Pedro Benítez (ALN).- La caída del coronel Pedro Rafael Tellechea estaba cantada, tal como le va ocurrir a quien lo reemplace; es solo cuestión de tiempo. No lo sacan (y apresan) por corrupción, incompetencia o manejos oscuros, aunque con toda seguridad de todo eso hubo bajo su breve paso por la sede de Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA) en La Campiña. Esos son los pretextos. La causa real son las implacables luchas por el poder que se libran puertas adentro del chavismo gobernante. Un remake del caso Tareck El Aissami, así como de todos los que le precedieron, de Rafael Ramírez a esta parte.
Resulta bastante revelador que el flamante ministro del Interior y Justicia afirme que el gerente caído en desgracia: “entregó el cerebro de la empresa (PDVSA) a una compañía vinculada con el imperialismo norteamericano (…) la misma empresa que intentó obtener esa información durante el golpe de Estado del 11 de abril de 2002”. Esto lo podemos denominar como jacobinismo petrolero.
Recordemos que tomar por asalto a PDVSA fue un paso fundamental y deliberado en el proyecto político del ex presidente Hugo Chávez. 2002 fue un año decisivo que empezó y terminó con el intento, finalmente exitoso (para sus propósitos, no para el país), de guillotinar a todo el personal gerencial de la otrora corporación estatal más prestigiosa del mundo; la cuarta entre las transnacionales petroleras, muy por encima de Pemex o Petrobras. Más de diecisiete mil empleados fueron botados y con ellos tirados al pipote de la basura muchísimos años de capital humano. No obstante, desde el punto de vista oficialista eso no tuvo mayor importancia porque en su concepción “el petróleo sale solo”. Ese fue el precio para tener una PDVSA “roja, rojia”.
Desde entonces, y como podemos constatar, la máquina de cortar cabezas no se ha detenido. De los seis presidentes que la estatal ha tenido en los últimos 20 años, uno, el más importante de todos (en esta historia) se encuentra en el exilio acusado de corrupción por sus propios ex compañeros de causa (Rafael Ramírez); tres están presos (Eulogio del Pino, Tareck El Aissami y Pedro Tellechea); otro murió en prisión (Nelson Martínez); dos siguen libres, es decir, pasan agachados en medio de la tormenta (Asdrúbal Chávez y el general Manuel Quevedo). Al momento de redactar esta nota nos enteramos que el nuevo presidente de la empresa se encuentra bajo investigación. De modo que se cumple, casi al pie de la letra, la conocida advertencia según la cual “la revolución, como Saturno, acabará devorando a sus propios hijos”. Permítasenos agregar que, en el caso que nos ocupa, no parara. Todavía faltan más cabezas por caer.
En el medio quedó arruinada la industria petrolera del país que llegó a ser uno de los más importantes exportadores de crudo del planeta; el único entre ellos que cayó en hiperinflación. El mismo país que cuenta con inmensas reservas de oro negro en su subsuelo, pero que nunca podrá explotar, mientras que en la superficie sus ancianos mueren de mengua, la mayoría de los niños padecen destruición y los más jóvenes emigran o consideran hacerlo.
Un caso digno de atención por parte de los recientemente galardonados por el Nobel de Economía y autores del best seller, “Por qué fracasan los países”.
PDVSA entró en una espiral descendente
Bajo el chavismo PDVSA entró en una espiral descendente de descapitalización humana, financiera y tecnológica, mientras la corrupción sistémica la terminó envolviendo, según admitió en su día el propio Nicolás Maduro. A confesión de parte.
En octubre de 2016 la Comisión de Contraloría de la Asamblea Nacional (AN), de mayoría opositora, presentó luego de varios meses de recopilación un “informe final” sobre las presuntas irregularidades administrativas ocurridas en la petrolera durante los años 2004 a 2014. Es decir, en los años que Ramírez fue su presidente y al mismo tiempo ministro de Petróleo. Este último detalle hay que tenerlo presente pues él se controlaba a sí mismo. Se pagaba y se daba el vuelto.
Según el mencionado informe parlamentario en ese período se habrían desfalcado a la empresa un monto superior a los 11 mil millones de dólares en diversas operaciones, lo que se calificó como “el caso de corrupción más grande de la historia de Venezuela”.
Por primera vez en la era chavista un poder público investigaba y denunciaba al sector clave de la economía. Hasta ese momento los señalamientos desde la opinión pública por corrupción o manejos cuestionables contra la gestión de la estatal petrolera eran abundantes. Incluso habían sido objeto de documentadas investigaciones; para destacar dos: Chavismo, poder y dinero de Juan Carlos Zapata y El gran saqueo por Carlos Tablante y Marcos Tarre.
