Pedro Benítez (ALN).- Nuevamente, y como se ha hecho costumbre, el que en otro tiempo fuera el más importante exportador de hidrocarburos del hemisferio occidental vuelve a ver cómo se agudiza el desabastecimiento de gasolina en buena parte de su territorio. Decimos que se agudiza, porque lo cierto es que desde hace ya demasiados años los problemas con el suministro de combustible para el mercado interno venezolano son crónicos.
En ese sentido no es exagerado afirmar que Venezuela en estos momentos está atravesando la peor crisis desde el año 2020 cuando a todo el país lo confinaron con la excusa de la pandemia. Que no se vea en Caracas no quiere que no esté ocurriendo en el resto de la nación a la que sacrifican, incluyendo en los largos cortes de energía eléctrica, a fin de exhibir a la capital como la vitrina de la ficticia normalidad.
A estas horas desde los estados Zulia, Táchira, Mérida, Lara, Falcón Apure, Bolívar, Aragua y Carabobo, se reportan colas kilométricas de vehículos para proveerse de combustible, pero no en las estaciones subsidiadas (cada día que pasa son menos) sino en las que venden en la moneda del denostado imperio. Por cierto, ese mismo dólar que está a punto de perder su hegemonía global, según nos dice la propaganda oficial y oficiosa.
Sin embargo, el primer vicepresidente del partido de gobierno llama a calma afirmando que: “No hay de qué preocuparse”, responsabilizando a las redes sociales de generar nerviosismo. Mientras que, por otro lado y en una señal de que la causa de esta situación puede ser más grave, el gobernador del estado Falcón, Víctor Clark, advierte que los problemas se prolongarán por lo menos tres semanas más, debido a fallas en el Centro de Refinación Paraguaná.
Tal como éste mandatario regional sugiere en la citada declaración la autoridades en los distintos niveles deben estar abocadas a solucionar esta crisis, aunque por lo cíclico de la situación se debe concluir que esos esfuerzos consistirán en nuevos parches a un barco muy averiado. La industria petrolera venezolana.
También es esperable que la propaganda oficial no deje pasar la oportunidad para intentar desviar la atención y culpar, una vez más, a las sanciones internacionales por las molestias causadas.
Lo que nos recuerda (aunque las comparaciones siempre son odiosas) que, pese al conjunto de sanciones económicas que varias potencias le han impuesto intermitentemente desde la revolución de 1979, Irán sigue teniendo su industria petrolera en pie, se autoabastece de combustible, en sus ciudades no hay largas filas de vehículos para proveerse de gasolina y, de paso, ha podido suministrarle (que no regalarle) a un aliado ubicado a miles de kilómetros de distancia, es decir a Venezuela.
Con 82 millones de habitantes, y una capacidad militar respetable, la república islámica ha estado más de una vez a punto de ir a la guerra con Estados Unidos. Después del famoso secuestro de 66 diplomáticos en la embajada estadounidense en Teherán en 1979, la Casa Blanca le impuso un embargo comercial total y congeló unos 11 mil millones de dólares de sus activos.
Luego, en 2005, cuando su entonces presidente Mahmud Ahmadinejad anunció el reinicio del programa nuclear, el gobierno de Estados Unidos respondió congelando activos de personas y compañías, le cerró el acceso a los bancos estadounidenses, reanudó el embargo comercial total y presionó a otros países y empresas para dificultar el comercio con ese país. Canadá, Australia, la India, Israel, Japón, Corea del Sur, Suiza, la Unión Europea e incluso China impusieron algún tipo de medidas que afectaba la venta de armas o su comercio de bienes, por lo general vinculado al sector petrolero.
Pese a que la eficacia política de las sanciones ha sido objeto de fuerte polémica tanto en Estados Unidos como en Europa a lo largo de los años, y que, como no podía ser de otra manera, el gobierno de Irán las responsabiliza de los continuos problemas de su economía, en agosto de 2018 el líder supremo, el ayatolá Ali Khamenei, dijo que la “mala gestión” dañaba al país más que las sanciones.
