Pedro Benítez (ALN).- Si las cosas le salen bien, y no tiene demasiada mala suerte, el de Mauricio Macri puede terminar siendo en cuatro años un gobierno muy impopular que, sin embargo, los argentinos del futuro reivindicarán como el que sembró para que otros cosecharan. No sería la primera vez, ya ocurrió con Raúl Alfonsín, el presidente que inició el más largo ciclo de democracia que ha tenido Argentina en toda su historia. Con el paso de los años su figura pública ha sido reivindicada por su honestidad personal y su incuestionable compromiso con los derechos humanos y las libertades públicas.
Para una nación que venía de 50 años de golpes de Estado, represión e inestabilidad política crónica, la presidencia de Raúl Alfonsín fue un volver a empezar.
Además, el presidente radical fue el único de la ola redemocratizadora que cubrió a Latinoamérica en los años 80 del siglo pasado, que no pactó (de entrada) con los militares, dejando un precedente continental. No aceptó la impunidad que los gobernantes de la última dictadura pretendieron darse, como sí ocurrió en Brasil o Chile, por ejemplo.
Esa es la perspectiva histórica que nos da el paso de los años.
Macri ya empieza a pagar el ingrato precio de la incomprensión pública
Pero si miramos con detalle, su gobierno (1983-1989) fue un auténtico viacrucis que culminó con una hiperinflación totalmente fuera de control, en medio de saqueos y entregando la presidencia a su sucesor electo (Carlos Menem) antes del tiempo constitucionalmente previsto.
Una cuestión de perspectiva histórica
Hoy, salvando las distancias, a Mauricio Macri le toca hacer en economía lo que Raúl Alfonsín hizo por la reconstrucción institucional de su país: deslastrar a Argentina de las rémoras que le han impedido estar a la altura de países como Australia o Canadá, lo que hace un siglo parecería ser su destino inevitable.
Como en el caso de su antecesor en el cargo, el suyo no es un camino de rosas y confetis. Ya empieza a pagar el ingrato precio de la incomprensión pública.
Alfonsín cometió errores. Macri ya está cometiendo los suyos.
A Macri le toca hacer en economía lo que Raúl Alfonsín hizo por la reconstrucción institucional / Wikipedia
Otros presidentes argentinos pretendieron a su manera “arreglar la economía austral”. Hablamos de los peronistas Carlos Menem y Néstor Kirchner. No se puede decir que hayan tenido éxito pues no iniciaron un largo ciclo de estabilidad y crecimiento, exactamente lo contrario de lo que se esperaría del legado de Mauricio Macri.
El hoy inquilino de la Casa Rosada enfrenta el clásico problema de todos aquellos gobiernos latinoamericanos que intentan modernizar sus economías para insertarlas competitivamente en el mercado global, generando así crecimiento, desarrollo y bienestar.
Desde que juró su cargo de presidente el 10 de diciembre de 2015, Mauricio Macri ha venido realizando lo que fundamentalmente se supone que haría: ajustar las cuentas públicas, crear condiciones para atraer inversiones privadas y cambiar el rumbo de creciente inflación y pérdida de competitividad que padecía Argentina durante la etapa de gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Pero luego de más un año de gestión el país sigue sumido en la recesión y con una población que, castigada por el tarifazo de servicios públicos, va perdiendo la paciencia.
Un presidente acorralado
El crédito público de Macri se evapora y él no parece darse cuenta, tal como se lo espetó recientemente la actriz y presentadora de televisión Mirtha Legrand, reflejando el sentimiento de muchos argentinos: el presidente argentino luce acorralado. ¿Por qué? La razón probablemente la ha señalado el periodista Jorge Lanata: Macri no es un dirigente político, es un empresario. Y si bien eso tiene sus ventajas en una sociedad hastiada de los “políticos”, también conlleva no menos desventajas.
Una cuestión es hacer más rentable una empresa y otra muy distinta es dirigir una sociedad por encima de sus mitos nacionales, de prejuicios colectivos profundamente arraigados, intereses fuertemente establecidos y la muy comprensible desconfianza de los ciudadanos cuando se hacen evidentes los conflictos de intereses de lo privado con lo público. Macri no ha transmitido hasta ahora la sensación de liderazgo político que en su momento acompañó a Bartolomé Mitre, Juan Domingo Perón y Raúl Alfonsín. Dirigir un país no consiste solo en gestionar con eficiencia y tener buenas intenciones; se trata de trazar un rumbo colectivo que va más allá de la economía, justificarlo y explicarlo. Pedagogía política, se podría denominar.
Se trata de trazar un rumbo colectivo que va más allá de la economía, justificarlo y explicarlo
De modo que Mauricio Macri no tiene un problema de política económica, sino de economía política. A estas alturas no parece que tuviera eso claro. Todo indica que sigue subestimando la pesada herencia que recibió.
Por su parte, la táctica de la oposición kirchnerista (y esto no era ninguna sorpresa) ha consistido en intentar desestabilizar desde la calle, con piquetes, huelgas y marchas, al gobierno de Macri, explotando las consecuencias de la crisis que ellos crearon… igual que en Brasil se ha pretendido hacer con Michel Temer.
Pedro Benítez es historiador y profesor de la Universidad Central de Venezuela.
Pero a diferencia de Temer, Macri no tiene un problema con la percepción de su legitimidad. Sin embargo, el trato ha sido el mismo, porque en el fondo Argentina es una sociedad polarizada. Esa polarización es uno de sus principales obstáculos.
Desde 1930 ningún gobierno distinto a los peronistas ha terminado su mandato en Argentina. Que Macri lo consiguiera ya sería un logro, pero no sería el logro que de su administración se esperaría en esta etapa de la historia argentina.