Rafael Alba (ALN).- Los cantantes de moda entre la juventud actual carecen del perfil político que tuvieron muchos de sus antecesores. Los grupos conservadores usan cada vez con más frecuencia canciones que hasta hace muy poco eran consideradas como himnos por algunos colectivos contestatarios.
Ya conocen el tópico. Se dice que los jóvenes quieren cambiar el mundo y hacer saltar las costuras del sistema. Que son contestatarios y rebeldes, que apuestan por la innovación en la moda y en las costumbres y que, por encima de todo, quieren marcar desde el primer momento unas diferencias muy claras con las generaciones que les precedieron. Especialmente con la de sus padres. Y eso se nota muy especialmente en los sonidos que eligen para configurar la banda sonora de su vida cotidiana. Los teenagers y los veinteañeros suelen mostrar una gran disposición a consumir músicas de aliento revolucionario en las formas y los contenidos y a involucrarse en movimientos estéticos y sociales que buscan el choque frontal con todo lo anteriormente establecido. Por eso, en otras épocas fueron mods, o rockeros, o punks, o siniestros, o emos, o heavies o raperos. Y ahora lucen tatuajes y cortes de pelo extremo que mezclan los rapados punkies con los tupés de los 50 y las rastas jamaicanas y se afilian a las filas del trap.
Así que por muchos años, moleste a quien moleste, y con alguna que otra excepción, el pop era un movimiento más de izquierdas que de derechas, y muchas de sus canciones más emblemáticas también. Lo mismo que la mayoría de los ídolos juveniles de todos los estilos y tendencias. Desde Miguel Bosé a Rosendo Mercado pasando por clásicos como Miguel Ríos o Víctor Manuel y Ana Belén
Por eso también, por lo menos hasta ahora, solían conectar preferentemente con las opciones políticas situadas más a la izquierda. De hecho constituían uno de sus principales graneros de votos. Tanto ellos y ellas como sus artistas favoritos. Una tendencia, además, muy especialmente perceptible en España, porque la música fue uno de los ámbitos de supervivencia ideológica de la resistencia antifranquista y también un vehículo de proselitismo perfecto para hacer circular las ideas de progreso prohibidas por la censura de la época. Un duro trabajo realizado por aquellos inolvidables cantantes de protesta que en las décadas de los 60 y los 70 del pasado siglo probaron las cárceles y el exilio. Pero no sólo ellos. Poco después, en la década de los 80, la música también jugaría un papel esencial en los procesos de transformación social, ya con la democracia instaurada. En esa época, el PSOE de Felipe González supo aprovecharse de algunos movimientos emergentes como la Nueva Ola madrileña, también llamada Movida, para que el mundo visualizara ese país moderno que decían estar empeñados en construir.
Así que por muchos años, moleste a quien moleste, y con alguna que otra excepción, el pop era un movimiento más de izquierdas que de derechas, y muchas de sus canciones más emblemáticas también. Lo mismo que la mayoría de los ídolos juveniles de todos los estilos y tendencias. Desde Miguel Bosé a Rosendo Mercado pasando por clásicos como Miguel Ríos o Víctor Manuel y Ana Belén. De hecho, las excepciones a la regla, que también las hubo, solían declararse apolíticas. Así estaban las cosas. Ser de derechas ni estaba de modo ni era bueno para las ventas de discos. Y si no que se lo digan a Lourdes Hernández, también conocida como Russian Red, una diva indie anglocantante que fue muy popular a principios de este convulso siglo XXI en el que nos encontramos. Un icono de la llamada Generación Myspace que tomó su nombre de la primera red social que tuvo un verdadero impacto en el negocio musical. Lourdes tardó muy poco en llegar a la cima y ahora lleva algún tiempo alejada de la primera línea de fuego. Su ascensión fue tan rápida como su caída.
Cuando las estrellas del pop eran de izquierda
El principio del fin de Russian Red se inició un aciago día en el que la cantante cometió la torpeza de asegurar en un programa de radio que en lo referente a sus posiciones e ideas políticas, ella se identificaba más con la derecha que con la izquierda. Seguramente era verdad. Y tenía, desde luego, todo el derecho del mundo a pensar como quisiera. Pero tuvo que matizar mil veces aquellas declaraciones. Relacionarse con los sectores en los que primaba el pensamiento cavernario era tabú para las estrellas del pop en ese momento. Aquello olía demasiado a franquismo y naftalina. Dos cosas que los jóvenes españoles querían dejar atrás a toda costa. Pero los tiempos han cambiado muchísimo. Y los millennials se han encontrado con un panorama bastante distinto, y mucho más desolador, que aquel en el que crecieron sus hermanos mayores. Y el nuevo pop, guste más o guste menos, también refleja esa realidad. Las audiencias se han fragmentado y las audiencias se atomizan por minutos.
Los cantautores que ahora triunfan, como Pablo Alborán, Vanesa Martín, Marwan o Andrés Suárez, lo hacen gracias a canciones de temática amorosa y doliente que les sitúan, en realidad, más cerca de los solistas románticos de la década de los 70 como Nino Bravo o Camilo Sesto que de Raimon o Paco Ibáñez, por citar a dos cantautores emblemáticos del movimiento de la canción de protesta
Aún así, hay bastantes pistas de por dónde van los tiros. Y la izquierda, tal vez empeñada en apoyar un cierto tipo de cultura que, hoy por hoy, no es la favorita del gran público, parece haber perdido el rumbo y la capacidad de hacer visibles sus propuestas a través de artistas, películas, obras de teatro o canciones que enganchen a las nuevas generaciones. Más allá del sector más militante o ideologizado, los nuevos ídolos no parecen estar interesados en mojarse o decantarse políticamente. E incluso, cuando lo hacen, suelen moverse en categorías genéricas alejadas de los problemas políticos reales de los jóvenes, como los derivados de la desigualdad o la precariedad laboral. Hay quien no quiere admitirlo y a quien le cuesta creerlo, pero, en ocasiones, no queda más remedio que aceptar la realidad. Lo cierto, es que en un mundo como el actual sometido a múltiples transformaciones aceleradas por obra y gracia de los avances tecnológicos, ya casi no quedan verdades inmutables a las que agarrarse. Por ejemplo, ese axioma del que hablábamos antes que situaba a la izquierda como la opción política más natural para la juventud.
