Nelson Rivera (ALN).- Ya están en desarrollo dispositivos que pueden detectar en tiempo real el movimiento de nuestras emociones. Además, podrán actuar sobre ellas. Por ello, dos especialistas proponen crear cuatro nuevos derechos humanos, dado que los actuales no prevén las realidades que, en lo sucesivo, se plantearán a las personas. Son el derecho a la libertad cognitiva, a la privacidad de la información cerebral, a la integridad mental y a la continuidad psicológica.
En el último quinquenio, aproximadamente, ocurre cada vez con mayor frecuencia: equipos de científicos de distintas partes del planeta, especialmente afincados en laboratorios de universidades norteamericanas y europeas, anuncian avances en el ámbito de la neurotecnología. Se están dando pasos agigantados en dos sentidos: el desarrollo de tecnologías creadas para leer nuestros procesos mentales y, directamente relacionado con lo anterior, intervenir en los mismos. Para que no haya dudas: significa que, desde fuera de nuestro cerebro y nuestro cuerpo, será posible influir, detener o cambiar la operación cerebral.
Ahora mismo están en desarrollo dispositivos que pueden detectar, en tiempo real, el movimiento de nuestras emociones. Además de registrarlas, en corto tiempo, podrán actuar sobre ellas: disminuir la duración de los episodios de rabia o prolongar los de satisfacción. Ya se ha producido el anuncio según el cual, podrán adquirirse estimuladores cerebrales que potenciarán nuestro rendimiento mental: podremos pasar más horas consecutivas aprendiendo, leyendo, produciendo informes y otros materiales. El cansancio mental disminuirá y los protocolos bioquímicos del cerebro se agilizarán.
Desde fuera de nuestro cerebro y nuestro cuerpo, será posible influir, detener o cambiar la operación cerebral
Casi a diario se publican noticias que parecen extraídas de la ciencia ficción: personas que, tras un brevísimo entrenamiento, se entretienen con un videojuego sin tocar los mandos. O, como experimentó Paco Rego, reportero del diario El Mundo, quien, con una corona que contenía varios electrodos, manejó una silla de ruedas dotada de sensores que lee las órdenes de su usuario.
Beneficios, pero también riesgos
Una de las mayores promesas que contiene la rápida expansión de la neurotecnología se refiere al campo de la salud. Detectores que informen en tiempo real del estado de nuestras pulsaciones o de la tensión arterial, dispositivos que administren a nuestro torrente sanguíneo la dosis exacta del medicamento que requerimos, o chips que enciendan una alarma apenas se produzca una alteración importante del funcionamiento corporal, tales son algunos de los beneficios que, en muy corto plazo, estarán accesibles en el mercado.
Sin embargo, todo este universo de cambios y ventajas que nos espera a la vuelta de la esquina, plantea una serie de problemas y debates, que competen a las personas, a la sociedad y a las autoridades. Uno de ellos, y no el más complejo, se refiere a quiénes beneficiarán estas tecnologías: ¿sólo a los que puedan pagarlas o se crearán mecanismos para que los Estados garanticen su mayor distribución posible? ¿Acaso la neurotecnología será un factor que aumente la brecha entre adinerados y no adinerados?
Preocupa a los expertos la álgida cuestión, posibilidad real, de que la data mental de las personas sea robada, expuesta o deformada. Pero hay todavía una cuestión más acuciante y profunda: ¿cómo se garantizará que la neurotecnología no se exceda y modifique la personalidad de sus usuarios? ¿Cómo se evitará que, a causa de la acción o intervención de las neurotecnologías, los signos esenciales de la condición humana, la complejidad emocional, nuestro permanente oscilar entre el acierto y el error, nuestra condición de seres que tienen altas y bajas, no se vulnere para convertirnos en sujetos uniformes y estrictamente productivos?
Nuevos Derechos Humanos
Se cuentan por centenares -quizás miles- los autores que han publicado libros y artículos que tienen como su núcleo la cuestión del impacto que las nuevas tecnologías y los saltos científicos tienen en la condición humana. Incluso hay pensadores que, desde la propia ética, se preguntan si sería legítimo promover usos de la neurotecnología para reducir o controlar el racismo, la xenofobia, la homofobia y otras formas de desprecio y odio, dado que estas conductas tienen un fondo biológico.
¿Acaso la neurotecnología será un factor que aumente la brecha entre adinerados y no adinerados?
En junio de 2017, otros dos especialistas, Marcello Ienca -Universidad de Basilea- y Roberto Andorno -Universidad de Zurich-, dieron un paso más: propusieron crear cuatro nuevos derechos humanos, dado que los actuales no prevén las realidades que, en lo sucesivo, se plantearán a las personas. El primero de los propuestos, Derecho a la libertad cognitiva, indisociable de la libertad de pensamiento, por una parte y, también, de protección ante posibles acciones de otros que se propongan modificar, sin consentimiento, el pensamiento de las personas.
El segundo es Derecho a la privacidad de la información cerebral, puesto que será inevitable que los dispositivos neurotecnológicos almacenen data personalísima que podría ser vulnerada por delincuentes. El tercero: Derecho a la integridad mental, con el propósito de evitar los daños al cerebro que puedan causar las prácticas de la neurociencia o de hackers. Y, por último: Derecho a la continuidad psicológica, central en el cuidado de la identidad de cada persona, de sus recuerdos y de su coherencia en la conducta hacia los demás.
James Giordano -Universidad de Georgetown-, autoridad mundial en el tema de neuroética ha reconocido que “la neurociencia proporciona medios para controlar la cognición, la emoción y la conducta”. Frente a estos y a otros posibles riesgos, desde la propia comunidad científica, ya se han puesto en marcha las campañas dirigidas a proteger la condición humana.