Sergio Dahbar (ALN).- De niña le dolía la cabeza. No sabía que el origen de ese padecimiento se encontraba en su nariz. Había nacido con olfato absoluto, condición que ha llevado a Inés Berton a fundar un imperio del té.
Hay mujeres y mujeres, escribió Raymond Chandler. Tenía razón. Por ejemplo Inés Berton, quien nació con la señal de la singularidad en la nariz. Vaya lugar para ser diferente y además para construir una epopeya que nos convierta en seres únicos, preciados, absolutamente extraños.
Inés Berton vino al mundo en 1972, en la ciudad de Buenos Aires, y siempre sintió que un defecto la había castigado de manera irreductible: olía demasiado. Por eso padecía dolores de cabeza. Cuando niña, llegó a imaginar que se podía obstruir las fosas nasales y más tarde trató de operarse.
Su nariz era una tortura, como ella misma lo ha confesado muchas veces en entrevistas y conferencias. Todos los olores la descomponían. Muchos seres humanos no entienden que recurrentemente nuestras peores pesadillas pueden convertirse en los más potentes aliados para crecer y ser otras personas.
Berton no se operó -por suerte- las fosas nasales. Y hoy en día es una de las 12 narices del mundo que pueden distinguir 5.000 “notas” diferentes y advertir el origen de una cosecha con seguir la huella de un aroma.
Inés Berton se educó como tantos jóvenes, estudió idiomas, viajó a París, primero, y luego a Nueva York, entre estudios y visitas a casa de amigos. El norte de su vida no estaba demasiado claro. Le gustaba pintar, pero no sabía demasiado más. Hasta que un día entró a trabajar en el Museo Guggenheim del Soho. Allí entendió que una cosa es que te guste el arte y otra muy diferente trabajar cotidianamente en una institución museística.
En el sótano había una empresa, The T. Emporium. Escogió varias hebras de diferentes tés y se preparó una infusión. Los otros clientes se acercaron a preguntar cuál era ese té. Como esta situación se repitió varias veces, la dueña le ofreció que se quedara a trabajar por cuatro dólares la hora.
En la trastienda de esa casa de té de Nueva York, Inés Berton se conectó con su vocación. Su nariz estalló al entrar en contacto con las mejores cosechas del mundo, preparados con clavo, jengibre, pimienta y otras especias. Este fue el primer paso de su mutación. Ahí entendió quizás que el té es una forma de ritualizar la hospitalidad.
Luego Fumiko Takashi, japonesa que trabajaba en The T. Emporium, y que se había negado a reconocer su talento, le pidió que creara un té especial. Escogió una hebra de té verde (Gunpowder Imperial), una base de té negro, rosas, lavanda y vainilla. “Terminó siendo uno de los mejores del mundo, porque lleva el único té verde que tiene al mismo tiempo infusión del té negro, y yo encontré esa excepción a la regla”, cuenta Berton.
Una vida guiada por el buen olfato
En ese momento de esta historia, Takashi se dio cuenta de que debía formar el talento que empezaba a expresarse en Inés Berton. Le dio a probar un matcha, que cuesta 70 dólares la onza. Con esa esencia se prepara la ceremonia del té. Berton no pudo soportarlo en la boca: lo escupió. Le pareció espeso y amargo. Esta mentora quiso decirle que no todo puede ser aceptado, y que ciertas cosas que deberían gustarnos pueden parecernos un horror.
En ese viaje de aprendizaje Inés Berton comenzó a ir al puerto de Nueva York a recibir las cosechas que llegaban en los barcos. Allí aprendió que el mundo del té es noble, donde aún la palabra de la gente es importante.
Con 132 dólares y una energía notable para entusiasmar a la gente que la acompaña, Inés Berton ha creado un imperio sin perder el humor
Berton ha diseñado mezclas de té para el hotel Waldorf Astoria, para los almacenes Fauchon y Harrods, para la diseñadora de modas Carolina Herrera, para la marca de joyas y perfumes Bulgari, para el Hotel Delano de Miami, para la actriz Uma Thurman y el director de cine francés Luc Besson, y para el Dalai Lama.
Inés Berton odia volar, pero ha aprendido a estar un día en Nueva York y otro en los jardines protegidos del sur de Shangai. Su vida es una trashumancia que sigue la pista de los tifones y de los cambios climáticos, para descubrir dónde se encuentra el mejor Darjeeling o el Castleton Vintage o el Margaret’s Hope.
Cuando regresó a Argentina, fundó la marca Tealosophy, una filosofía de vida, como ella dice. Y abrió una tienda en la galería Promenade, al lado del inmaculado Alvear Palace Hotel, en Recoleta. Y a fines del año pasado inauguró una tienda similar en Barcelona, España. Y creó un disco para el sello Warner, Tealosophy, by Inés Berton. Para cada tema, propuso una mezcla de té. El CD fue un éxito en España.
Desde aquel remoto día en un sótano de Nueva York en que entendió que su vida estaba encadenada de manera mágica a su nariz, Inés Berton ha crecido. Ha creado una empresa que tiene presencia en 20 países y que maneja una logística compleja. Ha aprendido a enfocarse. Y a soltar aquello que otros pueden hacer por ella, para que su sensibilidad desarrolle nuevos proyectos. Como, por ejemplo, saborizar una bebida que desarrollan científicos de Harvard y el MIT, y que posee una fórmula que ayuda a mejorar el déficit cognitivo.
Muchas cosas han pasado por la vida de Inés Berton y de su nariz, que alguna vez la martirizó y hoy le da sentido a sus días. Pero algo sigue en pie desde su infancia: la tranquilidad que le ofrece el olor de las tostadas. Como ella dice, frente al vértigo del mundo, ese aroma es lo único que necesita para dejar de temer.
Con 132 dólares y una energía notable para entusiasmar a la gente que la acompaña, Inés Berton ha creado un imperio sin perder el humor. Su padre la acompañó a recibir un reconocimiento de la Fundación Konex en Argentina y antes de subir al estrado le comentó: “Ellos entenderán que no sabes sumar y que eres pura intuición”. Una intuición que vale oro.