Rafael Alba (ALN).- Pilar Jurado, la nueva presidenta de la SGAE, se enfrenta al reto de paralizar la intervención puesta en marcha por el Ministerio de Cultura y reconciliar a los bandos enfrentados. Es la primera mujer que accede al cargo en los 120 años de historia acumulados por la institución fundada a finales del siglo XIX.
El huracán Pilar Jurado ya sopla con fuerza por las vetustas estancias del regio Palacio de Longoria, el edificio madrileño, situado en la confluencia entre las calles de Pelayo y Fernando VI, obra del arquitecto José Grases Riera, un correligionario de Antoni Gaudí, responsable de haber introducido en la capital de España los aires revolucionarios del estilo de construcción modernista. Un palacete tan bello como vilipendiado desde hace un tiempo, donde tiene la sede la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), institución en permanente crisis, desde hace por lo menos una década, cuya imagen se ha deteriorado tanto en el siglo XXI que no parece ya fácil que nadie sea capaz de restituir el prestigio que un día tuvo esta sociedad de gestión de derechos que nació, según las palabras textuales de la nueva presidenta, para “defender a los autores de los editores y los teatros”. Pero que luego fue evolucionando y ahora tiene en su interior representantes de todas las partes implicadas en un negocio clave para la gestión de los nuevos modelos de generación de ingresos que han llegado para quedarse traídos por internet y la consolidación del streaming como fórmula principal de consumo de música de los públicos actuales.
El huracán Pilar Jurado ya sopla con fuerza en la sede de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), institución en permanente crisis, desde hace por lo menos una década, cuya imagen se ha deteriorado tanto en el siglo XXI que no parece ya fácil que nadie sea capaz de restituir el prestigio que un día tuvo
Jurado dice que está ahí porque se lo han pedido. Y porque cree que, desde el diálogo y gracias a su condición de neutralidad aparente entre los bandos enfrentados en el seno de la institución, puede intentar cerrar las trincheras y buscar entendimientos hacia objetivos comunes, aunque sean mínimos. Pactos que faciliten la tarea casi imposible de salvar una institución que parece encontrarse ahora en claro peligro de extinción. Pero antes que eso, la nueva presidenta (la primera mujer que llega al cargo en los 120 años de polémica historia acumulados por la SGAE), tiene que convencer al todavía ministro de Cultura, José Guirao, para que suspenda el proceso que ha iniciado con vistas a la intervención de la sociedad, que ya avanza a velocidad de crucero en los juzgados. A Guirao le costó dar el paso. Hay quien dice que nunca quiso dar esta batalla en realidad, pero, al parecer, no tuvo más remedio que hacerlo, ante la falta de colaboración que encontró en la persona que era hasta ahora el ocupante del despacho en el que acaba de sentarse Jurado. Un tal José Ángel Hevia, gaitero moderno, con gran éxito en la década de los 90, cuya música sólo suena ahora en los programas nocturnos de las televisiones españolas, públicas y privadas.
Hevia se hizo con el puesto en las últimas elecciones convocadas en la SGAE, cuyo resultado sorprendió a propios y extraños y en las que también llegaría al Consejo de Dirección la propia Pilar Jurado. Hasta un día antes de que se celebraran los comicios, el gran favorito era otro. Nada menos que Teddy Bautista, el tecladista y líder de Los Canarios, un mítico grupo español que empezó como conjunto de soul y terminó como banda pionera del rock progresivo. Bautista se encargó de dirigir la sociedad de gestión en el siglo XX por 34 años. Abandonó el puesto en 2011, al ser desalojado abruptamente tras un aparatoso registro policial de la sede de la institución, y aún tiene citas pendientes con la justicia como consecuencia de ello. Pero su figura se ha visto reivindicada en los últimos tiempos. Primero porque fue un músico enorme y segundo porque tras él, la presidencia de la institución ha sido ocupada por cinco inquilinos (Antón Reixa, José Luis Acosta, José Miguel Fernández Sastrón, José Ángel Hevia y ahora Pilar Jurado), sin que ninguno de ellos haya logrado enderezar el rumbo de este barco a la deriva, cuya tripulación suele remar casi siempre en direcciones opuestas. Y cuya división amenaza ahora con provocar la némesis final.
