Pedro Benítez (ALN).- El próximo domingo 21 de noviembre, en Venezuela se cerrara un ciclo político y empezará otro. Tanto para el chavismo como para la oposición antichavista. Si eso será para bien o para mal, dependerá, en lo fundamental, de quienes en la actualidad detentan el poder efectivo sobre el país.
Los candidatos chavistas más emblemáticos hacen proselitismo electoral sin la imagen del ex comandante/presidente, fundador del movimiento e instaurador del régimen. Hablan en nombre de la boliburguesía y dirigen su mensaje hacia lo que se supone es la clase media. El sueño de hacer de Venezuela una versión de la Cuba castrista con petroleo ha quedado en el olvido. En eso consistía el socialismo del siglo XXI y el Plan de la Patria. Ni se les menciona, ni les recuerda. Nada de salvar el planeta y la especie humana. De lo que se trata es de salvar los negocios.
El hombre nuevo, el héroe y mártir del chavismo es un empresario colombiano contratista del Estado/partido. Por su parte, para la oposición quedaron atrás los años de esperanzas de una intervención “liberadora” desde la comunidad democrática internacional, inspirado en un artículo de la Constitución que supuestamente la autorizaba. A sus electores no se les convoca ofreciendo el R2P. Esto también es parte de pasado. Tal como lo habían advertido una y otra vez las voces más escépticas desde ese lado de la talanquera política, el cambio no vendrá ni por la presión externa ni por un “quiebre militar”. La “Presidencia interina” no pudo cumplir con su promesa de cesar la usurpación, no porque no ha querido sino porque sencillamente no ha podido.
La dura realidad
Los dos grupos han chocado contra la dura realidad. Esta no es lo que se quiere, sino la que es. La inmensa mayoría de los venezolanos ya la asumieron.
Ni a Nicolás Maduro lo han podido desalojar del palacio presidencial ni él ha podido liquidar a sus adversarios.
Forzado por la presión internacional, (que para esto sí ha sido útil) ha tenido que abrir la mano permitiendo un margen más o menos estrecho de participación para elecciones regionales y municipales del próximo domingo 21 de noviembre. Por supuesto, su propio poder no está en juego, por ahora. Se lo puede permitir con cierta seguridad.
Así pues, el grueso de la oposición venezolana ha decidido aprovechar esta ventana de oportunidad, tan despreciada por algunos, pero la más efectiva que ha tenido a lo largo de larga hegemonía chavista para organizarse. Esta es la parte positiva de este capítulo. La mayoría de los dirigentes y de la base opositora han salido a la calle nuevamente. La resistencia civil al madurismo chavista sigue existiendo.
Lo malo es que lo hace más divida que nunca.
El conflicto interno de la oposición
Esto es algo que la dirigencia de la oposición tradicional, que presenta sus candidatos a gobernadores, alcaldes, diputados regionales y concejales en la tarjeta de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), pretende que se ignore con el argumento de que cualquier otra candidatura que compita contra el oficialista PSUV es traidora, “alacrán” o falsa oposición comprada por el Gobierno. Y algo de esto, sin duda, hay. Pero ni son todos los que están, ni están todos los que son.
Desde hace años, la oposición venezolana arrastra un conflicto interno entre los partidarios de participar a todo trance en los procesos electorales, con el propósito de desafiar en su terreno el descarado ventajismo oficial y al autoritarismo institucional, y los factores más radicales partidarios de la abstención electoral que han pretendió que eso “deslegitimaría” al régimen. Como en un matrimonio mal avenido ese conflicto nunca se resolvió.
Los segundos, junto con el Tribunal Supremo de Justicia al servicio de Maduro, fueron desde el 2016 empujando a los primeros a la abstención en busca de una vía rápida que se ha hecho eterna. Como consecuencia, se profundizaron las amargas divisiones internas que hoy exhibe la oposición venezolana. Aquellos polvos trajeron estos lodos.
Ese es un problema, y los problemas o se reconocen y se resuelven, o se ignoran. Otra opción en culpar a un tercero y que el problema siga sin resolverse. Esta ultima es, al parecer, la alternativa que la oposición que se presenta en la tarjeta de la MUD ha tomado al responsabilizar al Consejo Nacional Electoral de su incapacidad para acordar una candidatura única en el estado Miranda, una de las joya de la corona de este proceso electoral.
¿Culpa del CNE?
Se podrán gastar infinidad de caracteres, e interminables minutos de videos y audios, para explicar las razones legales que permitirían cambiar la postulación de una candidatura en un determinado lapso. Pero el hecho cierto es la oposición no pudo hacerlo por sus propios medios y ahora le tira el paquete a los dos rectores del CNE identificados con la oposición.
Sin embargo, el problema político de fondo es que en ese estado (uno de los más tradicionalmente opositores del país) la oposición está dividida. Esto es consecuencia de la indefinición y ambigüedad del sector hasta ahora mayoritario por decidirse a participar. Y ese es solo un caso.
Lo curioso es que los mismos dirigentes que desmantelaron en su día la MUD, porque, entre otras cosas, creyeron que su liderazgo personal estaba muy por encima de la Unidad, hoy se aferran a su símbolo electoral como tabla de salvación. Los mismos que dejaron caer a los dos secretarios ejecutivos de la coalición (Ramón Guillermo Aveledo y Jesús “Chuo” Torrealba) en medio de la jauría de las redes sociales que pedía sus cabezas, pensando que así ponían a buen resguardo las suyas, ahora se presentan como los más fervientes defensores de la Unidad.
«Votar por Maduro»
No es la primera vez que algo así ocurre en la política desde que el mundo es mundo, después de todo el miedo es libre. No obstante, es evidente que esta MUD no es la misma MUD del 2013, ni la del 2015.
Por cierto, los mismos que hasta hace pocas semanas afirmaban que votar en este proceso era “votar por Maduro”, ahora nos dicen no votar por sus candidatos “es votar por Maduro”. En fin, el ejercicio de la política se caracteriza también por la ambigüedad y cada quién tiene derecho a cambiar de opinión, aunque todo tiene sus límites.
Lo cierto del caso es que la oposición democrática venezolana va a la cita electoral del próximo domingo divida y enfrentada, porque está dividida y enfrentada. Por culpa de aspiraciones personales, pequeñas mezquindades y también porque el Gobierno de Maduro ha maniobrado para dividirla más. Pero no es menos cierto que también es como consecuencia de la ambigüedad y falta de determinación de sus principales dirigentes en asumir una estrategia política clara y realista, y estar dispuestos a pagar el costo de opinión de pública de defenderla.
De modo que el resultado del próximo domingo no será una causa sino la consecuencia. Luego tocara volver a empezar.