiestas en las mejores casas parisinas. Aunque nunca aprendió a hablar francés, se convirtió en un ícono de la Isla del Amor, como comenzaron a llamar a Tahití, ese lugar donde sobrevivía el noble salvaje, alejado de los malos pensamientos de la Europa más educada.
Salvo criterio opuesto, hay que reconocer que se trata de una buena historia que derivó en la belleza de unas flores exuberantes que nos recuerdan el amor femenino más libre y desprejuiciado.