Pedro Benítez (ALN).- ¿Por qué razón Nicolás Maduro le haría una concesión importante a la oposición venezolana? ¿A cambio de qué habilitaría candidatos y devolvería símbolos partidistas? ¿Por reconocimiento internacional como Presidente de Venezuela? ¿Se siente débil, acorralado y a punto de caer? ¿Necesita desesperadamente que le levanten las sanciones? ¿No ha ido consiguiendo (cortesía involuntaria del colega Vladimir Putin) victorias importantes de la comunidad internacional, principalmente del gobierno de los Estados Unidos, a cambio de nada?
En los últimos días los presidentes de Colombia y Francia, Gustavo Petro y Emmanuel Macron respectivamente, han manifestado su disposición y buenos deseos de re impulsar el estancado proceso de diálogo entre el gobierno de Maduro y la Plataforma Unitaria (PU) que vio algunos capítulos en Ciudad de México. Sin embargo, hay suficientes razones para sostener que los bien intencionados mandatarios llegan tarde a una película repetida. No a un remake, sino a la misma puesta en escena, con el mismo libreto y reparto actoral.
LEA TAMBIÉN
Como el hijo pródigo, Venezuela quiere regresar a la Comunidad Andina de Naciones
Desde el año 2014 los venezolanos una y otra vez hemos sido testigos de un ritual en el cual se crean expectativas de que, ahora sí, habrá un necesario acuerdo entre el Gobierno y sus opositores, en el cual, en los últimos tiempos, el tema humanitario ha ido de la mano con la demanda de mejores garantías políticas. Esa dinámica ha sido más o menos la siguiente: La oposición venezolana apuesta a obtener del proceso alguna prenda que le permita justificar su participación ante sus propios electores, pero como el Gobierno no se la da, esa respuesta la lleva a dividirse y a promover la abstención, con la cual el Gobierno a vez la acusa de estar dividida, sometida a intereses foráneos, ser antidemocrática, débil, tonta, fascista, violenta y golpista (todo junto a la vez). Al final hace acto de presencia un nuevo mediador que, preñado de las mejores intenciones, impulsa un nuevo acercamiento con sus respectivas conversaciones con lo cual el ciclo se repite. Y así, per saecula saeculorum.
En esta ocasión en concreto, Maduro no tiene ningún motivo para entregarle a la PU concesión alguna (grande, mediana o pequeña) que está a su vez pueda exhibir como una victoria (aunque sea aparente) y la envalentone de cara a las elecciones presidenciales del 2024. Si no lo tuvo antes, durante los catastróficos años de 2016 a 2020, menos ahora que él y su grupo sienten que ya pasaron lo peor y sobrevivieron en el poder al desastre interno y a la presión externa. Se sienten, no sin razones, victoriosos. Esa es la cuestión.
Además, ve el Gobierno Interino como un problema de la política exterior de Estados Unidos, que de todas maneras se va diluyendo a medida que pasa el tiempo.
Todo suena muy bonito para ser cierto
Un observador, manos o menos objetivo, diría que ante la actual crisis mundial, en la cual los precios del petróleo y el gas tienen un componente importantísimo, Maduro y el chavismo tienen una gran oportunidad. Y efectivamente es así. Esa era la lógica detrás de la oferta que el Embajador James Story le hizo en Miraflores hace algunos meses.
La misma consistiría en aprovechar el momento para llegar a un acuerdo con Estados Unidos (la PU es sencillamente un intermediario) que le permita levantar las sanciones, restablecer las relaciones con los organismos multilaterales a fin de reinsertar al país en el sistema financiero internacional, facilitar el regreso de las compañías petroleras occidentales para que levanten la producción venezolana, volver a despachar crudo a los puertos norteamericanos que están a tres días de los venezolanos (y no a cuarenta como en Asia), obteniendo así mejores precios, con el evidente efecto positivo que todo lo anterior tendría en la economía nacional; con ello podría ganar limpiamente, y sin sombra de dudas, la elección presidencial de diciembre de 2024. Se legitimaría internacionalmente. El PSUV pasaría a ser lo que hoy es el MAS de Bolivia.
Por supuesto, todo esto suena muy bonito para ser cierto. Ese proceso de legitimación y reinserción internacional, con fuerte recuperación económica nacional, sería a cambio de darle a la oposición venezolana la oportunidad de salir de su pozo de contradicciones y reorganizarse. Y ese es un riesgo que Maduro no va a correr. ¿Para qué? Después de todo, esta Venezuela, así como está, le sirve.
El reconocimiento a Maduro
Él cree que podrá superar cualquier dificultad que se le presente en el camino (como la crisis del tipo de cambio y repunte inflacionario que se está gestando). Admitamos que la suerte lo ha acompañado, de modo que desde su punto de vista eso tiene sentido. El giro económico de los últimos tres años ha ayudado a acomodar algunas cosas. Lo suficiente como para crear en ciertos sectores la ilusión de que aquí se puede vivir.
Por otra parte, Maduro ha ido consiguiendo “reconocimiento” internacional a cambio de nada. Eso ratifica que su táctica de exigir todo a cambio de dar muy poco le ha resultado. El costo que eso ha tenido sobre los venezolanos es otra cuestión.
Por consiguiente, si todo lo anterior es así, la oposición venezolana comete otro error al creer, y alimentar, la ilusión de que del nuevo proceso de diálogo obtendrá mejores condiciones para la participación electoral. Los cuarenta y pico de precandidatos presidenciales, que han manifestado su disposición a participar en las primarias que la PU ha dicho que convocará, se van a dar un estrellón contra la pared de la inflexibilidad oficialista. El Gobierno no le va a quitar las inhabilitaciones (injustas y arbitrarias) a los inhabilitados y tampoco devolverá los símbolos a los partidos políticos que fueron víctimas de ese ardid. En otra de las tantas injusticias tampoco va a facilitar la participación de la diáspora en el proceso electoral.
Aferrarse a la vía electoral
De modo que la oposición democrática venezolana tiene que prepararse para concurrir a la elección presidencial de 2024 (o antes) sin mejores condiciones electorales que las actuales, con este CNE (que es mejor, por cierto, que el del 2015), con las mismas máquinas de votación y sin negociación de por medio. Tiene que aferrarse a la vía electoral contra viento y marea. Y además debe decirlo claramente, antes que las estratagemas oficialistas le enreden el discurso, los deseos, las expectativas y las realidades. La política moderna consiste en comunicar, y la comunicación opositora es confusa y ambigua.
No se tiene por ello que renunciar a los espacios civilizados de diálogo y acuerdos promovidos por terceros, pero dejando claro que esos serán ejercicios políticos budistas. Sin expectativas.
La política de la oposición venezolana no puede depender de los deseos de su adversario. Ello sería reincidir en el error. Basta con ver el cartel de la película para conocer el desenlace.