Pedro Benítez (ALN).- Las maquinarias electorales, esa estructura humana que opera como una red clientelista que los jefes políticos usan para conseguir votos, son un mito. Pero como todo mito, en sí mismo es indestructible. En cualquier parte del mundo democrático donde se realicen campañas electorales, más o menos competitivas, cada vez que hay una elección resurge el mito. Las maquinarias, sin ellas no hay paraíso. Es decir, no se puede ganar una elección y por consiguiente llegar al poder político. Ellas hacen la campaña, cubren las mesas electorales con testigos, cuidan los sufragios y movilizan a los votantes el crucial día de la elección. ¿Cómo se puede pretender ganar sin ellas, o en su contra?
Como en tantas otras cosas de la política moderna nacieron en Estados Unidos durante el siglo XIX a medida que extendía el derecho al sufragio por ese país. La más famosa de todas fue el Tammany Hall, una red que durante décadas controló el ayuntamiento de la ciudad de Nueva York repartiendo prebendas entre los inmigrantes pobres, dando posteriormente mucho material a los investigadores de las ciencias políticas de las universidades norteamericanas.
América Latina tiene su historia de grandes aparatos de movilización electoral, siendo el más famoso e implacable de todos, el viejo PRI que durante casi seis décadas ganó todas las elecciones en México (por las buenas y por las malas). En una época fueron Acción Democrática (AD) y Copei en Venezuela (Teodoro Petkoff decía que competir contra esos dos partidos era como pedalear una bicicleta en medio de dos gandolas); en Argentina ha sido el peronismo y en algunas oportunidades la UCR; y en Colombia los centenarios conservadores y liberales.
Sin embargo, la época de esplendor de los grandes partidos latinoamericanos se asocia cada vez más con el pasado a medida que fueron perdiendo la verdadera clave de su éxito: la conexión con su tradicional base social. Cuando eso se rompió ya no importó cuando ventajismo institucional se hiciera en favor de sus candidatos, de cuántos recursos de dispusiese a fin de comprar la voluntad de los votantes, ni la experticia de sus estrategas o del refinado olfato de sus experimentados jefes. Las maquinarias entraron en una ruta en la cual ha habido más derrotas que victorias. Esa ha sido la historia del PRI en lo que va de siglo; fue lo que pasó con AD y Copei en la década de los noventa del XX; de manera menos dramática con los conservadores y liberales colombianos cuando emergió el disidente Álvaro Uribe; y es lo que está aconteciendo estos instantes en la Argentina, donde el fenómeno de Javier Milei se impuso en 16 provincias en las recientes primarias abiertas y obligatorias, 14 de las cuales tienen gobernadores peronistas. En el país austral politólogos y encuestadores todavía se pregunta cómo fue posible eso sí el controversial libertario no tuvo candidatos competitivos, ni testigos en las mesas de votación; en otras palabras, carece de aparato partidista.
Esto no quiere decir que las maquinarias políticas no sean importantes. Lo son y mucho. Pero, por lo visto, su importancia consiste en facilitar las tareas de gobierno, más que para ganar una elección nacional. Gobernar sin tener un importante partido político de respaldo es bien complicado, pero esa es otra historia.
Sirva como ejemplo de lo anterior tres ilustrativos episodios de la historia contemporánea venezolana. Octubre de 1987, proceso de consulta interna en AD a fin de elegir el candidato presidencial del entonces partido gobernante que disponía de una abrumadora mayoría electoral. Los denominados colegios electores, mecanismo elegido para tal fin, fueron en realidad unas elecciones primarias más o menos abiertas. El presidente Jaime Lusinchi se jactaba por aquellos días de mandar tanto “en el gobierno, como en el partido”, algo que ni siquiera había logrado hacer Rómulo Betancourt. Con la potestad que por entonces tenían los presidentes venezolanos de designar a dedo a los gobernadores de estado, armó una temible coalición en AD a fin de cerrarle el paso a la aspiración reeleccionista del ex presidente Carlos Andrés Pérez. En resumidas cuentas aquello fue el choque de trenes entre la estructura del Estado venezolano contra la popularidad de Pérez. Con la consigna de “abajo hacia arriba y de afuera hacia adentro” la maquinaria fue derrotada en toda línea.
