Pedro Benítez (ALN).- Comencemos por una declaración de principios: tal como lo hemos manifestado antes en este espacio, la experiencia ha demostrado que las sanciones económicas (por sí solitas) no cambian gobiernos autoritarios y, por regla general, no consiguen modificar sus conductas. Por el contrario, cohesionan a la coalición dominante (John Magdaleno dixit), dividen a la respectiva oposición y debilitan a la sociedad civil que resiste dentro del país. Esto último es muy importante tenerlo en cuenta en el caso venezolano. Un pueblo sumergido en la miseria y el hambre no tumba gobiernos, se dedica a sobrevivir o emigra.
Eso de que el 14 de julio de 1789 las depauperadas masas parisinas iniciaron la Revolución francesa es falso. Es uno de muchos mitos. El cambio político dentro de un país lo efectúan siempre pequeños grupos audaces y organizados, que se pueden ver favorecidos por las circunstancias económicas y sociales, aunque no siempre ha sido así.
Dicho lo anterior, se nos dirá que, en la situación concreta de Venezuela, si bien es cierto que imponer las sanciones financieras (agosto 2017) y comerciales (abril 2019) no consiguieron desalojar a Nicolas Maduro del poder, ni obligarlo a negociar una apertura política, flexibilizarlas tampoco sirvió de nada, o de muy poco. Eso es absolutamente cierto e irrebatible. De modo que esto nos lleva a plantearnos dos interrogantes: ¿Qué se hace entonces? ¿No saben los gobiernos que imponen ese tipo de medidas lo poco efectivas que son?
Consideremos la segunda pregunta antes de abordar la primera. Las potencias (que son las que pueden) imponen sanciones económicas a un Estado que consideran ha violentado el derecho internacional (la invasión rusa a Ucrania), o como respuesta de la comunidad democrática internacional a una alteración del orden constitucional vigente ocurrido dentro de uno de sus miembros. En ese sentido, los decisores no son tan ingenuos para creer que esas medidas por sí solas van a modificar la conducta del sancionado. Eso ya lo saben. Pero las aplican como efecto demostración a un tercero que esté, por ahí, pensando en hacer lo mismo.
Por ejemplo, si el día de mañana (Dios no lo quiera) Javier Milei diera un fujimorazo y cerrara el Congreso de su país, Latinoamérica toda, Estados Unidos y la Unión Europea, le impondrían sanciones a la Argentina. No es ciencia ficción, en Brasil hoy está en curso una investigación judicial a raíz de la declaración de dos generales que involucran a Jair Bolsonaro en un intento de no entregarle el gobierno a Lula Da Silva. Por cierto, los mismos que se rasgan las vestiduras por las impuestas a Venezuela las hubieran aplaudido en cualquiera de los dos supuestos. De hecho, estuvieron dispuestos a apoyar similares medidas con las que la Administración Biden amenazó a Guatemala el año pasado, cuando se negaban a entregarle el gobierno a Bernardo Arévalo, ganador de las elecciones presidenciales. El doble rasero moral está bastante bien distribuido desde el punto de vista estadístico.
La catástrofe que caído sobre Venezuela no es consecuencia de las sanciones; es mas que sabido que la crisis tiene otras causas y que levantarlas tampoco es garantía de recuperación. No, mientras siga bajo ese (des) gobierno. Así como tampoco es cierto que el país se encuentre sancionado porque dos o tres imprudentes políticos opositores, ansiosos de protagonismo, se lo hayan solicitado al ex vicepresidente Mike Pence de manera pública. Las sanciones son consecuencia, principalmente, del golpe de Estado que se le dio en 2017 a la Asamblea Nacional elegida democráticamente, de acuerdo a lo pautado en la Constitución venezolana de 1999, dos años antes. Punto. El principal responsable de que el país se encuentre sancionado no es otro que Maduro, quien de allá para acá ha puesto bastante de su parte para mantener esa situación, despreciando la oferta que le hizo el hoy saliente gobierno de Estados Unidos de levantarlas si honraba los Acuerdos de Barbados. Ya sabemos lo que pasó. Si él estuviera tan compungido por el dolor colectivo, sacrificaría su aspiración individual de perpetuarse en el poder en función del interés nacional. Por supuesto, eso no lo va a hacer. Puesto a escoger, opta por condenar ritualmente la injerencia imperial yankee, usando el conocido libreto castrocubano.
El haber desconocido de manera tan descarada la voluntad mayoritaria de los venezolanos expresada el 28 de julio ha lanzado fatalmente al país por una pendiente descendente.
Esto nos lleva a la pregunta que dejamos colgando arriba. ¿Qué se hace entonces? Más allá de lamentarnos, pues nada o muy poco. Porque lo cierto del caso es que (esto es duro decirlo) quitar o poner sanciones no depende de los venezolanos o de la oposición. Depende de quién tiene la sartén agarrada por el mango, que no es otro que el inquilino de la Casa Blanca, que, de acuerdo a su visión e intereses (insistamos en esto último) las usara a conveniencia. Venezuela no es el ombligo del mundo y ni Biden ni Donald Trump ha visto en su vida el programa de variedades y chismografía que transmite semanalmente VTV, canal 8.
Sin embargo, sirva esta reflexión de advertencia para el liderazgo opositor venezolano. Si su estrategia de cambio político se centra única y exclusivamente en Washington, en cualquier momento podría quedar guindado de la brocha. Un acuerdo entre Trump y Maduro no es descabellado, es una posibilidad y sería otra ironía de las tantas que tiene la historia.
Obsérvese la curiosa actitud de la administración Biden sobre el tema. Como despedida está haciendo, y amenaza con hacer, todo lo que no hizo del 28 de julio a esta parte. Pareciera orientado a condicionar la política del equipo de Trump hacia Venezuela.
Porque, paralelamente a eso, Maduro y Miguel Díaz-Canel (esto también involucra a Cuba) prefieren a Venezuela vendiendo 800 mil b/d de petróleo a precios del mercado mundial, y no 400 mil a descuento y de manera furtiva en los puertos asiáticos, compitiendo con los rusos. Es por eso que los herederos del ex comandante/presidente, en nombre de la revolución bolivariana, zamorana, originaria, nacionalista y antiimperialista, efectúan por estos días un intenso lobby en los campos de golf de Mar-a-Lago Palm Beach. Allí cifran sus esperanzas. Digamos que las señales que se reciben no son auspiciosas.
No obstante, admitamos que hacen lo lógico. “Normalizar” al país depende de Trump, para quien este tema no debe aparecer en su lista de prioridades. Pero, así como para el elefante el ratón que reposa a su costado es insignificante, para el pequeño roedor su vida depende del gigantesco animal que, en cualquier momento, incluso de manera involuntaria, lo puede aplastar. Está es la situación de indefensión en la que se encuentra la aventura chavista, y con ella Venezuela, luego de un cuarto de siglo de irresponsabilidades.
Vista, así las cosas, debatir si las sanciones económicas son “malas” o “buenas” es estéril. Todo el que, de buena fe, desee que se levanten, debe hacer dos cosas: solicitarle una audiencia a Trump y aprender a jugar golf.
@PedroBenitezF