Pedro Benítez (ALN).- Hace 21 años se desmoronaba la más esperpéntica aventura política que ha vivido Venezuela (y vaya que ha tenido unas cuantas) en sus dos siglos de historia republicana. De haber tenido éxito el propósito de entonces por desalojar del poder al expresidente Hugo Chávez, el paso de este por el Palacio de Miraflores hubiera sido un breve y accidentado paréntesis en la historia nacional.
La versión venezolana de Abdalá Bucaram. Un accidente. Un cometa fugaz. Por supuesto, es probable que las razones que hicieron de él el fenómeno electoral de 1998 hubieran seguido presentes en la sociedad venezolana. Pero todo esto son especulaciones; no podemos saber qué hubiera pasado, sabemos lo que efectivamente pasó. Y lo que pasó es que la mañana del 12 de abril del 2002 él estaba derrocado, con la Fuerza Armada Nacional (FANB) en contra y con su grupo político sin capacidad de reacción de ningún tipo. Es más, tal como se ha documentado, la mayoría chavista en la Asamblea Nacional (AN) de entonces, elegida el año 2000, se había fracturado y una nueva mayoría parlamentaria se está configurando en las primeras horas de ese día a fin de bañar con el agua bendita de la institucionalidad el cambio de Gobierno, y así guardar las formas ante la comunidad internacional. De manera muy apretada, esa es parte de la historia patria.
Sin embargo, en esas mismas horas un grupo de aventureros, bastante mediocres a juzgar por los hechos, tiraron todo eso por la borda de la manera más estúpida.
El día anterior, el 11 de abril, aconteció, la que con casi toda probabilidad haya sido la más importante y significativa movilización ciudadana en protesta contra un gobernante ocurrida en la ciudad de Caracas desde el 14 de febrero de 1936. Pero a diferencia de ésta última, la de abril del 2002 culminó de una manera sangrienta, en un hecho que fracturó irremediablemente a la sociedad venezolana, quién sabe por cuánto tiempo. El trágico desenlace, que según cifras oficiales dejó 19 venezolanos asesinados, fue el disparador de una crisis en la línea de mando de la FANB que le costó el poder a Chávez. En otra época y en otro país los altos jefes militares hubieran aprovechado la oportunidad para quedarse con el poder, pero no lo hicieron. Prefirieron que lo hicieran los civiles.
El papel de Baduel
Y fue un pequeño grupo de civiles, apoyados, por supuesto, por otro pequeño grupo de militares, los que optaron por consumar un golpe de Estado e intentar imponer un régimen (provisorio, según ellos) autoritario, aprovechándose de la confusión reinante. Fue el tristemente célebre Carmonazo. Un acontecimiento que por sus consecuencias fue absolutamente catastrófico para la oposición democrática al chavismo.
Una inmensa movilización popular, absolutamente legítima y pacífica, fue traicionada por un grupo de aventureros que transformaron esa gesta en un grotesco golpe de Estado.
Ese golpe, que Pedro Carmona protagonizó en medio de los gritos y alaridos de la concurrencia que le acompañaba en el Palacio de Miraflores, no fue contra Chávez, que a fin de cuentas estaba caído, sino en contra de las instituciones de la República que aún seguían en pie en medio del terremoto. Esa fue la oportunidad que los oficiales dentro de la FANB leales a Chávez, y sus partidarios en las calles de Caracas y de Maracay, aprovecharon para pasar a la contraofensiva ante desconcierto de la mayoría del país. Valga mencionar el papel decisivo que en esas horas cumplió el general Raúl Isaías Baduel, a quien el chavismo borró de la historia, incluso de las imágenes, tal como se hizo en la Unión Soviética con León Trotski, pese a que Chávez y su grupo (incluyendo los actuales herederos) volvieron al Gobierno principalmente por él.
Chávez, sorprendido de regresar al poder
Lo demás es el relato que el chavismo ha construido en su intento por crear su propia épica. Por cierto, todos los gobiernos del mundo, desde que aparecieron las primeras civilizaciones, han hecho lo mismo a fin de legitimarse.