Contrataciones por sobornos
Contrataciones por sobornos; manejo irregular de los recursos destinados al mantenimiento de refinerías (motivo por el cual el sistema de refinación colapsó); desfalco del fondo de pensiones de los trabajadores de PDVSA (540 millones de dólares); compras con sobreprecio de taladros importados de China; importaciones, también con sobreprecio, de plantas eléctricas, al inicio de la crisis del sector en Venezuela; la asignación millonaria de pólizas de seguro a su primo Diego Salazar; y el manejo de la tesorería de exportación de la corporación (de los crudos que no se despachaban a Estados Unidos) en el banco portugués Espírito Santo, institución de alto riesgo que no tenía la solvencia adecuada para la magnitud de esas operaciones. En julio de 2014 Espíritu Santo quebró. No hubo aclaratoria acerca de los montos que se perdieron allí. Se estima que la estatal tenía colocados 1.000 millones de dólares en notas estructuradas en el banco portugués.
Esos, son solo algunos de los casos denunciados durante la mencionada gestión. Todos estos fueron escándalos que nunca fueron objeto de investigaciones oficiales hasta que la oposición ganó la mayoría de las bancas de la AN en diciembre de 2015. Sin embargo, paralelamente a esa acción contralora, la Sala Constitucional, del Tribunal Supremo de Justicias (TSJ), admitió un recurso interpuesto por la representante legal de Ramírez y en cuestión de días resolvió suspender “los efectos de la investigación” iniciada. Un manto de impunidad cubrió la cuestionada gestión.
No obstante, un año después el tema dio un giro espectacular en manos del Fiscal General designado por la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), Tarek Wiliam Saab, cuando emprendió sus propias investigaciones e imputaciones en las que fueron destituidos y detenidos 42 empleados (de ellos 7 altos gerentes) de la Dirección de Exploración y Producción de PDVSA Oriente, señalados por distintos delitos. Además de seis directivos de CITGO, filial norteamericana de la estatal, incluido su presidente. En esos procedimientos de Saab contó (como no podía ser de otra manera) con todo el apoyo de Maduro que se apresuró a designar un nuevo presidente para CITGO, en este caso Asdrúbal Chávez, y de paso reconoció el profundo problema de corrupción de la petrolera.
Para hacer el cuento largo, corto: todo fue parte de la pelea a muerte entre Maduro y Ramírez con las correspondientes acusaciones cruzadas de traición y serios cuestionamientos a la gestión económica del país por parte de este último. La misma película que luego protagonizó El Aissami y ahora Tellechea. Mismo guion, mismo director.
La industria petrolera venezolana no se construyó en un día, y tampoco se destruyó en unas horas. Ha sido un proceso. Una PDVSA autónoma y profesional no le servía a Chávez y tampoco a Maduro. El problema de fondo reside en el despelote institucional que el chavismo ha hecho con el país. Los controles, contrapesos y las fiscalizaciones fueron demolidos a fin de usarla como la caja chica de una bodega. Luego se escandalizan por el desastre.
No es el propósito de esta crónica entrar a considerar si a la larga fue positiva o no la decisión de nacionalizar la industria petrolera en 1975 (no así del subsuelo que ya era propiedad de la nación, como lo había sido antes de la corona española). Lo que queremos es recordar que cuando se dio ese paso y se creó PDVSA, al gobierno de la época le preocupó mucho llegar a arreglos formales e informales que preservara el carácter profesional de la compañía, a fin de mantenerla al margen del clientelismo político. Para ello se designó como su primer presidente a un venezolano insigne e intachable, el general Rafael Alfonzo Ravard. Sin embargo, no faltaron los temores sobre lo qué pasaría el día que llegará a Miraflores un mandatario decidido a poner la empresa al servicio de su proyecto político. Ese día llegó en enero de 1999.
La llegada de Rafael Ramírez
Luego de cambiar a cinco presidentes de PDVSA en sus primeros cinco años, Chávez dio con el hombre dispuesto a hacer todo lo que se le pidiera sin ripostar. Ese fue Rafael Ramírez. Con él la empresa pasó a ser el corazón de la revolución, dedicada a hacer muchas cosas bastante alejadas del negocio, pero demandadas por el proyecto de poder. Desde los 100 mil barriles diarios de crudo que despachaban a Cuba, pasando por los suministros a Petrocaribe y el ALBA, las importaciones de alimentos de PDVAL, hasta mantener lubricada la maquinaria clientelar del PSUV. Incluso, en su rol de super gerente, a Ramírez se le delegó la responsabilidad de Coordinador del Órgano Superior de la Vivienda, iniciativa que fue propagandísticamente clave en la reelección presidencial de 2012.
