Juan Carlos Zapata (ALN).- Los militares en América Latina ya no dan golpes de Estado. Los militares ya no son cabezas de gobiernos en la región. Pero “los militares han vuelto a la escena latinoamericana”. De otra manera. Los que gobiernan les abren las puertas del poder. Gobiernan con los civiles. Gobiernan con los que ganan elecciones. Los civiles los cooptan.
Los militares se fueron y no se han ido. Siempre llegan al poder. Por una u otra vía. Cambian las vías. Y hasta el método. Lo dice la experta Rut Diamint en un reciente trabajo en la revista Nueva Sociedad. Señala que los militares “a diferencia del pasado, ya no aparecen como aliados de las fracciones perdedoras para participar de golpes de Estado contra los gobiernos constituidos sino, generalmente, como parte de proyectos de seguridad pública interna”.
Los militares echaron y luego sostuvieron el régimen de Hugo Chávez, pionero en este esquema de poder, y en tal sentido han seguido sosteniendo al gobierno de Nicolás Maduro, siendo privilegiados del poder, comandando áreas estratégicas de la economía y la seguridad. Los militares hacen lo propio en Bolivia. En Ecuador con Rafael Correa y Lenín Moreno. ¿Es un asunto que sólo toca a la izquierda? ¿Qué decir de la derecha? ¿Se extenderá el esquema a Brasil con Jair Bolsonaro?
Rut Diamint, en un reciente trabajo en la revista Nueva Sociedad, señala que los militares “a diferencia del pasado, ya no aparecen como aliados de las fracciones perdedoras para participar de golpes de Estado contra los gobiernos constituidos sino, generalmente, como parte de proyectos de seguridad pública interna”
Rut Diamint, argentina, profesora de la Universidad Torcuato Di Tella y de la Universidad de Bologna, representación Buenos Aires, da cuenta que “en el pasado, algunos sectores civiles que no lograban alcanzar el poder por medio de las elecciones, es decir, que no conseguían construir una base de apoyo político y social para sus proyectos suficientemente amplia, optaban por golpear las puertas de los cuarteles. Y allí había altos oficiales ansiosos de intervenir en política. Los militares no eran, en efecto, víctimas de las demandas civiles, sino actores que sumaban al monopolio del uso de la fuerza el monopolio del poder político. El retorno democrático logró que regresaran al cuartel. Pero en los últimos años, las Fuerzas Armadas incrementaron nuevamente su participación en la política. No obstante, hay que destacar que estos procesos son diferentes de la historia anterior. La politización y la «policialización» de los militares se han convertido en dos formas de aumentar su injerencia en la política, con el consiguiente deterioro de la institucionalidad del Estado de derecho, sin que sea necesaria la toma directa del poder”.
Esta es una fotografía de escenario que sirve para el modelo aplicado en Venezuela y reproducido en Bolivia, Ecuador. Chávez militarizó el gobierno. Y de la Fuerza Armada dijo que era socialista, antimperialista y chavista. Chávez decía que el proceso que lideraba era pacífico pero que estaba armado, en referencia a la Fuerza Armada. Hablaba de unidad cívico-militar, aunque más bien parecía de unidad militar-cívico. Se recordará que Chávez llegó al poder por la vía electoral. No por un golpe de Estado. Cuando lo dio en 1992, fracasó.
La experta apunta que de manera distinta “varios presidentes han recurrido a las Fuerzas Armadas. Ahora no son los militares quienes presionan para adueñarse de la política, sino las autoridades elegidas quienes los utilizan para sus propios proyectos. Mientras asumen nuevas funciones, los oficiales adquieren más vinculación con el poder político y una relación aventajada con la población civil. Las Fuerzas Armadas ya no son aliadas de los perdedores del juego electoral. No pactan con quienes no ganan votos. Ahora son convocadas por los triunfadores de las compulsas electorales. Ya no entran en las casas de gobierno con los tanques, sino por las puertas privilegiadas de la recepción de autoridades”.
La consecuencia es que los militares se hacen de más poder. Con lo que queda desdibujado el esquema de la subordinación militar al poder civil. ¿Quién manda a quién? En Venezuela, el jefe de una guarnición agredió verbal y físicamente al presidente de la Asamblea Nacional, Julio Borges, el segundo cargo de elección popular. Claro, Borges es de oposición, y el militar obedecía al Poder Ejecutivo de turno, un civil llamado Nicolás Maduro.
La analista explica que “los políticos no quieren minimizar ni neutralizar la autonomía militar, para utilizar los términos de Samuel Huntington. En el poder, muchos presidentes, con la mira puesta en las siguientes elecciones o en perdurar en el sillón presidencial, cooptan a los militares como pilar de sus planes. Las formas que asume esta relación varían de país en país: en algunos casos se conforma un «partido militar», en otros procesos se instalan como ejecutores de las políticas sociales, dominan la inteligencia estatal o se aseguran concesiones económicas. Las Fuerzas Armadas disfrutan de ese retorno, que ya no las tiene como brazo represor de la oposición”.