Diciembre 1992, el poco conocido diputado Aristóbulo Iztúriz de manera inesperada capitalizó la crisis política provocada por los intentos de golpe militar de ese año y, contra toda previsión, derrotó a con su minúscula Causa R a la maquinaria electoral adeca en las elecciones para la alcaldía de Caracas.
Para las elecciones presidenciales y parlamentarias de 1998, el senador Luis Alfaro Ucero, alentado por los cortesanos que nunca faltan, cometió el único error de su dilatada trayectoria política; aspiró a la primera magistratura nacional contando a su favor con el prestigio de haber reconstruido la temible maquinaria adeca que por esos días controlaba 12 gobernaciones de estado y casi 200 alcaldías, incluyendo las de Caracas y Maracaibo. Sabiendo el poco entusiasmo popular que su candidatura despertaba, concibió la estrategia de separar las elecciones regionales y parlamentarias, de la presidencial, (que en ese año coincidían) a fin adelantarlas y transformarlas en una especie de primera vuelta. Calculaba que con eso su candidatura se potenciaría y sería la única alternativa viable ante el ascenso de Hugo Chávez. Para no extender más este relato, solo recordemos que aquello resultó ser una hecatombe para AD. Perdió la elección presidencial de manera poco honorable y la mitad de sus gobernadores.
La maquinaria volvió a perder por una razón muy sencilla: la componen seres humanos. Ese año la estructura electoral blanca, que había alquilado numerosos vehículos para transportar a sus simpatizantes, en realidad, le hizo la movilización a gente que votó por Chávez.
Sin ánimo de que las comparaciones ofendan, por esas irónicas venganzas que tiene la historia, el chavismo estaría por aplicar la misma estratagema con la cual terminó la hegemonía electoral de los partidos protagonistas del régimen de la democracia representativa venezolana.
Con la consigna: “Preparemos toda la maquinaria que tengamos para asegurar la victoria electoral”, los jefes (son dos) del PSUV calientan los motores a fin de asegurarse un sexenio más en Miraflores y, según fuentes dignas de crédito, hasta se preparan para adelantar las elecciones de gobernadores y alcaldes, a fin de que sus 17 mandatarios regionales y más de 200 regidores municipales compensen la alicaída popularidad del presidente aspirante a la reelección, Nicolás Maduro. La estrategia del senador Alfaro, pero con esteroideos.
Pero no nos vayamos muy lejos; fue en diciembre de 2015 cuando las candidaturas de la MUD para en las elecciones parlamentarias de ese año aplastaron la aparentemente invencible y bien financiada maquinaria del Gran Polo Patriótico. La oposición no contaba, ni de lejos, con la estructura electoral del oficialismo; de hecho, hubo centros de votación en la propia Caracas (23 de Enero, Antímano y Catia) donde no tuvo completos todos los testigos de mesa y algunos de que los tenía no contaban con asistencia, ni monitoreo. A la buena de Dios.
Pero la gente salió a votar contra Maduro y unos dos millones de antiguos votantes chavistas se quedaron en sus casas. La maquinaria y el ventajismo fueron derrotados. Por cierto, no está de más aquí recordar cómo el PSUV ha hecho campaña desde el referéndum revocatorio de 2004 con la asistencia financiera y logística de PDVSA; nada más y nada menos. Todo el que conoce Venezuela sabe del peso que la estatal petrolera representa (o representó antes que la arruinaran) en el país. Algo así como que en Alemania toda la industria automovilística (con los sindicatos incluidos) hiciera campaña por la Democracia Cristiana.
Otro recordatorio lo tenemos más cerca aún: las elecciones a gobernador del estado Barinas donde todo el Estado venezolano, incluido gobernadores y alcaldes de otras entidades se metieron a ofrecer el oro y el moro, y ni siquiera las componendas del ilustre TSJ pudieron torcer la voluntad de los electores barinenses.
En resumen, el año que viene, en Venezuela, la maquinaria se volverá a medir.