Pedro Benítez (ALN).- El reciente triunfo de la oposición turca en las elecciones municipales de Estambul, la principal ciudad de ese país, parece recordar que ante regímenes autoritarios, a sus respectivas disidencias les resulta más efectivo el recurso de los votos que el de las balas. Enfrentar a una dictadura cuando no se tiene armas es un dilema de todos los movimientos democráticos en países tan lejanos el uno del otro como Turquía y Venezuela.
La amistad y alianza entre el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, y Nicolás Maduro no son casualidad. Los regímenes autoritarios se apoyan mutuamente y se copian sus estratagemas de dominación.
Las informaciones del apoyo del gobierno turco a Maduro para evadir las sanciones de Estados Unidos, así como a las redes de corrupción del madurismo, que han incluido el envío de toneladas del oro del Banco Central de Venezuela (BCV) a ese país son cada vez más numerosas. Además, el diputado venezolano Americo de Grazia ha denunciado la explotación de minas ilegales de oro en Venezuela (el Arco Minero) por empresas turcas amparadas en acuerdos entre Erdogan y Maduro.
¿Qué hará Erdogan ahora que su respaldo mayoritario parece amenazado? Eso está por verse. Lo que sí luce claro es que al hacer las comparaciones de un caso con el otro las dificultades de la oposición venezolana han sido mucho mayores que la turca.
Es ese tipo de situaciones que le recuerdan a las democracias europeas que Turquía (socia comercial de ellas) ha devenido en una dictadura personal al estilo de Vladímir Putin en Rusia.
No obstante, y pese a los obstáculos impuestos por el sistema político, Ekrem Imamoglu, candidato del principal partido opositor a Erdogan, acaba de ganar la elección a la alcaldía de Estambul, la mayor ciudad de Turquía.
Para sorpresa de los observadores extranjeros que daban por hecho el dominio absoluto del presidente Erdogan en la escena política turca, la oposición civil a su régimen lo volvió a derrotar por medio de los votos (la elección anterior fue anulada hace tres meses) en lo que ha sido su tradicional bastión electoral desde hace casi un cuarto de siglo.
En teoría es de suponer que Imamoglu se dedique a gestionar los problemas de la ciudad en el cargo de alcalde para apuntalar la confianza del electorado turco. Pero Erdogan bien podría cambiar las reglas (como ya ha hecho) y despojar de sus competencias administrativas al flamante alcalde.
De cualquier forma, la oposición democrática en Turquía ha renacido, ahora tiene un líder alternativo a Erdogan, que además comienza a ser cuestionado dentro de su propio movimiento político.
Desde que fue electo primer ministro de Turquía en 2002, Erdogan siguió el mismo camino del expresidente Hugo Chávez en sus 14 años de poder en Venezuela: usar los mecanismos de la democracia para acabar con la democracia.
Apoyándose en un mayoritario respaldo popular expresado en sucesivas victorias electorales, ha ido imponiendo cada vez más restricciones a derechos civiles como la libertad de prensa y acumulando más poder en su persona. Es el clásico ejemplo, advertido por algún pensador griego de la antigüedad, de imponer la tiranía de la mayoría.
Como no podía ser de otra manera, Erdogan ha hecho de la prensa crítica a su gestión el principal enemigo; exactamente como lo han hecho otros líderes autoritarios, de otras partes del mundo, como fue el caso de Hugo Chávez en Venezuela.
En Turquía se cuentan por decenas los periodistas encarcelados o sometidos a juicio por desacato contra el presidente. Y se da como un hecho natural que la mayoría de los medios masivos de comunicación están alineados con la política oficial.
Erdogan modificó el sistema parlamentario por uno de tipo presidencialista en 2014, haciendo elegir presidente, dándole más atribuciones a ese cargo y asegurando la posibilidad de la relección indefinida del mismo.
Y tal como hizo Chávez, Erdogan promovió en 2017 un referéndum para modificar la Constitución a fin de arrogarse todavía más poder, que entre otras atribuciones le otorga la capacidad de designar la mitad de los miembros del Tribunal Constitucional y disolver el Parlamento a voluntad.
Pero hasta allí las similitudes. Porque en los años de poder de Erdogan la economía turca ha tenido un muy buen desempeño. La economía se ha abierto a la inversión extranjera, la inflación ha bajado y las exportaciones industriales han crecido, haciendo de Turquía una de las principales economías emergentes del mundo.
Como gobernante Erdogan ha sido cualquier cosa menos socialista. El éxito económico ha sido una de las razones del respaldo popular.
Como el proceso autoritario chavista ha llegado más lejos, la oposición turca puede aprender mucho más de los errores de la venezolana que a la inversa. En particular, un factor que en el caso de todas las oposiciones a todas las dictaduras, en todas las épocas, siempre ha sido crítico: la difícil unidad.
Por otro lado, ha sido un aliado incómodo de las potencias occidentales. Erdogan es un conservador, proislamista, en un país mayoritariamente musulmán. Si fuera cristiano, muchos de los grupos más conservadores de Occidente simpatizarían con él.
De modo que en la práctica el régimen de Erdogan ha sido muy distinto al chavista, aunque ahora el autoritarismo los acerque.
En el caso de los dos países los respectivos movimientos opositores se han enfrentado al mismo dilema: ¿Cómo ser oposición a este tipo de regímenes?
En los dos casos la ruta electoral pareció ser la más efectiva. Pero sobre eso hay que introducir un matiz: es fácil ser autoritario cuando se tiene el respaldo de la mayoría y por tanto la regla de oro de la democracia funciona a su favor. Esa fue la situación de Chávez en sus primeros años en la Presidencia y ha sido la de Erdogan hasta ahora.
Cuando su partido comenzó a perder las elecciones de ciudades y gobiernos regionales, Chávez les quitó las competencias administrativas y comenzó a inhabilitar a dirigentes opositores. Cuando perdió el referéndum de 2007 modificó las reglas para aprobar sus propuestas por otras vías. Allí se afianzó la deriva autoritaria que ha terminado en la dictadura abierta de su heredero y sucesor.
La difícil unidad
¿Qué hará Erdogan ahora que su respaldo mayoritario parece amenazado? Eso está por verse. Lo que sí luce claro es que al hacer las comparaciones de un caso con el otro las dificultades de la oposición venezolana han sido mucho mayores que la turca.
Entre otras cosas por la destrucción de la economía y la sociedad civil como consecuencia de las políticas de control social impuestas por el chavismo. Como vemos, nada de eso ha ocurrido en la, pese a todo, floreciente economía turca.
Como el proceso autoritario chavista ha llegado más lejos, la oposición turca puede aprender mucho más de los errores de la venezolana que a la inversa. En particular, un factor que en el caso de todas las oposiciones a todas las dictaduras, en todas las épocas, siempre ha sido crítico: la difícil unidad.
En 2015 los opositores a Erdogan ganaron las elecciones parlamentarias, pero las disputas entre ellos les impidieron formar gobierno, lo que aprovechó el presidente turco para convocar legalmente nuevas elecciones y recuperar la mayoría. Ese mismo año la oposición venezolana ganó las dos terceras partes de las bancadas de la Asamblea Nacional, y aunque hasta ese momento fue unida, sus dirigentes no se pusieron de acuerdo en la estrategia común a seguir.
Más que cualquier otro factor son las divisiones de sus oponentes el principal aliado de personajes como Erdogan y Nicolás Maduro.