Pedro Benítez (ALN).- La inesperada revelación por parte del candidato/presidente (a la re-reelección) Nicolás Maduro de sus conversaciones con representantes de la administración de su colega Joe Biden nos vuelve a recordar que el chavismo no puede vivir sin Estados Unidos. Después de todo, se odia lo que no se puede tener.
Como ya es suficientemente conocido, el citado anunció el pasado lunes “su decisión” de regresar al diálogo que desde Washington se le habría solicitado “durante dos meses continuos”, a fin de restablecer las negociaciones interrumpidas en abril y que, “luego de pensarlo”, aceptó.
Es decir, la principal potencia militar, económica y tecnológica del mundo ha bajado la cerviz ante la arruinada patria de Bolívar, donde la mitad de sus niños padecen desnutrición sobre las más grandes (e inútiles) reservas de petróleo del planeta.
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Maduro y la Casa Blanca
A continuación, el aparato de propaganda oficial ha intentado presentar la revelación como una demostración de la admisión por parte de la Casa Blanca de la inevitable victoria de Maduro en la crucial elección presidencial del venidero 28 de julio. Una manera bastante tendenciosa de presentar las cosas. Atrás quedó aquello de: “Váyanse al carajo yanquis de mierda“; frase que quedará en los anales de la lucha antiimperialista. El chavismo (des) gobernante no se encuentra en la etapa de construir el socialismo bolivariano del siglo xxi, como alternativa al «sistema destructivo y salvaje del capitalismo», ni convertir a Venezuela “en un país potencia” y mucho menos contribuir al desarrollo de un “mundo multicéntrico y pluripolar”.
Por estos días sus aspiraciones son más modestas, que el actual inquilino de la Casa Blanca reconozca la reelección de Maduro. Lo que sea por eso.
La relación entre los dos países desde enero de 1999 es muy reveladora del auténtico carácter de la política internacional, donde las apariencias no siempre se corresponden con la realidad, como muy bien sabía Fidel Castro.
Vean lo que hace no lo que dice, fue la frase con la cual John Maisto, primer embajador estadounidense en Caracas de la etapa chavista, recibió al teniente coronel golpista devenido en legitimo presidente, limpio de mácula gracias al agua bendita de la soberanía popular. Pero el ex comandante/presidente tenía otros planes; epígono del dictador cubano su proyecto pasaba por pelearse con el principal cliente del petróleo venezolano. Ante todo la gloria. Poco importaba que los venezolanos no quisieran vivir en revolución, sino sencillamente tener una vida mejor.
Los ocho años de guerras y altos precios del petróleo que caracterizaron la administración de George W Bush (2001-2009) fueron aprovechados por Hugo Chávez para consolidar su poder total sobre Venezuela.
Desplantes
Las complicaciones globales estadounidenses le permitieron al mandatario venezolano algunos desplantes como aquel: “Ayer el diablo estuvo aquí (en referencia al presidente norteamericano), huele a azufre todavía” en Naciones Unidas (ONU) en septiembre de 2006, o calificarlo de burro y ser la punta de lanza de sus colegas Luis Ignacio Lula Da Silva y Néstor Kirchner a fin de bloquear el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) en la cumbre de Mar del Plata en 2005.
Ademas, promovió una red alianzas en Latinoamérica y el resto del mundo, (en particular con el progresista y humanista régimen de los ayatolás iraníes) presentándose como un campeón de la causa anti yanqui por entonces con mucha audiencia por la impopularidad de aquella administración.
Chávez instaló una especie de Guerra Fría con la potencia del norte. No obstante, pese a su retórica, durante los 14 años de su Presidencia, Estados Unidos siguió siendo el principal mercado del petróleo venezolano. PDVSA siguió teniendo importantes intereses comerciales en ese país por medio de CITGO, y el gobierno revolucionario de Caracas continuó coordinando su política de precios del crudo con Arabia Saudí, primordial aliado de los gringos en el Medio Oriente.
Desde el punto de vista de Washington, el Socialismo del siglo XXI no amenazaba sus intereses o seguridad nacional. Ni las acusaciones de colaboración con el narcotráfico o el terrorismo, ni su apoyo a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), o a Cuba, parecieron inquietar a los sucesivos presidentes de la república del norte. Había problemas más urgentes en el resto del mundo
En 2009, durante la V Cumbre de las Américas, efectuada en Trinidad y Tobago, un flamante Barack Obama aseguró que con la mitad del 1% de gasto militar total de Estados Unidos, Venezuela no era ni lejanamente una amenaza para su país. Su estrategia fue la misma de Bush: dejar que el régimen chavista se fuera cocinando en su propia salsa.
Incluso, un informe del Comando Sur de los Estados Unidos de ese mismo afirmó que Chávez era un “factor de estabilidad” en el área del mar Caribe, ya que su política de suministro petrolero a bajo costo por medio de Petrocaribe aliviaba la presión migratoria de cubanos y haitianos hacia la costa de Florida.
Lo que nadie previó en el Comando Sur, la CIA, el Departamento de Estado o en el Consejo de Seguridad Nacional, es que la Venezuela chavista de ser un “factor de estabilidad” pasaría a ser todo lo contrario. Pero no porque se constituyera en una amenaza militar tipo Corea del Norte, sino porque su dramática caída económica ha provocado el mayor movimiento migratorio ocurrido en menos tiempo en el hemisferio occidental. Decenas o centenas de miles de todos aquellos a los que la revolución “bolivariana” prometió redimir, se han unido a las caravanas migrantes que dirigen allende el Río Bravo, la tierra prometida de los desamparados de Latinoamérica.
Biden y Venezuela
Hoy, con el reloj en contra y abajo en las encuestas, lo único que el equipo de Biden espera de Venezuela es que el país se estabilice y se detenga el flujo migratorio; mientras tanto, otra bomba de tiempo le está por explotar en la isla de Cuba.
Por su parte, el discurso oficialista del régimen venezolano atribuye todo cuanto va mal en el país a las sanciones coercitivas y unilaterales (que todo venezolano de bien rechaza), dejando convenientemente de lado el detalle no menor de que los principales responsables de las mismas han sido Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Hicieron todo cuanto pudieron para conseguirlas.