Lo tiene claro la experta. La historia reciente está llena de ejemplos. La autora no habla de México, porque apenas comienza la presidencia de Andrés Manuel López Obrador. Pero hay un discurso en el presidente mexicano que apunta en ese sentido, un discurso que intenta ganar la voluntad de los militares. En el discurso de toma de posesión, recordó que la Fuerza Armada nunca ha dado un golpe de Estado en México, señaló que no era un cuerpo elitista, y recordó que el Ejército cuenta con el respaldo de la opinión pública, que destaca por su profesionalismo eficaz, que ha sabido acudir en auxilio de la población cuando esta lo ha necesitado, que la Fuerza Armada ha hecho escuelas y universidades. Que es de vocación nacionalista, y “nunca ha estado subordinada a ninguna hegemonía o fuerza extranjera”.
Vigías del poder
Vistos los casos, la experta señala que “la participación política de los militares desafía los principios democráticos. El uso de la fuerza para intereses particulares quebranta a la institución militar, mientras se desarticulan las funciones de otras autoridades de las que usurpan poder. Así se disipa la construcción democrática”.
Hacia dónde apunta López Obrador con el cambio de su discurso militar
Entonces, he aquí los casos de Chávez y Maduro. “Venezuela representa el peor ejemplo de la politización de los militares. Desde sus primeros años como oficial, Hugo Chávez fue destilando una carrera política… Las Fuerzas Armadas se convirtieron en el instrumento de mediación y apoyo político para la ejecución del proyecto bolivariano. Chávez empoderó a los militares y gobernó bajo la ficción de una alianza entre el líder, el pueblo y el ejército. Ante la crisis de los partidos políticos tradicionales, instauró un partido cívico-militar. Las consecuencias concretas de esa operación política derivaron en la militarización de la política”.
Agrega que “ya bajo la presidencia de Nicolás Maduro, esa expansión del poder militar aumentó. Para 2015, 32% del gabinete ministerial provenía de las Fuerzas Armadas; 11 gobernadores pertenecían a la rama militar. Maduro ha dado un paso más allá al extender el control militar sobre la economía, al crear una «zona económica especial» militar. Militares manejan tres de los cuatro ministerios relacionados con la alimentación y cuatro de los seis vinculados a la producción, y el presidente Maduro no habla de «dirección política» sino de «dirección político-militar» de la Revolución Bolivariana. Benigno Alarcón sintetiza este panorama diciendo: «Maduro decidió conservar el poder por la fuerza y comprar la lealtad de quienes se lo garantizan»”.
La paradoja es que, apunta, necesariamente “la crisis política y social de Venezuela presagia que tanto con este gobierno como con un hipotético triunfo de la oposición, los militares serán avales de la conducción política”. O sea, seguirán siendo vigías del poder. Como lo son en otros países de la región.
Los militares echaron y luego sostuvieron el régimen de Hugo Chávez, pionero en este esquema de poder, y en tal sentido han seguido sosteniendo al gobierno de Nicolás Maduro, siendo privilegiados del poder, comandando áreas estratégicas de la economía y la seguridad.
“En Bolivia, Evo Morales dedicó buena parte de su gestión inicial a cautivar a los militares, quienes pasaron de considerarlo un traidor a la patria a verlo como el artífice de la estabilidad política y económica. Con astucia, en poco tiempo los reconvirtió en aliados de su gobierno”.
Por otra parte, “durante su presidencia, Rafael Correa intentó reproducir en Ecuador estos modelos, pero tropezó con la fuerte defensa corporativa de las Fuerzas Armadas. Correa pudo disminuir parte del complejo industrial-militar, pero debió admitir que diversas situaciones «llevaron a nuestras Fuerzas Armadas a intentar una especie de autarquía, prácticamente un Estado paralelo, con su propio sistema de justicia, su propio sistema de educación, su propio sistema de salud, su propio sistema de seguridad social, su propio sistema empresarial, y algunos excesos como haberse convertido en la mayor poseedora de tierras del país». Su sucesor, Lenín Moreno, nombró como ministro de Defensa a un exgeneral, aumentó las asignaciones presupuestarias para las Fuerzas Armadas y reforzó la participación del Ministerio de Defensa en tareas de policía, inteligencia y gestión de riesgos. Moreno aceptó, de facto, compartir poder con las Fuerzas Armadas”.
Los ejemplos de Chávez, Morales y Correa representan una tendencia. Pero y ¿lo que ocurre en Brasil? Dice que “la politización de los militares no sólo vino de la mano de los gobiernos de la izquierda «rosada». La campaña electoral que llevó a la Presidencia de Brasil al excapitán del Ejército Jair Bolsonaro despertó una estridente euforia militar”. El caso conduce a una reflexión lógica: “Si Bolsonaro hubiera perdido las elecciones, ¿serían estos militares obedientes al presidente surgido de las elecciones? ¿Podría un candidato del Partido de los Trabajadores (PT) mandar sobre militares que no coinciden con sus principios políticos? No se debe confundir esto con que el militar tenga preferencias políticas y con que, como cualquier otro ciudadano, tenga derecho al voto. Pero en sus funciones profesionales debe tener neutralidad política y no utilizar el poder que le otorga el monopolio del uso de la fuerza para imponer, además, una opción ideológica”.
El ensayo aborda otros ejemplos y varias precisiones políticas en las que vale la pena abundar, tratándose de un tema vigente y delicado. El trabajo de la profesora Rut Diamint lleva por título “¿Quién custodia a los custodios? Democracia y uso de la fuerza en América Latina”. Vale la pena leerlo.