El enfrentamiento entre los autores
El problema, como quizá sepan ya ustedes, no tiene mucho que ver con los intereses de la mayor parte de esos 120.000 socios que, aproximadamente, tiene la sociedad de gestión. Se trata más bien de dos pequeños grupos, que acumulan votos y cobran unos cuantos millones de euros al año gracias a la explotación de su repertorio y cuya incapacidad para llegar a un acuerdo ha paralizado la institución. Por un lado está el bando de los autores que han hecho piña con las editoriales de las televisiones y se lucran gracias a las famosas emisiones de programas nocturnos de música, de reducida y fantasmagórica audiencia, y por el otro los compositores más cercanos a las multinacionales de la industria discográfica, en general más populares que sus enemigos y cuyas canciones son mucho más conocidas. Pero que, sin embargo, generan menos dinero en concepto de derechos de autor que las del otro grupo. Y eso que estas últimas no parecen tener quien las tararee. Con la posible excepción de la ciudadanía afectada por el insomnio.
La nueva presidenta (la primera mujer que llega al cargo en los 120 años de polémica historia acumulados por la SGAE), tiene que convencer al todavía ministro de Cultura, José Guirao, para que suspenda el proceso que ha iniciado con vistas a la intervención de la sociedad de gestión
Algo que no les importa, porque, hasta ahora, los repartos se efectuaban sin tener en cuenta los números de las audiencias. Sólo ponderaban los minutos de emisión. Y las televisiones, claro, que abonan de promedio cerca del 80% de la facturación anual media de la SGAE, situada ahora en unos 300 millones de euros al año, aprovechaban esta circunstancia para programar a los autores de sus editoriales y recuperar de esta forma buena parte del dinero que abonaban. Pero conviene señalar llegado este punto que, dentro de ese sistema, conocido como La Rueda, al que la nueva Ley de Propiedad Intelectual parece haber puesto límites, habitaba un grupo de presuntos delincuentes y una supuesta estructura mafiosa, formado por algunos autores y unos cuantos responsables de editoriales televisivas, que utilizaron prácticas ilegales para forrarse a costa del resto de los socios por años. Falta saber, claro, la magnitud y la tipología exacta de estos supuestos delitos, que no se conocerán con precisión hasta que la justicia dicte sentencia.
Pero, tal vez, no todos los profesionales que ganan dinero con La Rueda hayan realizado acciones fuera de la legalidad. Y, en cualquier caso, como hemos dicho antes esa legalidad se ha endurecido para complicar estas prácticas dudosas, por lo que no debería resultar tan difícil pasar página en este momento. Sin embargo, la situación se ha exacerbado aún más, porque el grupo de autores cercanos a las editoriales de las discográficas tampoco parece estar por la labor de sentarse a hablar. Más bien lo contrario. Se manifiestan dispuestos a sacar su repertorio de la institución y, o bien crear otra, o buscar acogida en otras sociedades de gestión. Incluida la francesa Sacem que ha sonado mucho como destino probable de estos autores desde hace un par de meses. Motivos no les faltan, pero las editoriales con las que se han alineado tampoco tienen una hoja de servicios inmaculada precisamente. Algún autor veterano, por ejemplo, ha asegurado que en la prodigiosa década de los 80 del siglo pasado, “si querías que tus canciones sonaran por la radio tenías que firmar con la editorial de la cadena”. O si no nada. ¿Un claro precedente de La Rueda?
