Nelson Rivera (ALN).- A pesar de que Klaus Schwab es un reconocido entusiasta de la era digital, ha sido insistente en advertir los riesgos asociados a este vasto proceso. En su libro La cuarta revolución industrial, cuya versión en español incluye un prólogo de Ana Patricia Botín, no oculta sus preocupaciones. Aunque todavía sean muchos los gobiernos y los empresarios de América Latina que no parecen atender al proceso en curso, estamos en medio de una revolución –Klaus Schwab la denomina la Cuarta Revolución Industrial– que avanza a velocidad irreversible. Schwab y muchos otros expertos de categoría mundial concluyen: la revolución digital ha llegado para cambiar nuestras vidas de modo radical. Y ello está ocurriendo a una velocidad que pasma.
Basta con mirar con detenimiento a nuestro alrededor para constatarlo: ha cambiado el modo de comunicarnos, de vender y comprar, de procesar y almacenar el conocimiento. Ahora mismo se están produciendo avances en la detección y respuestas a las enfermedades, que parecen actos de magia. La capacidad de procesamiento de los ordenadores ha dejado atrás, muy atrás, al cerebro humano. Hemos llegado a un punto en que simplemente listar los saltos -porque no son avances sino verdaderos saltos cualitativos- es casi imposible, no solo por la cantidad sino también porque cada día se patentan nuevos hallazgos e invenciones.
Un poco más de la mitad de la población mundial no tiene acceso a internet
Veamos: se está produciendo un fenómeno llamado “internet de las cosas”, quizás uno de los más significativos, que conecta a cada persona con los objetos de su cotidianidad: vestimenta inteligente que mide las calorías usadas a lo largo del día, cepillos dentales que avisan si la tarea no se ha finalizado correctamente, cafeteras que se prenden de forma automática a una hora previamente establecida, vehículos que nos informan del estado del tráfico en nuestras rutas habituales, ordenadores que te recuerdan dónde dejaste la tarea inconclusa de ayer. Y todo esto no es más que el comienzo.
La revolución digital obligará a reinventar los procesos educativos / Foto: Pixabay
En las líneas de producción de las fábricas en los países más ricos, los esfuerzos físicos de los trabajadores se están reduciendo al mínimo o han desaparecido. Los desarrollos de maquinaria agrícola capaces de arar, sembrar y cosechar, son asombrosos, a este punto: ya hay fincas donde los campesinos son técnicos informáticos a bordo de un vehículo gobernado por un ordenador. Se están creando y produciendo nuevos materiales. Imprimiéndose órganos en 3D, para el uso en trasplantes. Son decenas las empresas que están desarrollando vehículos que se desplazarán sin conductor. En Estados Unidos y en algunos países de Europa, se están dando los primeros y firmes pasos para reinventar los procesos educativos, que tendrán en el teléfono móvil su epicentro.
En pocas palabras: estamos ya insertos en un mundo donde lo biológico (nuestros cuerpos), el mundo físico (los objetos que usamos para vivir) y lo digital (los chips e internet) se están fusionando.
Interrogantes para Latinoamérica
La primera de ellas, que un poco más de la mitad de la población mundial no tiene acceso a internet. Peor: alrededor de 17% vive en lugares donde no hay servicio eléctrico.
Schwab advierte: la revolución digital puede provocar un crecimiento, todavía más grande, de la brecha entre los países pobres y los países ricos. Si las empresas y los países no invierten en formación, en tecnologías y en investigación, la dependencia de las patentes de otros crecerá en los próximos años. Basta con pensar en la diferencia que podría producirse en la formación de un niño que vive en un hogar donde no hay electricidad y estudia en una escuela donde no hay un ordenador, y cualquier otro formado en Estados Unidos o en Europa, donde a diario se experimentan las ventajas del acceso a internet: contenidos, bibliotecas, juegos, vídeos y tutoriales para aprender sobre cualquier tema.
La revolución digital puede provocar un crecimiento de la brecha entre países pobres y ricos
Y hay todavía un aspecto inmediato y más alarmante que debe ser atendido: el impacto que la robótica producirá en el empleo. O enunciado al revés: el crecimiento del desempleo que puede generar el auge de la automatización de los procesos productivos, no solo en el sector de servicios, como se pensaba hasta ahora, sino también en la industria y la agricultura. Un dato, que forma parte de un estudio realizado por la Universidad de Oxford, expone con elocuencia el peligro: 47% de los puestos de trabajo desaparecerán hacia el 2030, lo que supone nada menos que 2.000 millones de desempleados en el planeta. Léase bien: 2.000 millones de desempleados.
Ante este anunciado tsunami social, económico y político que se está configurando ante nuestros ojos, cuyas proporciones podrían ser devastadoras, ¿qué respuestas tienen los gobiernos y los líderes empresariales de América Latina?