Maryhen Jiménez/Julia Zulver (ALN).- A pesar de la evidencia que destaca la importancia de la participación de las mujeres en los procesos de democratización, estos hallazgos no se están aplicando en el proceso político en Venezuela.
El 23 de enero, los venezolanos iniciaron un nuevo intento en la lucha por recuperar la democracia. El nuevo líder, Juan Guaidó, quien ha logrado unir nuevamente a la oposición, podría ser el hombre que lleve al país a la democratización. Por ahora, han sorprendido los niveles de organización y de profesionalización de la nueva política opositora y por ello podemos pensar que Guaidó tiene razón al decir que vamos bien. Sin embargo, de las imágenes que vemos y las noticias que leemos, hay un patrón que siempre sobresalta: la ausencia del liderazgo femenino.
Todos los estrategas y voceros claves, tanto nacionales como internacionales, son hombres: Julio Borges, Leopoldo López, Antonio Ledezma, Carlos Vecchio, David Smolanksy, Henrique Capriles, Henry Ramos Allup, Lester Toledo y Luis Almagro, por nombrar algunos. Las únicas excepciones notables a esta tendencia son María Corina Machado y Delsa Solórzano, quienes en los últimos años han jugado un papel muy importante en la política nacional. A pesar de esto, sus roles aún parecen secundarios en comparación a los de sus colegas masculinos.
Por ahora, han sorprendido los niveles de organización y de profesionalización de la nueva política opositora y por ello podemos pensar que Guaidó tiene razón al decir que vamos bien. Sin embargo, de las imágenes que vemos y las noticias que leemos, hay un patrón que siempre sobresalta: la ausencia del liderazgo femenino
La infrarrepresentación femenina hace vulnerable la incipiente ‘primavera venezolana’. Veamos.
En el año 2000, la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas específicamente “reafirmó el importante papel de las mujeres en la prevención y resolución de conflictos, negociaciones de paz, consolidación de la paz, mantenimiento de la paz, respuesta humanitaria y en la reconstrucción posterior al conflicto” y subrayó “la importancia de su participación equitativa y su plena participación en todos los esfuerzos para el mantenimiento y la promoción de la paz y la seguridad”.
Igualmente, la literatura sobre procesos de democratización y negociaciones de paz ha demostrado que las mujeres desempeñan un papel esencial en la configuración de los resultados políticos. Si este es el caso, ¿por qué vemos que las mujeres siguen estando poco representadas en las transiciones contemporáneas?
El caso de Venezuela es un ejemplo perfecto para ilustrar cómo, a pesar de que las mujeres a diario desempeñan un papel crucial en la movilización y organización contra el régimen, son los hombres los que dominan los debates públicos, el discurso, el liderazgo y los nombramientos para cargos claves dentro de la oposición.
El trabajo de la socióloga venezolana Verónica Zubillaga sobre las respuestas de las mujeres a la violencia urbana militarizada en Caracas destaca las múltiples formas en que los grupos de mujeres de base desarrollan una acción resistente en contextos de alto riesgo. El trabajo documenta el caso de un barrio donde una organización de mujeres pudo negociar con éxito un cese al fuego con actores armados locales. No vemos ninguna razón por la que estas lecciones no puedan extrapolarse y expandirse para aplicarlas a las dinámicas políticas actuales en el país.
Ejemplos fuera de Venezuela
Podemos aprovechar una gran cantidad de ejemplos fuera del contexto venezolano que revelan la importancia de incluir a las mujeres en las transiciones y los contextos post-conflicto.
En Irlanda del Norte, mujeres como Monica McWilliams y May Blood jugaron un papel clave en las negociaciones que llevaron al Black Friday Agreement. Crearon la Coalición de Mujeres de Irlanda del Norte, que influyó directamente en el contenido del acuerdo al ampliar la agenda para incluir temas sociales. También fueron capaces de atravesar divisiones políticas y religiosas, crear confianza pública y “dieron una cara humana al conflicto”.
Las únicas excepciones notables a esta tendencia son María Corina Machado y Delsa Solórzano, quienes en los últimos años han jugado un papel muy importante en la política nacional. A pesar de esto, sus roles aún parecen secundarios en comparación a los de sus colegas masculinos
En el país vecino, Colombia, también vimos una participación activa de mujeres en La Habana: en la mesa principal de negociaciones, en la Subcomisión de Género, como representantes de las víctimas del conflicto y como líderes de organizaciones de mujeres. Phumzile Mlambo Ngcuka, directora de ONU Mujeres, señaló que en Colombia “el éxito [y la participación efectiva] de las mujeres subraya la evidencia de que la participación de las mujeres aumenta la posibilidad de lograr un Acuerdo de Paz”.
En Liberia, Guatemala, Burundi, Somalia y Sudán, las organizaciones de mujeres han sido clave para exigir la firma de procesos de paz. Una investigación realizada por ONU Mujeres destaca que la participación de las mujeres en las negociaciones de paz aumenta la probabilidad de una paz duradera.
Por otro lado, la experiencia empírica muestra que la falta de una representación equilibrada puede tener consecuencias negativas para una sociedad post-conflicto. Podemos ver esto en las posibles negociaciones de paz en Afganistán, donde las mujeres temen que su falta de participación en la mesa de negociaciones dé lugar a un retroceso de sus derechos y “anuncien una nueva guerra contra las mujeres”.
Participación de las mujeres
El tema de la participación de las mujeres ya no puede considerarse como un asunto posterior a la lucha por la democratización, ya que representa un componente crucial en este proceso. La incorporación de una perspectiva de género tiene el potencial de transformar la representación, la participación, los comportamientos políticos, las actitudes culturales y las percepciones, pero también es necesaria para crear una sociedad más pacífica y estable a largo plazo.
No estamos abogando por que las mujeres participen en la transición para representar intereses femeninos, aunque reconocemos que estos temas también son relevantes para una Venezuela democrática. Más bien, lo que argumentamos es que el proceso de transición sea inclusivo y representativo para que de esta manera se establezcan las bases de una sociedad post-transición más participativa e igualitaria. La igualdad de género y la representación igualitaria no son “temas de mujeres” que pueden abordarse después de que se negocian los “temas difíciles”. La igualdad de género, como nos demuestran estudios al respecto, lleva a mejores políticas públicas, una economía más vibrante, una fuerza laboral que se basa en los talentos de toda la población, entre otras ventajas.
La participación de las mujeres en el establecimiento de la agenda política traerá muchos beneficios al país. Es por ello que no se debe dejar a un lado este aspecto esencial de la transición. Pero para que esto suceda, las mujeres tienen que ocupar ahora mismo posiciones de liderazgo y de toma de decisiones, como expresión de la lucha que han dado y están dando contra el régimen.
Si la oposición quiere ser coherente con su discurso de crear una Venezuela próspera y una “Venezuela que funcione para todos, independientemente de los colores, la raza o las creencias políticas”, como ha dicho constantemente el presidente interino Guaidó, este nuevo liderazgo político emergente tiene que promover una representación equitativa en todos los ámbitos: la política, la economía, la industria, la educación, entre otros.
La Venezuela que está emergiendo de la transición debe y tiene que ser más igualitaria.
Maryhen Jiménez es profesora de Ciencia Política e investigadora en la Universidad de Oxford
Julia Zulver es doctora en Sociología por la Universidad de Oxford e investigadora postdoctoral en la Universidad de Oxford