Guillermo Ortega (ALN).- Cuentan algunos economistas rusos que en tiempos de la Unión Soviética en realidad pocos veneraban el manual de economía política y, a la hora de resolver asuntos prácticos, preferían estudiar programación lineal o econometría. Al final eran herramientas más útiles que las arengas contenidas en el manual, utilizadas para catequizar desde los tiempos de Stalin. Igual sucede con los economistas cubanos. En las universidades de La Habana hay más interés por estudiar microeconomía o teoría monetaria que invocar los salmos de teoría marxista, quizás útiles para la crítica pero de escasa utilidad para resolver los problemas que aparecen en la gestión de gobierno.
A juzgar por las informaciones que salen de Cuba, desde hace bastante tiempo se tiene perfecta conciencia de los problemas que aquejan la economía:
-Las distorsiones que genera el sistema de tipo de cambios duales.
-Las consecuencias de mantener subsidios basados en los precios.
-Los conflictos de agente y principal que se presenta en las empresas públicas.
-La importancia de la inversión extranjera.
-Y, en general, las dificultades inherentes a la planificación central y el rol del sistema de precios.
Todos son problemas que, de manera invariable, tarde o temprano han llevado a todos los países socialistas, el más reciente ejemplo el de Corea del Norte, a introducir mecanismos de economías de mercado y tratar en lo posible de mantener el control político. Es un rompecabezas no fácil de resolver.
En Cuba ese proceso comenzó en 2008, al mando de Raúl Castro, con la introducción de un amplio programa de reformas que apuntaban a colocarse en la misma senda de otros países socialistas que llegaron al mismo convencimiento. En algún momento se pensó que Castro se convertiría en una especie de la Margaret Thatcher del Caribe, con un macro programa de ajustes, con reformas macroeconómicas y cambios estructurales que abarcaban un amplio espectro desde la eliminación de los cambios duales hasta la reducción del tamaño del Estado.
¿Cuál es el balance luego de 12 años de esas reformas?
A juzgar por los resultados , el programa se quedó a medio camino. Trataron de empezar por la eliminación del régimen de tipo de cambios duales. El mismo disparate que operó en Venezuela, solo que en Cuba genera, entre otras distorsiones, que las empresas del Estado utilizan para contabilizar sus ventajas de monopolio con un enorme costo de eficiencia para la economía cubana. Lo cierto es que la resistencia a la eliminación fue enorme, precisamente porque eliminar los tipos de cambio duales, colocaban al desnudo toda la ineficiencia de las empresas del Estado. La oposición fue tan fuerte que todavía hoy la economía cubana opera con los cambios duales, el mismo sistema que Castro prometía reformar en 2008, con un enorme resistencia del estamento militar que opera las empresas públicas.
Igual sucedió con los avances en la creación de una economía de mercado al estilo de China o Vietnam. Las reformas cubanas han sido un estruendoso fracaso, con avances muy tímidos y con una administración que actúa muy tímidamente, sin el liderazgo inicial de Castro.
¿Son “soldados” o “médicos” los 20.000 cubanos que están en Venezuela?
¿Qué explica ese intento fallido de reformas?
Es cierto que la ejecución de un programa de reformas no es un camino fácil, muchos sectores y grupos son afectados y se convierten en grandes obstáculos. La economía política de la reforma es complicada. La secuencia tampoco es fácil. Venezuela en 1989 es un ejemplo. No basta con tener los mejores equipos técnicos. Mauricio Macri es otro ejemplo. Alberto Alesina, el famoso economista italiano recientemente fallecido, y Alan Drazen publicaron un artículo: Why are stabilizations delayed? American Economic Review 81(5): 1991, que inició toda una línea de investigación que arroja algunas pistas de gran utilidad para responder la interrogante de qué determina la suerte de un programa de reformas.
En el esquema de Alesina y Drazen, en cierta forma, en términos del éxito o fracaso, la suerte del intento de reformas se resuelve como consecuencia de un juego, en el sentido de la interacción de diferentes agentes y sus estrategias. La economía política de la reforma es un resultado endógeno de ese juego donde se reparten los costos y beneficios del programa de ajuste. Es muy sugestivo la enorme resistencia al cambio por parte de las empresas del Estado, lo cual encaja bastante bien con esa hipótesis.
Pero como ocurre con toda teoría, hay muchas cosas que quedan por fuera y a veces es difícil reconciliar con la anécdota. También tiene que ver con la solidez del liderazgo político, la robustez del diseño de programa, y también con un poco de suerte en el balance de la secuencia de la reformas. Sin embargo hay un elemento que jugó un rol muy importante: las transferencias desde Venezuela. Una especie de efecto carambolas.
En el caso de Cuba, Juan Carlos Zapata rientemente me recordada un hecho que puede explicar el rezago en la reformas: la impresionante cifra, reconocida por el propio gobierno de Nicolás Maduro de la transferencia a Cuba por concepto de los programas de asistencia médica, específicamente la Misión Barrio Adentro. De acuerdo a Maduro, se trata de 120.000 millones de dólares en 18 años.
Esas transferencias actuaron como un fuerte incentivo para retrasar las reformas al mismo tiempo que alimentaban la gran maquinaria de distorsiones que es la economía cubana. Es en cierta forma paradójico.
Mientras en Venezuela la gran víctima del cambio dual era PDVSA, en Cuba los grandes beneficiados eran las empresas públicas que importaban a la tasa preferencial y vendían al cambio libre.
Un cálculo preliminar no deja de asombrar por la magnitud de esa transferencia. Para un país como Cuba esa cifra significa cerca de subsidios por el orden de casi 10% del producto interno por año. Los 120.000 millones de dólares representan más de lo que la Unión Soviética transfería hasta finales de los años ochenta, cuando se produce el colapso de la asistencia de Moscú. Según algunos estudios de la CIA, la ayuda soviética hasta 4.800 millones de dólares.
Para Venezuela, esa cifra no solo representa un costo escandalosamente alto por el pago de la “asistencia” cubana. Si uno la divide entre la cantidad de personal médico que pasó por Venezuela en esos años, de acuerdo a las cifras suministradas por el gobierno cubano, involucró a 200.000 personas, lo cual arroja que el costo por personal médico alcanza unos 50 mil dólares mensuales, y eso es sólo una parte del costo del programa.
Venezuela terminaba pagando una cifra exorbitante por los servicios médicos y Cuba recibía la contrapartida. Uno podría pensar que Cuba fue el gran beneficiado, pero en realidad produjo un indeseado: el retraso de las reformas.
El hecho es que esa transferencia puede explicar por qué el programa de Castro termino fracasando. Venezuela, no solo pagó un altísimo costo, terminó también subsidiando la ineficiencia cubana y retrasando un ajuste que ahora será más doloroso.
Adam Smith sostenía que los precios tenían básicamente dos funciones, por un lado racionan la demandan obligando a los consumidores a optimizar su consumo, y por el otro señalizan a los oferentes donde canalizar los recursos. Venezuela haciendo transferencias de casi 10 puntos del producto cubano, justo en el momento en que se iniciaban las reformas, permitió una gradualidad que conspiró contra el propio éxito de la reforma.
Al final Raúl Castro sabía que por grande que era la asistencia venezolana, el camino de una economía productiva requería de mucho más. Por eso inició ese gran viraje. Pero el error de cálculo de la gradualidad y la economía política del ajuste conspiraron contra sus propios objetivos.