Rafael Alba (ALN).- Los móviles inteligentes han creado un nuevo entorno para el consumo musical que favorece el inmovilismo de las discográficas. El gasto de los consumidores en música ha vuelto a alcanzar cifras históricas sin que esa pujanza se haya trasladado a los artistas, que son la piedra angular del negocio.
Toca volver a repetirlo. Y van ya tres mil veces. Pero lo diremos muchas más si hace falta, porque es necesario acabar con el mito. Así que, por favor, repitan conmigo la frase: “Ni la industria discográfica está en crisis, ni se ha visto obligada a cambiar su modelo de negocio como consecuencia del impacto de la tecnología”. En absoluto. Según muestran todas las evidencias numéricas disponibles, esos datos objetivos sobre los que no caben opiniones posibles, sí existió un periodo duro para estas corporaciones, justo cuando las descargas piratas propiciadas por internet empezaron a afectar las ventas de los formatos físicos. Pero ese lapso de tiempo, entre 2000 y 2009, que no llegó a durar ni una década completa, les sirvió para deshacerse de la grasa, abaratar costes y fortalecerse para emprender una completa restauración de los viejos parámetros -y de sus vicios estructurales- de la que pueden beneficiarse ahora. A costa, por supuesto, de los paganos de siempre: los artistas. Un grupo que, considerado como colectivo profesional, ha visto año tras año como se deterioraba su situación sin atisbos visibles de mejoría futura. Por mucho que exista una élite cada vez más reducida de superestrellas que vive bien, gana dinero y se sitúa fuera de este contexto general. Aunque los promedios mejoran gracias a su simple existencia, que justifica muchas cosas.
Y entonces, ¿qué es lo que ha cambiado en el negocio, porque tendremos que admitir que algún cambio habrá habido? Sí, por supuesto. Ha sucedido justo aquello de que “es necesario cambiarlo todo para que nada cambie”. Ese propósito histórico de las clases dirigentes que describió con acierto visionario el escritor Giuseppe Tomasi di Lampedusa en la novela El Gatopardo. En este caso, el epicentro del terremoto que ha provocado las mutaciones visibles en el negocio de la música se ha situado en el cambio en los hábitos de consumo de la clientela. Antes, en el cada vez más lejano siglo XX, los aficionados compraban sus dosis sonoras que les eran suministradas en distintos formatos físicos, desde el disco de pizarra primigenio al vinilo, los cassettes, o losCD, que, por cierto, eran objetos de difícil y costosa fabricación, complicado almacenamiento y, en general, productos cuyos procesos de comercialización resultaban muy caros. Ahora, los oyentes (oyentos y oyentas, según los nuevos hábitos lingüísticos impuestos por la corrección política que nos invade) prefieren alquilar esas delicias melódicas que les hacen disfrutar. Algo que pueden hacer sin problemas gracias a las archiconocidas plataformas de streaming, de las que les estamos hablando aquí un día sí y otro también.
El epicentro del terremoto que ha provocado las mutaciones visibles en el negocio de la música se ha situado en el cambio en los hábitos de consumo de la clientela
Sin embargo, y dejen que vuelva a mi proposición original, lo que se ha mantenido, a pesar de las tormentas, es la esencia misma del negocio discográfico, que no es otra que la monetización de las grabaciones musicales, sobre las que poseen unos derechos de explotación fijados por ley. Es cierto que antes necesitaban grandes camiones para trasladar los discos desde las fábricas a los puntos de venta donde iban a ponerse a disposición del consumidor. Desde la pequeña tienda de la esquina, a las impersonales grandes superficies en las que, sin embargo, el buen melómano encontraba oro a precio de saldo en las cubetas de ofertas. Ahora ese traslado es más sencillo, y barato, gracias a la tecnología digital y a la ausencia de materia de un producto que se distribuye por la fibra óptica y se consume fresquito, cuando las ondas se propagan por el aire contenido en una habitación personal, un bar de barrio o una macrodiscoteca. Como casi siempre, la cadena del negocio se compone de tres elementos. En este caso, el artista, el consumidor y los distintos intermediarios que, agrupados, serían los componentes de la industria de la música, esa monstruosa estructura cuyos turbios secretos intentamos desvelar aquí para ustedes. Y ya ven. Es cierto que los productores y los clientes se han visto obligados a cambiar en los últimos años para adaptarse y superar el impacto de las nuevas tecnologías. Pero los del centro siguen a lo suyo sin alterarse. Y les va muy bien, además, como ya les hemos explicado.
Los ingresos de los artistas en 2017
Así están las cosas, amigos. No se trata de un nuevo intento de este plumilla hambriento de sangre de demonizar a la santa industria discográfica. La semana pasada, un informe de la división financiera del banco de inversión Citigroup ha vuelto a poner el acento en estas curiosas circunstancias. Y, desde luego, son profesionales poco sospechosos de estar interesados en dinamitar el sistema. Más bien lo contrario. Según las cifras de estos expertos, en 2017 el volumen del negocio musical en EEUU alcanzó la cifra total de 43.000 millones de dólares (37.136,4 millones de euros), el mejor número desde 2008. Pero los artistas sólo se llevaron un 12% de este total. Y, aunque el guarismo supera el escaso 7% del pastel que les correspondía en el 2000, por ejemplo, hay algunos matices a considerar para hacerse una idea verdadera de cómo está el asunto, por aquello de que el engaño se esconde en la letra pequeña. En primer lugar, está el hecho de que todo este aumento porcentual está directamente relacionado con el aumento de los ingresos correspondientes a las actuaciones en directo. O sea que los músicos ganan más porque tocan más, no porque las discográficas les paguen más. Además, está esa cifra devastadora que ilustra la magnitud de la desigualdad que se ha instalado en el sector. El hecho de que el 1% de los artistas consigan el 77% de los ingresos, como explica un interesante trabajo de Mark Mulligan, el experto de la consultora especializada Midia Research. Justo lo que les decíamos antes, de la élite y los siervos de la gleba.
