Pedro Benítez (ALN).- La población de los estados más pobres del país, los de la Venezuela profunda, muchos de los cuales fueron los bastiones electorales del chavismo, se rebela. Son los venezolanos que no se resignan a la “nueva normalidad” que Nicolás Maduro ha pretendido imponer, y tampoco se creen el relato que responsabiliza a las sanciones y al supuesto bloqueo imperial por la debacle nacional. Las protestas que se están desarrollando en las pequeñas ciudades de Venezuela son la expresión del profundo sentimiento de cambio que predomina en el país. Hay una demanda social, pero también hay una demanda política.
Una revuelta de las ciudades pequeñas de Venezuela, como la ha bautizado la consultora en comunicación política Carmen Beatriz Fernández, se ha venido desarrollando en los últimos días en distintos puntos de la geografía nacional, sorprendiendo a propios y a extraños. Al régimen de Nicolás Maduro, a la oposición y los propios convocantes.
La sorpresa no debería ser tal, puesto que el malestar por la hiperinflación, la falta de gasolina, de gas doméstico, de agua potable, los continuos cortes de electricidad, la carestía de los alimentos, combinado con la corrupción y la arbitrariedad de los funcionarios civiles y militares chavistas, ha venido incubando un creciente resentimiento entre la población más pobre.
En muchos aspectos la vida cotidiana de la mayoría de los habitantes de Venezuela ha retrocedido un siglo. Cocinar con leña, a falta de electricidad o gas doméstico, se ha hecho necesario. Para muchas de esas poblaciones eso no es nuevo, es un proceso de deterioro que lleva años. Muchas veces sólo hace falta que una chispa haga encender la pradera reseca.
Esto es algo que un informe del Comando Estratégico Operacional de la Fuerza Armada Nacional (CEOFANB), filtrado a los medios, había advertido. La pretensión de Maduro de confinar a toda la población indefinidamente usando como excusa la pandemia sólo ha conseguido agravar todavía más sus precarias condiciones de vida. Venezuela sigue siendo una olla de presión, aunque Maduro parece muy seguro de poder seguir controlando la situación.
Inicialmente convocada por una pequeña emisora de radio del municipio Urachiche, del estado Yaracuy (en el centro-occidente de Venezuela), que dirige un militante de uno de los grupos disidentes del chavismo, la movilización que provocó hace cinco días fue mucho mayor que la prevista, transformándose en cuestión de horas en una movilización de miles de personas en casi todos los centros poblados del estado. De allí se ha ido extendiendo por otras regiones del país.
Esta ola de protestas no es nueva. En marzo de este mismo año, así como a inicios del 2018, una sucesión de motines, saqueos, conatos de saqueos y enfrentamientos con la fuerza pública dejaron decenas de detenidos, al menos seis heridos de bala y un fallecido. Las protagonizaron las poblaciones más pobres de los estados Bolívar, Sucre, Lara, Falcón, Barinas, Trujillo, Mérida y Portuguesa.
Son las entidades de la Venezuela profunda, muchas de las cuales fueron los bastiones electorales del chavismo, que por esto mismo Maduro ha creído tener totalmente bajo control. Regiones que durante casi una década han llevado la peor parte del racionamiento eléctrico, de la escasez de gasolina y de alimentos, porque la prioridad del régimen ha sido Caracas, el centro del poder.
Sin embargo, esto tampoco ha evitado el deterioro de la capital. En realidad, los venezolanos son víctimas de un modelo donde todos pierden.
La demanda es social y política
La conciencia colectiva de que esta situación tiene que cambiar es lo que está motorizando las protestas. A diferencia de las anteriores, en esta ocasión las movilizaciones son más numerosas, no se han visto hasta ahora saqueos, y la violencia ocurre sólo cuando se presentan los funcionarios de la Guardia Nacional (GNB) y la Policía Nacional (PNB). La gente reclama por mejores servicios públicos, pero también contra Maduro. La demanda es social y política.
No se han visto movilizaciones multitudinarias reclamando el cese de las sanciones norteamericanas. Tampoco manifestando contra el imperialismo. El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) no se ha atrevido a organizar la primera.
La razón es que la población no ha comprado el discurso oficial sobre las sanciones y el supuesto bloqueo norteamericano como causa de todos sus padecimientos, así como tampoco se compró la tesis de la ‘guerra económica’. El malestar popular se dirige a una persona en concreto.
De paso, estas protestas son un desafío abierto a la cuarentena “radical y necesaria” con la que Maduro ha pretendido controlar a la población. No consigue que el país se resigne a estar bajo su control. Esa ha sido su apuesta y la está perdiendo.
Hay, además, un hecho a destacar: el auténtico detonante de estas protestas no es la falta de gasolina, o de gas doméstico, es la actitud del chavismo civil y militar acostumbrado a abusar de la población, porque considera todo descontento como enemigo y porque durante demasiado tiempo ha disfrutado impunemente de las ventajas del poder.
Esto pinta un cuadro muy preocupante ante la previsible reacción del aparato de represión al servicio de Maduro, tal como denunció el informe de la Misión de Verificación de Hechos de Naciones Unidas.
Ni siquiera la peor de las dictaduras se sostiene sin un mínimo consentimiento de sus gobernados, por las razones que sea. No es el caso de Nicolás Maduro, que domina sólo porque tiene el poder de las armas de su lado, pero con el rechazo masivo de la población, incluso de aquellos que alguna vez votaron por él o por su padre político.