Pedro Benítez (ALN).- Pocas horas después de que el enviado especial del Departamento de Estado de Estados Unidos para América Latina, Mauricio Claver-Carone, afirmara que la licencia que Joe Biden otorgó a Chevron para operar en Venezuela “…caducaba, pero la escribieron de una manera que era permanente para que se renovará automáticamente por seis meses cada vez”, Donald Trump ha dado un volantazo en sentido contrario.
Luego de poco más de un mes en la Casa Blanca, que parecen cuatro años, no debería sorprendernos. El personaje opera así.
El caso de Ucrania es bastante ilustrativo. Trump ha estado enviando señales alarmantes de estar dispuesto a entregarle ese país a Vladimir Putin a cambio de la paz, en una situación que ha recordado los infaustos Acuerdos de Múnich, mediante los cuales ingleses y franceses les entregaron Checoslovaquia a los nazis 1938. Sin embargo, en el último momento parece estar dispuesto a llegar a un arreglo (bueno, malo o regular, el tiempo dirá) que no implique la rendición incondicional ucraniana. Ahora niega muy tranquilamente haber llamado la semana pasada dictador a Volodímir Zelenski.
La razón detrás de este cambio ha sido el evidente malestar que entre sus filas conservadoras provocó su actitud. Pero no lo hizo por un condicionante de tipo moral, sino porque su poder dentro de Estados Unidos es limitado. Cuenta con una precaria mayoría en el Congreso. Por lo tanto, es susceptible a las presiones. Nadie escapa de la terca realidad, ni siquiera él.
Desalojar a Maduro no es una prioridad para Trump
En el tema venezolano Trump está evidentemente improvisando. Él mismo ha dicho que su equipo discute qué hacer en esta cuestión. Hasta ahora también ha enviado señales contradictorias porque se encuentra sometido a diversas presiones y planteamientos contrapuestos. Unos le aconsejan llegar a un arreglo pragmático con Nicolas Maduro que garantice mayor penetración de las compañías petroleras estadounidenses en Venezuela. Mientras que los senadores y representantes republicanos de Florida, por otro lado, lo presionan para que le ponga mano dura.
Sin embargo, para él este tema es una molestia menor. Promover la democracia no es su agenda. Sacar a Nicolas Maduro del poder tampoco se encuentra entre sus prioridades. Y que Chevron deje de exportar crudo desde Venezuela a Estados Unidos no le quita el sueño.
A quien sí se lo quita es a Maduro, que sí necesita ese acuerdo ¿Por qué razón? Porque no tiene alternativa. La desoccidentalización (sic) inmediata de lo que queda de la industria petrolera venezolana no es posible. Plantear eso es una amenaza risible. Esto fue lo que el ex presidente Hugo Chávez pretendió hacer hace dos décadas.
A medida que las grandes compañías petroleras como ExxonMobil y ConocoPhillips se iban del país, inconformes con la nueva legislación que en materia de hidrocarburos se aplicó, por el otro lado, se abrieron las puertas de par en par a las empresas chinas, rusas e iraníes a fin de que reemplazaran a las anteriores en el propósito de desarrollar el potencial del país en la materia, siempre en la visión global de romper la dependencia económica con el hegemón del norte, porque “nosotros no nos vamos a doblegar ante el imperialismo yanqui y sus obstáculos”.
Reclamos a Caracas
Pues bien, en los siguientes años estos nuevos socios no lograron detener la declinación de la producción de petróleo y gas. No pudieron, o nos los dejaron, agregar un solo barril o una molécula adicional.
En diciembre de 2017 China Petroleum & Chemical Corporation (Sinopec) demandó a PDVSA por incumplimiento de contrato ante un tribunal estadounidense. Al año siguiente, el presidente ejecutivo de la petrolera rusa Rosneft, Igor Sechin, presentó personalmente reclamos en Caracas por los retrasos en los envíos de crudo comprometidos en pago de préstamos. Además, estos socios fueron testigos de primera mano de la insaciable voracidad de los funcionarios chavistas. Esa era una queja bastante conocida del entonces embajador de China en Caracas.
No obstante, dando muestras de su milenaria prudencia, los chinos se aseguraron cobrar los 60 mil millones de dólares del fondo homónimo con envíos de petróleo.
En resumidas cuentas, se hizo (y es) bastante evidente que había (sigue habiendo) algo en el modelo económico implantado por el chavismo que ha impedido (e impide) transformar el potencial de recursos naturales del país en rendimiento económico.
La paradoja de las sanciones de Trump
Además, hay un aspecto determinante a considerar: la geografía no se puede modificar. Venezuela está donde está. Su industria petrolera fue diseñada para atender el principal mercado de energía del mundo ubicado a dos días y medio de viaje para los tanqueros. En dos años Chevron hizo lo que no consiguieron los hermanos chinos, rusos e iraníes. Razón por la cual a Maduro le interesa que esta compañía se quede en el país, y que Exxon y Conoco regresen si no es mucho pedir. Por eso tiene un activo lobby en los campos de golf de Mar-a-Lago, Palm Beach.
La paradoja de las sanciones financieras (2017) y comerciales (2019) de la primera etapa Trump, es que no sacaron a Maduro del poder (casi con toda seguridad tampoco lo consigan ahora), pero precipitaron el fin del sueño de Chávez de hacer del país una Cuba con petróleo. En 2018, discretamente, se levantó el control cambiario (“si lo quitamos no tumban”), se permitió la dolarización parcial de la economía y se liberaron las importaciones.
El gobierno de Maduro no exhibe como muestra de que “Venezuela se arregló” fundos zamoranos, sino los bodegones bien abastecidos de exquisiteces importadas. La guerra económica, los bachaqueros, los empresarios acaparadores, Fedecámaras, Lorenzo Mendoza y las casas de cambio de Cúcuta, dejaron de ser parte de la narrativa oficial, para ser reemplazados por las sanciones “coercitivas y unilaterales que hacen sufrir al pueblo”, como “las evidencias indican”. Como hemos parafraseado en este espacio, Venezuela pasó de un socialismo sin planificación, a un capitalismo sin mercado. Los caminos de Dios son misteriosos.
“Pedimos tierras raras y petróleo, cualquier cosa que podamos conseguir”
Como el amor y el interés fueron al campo un día, Trump (que tiene la sartén agarrada por el mango) hará con respecto a Venezuela, más o menos lo mismo que está haciendo con Ucrania: continuar la misma política de Biden. Con otro estilo, sacando en beneficio todo lo que pueda: “pedimos tierras raras y petróleo, cualquier cosa que podamos conseguir”, dijo. Pero en el fondo lo mismo y por la misma razón, no está dispuesto a hacer nada más drástico. Obsérvese, no es que no puede, de poder puede, es que no lo desea.
Esto último es importante tenerlo en cuenta por un dato obvio, pero que muchas veces se pretende que pase desapercibido: la eventual negociación entre Maduro y Trump no es entre iguales. La relación de fuerzas es totalmente desproporcionada.
Si lo ve conveniente Trump no tendrá ningún conflicto de conciencia en negociar con Maduro, pero eso sí, con la pistola sobre la mesa. No dará concesiones sin nada a cambio. Nuevamente, el modelo es Ucrania.
De modo gratis no será. Maduro tiene que ofrecer más, mucho más, de lo que ha ofrecido hasta ahora.
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