Moisés Naím (ALN).- ¿Y qué más está pasando…? La covid-19 es lo más importante que nos está sucediendo. Pero también están pasando otras cosas que, sin llegar a tener el alcance y las consecuencias de la pandemia, revelan tendencias mundiales que nos afectarán a todos.
Muchas langostas. Son una de las peores plagas de las que habla la Biblia. Afortunadamente, no son frecuentes. En el siglo XX hubo cinco brotes que devastaron cosechas y dejaron hambrunas a su paso. A finales del año pasado, el brote más feroz en un cuarto de siglo apareció en el desierto de Rub al-Jali en Arabia Saudí, uno de los lugares más remotos y aislados del mundo. Los insectos de este brote son más jóvenes de lo acostumbrado, vuelan a mayor velocidad y pueden recorrer hasta 200 kilómetros en un día. Su población se multiplica por 20 cada tres meses. En Kenia, un enjambre estimado en 192.000 millones de langostas alcanzó un tamaño tres veces mayor que el de la ciudad de Nueva York. Un enjambre de regular tamaño solo tarda un día en comerse una cosecha que podría alimentar a 35.000 personas.
La actual crisis de langostas es también más internacional. Salió de la península Arábiga, atacó África. Ahora está devastando la agricultura de la India y Pakistán. ¿La causa? Los ciclones que generan las condiciones de humedad propicia para la reproducción de las langostas. Antes, en las zonas donde se originan los enjambres, solo ocurría un ciclón al año y por largos periodos ninguno. En cambio, en 2018 hubo dos ciclones y en 2019, ocho. Los expertos explican que esta es otra de las manifestaciones del cambio climático.
Mucho petróleo. En estos tiempos, en el mundo no solo hay demasiadas langostas, sino que también hay demasiado petróleo. Con las economías cerradas, la mitad de los trabajadores formales del mundo en su casa y el transporte severamente restringido, el consumo de petróleo ha caído estrepitosamente. Amy Jaffe, una experta en política energética, estima que el exceso de petróleo acumulado en el 2020 puede superar los 1.000 millones de barriles. Ese crudo hay que almacenarlo, y la capacidad existente en el mundo en cuanto a tanques en tierra y barcos tanqueros donde mantener el inventario ocioso está llegando al límite. Así, hoy el petróleo está en su precio más bajo de los últimos 18 años.
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Las consecuencias de todo esto para el futuro de la energía en el mundo son enormes. Invertir en energía es ahora menos atractivo, por ejemplo. La Agencia Internacional de Energía acaba de informar de que, este año, se ha producido la mayor reducción en la historia de las inversiones en esta industria. No solo ha bajado la inversión en carbón, petróleo y gas sino, también, en fuentes renovables como la energía solar y la eólica. La falta de inversión eventualmente disminuirá la oferta de energía, lo cual hará que los precios suban. Pero mientras eso sucede, los bajos precios llevarán a la bancarrota a las empresas de energía que operan con altos costos de producción o que tienen una situación financiera precaria. Adicionalmente, países como Arabia Saudí, Rusia, Irán, Nigeria o Venezuela, cuyas economías dependen casi exclusivamente de la exportación de gas y petróleo, sufrirán de una debilitante crisis económica que puede causarles turbulencias políticas internas o provocar conflictos internacionales.
Se murió Hong Kong. No a causa del virus, sino de las acciones de los líderes chinos. La Asamblea Nacional Popular de China acaba de aprobar una ley de Seguridad Nacional que prohíbe actividades de “traición, secesión, sedición y subversión” en Hong Kong. Ahora, el Gobierno de Pekín puede intervenir a su discreción en este territorio, reprimiendo cualquier actividad que a su juicio constituya una amenaza e ignorando a las autoridades electas. Inevitablemente, el crítico rol que hasta ahora ha tenido Hong Kong en apuntalar la economía china declinará drásticamente.
¿Cómo puede ser Hong Kong una amenaza que requiera tal reacción? China tiene un territorio de 9,3 millones de kilómetros cuadrados y una población de 1.400 millones. Hong Kong tiene 1.100 kilómetros cuadrados y siete millones y medio de habitantes. ¿Cómo una ciudad tan pequeña puede ser tan amenazante para un país tan gigante? Porque a China se le ha abierto el apetito por la hegemonía mundial.
Por mucho tiempo, las autoridades chinas han insistido en que el resto del mundo no tenía nada que temer del auge económico o la creciente influencia internacional de su país. La prioridad nacional, decían, era sacar de la pobreza a tantos de sus compatriotas como fuese posible y en el menor tiempo posible. No estaba en sus planes volverse la potencia dominante en el mapa mundial. Últimamente, sin embargo, comienzan a aparecer síntomas de que, a los líderes de Pekín, el éxito económico les abrió el apetito geopolítico. Y la toma de Hong Kong es solo uno de esos síntomas. Vienen más.