Una de las medidas internas tomadas por Irán hace algunos años consistió en suspender el ruinoso subsidio a la gasolina que los países exportadores de petróleo tradicionalmente han sostenido como un mal entendido privilegio para sus consumidores. A pesar de su fundamentalismo religioso los gobernantes iraníes han sido lo suficientemente sensatos como para no arruinar su propia industria petrolera.
Todo lo contrario de sus hermanos de esta parte del mundo. Que entre otras desastrosas políticas se empeñaron en sostener el subsidio a la gasolina, que fue la razón por la cual comenzó el racionamiento de gasolina en los estados fronterizos de Venezuela hace más de tres lustros.
Detalle que, por cierto, pasa por alto Rafael Ramírez cuando desde las redes sociales levanta el dedo acusador contra Maduro, cuando él, desvivido por complacer los insensatos caprichos del expresidente Chávez, instauró la PDVSA roja rojita.
Esa PDVSA que pagaba las misiones, las movilizaciones del PSUV, los votos en la OEA, el subsidio a Petrocaribe y el ALBA, los 100 mil barriles diarios que se despachaban a Cuba a fondo perdido, las operaciones financieras con las casas de bolsas, las toneladas de comida descompuesta de Pdval, el Órgano Superior de la Vivienda, la asignación a dedo y sin licitación de los contratos de seguros a su primo Diego Salazar, entre otros colosales despropósitos. Suponemos que esas son las soluciones que el ex zar petrolero ofrece ante la actual coyuntura.
Cuando Eulogio del Pino (su sucesor como presidente de PDVSA) propuso tímidamente introducir alguna racionalidad a la gestión de la estatal, el chavismo radical encabezado por Elías Jaua le cayó encima. El mayor general Manuel Quevedo lo que hizo fue culminar la tarea como representante de la FANB. Y si damos por veraz la actual campaña anticorrupción, el anterior ministro del área, Tareck El Aissimi también puso su aporte. ¿Consecuencia? La plana mayor del chavismo (no se salva ninguno) arruinó a la gallina de los huevos de oro.
Si hoy PDVSA y sus socios tuvieran los niveles de producción de Irán (3,2 millones de barriles diarios el año pasado) la historia sería muy distinta.
Pero el otrora imponente parque refinador venezolano (herencia dejada por los denostados gobiernos del régimen anterior), con capacidad de procesar más de un millón de barriles diarios de combustible, hoy parece que no es capaz de producir ni siquiera 40 mil luego de años desinversión y malos manejos técnicos. Una vez más el país está casi paralizado por falta de gasolina y diésel pese a que el consumo nacional se ha desplomado desde los 600 mil barriles día de 2012.
Esos grandes creadores de narrativas, como lo son los estrategas chavistas, se metieron uno tiro en el pie cuando afirmaron a los cuatro vientos que Venezuela poseía en su subsuelo las mayores reservas de petróleo del planeta. Aunque los conocedores de la materia han cuestionado esa afirmación, millones de venezolanos se deben estar preguntando de qué sirve ese gigantesco reservorio de hidrocarburos en el subsuelo patrio mientras la pobreza y la miseria campan en la superficie.
Esto tiene una sola explicación, la más absoluta incompetencia. Empeñados en señalar los reiterados fracasos opositores, no pasa día sin que los actuales (des) gobernantes no pongan en evidencia los suyos que, tomando en cuenta el poder y los recursos que han manejado, son bastante superiores.
Pero para no quedarnos en el pesimismo, cerremos estas reflexiones con una nota optimista. Como todo en la vida esta crisis tiene solución, y una solución relativamente rápida y sencilla: liberar la importación y comercialización de gasolina en Venezuela. Dejar que el libre mercado y los privados resuelvan con sus propios recursos este problema.
Claro, eso pasa por superar los prejuicios del mal entendido nacionalismo petrolero venezolano que el chavismo, en mala hora, llevó a los extremos.
@PedroBenitezf