Las radios y los derechos de autor
Con esos dudosos mimbres, el poderoso Grupo Prisa, editor del diario El País, y propietario de las cuatro cadenas de radiofórmula de mayor audiencia en España, construyó en su día una poderosa editorial cuyo catálogo tuvo que vender en 2016 a BMG, por una cantidad no revelada, agobiado por su monumental endeudamiento. Y, por lo visto, las discográficas, con la connivencia de los gestores de la SGAE, en tiempos de Teddy, habrían montado un sistema, legal pero dudoso desde el punto de vista ético, para que sus principales autores cobraran el abono semestral de sus derechos en ese tipo de sociedades que muchos artistas y profesionales han usado por años para pagar menos impuestos. Unas prácticas denunciadas por Hevia, que puso las pruebas en manos de la Fiscalía, en un intento desesperado por repartir culpas. Pero las denuncias no prosperaron, con lo que este movimiento, innecesario y fallido, precipitó su final. Y quizá la decisión que hemos comentado antes del Ministerio de Cultura de poner a una gestora al frente de la institución para resolver el colapso o echar el cierre.
Teddy Bautista se ha visto reivindicado en los últimos tiempos porque tras él, la presidencia de la institución ha sido ocupada por cinco inquilinos (Antón Reixa, José Luis Acosta, José Miguel Fernández Sastrón, José Ángel Hevia y ahora Pilar Jurado), sin que ninguno de ellos haya logrado enderezar el rumbo
En ese complicado contexto se ha abierto paso la solución Jurado. La compositora y soprano ha ascendido al poder tras derribar a Hevia por medio de una moción de censura y espera triunfar donde sus antecesores fracasaron. Lo primero, ya lo hemos dicho, es convencer al ministerio para que no siga adelante con la intervención. Después cumplir sus requerimientos de cambio de estatutos, introducir las nuevas disposiciones legales en los repartos y conseguir que los socios aprueben ambas cuestiones y refrenden su figura y su gestión en una votación de la Asamblea General de la institución. El perfil de Jurado puede ayudar, pues llegó al consejo como representante del colegio de Gran Derecho (artes escénicas y sinfónicas) y no del de Pequeño Derecho, el de los compositores de canciones, que es donde habitan mayormente los bandos enfrentados. Es mujer y progresista. Moderada. Con un marcado talante feminista, movimiento en el que se muestra muy activa, como demuestra su condición de directora artística y ejecutiva del Comité de Organización del festival MadwomenFest. Pero se ganó a la izquierda más radical cuando encabezó las manifestaciones de protesta de los trabajadores de la cultura contra los recortes presupuestarios aplicados por el gobierno de Mariano Rajoy.
A pesar de ello, no se lleva mal con la derecha política tampoco y, de hecho, su primera entrevista, distribuida por correo electrónico a todos los socios, ha aparecido publicada en el diario ABC. La segunda, por cierto, fue concedida a El País. Es simpática, dice estar dispuesta a trabajar 18 horas diarias si hace falta para aclarar el oscuro panorama que ensombrece el futuro de la SGAE y hasta va a pedir que afinen el piano que tiene en su nuevo despacho, ¿quizá una reminiscencia de los tiempos gloriosos de Teddy?, para conseguir que vuelva a sonar como debería. Tal vez, y perdonen la comparación facilona, su condición de experimentada directora de orquesta le ayude también a poner orden en el endémico caos de esta sinfónica averiada en la que parece haberse convertido la sociedad de gestión. O a lo mejor no, porque el ambiente está tan viciado que ni siquiera este aparente soplo de aire fresco pueda mejorar la ventilación del magnífico caserón que tiene como sede. De momento ya se han difundido unas grabaciones en las que supuestamente Hevia y algunos de sus afines aseguran que Jurado les conviene como presidenta porque “es lo suficientemente estúpida para no ser peligrosa”. Un auténtico regalo de bienvenida envenenado. En cualquier caso, nosotros le deseamos suerte desde aquí y le elogiamos la valentía demostrada. Lo mismo que han hecho, por cierto, muchos socios en estos últimos días. Incluso algunos pertenecientes a las facciones irreconciliables que tienen problemas para hablar entre sí, pero que tal vez aceptarían la mediación de Pilar Jurado. Tal vez la última carta que puede jugar esta institución centenaria para sobrevivir a esta infernal partida. El tiempo lo dirá y nosotros se lo contaremos, claro.