Pedro Benítez (ALN).- Luego de dos años y medio en la presidencia, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) no logra disminuir las cifras de víctimas mortales provocadas por la violencia endémica que azota a su país. Una espiral de la que nadie se salva, en particular los candidatos que participan en la campaña para las elecciones federales de este domingo.
El próximo 6 de junio México efectuará las elecciones más grandes y complejas de su historia con más cargos en disputa y mayor cantidad de electores convocados a participar. También las más sangrientas desde las presidenciales de 2018. A esta hora van 89 políticos asesinados, de ellos, 34 candidatos, principalmente de los partidos opositores al presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Pero esa información, que viniendo de cualquier otro país de Latinoamérica sería un escándalo internacional mayúsculo, apenas es tomada en cuenta por los principales medios de comunicación internacionales.
Bien sea porque sea porque a AMLO se le absuelve de aquellas situaciones que le serían imperdonables a un gobernante de “derecha” o bien porque la violencia endémica en México parece que se ha “normalizado”.
Al parecer el asesinato de políticos, de distinto signo, se ha convertido en parte del panorama en cada proceso electoral mexicano. Así, por ejemplo, las elecciones presidenciales 2018, que López Obrador ganó, han sido hasta ahora las más violentas con 152 políticos ultimados, en su mayoría, según se cree, por el narcotráfico.
UNA MEGAELECCIÓN
En esta ocasión, faltando pocos días para una cita electoral que AMLO y su partido Morena estiman como fundamental para su proyecto político, la realidad no parece ser muy distinta, aunque las cifras sean algo menores.
México se apresta a renovar la totalidad de los 500 puestos en la Cámara de Diputados, 15 gobiernos estatales y numerosos ayuntamientos. Es una elección que según indican todos los sondeos de opinión Morena va ganar, aunque lejos de los dos tercios que aspiraba y en la que podría perder su actual mayoría absoluta de 256 de diputados.
Los actuales partidos de oposición que se alternaron en el poder hasta el 2018, el PRI y el PAN, han dejado de lado sus viejas rencillas a fin de presentar, junto al PRD (la tolda que postuló en dos ocasiones a AMLO como presidente), listas en conjunto tanto a la Cámara como en algunos puestos regionales y locales. Un intento por frenar el avance de aun muy popular mandatario mexicano en las instituciones de ese país.
No han efectuado una propuesta programática alternativa a la izquierda actualmente en el poder. Se presentan, sencillamente, como los destinatarios del voto útil en contra de AMLO. Esto en un contexto en el cual éste no ha dejado de atacar a la prensa, a los intelectuales que le son críticos, al Instituto Federal Electoral, a los tribunales de justicia que admiten causas que a él no le gustan y, de paso, pretende controlar las decisiones de la Suprema Corte.
LA ESTRATEGIA DE AMLO
Por su parte, la estrategia de López Obrador ha consistido en intentar transmitir su popularidad personal a su partido. Sin embargo, según las encuestas, esto no parece estar ocurriendo. Al menos no en la medida de lo que el presidente mexicano espera.
Esto podría ser consecuencia (aún está por verse) del mal desempeño de su gobierno en distintas áreas. Una de ellas, su fallida estrategia para contener la violencia criminal. Hoy por hoy, el principal problema de México y ante el cual AMLO se ha visto impotente luego de dos años y medio en la presidencia.
En 2018 esa fue una de sus principales promesas de campaña. Enfrentar la violencia endémica con la fórmula que él mismo resumió en: “Abrazos pero no balazos”.
No es un problema nuevo. México lleva tres sexenios (incluyendo lo que va de este) lidiando con la violencia del narco con resultados fallidos. En 2008 el presidente Felipe Calderón le declaró la guerra a los carteles de la droga usando al Ejército. Las consecuencias de esa estrategia fueron catastróficas con más de 100 mil asesinados en todo el territorio de esa nación. Desarticular a los carteles solo consiguió multiplicarlos en bandas más pequeñas pero igual de sanguinarias y más difíciles de combatir.
El sucesor de Calderón, el presidente Enrique Peña Nieto prosiguió con la misma estrategia con los mismos resultados. AMLO fue un feroz crítico de esa política, pero en el poder nada de lo que ha hecho ha contribuido a disminuir la espiral de violencia.
Prometió sacar al Ejército del combate al narco reemplazandolo por una Guardia Nacional, también militar, para encargarse del problema. Su actitud más pasiva hacia los narcotraficantes tampoco ha dado resultados.
SUBE EL NÚMERO DE VÍCTIMAS
Las cifras oficiales, tanto en números totales como en la tasa por cada cien mil habitantes, indican que la cantidad de víctimas es ligeramente superior a las de 2018. Más de 32 mil cada año. Más del 60% de los casos están vinculados directa o indirectamente al crimen organizado.
La concepción de López Obrador según la cual el crimen es consecuencia de la pobreza, de ancestrales injusticias y de falta de diálogo solo han profundizado el viejo problema que tiene México con la impunidad. El 90% de los hechos delictivos quedan impunes.
Pero esa es solo un aspecto de la cuestión. El otro tiene que ver con la naturaleza misma del negocio ilícito de las drogas. Un guerra que ni México ni su vecino, Estados Unidos, pueden ganar, pero en la que el primero lleva las de perder.
El asesinato de candidatos, en particular opositores (de todos los partidos) a los cargos municipales, son un indicativo del nivel de penetración que el crimen organizado ha logrado a ese nivel en México. Una auténtica amenaza a su democracia.
Sin embargo, este es un asunto que López Obrador, un hombre con un esquema de pensamiento anclado en el siglo XX, es incapaz de abordar. Así, por ejemplo, se indignó cuando su cambio de la ley eléctrica, que sancionó en marzo pasado favoreciendo la generación estatal de la industria, provocó varias demandas de los inversionistas privados.
O su empeño en desviar enormes cantidades de recursos públicos a la estatal petrolera Pemex para que esta siga vendiendo gasolina de baja calidad, justo cuando el potente sector automotriz mexicano se apresta a acompañar el cambio tecnológico que está dando esa industria en todo el mundo.
No obstante, todo indica que la mayoría de los mexicanos siguen respaldando a AMLO persuadidos de que, pese a los escasos logros de su gobierno, es un hombre que actúa movido por su buena fe.
La esperanza sigue siendo su carta fuerte.
@PedroBenitezF