Pero sigamos con las interesantes revelaciones de los expertos de Citi, porque hay mucha tela que cortar. En este denso PDF, se explica también que el gasto en música de los consumidores, estadounidenses en este caso, acaba de alcanzar uno de los puntos más altos de su historia, en contra de otra creencia generalizada que también ha hecho mucho daño y las discográficas han explotado a su favor para alentar el victimismo. Aquello de que el público no pagaba por la música y que la piratería iba a demoler el sector. Pues va a ser que no. El año pasado el gasto en música de los consumidores estadounidenses, que incluye discos, entradas y subscripciones diversas, sumó 20.000 millones de dólares (17.272,7 millones de euros). La cifra más alta de la historia, que multiplica por cuatro los 5.000 millones de dólares (4.318,18 millones de euros) de 1984 y los 14.000 millones de dólares (12.090, 9 millones de euros) de 2000, dos momentos supuestamente cumbres de la industria discográfica. Pero seamos justos. A estas dos últimas cifras habría que aplicarles una corrección derivada del poder de compra real que tenían, descontando el efecto que la inflación acumulada ha tenido sobre el bolsillo de los consumidores. Con estas consideraciones, se puede establecer que los 5.000 millones de dólares de 1984 equivalen a 7.316 millones de dólares (6.318,3 millones de euros) de ahora, y los 14.000 millones de 2000 a 20.485 millones de dólares (17.691,6 millones de euros), según los cálculos del portal especializado Fxtop.com.
Las plataformas de streaming
Así que, como ocurre invariablemente con todas las fake news que circulan, hay una mínima parte de verdad en el relato que lasdisqueras han contado sobre su supuesta crisis. Es verdad que entre la década de los 80 y el 2000, la época pre-internet, el negocio mejoró porque el gasto de los consumidores se triplicó, y que la mayor parte del dinero iba a la compra de discos. También que en los primeros años del siglo XXI, aunque los consumidores no dejaron de gastar radicalmente, sí hubo una leve caída, motivada por las descargas ilegales, que afectó más a las discográficas, porque los fans compraron menos discos y canalizaron su dinero hacia los conciertos. Pero, a partir de la llegada de las plataformas de streaming y los teléfonos inteligentes, las cifras han mejorado mucho, hasta el punto de que ya nos movemos otra vez en cantidades muy cercanas a las que marcaron la época más gloriosa del sector. Aunque esto, al menos en el relato habitual del último lustro, aún no se reconoce abiertamente.
Lo que se ha mantenido, a pesar de las tormentas, es la esencia misma del negocio discográfico, que no es otra que la monetización de las grabaciones musicales
¿Interesante? Sí. No puedo menos que recomendarles la lectura íntegra de este informe de los expertos de Citigroup al que nos hemos referido hoy aquí. Se trata, en esencia, de un trabajo divulgativo, en la línea de lo que suelen hacer últimamente muchos bancos de inversión. En Wall Street llevan tiempo decididos a explotar la pujanza financiera del negocio musical, pero se ven obligados a explicar con detalle a los inversores potenciales en qué consiste exactamente. Cómo se gana aquí el dinero, quién lo hace y de qué cantidades estamos hablando. La conclusión de los analistas de Citi es inequívoca. Tras la entrada en juego de lossmartphones y la generalización del streaming, la industria ha entrado en una nueva edad dorada. Pero la posición de dominio ejercida por las discográficas, que han encontrado el filón que necesitaban en los pagos que reciben de las plataformas por el uso y distribución de sus grabaciones, genera tensiones y acabará por provocar unos inminentes procesos de consolidación empresarial, fusiones y adquisiciones en los que los tiburones financieros tienen mucho que ganar.
Los movimientos corporativos que vienen y que provocarán una inevitable integración de empresas que ahora se dedican a actividades separadas pueden producirse dentro de las categorías clásicas. Pueden producirse movimientos de integración vertical, si las actuales distribuidoras, las plataformas de streaming, lastradas por sus pagos a las discográficas, optan por comprar a sus actuales proveedores para abaratar la factura o buscar ingresos adicionales adquiriendo promotoras de conciertos. Aunque también resulta un escenario factible que la integración sea más bien horizontal, si Google, que posee YouTube, o Apple, que ya ha apostado por Apple Music y el streaming en detrimento de I Tunes y las descargas digitales, recurren a su nutrida chequera y adquieren algunas empresas de la competencia, como Pandora, Deezer y Spotify, para eliminar rivales y ganar cuota de mercado. Y aún queda otra opción de la que también se ha hablado mucho últimamente: que las plataformas compitan con las discográficas y busquen artistas por su cuenta entre las nuevas generaciones de aspirantes a estrellas. Un abanico de posibilidades apasionante sobre el que nos comprometemos a mantenerles puntualmente informados.