La noche del 13 para la madrugada del 14 de abril Chávez estaba sorprendido de su regreso al poder. Un gran golpe de suerte sólo atribuible a su buena estrella.
Recapitular en los entresijos de esa historia es importante hoy, porque en los mismos se pueden identificar patrones de conducta en los adversarios más destacados del chavismo que se han mantenido presentes a los largo de estas dos décadas y que, por su persistencia, no pueden ser atribuidos a la casualidad.
Por ejemplo, Carmona disolvió la Asamblea Nacional, que estaba dispuesto juramentarlo, porque no se quería someterse al control de un poder elegido democráticamente, y detrás de esa decisión estaba el profundo desprecio que él, y su círculo inmediato, sentían por la democracia. Esa es una pulsión que ha estado muy presente tanto en el chavismo, como en un sector (no todo) de la oposición venezolana. Esa es la verdad. La democracia es buena y legítima cuando me favorece a mí.
Odio y sed de revancha
Pero hay otros factores sin los cuales no se puede explicar el Carmonazo; el odio, la sed de revancha y la ambición desmedida. Esos son los combustibles necesarios para ese tipo de dislates. Uno de los peores errores que se pueden cometer en política es odiar al adversario. El odio ciega el juicio. Al adversario hay que apreciarlo fríamente, con distancia, caracterizarlo y hasta entenderlo. Sólo después actuar, si en ese camino se ha logrado domar la ambición.
Abril de 2002 no es la única vez que los adversarios del chavismo (la oposición) han estado muy cerca de desplazarlo. Diciembre de 2015 en adelante y enero de 2019 han sido otros dos momentos cruciales en los que a distintos dirigentes opositores se les fue el poder como el agua entre las manos, básicamente por las mismas razones por las cuales Carmona Estanga ha pasado a la historia como el breve.
Si uno se pone a ver, en cada uno de esos momentos un enorme capital político fue desperdiciado cuando el odio, la sed de revancha y la ambición desmedida nublaron el juicio de los que, por circunstancias del destino, tuvieron en sus manos la capacidad de tomar las decisiones cruciales.
Reflexionar sobre eso es todavía más importante hoy en Venezuela, porque todo indica que en 2024 a algún adversario del poder establecido se le va a presentar otra oportunidad de oro. Una vez más.
Una oposición dividida
Pese a que la oposición venezolana luce hoy dividida, desmoralizada y desmovilizada, porque efectivamente es así, la otra cara de la moneda es que el PSUV, con Nicolás Maduro a la cabeza, no la tiene más fácil. Un amplio sector de la base chavista también se encuentra desmoralizada y desmovilizada, y sin eso, ni con todo el ventajismo de su parte, ni con esta oposición dividida, Maduro gana unas elecciones. Esa es una de las razones de fondo de la actual “campaña anticorrupción”. Intentar “conectar” con esa gente.
No obstante, resulta al mismo tiempo curioso constatar que desde los dos lados de la talanquera política nacional hay el convencimiento que la oposición nuevamente va a dejar que se le quemé el pastel en el horno. Pero esa no es una fatalidad irremediable. Todas las condiciones están dadas para que emerja una candidatura con mucho arrastre popular que ponga contra las cuerdas al oficialismo a punta de votos. Esa candidatura puede surgir de la primaria que convoca la Plataforma Unitaria, o fuera de ella, o sin primaria.
La razón de ello es que este es un gobierno que va en declive. Hay una caída en la marca. Si eso es así, el riesgo de que el oficialismo se radicalice (escenario Nicaragua) es muy alto. Por lo tanto, esa candidatura opositora debe no solamente ser muy popular, despertar mucho entusiasmo, también debe tener como principal virtud la sabiduría política. Si se deja arrastrar por las pasiones del momento, ofreciendo el discurso fácil en busca de los vítores del coliseo romano, prometiendo disolver los poderes públicos y/o mandar los cuadros de Chávez a sus hijas, pues Venezuela volverá a tirar cinco o diez años más de su vida nacional al pipote de la basura.