Las canciones con mensaje no se llevan. Ni siquiera en artistas de estilos tan relacionados en el pasado con los contenidos políticos o sociales como la canción de autor. Los cantautores que ahora triunfan, como Pablo Alborán, Vanesa Martín, Marwan o Andrés Suárez, lo hacen gracias a canciones de temática amorosa y doliente que les sitúan, en realidad, más cerca de los solistas románticos de la década de los 70 como Nino Bravo o Camilo Sesto que de Raimon o Paco Ibáñez, por citar a dos cantautores emblemáticos del movimiento de la canción de protesta que aún permanecen en activo. Hay quien dice que la fragmentación de los mensajes y la diversidad de los objetivos actuales de las formaciones de izquierdas divide más que une a su base natural. No existe una lucha unitaria, más bien un buen puñado de ellas que, evidentemente, no interesan por igual ni a todos ni a todas. Y en ese contexto de raíz insolidaria no parece que la pluralidad aporte riqueza. Más bien lo que brota es el individualismo exacerbado. El sueño neoliberal del triunfo de los individuos hechos a sí mismos a quienes la fama y el dinero conceden la plena libertad.
El divorcio entre la sociedad y los políticos
Esa podría ser una descripción del personaje que representan los cantantes famosos de ahora en sus vídeos virales. Así es el chico de barrio que llora en la limo, como diría C. Tangana, tras haber sido más duro que los demás. Tanto como Yung Beef, su íntimo enemigo, que intenta mantener su credibilidad callejera a través de una posición ambigua sobre el sistema capitalista y sus grandes corporaciones frente a la que antepone la independencia del emprendedor solitario. Pero, al final los símbolos del triunfo son los mismos de siempre. Las marcas de lujo, los hoteles de cinco estrellas, los restaurantes caros y los coches de alta gama. Nada que ver con esos ideales de igualdad y solidaridad que se le suponen siempre a la juventud. Tal vez porque a pesar de la precarización, de la falta de alternativas y de la popularidad adquirida por algunos postulados procedentes de movimientos como el feminismo o el ecologismo, hay un sector creciente de los hombres y mujeres españoles que tienen menos de 30 años y más de 18, que ya no conectan con los partidos políticos de izquierdas.
Algunas canciones que fueron compuestas para apoyar las reivindicaciones de los colectivos marginados hayan perdido por completo su significado. Eso pasa, por ejemplo, con A quién le importa, de Carlos Berlanga y Nacho Canut, escrita en 1986, que popularizaron Alaska y Dinarama. Ahora Vox utiliza el tema para abrir algunos mítines
Con ninguno. Ni con los de siempre, ni con las formaciones nuevas, como Unidas Podemos, que, en teoría, surgieron hace sólo un lustro, impulsadas por la gasolina que les proporcionaron las movilizaciones del 15 de mayo de 2011, el famoso 15M. Un movimiento en cuyas raíces profundas parecía encontrarse el desencanto de la juventud y su deseo de transformar el mundo corrupto que pretendían legarle las generaciones anteriores. En una reciente entrevista concedida al portal de internet Voz Pópuli, cuya línea editorial está situada claramente a la derecha, el cantautor Ismael Serrano, conocido por sus posturas progresistas, aseguraba que “la izquierda ha perdido la hegemonía cultural”. Serrano ha aportado también una interesante lectura del 15M que da pistas sobre lo que puede haber pasado. Según él, no todos los ciudadanos y las ciudadanas que se movilizaron querían cambiar el sistema. Muchos formaban parte de esa generación excepcionalmente formada, cuyas expectativas vitales chocaron con la cruda realidad laboral provocada por la que ha sido, por el momento, la última gran crisis económica global.
Tal vez, lo que le pasa a la izquierda, como afirma en un celebrado vídeo de YouTube el analista cultural Bob Pop, famoso por su colaboración en el programa de televisión de Andreu Buenafuente, sea que apunta hacia las causas correctas, pero se ha equivocado al elegir los referentes. Al difundir sus propuestas usando las mismas técnicas de marketing que usan los creativos publicitarios. Y puede que como consecuencia de eso, algunos canciones que fueron compuestas para apoyar las reivindicaciones de los colectivos marginados hayan perdido por completo su significado. Eso pasa, por ejemplo, con A quién le importa, de Carlos Berlanga y Nacho Canut, escrita en 1986, que popularizaron Alaska y Dinarama. En su momento, fue un celebrado himno de la comunidad gay, en el que se reivindicaba el derecho a relacionarse sentimentalmente con personas del mismo sexo. Ahora Vox, la formación de extrema derecha que preside Santiago Abascal utiliza el tema para abrir algunos mítines. Para los militantes de este partido, abiertamente homófobos, la letra dice algo completamente distinto. Se trataría de una reafirmación de la individualidad frente a la corrección política y las censuras impuestas a los españoles de bien por los comunistas, los separatistas y los partidarios de la ideología de género. Así que la batalla cultural continua. Y esta vez parece que la derecha tiene muchas posibilidades de ganar.