Rafael Alba (ALN).- Podemos y sus socios de En Comú apuestan ahora por forjar un pacto entre partidos para reformar el Estado de las Autonomías, en lugar de apoyar un referéndum de autodeterminación. EL PSC recupera aliento en las encuestas en detrimento de ERC y del partido de Ada Colau tras las movilizaciones violentas de los últimos días.
Se acabaron las bromas en Cataluña para Pablo Iglesias, Ada Colau y los socios de Podemos en la región integrados en la confluencia En Comú Podem. Los últimos acontecimientos registrados en aquel territorio tras hacerse públicas las sentencias condenatorias de la antigua cúpula del independentismo, las movilizaciones violentas y la evolución de las encuestas han provocado un escenario inesperado, en el que los miembros de esa amalgama de formaciones que se mueve a la izquierda del PSOE, el autodenominado espacio del cambio, cada vez más atomizado y, tal vez, más cerca de una irrelevancia que jamás hubieran imaginado a tan corto plazo, parecen empezar a entender que la única forma de asegurar su supervivencia como opción diferenciada en un contexto cada vez más inestable, es tomar distancia de las posiciones defendidas por el bando independentista. En especial de ese referéndum de autodeterminación que apoyan inequívocamente ERC, JxCat y la CUP.
Una alianza bien extraña, por cierto, y muy incómoda para la izquierda tradicional catalana, porque parece haber subordinado por completo la agenda de reformas económicas y sociales que fue la prioridad de los movimientos surgidos alrededor del 15M, a los anhelos y deseos de una burguesía catalana, conservadora y de derechas que fue una entusiasta defensora de los recortes y las políticas que incentivaron la desigualdad en los primeros compases de la pasada crisis económica. Hace ya mucho tiempo que a los viejos líderes del PSUC y los antiguos responsables de IU e IC, las siglas electorales que usaron durante años los comunistas allí, les incomoda la connivencia entre Iglesias, Colau y otros dirigentes podemitas aún más radicalizadas como Jaume Asens o Gerado Pisarello, con figuras claves del procés como Artur Mas, Carles Puigdemont o Quim Torra. Tres políticos relacionados en primera instancia con el entorno de Jordi Pujol, y la antigua CiU, una formación burguesa, salpicada por la corrupción que tuvo que abrazar el independentismo radical para sobrevivir.
Y CiU siempre fue el enemigo de la izquierda catalana. Pujol y su entorno representaban el brazo político de una oligarquía siempre en lucha con los sindicatos de clase y las formaciones filocomunistas de cualquier pelaje. Un grupo que siempre se situó contra el nacionalismo por lo que representaba y que, incluso, se oponía a las veleidades de algunos sectores del socialismo catalán que coqueteaban con el independentismo y ERC y acabarían abandonando el barco. Y un sector federalista, en el que se encuadran políticos de peso como los antiguos líderes Joan Coscubiela o Joan Herrera, que han apostado siempre por el federalismo y se han desmarcado una y otra vez de los intentos del independentismo de divorciar a Cataluña de España por las bravas. Coscubiela, en concreto, fue una de las voces más críticas y que se enfrentó con más fuerza en el Parlament a la desconexión unilateral promovida por Carles Puigdemont y Oriol Junqueras hace un par de años, que culminaría con el fallido referéndum del 1 de octubre de 2017 y con aquella proclamación de la República, que mantiene al primero en un exilio dorado, mientras le ha costado al segundo una condena de 13 años de cárcel.
Francisco Frutos
Esa izquierda federalista clásica pactó en su momento con Ada Colau y Pablo Iglesias, pero las tensiones no tardaron en aparecer. Y el ambiente se ha enrarecido mucho en los últimos meses. Nunca estuvieron cómodos con el peso creciente en la alianza de los líderes como Assens, un gran amigo y protegido del secretario general de Podemos, cuya relación con el mundo de JxCat y el independentismo ultramontano llegó a ser tan estrecha que hasta se le ha considerado el hombre de Puigdemont y la república virtual de Bruselas en el entorno de Podemos, sobre todo por su buen entendimiento con el abogado Gonzalo Boyé y el magnate de los medios de comunicación Jaume Roures, extrotskista, y conocido miembro de una cierta izquierda exquisita, cuya connivencia con el independentismo y su ascendente sobre Iglesias y Colau ha molestado siempre a la vieja vanguardia obrera.
Hace dos años, cuando el procés estaba en plena efervescencia y sus líderes de entonces acometieron las acciones unilaterales calificadas como delitos de secesión por el Tribunal Supremo, algunas de las figuras históricas del grupo federalista fueron más que explícitas en sus ataques directos a los líderes de ERC y el PdCat. Uno de ellos, Francisco Frutos, incluso pronunció un discurso en la manifestación unionista convocada por Sociedad Civil, en la que también participó el socialista Miquel Iceta, siempre criticado por tirios y troyanos, pero cuya hoja de servicios en la lucha contra el unilateralismo no tiene mancha alguna. Por mucho que haya coqueteado con la posibilidad de promover algún indulto que pudiera facilitar la negociación entre las dos Cataluñas irreconciliables que desde hace unos años viven de espaldas, mientras los radicales de ambos bandos se dedican a volar todos los puentes y hacer imposible la inevitable búsqueda de puntos comunes, previa a cualquier solución política de este problema enquistado.
