Pedro Benítez (ALN).- Cada vez que está contra las cuerdas, Nicolás Maduro llama al diálogo. El miércoles, en medio de insultos y amenazas a sus adversarios, habló de ir a elecciones y sentarse (otra vez) con esos mismos adversarios. Pero ahora su posición es más débil que hace 20 días y la oposición tiene todas las cartas para ganar. Hace 40 años, en una situación como la que actualmente atraviesa Venezuela, los militares latinoamericanos ya habrían dado el clásico golpe de Estado para “imponer el orden”. Pero no estamos en el Chile de 1973 ni en la Argentina de 1976.
En esa época los militares de esos países tomaron por la fuerza el control de sus respectivos gobiernos en nombre del anticomunismo, seguros del apoyo que recibirían de los Estados Unidos en el marco de la Guerra Fría. No obstante, a la larga, todos esos gobernantes castrenses terminaron por entregar el poder y la mayoría enjuiciados e inclusos presos.
Ese es un riesgo que los miembros del actual Alto Mando militar venezolano se niegan a correr. Están al corriente de que la comunidad internacional los observa.
En el bloque de poder chavista los militares se han convertido en los accionistas mayoritarios
Toda el agua que ha corrido debajo del puente de la historia de la región no ha sido en vano.
Esa lógica es clave dentro del bloque de poder chavista, donde los militares se han convertido en los accionistas mayoritarios. No quieren aparecer como los tradicionales golpistas derrocando a un presidente que hasta hace poco era considerado legítimo por su origen. Además, muchos de ellos se han hecho parte de las insólitas tramas de corrupción que caracterizan al chavismo. Su opción más cómoda es sostener a Nicolás Maduro hasta el fin de su periodo presidencial.
Pero tampoco están dispuestos a sostenerlo a sangre y fuego, porque saben que tarde o temprano tendrán que rendir cuentas ante la justicia.
El chavismo en su propia trampa
No obstante, el mandatario venezolano los ha metido en su trampa. Desde 2014 se ha dedicado con insistencia a demostrarle al resto del mundo que es un dictador al que no le importa en lo más mínimo la opinión de sus conciudadanos. Ha privado de la libertad a dirigentes políticos opositores, ha usado los tribunales de justicia para forjar descaradamente sentencias condenatorias en su contra y al Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) para desconocer la mayoría opositora en la Asamblea Nacional, resultado de una consulta electoral en la que el oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) jugó con ventaja.
Hasta el momento se han confirmado tres muertos en las protestas / Flickr: MARQUINAM
En este sentido, la imagen internacional que Maduro ha dado en los últimos días ha sido devastadora para él y para el chavismo: Ante las masivas demostraciones de calle en su contra, su respuesta pública consistió en anunciar la duplicación de los miembros de la milicia nacional, un cuerpo armado formado por partidarios del oficialismo, creado por el anterior presidente Hugo Chávez, siempre desconfiado de sus camaradas de armas.
Ese incremento de la militarización del país ha provocado dos tuits de rechazo -el 18 y el 19 de abril- por parte del presidente de Colombia, Juan Manuel Santos.
La agudización de la crisis venezolana ha provocado un giro en la actitud del mandatario (y premio Nobel) neogranadino, quien hasta hace muy poco hacía todo lo posible para aparentar excelentes relaciones con el Gobierno de Venezuela.
Entre los recientes fallos del TSJ en contra del Parlamento, las apelaciones del presidente a la fuerza militar y los discursos incendiarios de los dirigentes del ala más radical el chavismo, como el diputado Diosdado Cabello y el exalcalde de Caracas Freddy Bernal, la oposición ya se puede ahorrar el esfuerzo de explicarle a la comunidad internacional que se enfrenta a un régimen autoritario.
El poder de Maduro no es eterno
Sin embargo, pese al cuadro anterior la única salida práctica que le queda al chavismo en su conjunto, y a los jefes militares en particular, es la de la negociación. Venezuela no es Corea del Norte, Maduro no es Kim Jong-Il, ni tiene a su disposición (afortunadamente) una bomba atómica. Su determinación de resistir a todo trance, a costa de la penuria generalizada de los venezolanos, ha encontrado un límite: el hartazgo de la población y la reciente audacia de la oposición.
Allí reside la clave del cambio político en Venezuela. Los dirigentes de la alianza opositora (MUD) tienen todas las cartas para ganar.
La negociación política es el inicio de la transición y de una salida electoral. Esa es la ruta más segura para lo que de todas maneras va a ocurrir: el abandono del poder del chavismo luego de casi dos décadas.
La única salida práctica que le queda al chavismo es la negociación
La apuesta de Maduro ha consistido en que sus adversarios cedan ante sus amenazas y retrocedan nuevamente. Pero no es eso lo que ha venido aconteciendo en las calles de Caracas y las principales ciudades del país desde el 1º de abril pasado. Lo que empezó como un escarceo menor entre los diputados opositores y la Policía Nacional Bolivariana (PNV) ha ido escalando hasta convertirse en una multitudinaria protesta nacional de rechazo a Maduro.
Protesta que en las últimas horas se ha extendido hacia las barriadas populares del oeste de la capital, como Antímano, La Vega y Catia, antiguos bastiones del chavismo, donde ya ganaron los candidatos de la MUD en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015.
Pedro Benítez es historiador y profesor de la Universidad Central de Venezuela.
Maduro plantea negociar ahora que está débil, aunque pudo hacerlo hace un mes cuando estaba en una mejor posición. La sucesión de acontecimientos ha puesto de manifiesto que su poder sobre Venezuela no es eterno, que en el mejor de los casos (para él) su permanencia en el palacio presidencial de Miraflores es cuestión de meses, y eso ya es el inicio de la transición.