Sergio Dahbar (ALN).- Especialistas contemporáneos utilizan los conocimientos de Elisabeth Kübler-Ross sin saber de dónde provienen: de las conversaciones de esta psiquiatra con gente que iba a morir.
Hoy es común que especialistas en el mundo corporativo o político apelen a cinco etapas relacionadas con el proceso de morir (negación, ira, negociación, depresión y aceptación), para referir el camino si se desea salir de conflictos complejos del mundo contemporáneo.
Muchos citan este proceso con autoridad, pero ignoran que ese conocimiento proviene de una psiquiatra suiza que dedicó años de su vida a conversar con moribundos. Se llamó Elisabeth Kübler-Ross y murió en el desierto de Arizona (EEUU) en 2004.
En 1969 publicó quizás su libro más trascendente, Sobre la muerte y el morir: lo que los moribundos deben enseñar a médicos, enfermeros, clérigos y sus propias familias. Es una de esas obras que separan las aguas entre lo que se conocía previamente sobre el tema y lo que será una nueva manera de pensar la forma en que la gente se acerca a la muerte.
Elisabeth Kübler-Ross fue radical porque entendió, en sus conversaciones con moribundos, que los enfermos padecían una soledad extrema frente a médicos que preferían esconder la real magnitud de las enfermedades de los pacientes o parientes que estaban aterrorizados ante el fin de una vida querida y no podían ayudar demasiado en la despedida inevitable.
En 1969 publicó quizás su libro más trascendente, ‘Sobre la muerte y el morir: lo que los moribundos deben enseñar a médicos, enfermeros, clérigos y sus propias familias’
Al final de su vida escribió, en un libro publicado póstumamente en 2004, On Grief and Afliction: “Nuestro dolor es tan individual como nuestras vidas”. Y tenía razón. Su memoria sigue viva, sus libros se venden como si ella todavía ofreciera las conferencias que la convirtieron en una gurú de lo que nadie se atrevía a hablar, y una actriz estadounidense de origen griego, Melina Kanarakedes, compró los derechos de su autobiografía, La rueda de la vida, para llevarla al cine. Hay Kübler-Ross para rato.
Hacia 2004 no había nubes sobre el desierto de Arizona. Tampoco señales que pudieran guiar al extraviado. Sin embargo, la gente que andaba tras la pista de Elisabeth Kübler-Ross siempre encontraba su casa. Su nombre tenía aroma de misterio y su domicilio la implacable referencia de los desterrados.
Con 70 años, esta memorable guía suiza de los enfermos terminales decidió tirar la toalla. Se cansó de vivir y de chupar la energía de los moribundos por más de medio siglo. Lo curioso de su fin fue que no sabía cómo despedirse del mundo.
Nunca creyó en el suicidio (“si uno se va antes de tiempo, después tiene que volver a aprender lo que se perdió”). “A mí los Dunhills no me matan”, le respondió a una periodista que quería conversar sobre su autobiografía, La rueda de la vida.
Esas memorias se convirtieron en un libro de culto, como casi todo lo que ella pensaba. Jessica Weisberg las describió de esta manera en The New York Review of Books, en días pasados. “Las memorias de Kübler-Ross parecen un cuento de hadas. Sus villanos son crueles y lucen como ogros, debilitados por la arrogancia; las dificultades siempre terminan en victoria; los destinos se escriben al nacer”.
Elisabeth Kübler-Ross comenzó a pelearse con los hombres desde pequeña, en su Suiza natal. El padre, un burócrata de Zurich, esperaba un hijo varón. Dios lo castigó con una hija, que además vino con un carácter indomable bajo el brazo. Ante este impasse del destino, el padre imaginó que ella sería una perfecta secretaria para su oficina.
Elisabeth Kübler-Ross se forjó otros planes: ser médico. Esta determinación la convirtió en una paria sin domicilio fijo. Por años sobrevivió como asistente de un laboratorio, mientras estudiaba medicina y buscaba calor lejos de la casa familiar.
El enfrentamiento con el padre marcó su existencia para siempre. A lo largo de 50 años de vida profesional activa, Elisabeth Kübler-Ross revolucionó la mirada de la medicina sobre los enfermos terminales (describiendo las etapas de la muerte), cosechó el respeto de científicos prestigiosos, y se convirtió en un fenómeno cultural exitoso y paradigmático desde el primero de sus libros, Sobre la muerte y el morir (On Death and Dying).
Las ediciones de sus títulos (Morir es de vital importancia, Carta para un niño con cáncer, Recuerda el secreto…) superan los 20 millones de ejemplares, con traducciones a más de 20 idiomas, entre ellos el serbocroata y el catalán.
Aceptar lo inevitable
Al mismo tiempo, el lado menos ortodoxo de su vida también se hizo notorio: la creencia en el mundo de los espíritus, las conversaciones con fantasmas, las experiencias sobre la vida después de la muerte, la idolatría por un encantador de serpientes que la arrastró hacia el escándalo público, las casas incendiadas en situaciones inexplicables…
Mientras estudiaba y ya graduada de flamante doctora, Elisabeth Kübler-Ross ayudó a los sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial a sobreponerse a las heridas de la contienda. En Polonia viajó a Maidaneck, el campo de concentración, donde quedó impresionada por los rasguños y dibujos que habían dejado en las paredes de las barracas los condenados a muerte.
El lado menos ortodoxo de su vida también se hizo notorio: la creencia en el mundo de los espíritus, las conversaciones con fantasmas, las experiencias sobre la vida después de la muerte
Allí percibió una señal, que 25 años más tarde se convertiría en una revelación para su trabajo futuro. Casada con un neuropatólogo judío-americano, Emanuel Ross, se mudó a Nueva York. En esa ciudad perdió cuatro embarazos y tuvo dos hijos: un varón y una mujer.
Comenzó a trabajar en un hospital, y pronto advirtió el estado de los pacientes terminales: “Estaban echados a un lado, nadie se detenía en ellos. Abusaban de su paciencia. Nadie era honesto con ellos”, escribiría más tarde en uno de sus libros. Empezó a escucharlos atentamente, mientras ellos narraban sus penas. “Mi meta era romper la negación profesional que prohibía a los pacientes contar sus más íntimas preocupaciones”.
De esta manera, comenzó a escuchar miles de testimonios de moribundos. Y a presentarlos en foros públicos para desactivar el terror del tema. Así desarrolló su trabajo más sorprendente sobre las etapas de la muerte: la progresión de los mecanismos del enfermo para confrontar el final de su vida, desde la negación y el aislamiento, pasando por la furia y la depresión, a veces en franca conversación con Dios, hasta aceptar en una última etapa lo inevitable.
La única autoridad ante la que Elisabeth Kübler-Ross tuvo que resignarse (difícil palabra para su fiero vocabulario vitalista) fue su propia muerte. Puede parecer paradójico, pero los periodistas que buscaban respuestas sobre cómo encontró la muerte una mujer que había oído toda su vida a los moribundos, se decepcionaron. La encontraron malhumorada.