Además, en su condición de ministro de Petróleo, revirtió parcialmente la apertura petrolera de los años noventa, que había permitido por primera vez la llegada de inversión extranjera al sector desde la nacionalización, lo que permitió incrementar en 600 mil barriles al día la producción de crudo del país para 1998. El cambio de las condiciones y los contratos llevó a que varios socios de PDVSA como Exxon y Conocco se fueran del país, mientras llegaban nuevas empresas rusas, chinas o vietnamitas.
Como consecuencia de todas estas acciones la producción petrolera venezolana nunca llegó siquiera a alcanzar la cuota asignada por la OPEP, y mucho menos las metas anunciadas en el Plan Siembra Petrolera de elevar los niveles de producción a 5 millones de barriles/día para 2014. Durante esos años la deuda financiera de la empresa estatal pasó de 3.720 millones de dólares a 43.384 millones, y las cuentas por pagar a proveedores de 4.313 millones de dólares a 21.404 millones. Todo eso en medio del mayor auge petrolero desde que el mundo es mundo. Y mejor no mencionar los desastres ambientales, las refinerías paradas, incendiadas, mal mantenidas y peor aseguradas.
En una declaración que le dio a la televisión alemana en 2020, Ramírez estimó que el Estado venezolano recibió unos 700.000 millones de dólares en ingresos fiscales, solo durante el tiempo que él estuvo al frente de la industria petrolera (2004-2014). Con una fracción de esos recursos sociedades como Taiwán o Corea del Sur pasaron de la miseria al desarrollo casi en el mismo tiempo que Chávez y Maduro han ocupado el poder.
No obstante, nada de esto aconteció por accidente o casualidad. Había un propósito político: hacer una revolución. Y las revoluciones tienen, entre otros aspectos, una característica, son refundacionales. Nada de lo que las precedió valió la pena o fue valioso; hay que destruirlo todo para edificar un mundo nuevo. Un país que “no termina de nacer y otro que no termina de morir” se nos aseguró a los venezolanos durante mucho tiempo como excusa a las insuficiencias, errores y fracasos del régimen político instaurado en enero de 1999. La izquierda borbónica venezolana (para seguir con el símil de la Revolución francesa) nunca se terminó de tragar a la PDVSA meritocrática, bilingüe y cosmopolita. Siempre abominó de ella; denunció a la “falsa Nacionalización” del 1ero de enero de 1976; se rasgó las vestiduras por el artículo 5to de la Ley de 1975; censuró la internacionalización de la empresa; y luego se tiró al piso por la Apertura de los años noventa del siglo pasado. Ese sector vio en Chávez la oportunidad de hacer realidad sus sueños.
Los que siguen vivos de aquel grupo hoy callan ante el desastre y miran hacia otro lado mientras la Oficina de Control de Activos (OFAC), del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, se ha convertido, en la práctica, en el Ministerio de Petróleo de Venezuela. Decide qué empresa de energía americana, europea o asiática hace negocios o no en la tierra de Bolívar.
Hoy no nos acompaña en el mundo de los vivos, pero en aras de refrescar la necesaria memoria colectiva, y que las nuevas generaciones de venezolanos interesados en este tema no lo olviden, valga mencionar a Alí Rodríguez Araque (el primer funcionario del excomandante/presidente en ocupar el entonces Ministerio de Energía y Minas). Él fue para la industria petrolera venezolana lo que Jorge Giordani para el resto de la economía nacional. Autores intelectuales de la destrucción nacional.
Otros fueron los brazos ejecutores.
A estas alturas ha quedado olvidada la siempre repetida promesa de “superar el modelo extractivo exportador tradicional”. Ahora, como aves de carroña hay una disputa por los restos del cadáver.
A propósito del comentario oficial que equipara la detención de Tellechea con los eventos del 2002, viene a la memoria aquel pasaje de Don Quijote de la Mancha en el cual, habiendo perdido su burro, el bueno de Sancho Panza afirma: “Digo que en todo tiene vuestra merced razón, y que yo soy un asno. Mas no sé yo para qué nombro asno en mi boca, pues no se ha de mentar la soga en casa del ahorcado».