En 2017, además, la decisión de Colau de romper el acuerdo de gobierno que mantenía con el PSC en el Ayuntamiento de Barcelona, para castigar a los socialistas por su apoyo a la aplicación del 155, provocó una fuerte división entre la lideresa y los federalistas. Un asunto que sólo se solucionaría después de las últimas elecciones municipales, cuando la afortunada pirueta política provocada por Manuel Valls, que había concurrido a los comicios en una plataforma apoyada por Ciudadanos, abortó un posible pacto entra la jefa Ada y ERC que habría entregado a los independentistas el gobierno de la capital de Cataluña. Pero la generosidad de Valls, todavía inexplicable para muchos, frustró el plan. Colau ha tenido que pactar de nuevo con los socialistas y ese acuerdo la fuerza a mantenerse equidistante. O la forzaba. Porque, como decíamos antes, la irrupción de algunos elementos inesperados en esta complicada ecuación política aún por resolver, en la que se conjugan factores como las próximas elecciones generales del 10 de noviembre y las movilizaciones violentas en respuesta a la sentencia del procés, la han obligado a moverse justo en la dirección contraria a la que quizá le gustaría.
Entran en escena Errejón y Carolina Bescansa
Uno de los factores determinantes, por supuesto, ha sido la decisión de Íñigo Errejón de presentar una candidatura propia de su proyecto Más País, en Barcelona. Íñigo no consiguió que ninguna de las figuras del federalismo se sumara a su proyecto, y tuvo que conformarse con fichar a Juan Antonio Geraldes, un líder poco conocido que se movió en el pasado por el entorno de la CUP y cuyo perfil eclipsó la presencia en la misma lista de Raimundo Viejo, un clásico de la izquierda catalana que fue concejal de la Ciudad Condal y diputado de Podemos. Pero pase lo que pase en las elecciones, la bomba que supuso este paso adelante de Errejón ya ha estallado en la mesa de Colau. Primero porque tuvo que avenirse a restar protagonismo a Assens y a otros hombres de su confianza y la de Pablo Iglesias, para evitar la fuga masiva de sus federalistas al partido de su antiguo amigo expodemita y actual enemigo irreconciliable. Y luego, porque ha tenido que desmarcarse a toda prisa del apoyo siempre explícito que Podemos ha dado a la celebración de un referéndun de autodeterminación pactado, para evitar males mayores.
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El propio Iglesias, cada vez más debilitado y menos líder, ha tenido que asistir como convidado de piedra a la ceremonia de presentación de un plan para resolver el supuesto conflicto catalán, en el que su propuesta electoral histórica quedaba convertida en papel mojado. Y por si no estaba claro quién mandaba allí, y quién parece que aspira a convertirse en la nueva líder nacional del partido, las fotos no dejan lugar a dudas. Ada Colau reina en el centro de las instantáneas con Iglesias a su derecha y Assens a su izquierda. Mantienen, eso sí, en la propuesta, la posibilidad de conceder algún tipo de amnistía a los líderes independentistas encarcelados, pero saben que se trata de un brindis al sol, porque Junqueras ya ha rechazado cualquier posibilidad de ser indultado. Pero esa concesión podría ser el último guiño de la lideresa al independentismo. Hasta que haya pasado un tiempo prudencial, claro.
La propuesta, por cierto, es prácticamente calcada a la que realizó en Barcelona Carolina Bescansa, un par de días antes. La número uno de Más País por La Coruña, ha sido la encargada de preparar el desembarco de Errejón en la Ciudad Condal previsto para el 3 de noviembre. Ella, que también formó parte del equipo fundador de Podemos, tiene una gran credibilidad en estos asuntos, porque su salida de la formación de Iglesias, una de las más sonadas, tuvo una relación directa con la actitud del líder podemita en los temas relacionados con la posible independencia de Cataluña, en general y el referéndum de autodeterminación, en particular. Y es, además, una gran experta en el campo de la interpretación de encuestas. Por eso fue una de las primeras en detectar que, a pesar del estancamiento que el PSOE parece experimentar en los pronósticos y de que la violencia en Cataluña parece impulsar a Vox y al PP en toda España, los vientos demoscópicos han vuelto a favorecer la apuesta del PSC, y del astuto Miquel Iceta, por separarse del independentismo. Por eso Más País ha optado por moverse rápido hacia las posiciones de federalismo clásico que siempre han caracterizado a la verdadera izquierda catalana. Y Colau e Iglesias no han tenido más remedio que bailar al son que les marcaban. Lo dicho. Se acabaron las bromas, las connivencias con el independentismo y los apoyos incondicionales a los referendos separatistas. Por lo menos, de momento.