Pedro Benítez (ALN).- Según datos oficiales, durante el pasado mes de abril los precios en Argentina subieron un 6%, mientras que en Venezuela el incremento se situó en un 4,4%. Fue el tercer mes seguido en el cual la inflación argentina superó a la venezolana. Esto no ocurría desde el 2013, y si esta tendencia se mantiene sería la primera vez desde ese año que la sostenida subida de precios de la mayoría de los bienes y servicios del país austral, así como la pérdida del valor de su moneda nacional, el peso, supere a la de la patria de Simón Bolívar.
Tal como se lee esto es bastante dramático; pero no debería sorprender.
Desde hace tres lustros Venezuela y Argentina se han disputado el poco codiciado puesto como las economías del continente americano con la más alta tasa de inflación, aunque la primera ha ganado ampliamente la carrera, hasta ahora.
Luego del fin de la hiperinflación en Zimbabue en 2009, Venezuela pasó a tener durante casi todos los años siguientes la mayor inflación del mundo, solo interrumpido brevemente en ese sitial por países en guerra como Sudan del Sur y Siria.
El caso de Argentina
Por su parte, y sin llegar a esos extremos, Argentina se las ha arreglado para aparecer durante ese mismo periodo de tiempo unos pocos puestos abajo de ese ranking.
Estos desempeños no han sido fruto de la casualidad. Desde finales de la década de los noventa del siglo pasado, la inflación dejó de ser un problema en casi todos los países de América con solo dos excepciones: Argentina y Venezuela. Curiosa y reveladoramente los países que, de lejos, tienen más potencial económico de la región en función de los recursos naturales que atesoran en sus respectivas geografías.
Mientras que en cualquier otra economía americana el ritmo de crecimiento de precios no superó durante más dos décadas un dígito anual, y es raro que estuviera por encima el 5%, tanto argentinos como venezolanos se acostumbraron a vivir con inflaciones galopantes y crónicas de dos dígitos anuales.
Argentina y Venezuela, hermanadas
Los gobiernos kirchneristas y el chavistas, hermanados en tantas causas e intereses, tenían una visión común sobre ese fenómeno según la cual no era del todo malo tener una inflación “un poco alta”. Después de todo era una manera de ponerle “plata a la gente”. Más dinero en circulación, más actividad económica y mayor gasto público con las ventajas políticas derivadas.
Sin embargo, la mayoría de los economistas y entendidos en la materia siempre han insistido que la inflación es el impuesto a los pobres, quienes terminan siempre siendo los más afectados, puesto que son lo que tienen menos recursos para protegerse de un proceso en el cual los precios siempre suben más rápido que los salarios, por más que el gobierno de turno decrete los incrementos de estos.
Nuevamente Argentina y Venezuela son un buen (o mal) ejemplo.
Esto podría explicar la razón por la cual el ritmo de la disminución de la pobreza en los dos países, que fue muy fuerte entre 2003 y 2007, se estancó a partir de este último año, pese que fueron los principales beneficiarios en América Latina por el largo auge en los precios internacionales de las materias primas que ocurrió durante aquella época.
Guerra contra los bancos centrales
No obstante, esa postura, que era una reacción contra las denostadas políticas “neoliberales” de los años noventa, caracterizados por perverso Consenso de Washington, fue aplaudida en su momento por el prestigioso Nobel de Economía 2001 Joseph Stiglitz e incluyó el cuestionamiento al ortodoxo principio que consagra la independencia de los bancos centrales.
Así, por ejemplo, Martín Redrado, presidente del Banco Central de Argentina, dimitió de su cargo en enero de 2010 luego de un largo enfrentamiento público con la pareja Cristina y Néstor Kirchner (presidenta y expresidente respectivamente) que incluyó la presencia de agentes policiales impidiéndole el acceso a su despacho. Redrado se oponía a entregar 6.500 millones de dólares de las reservas internacionales y el ex presidente lo acusaba de ser parte de una conspiración. No fue la primera disputa de este tipo, puesto que 2004 Néstor Kirchner se la había arreglado para despedir a Alfonso Prat-Gay, anterior presidente de la institución encargada de la emisión monetaria.
En el caso de Venezuela, ese tipo de situaciones fueron en su momento menos dramáticas. Luego de exigirle al Banco Central de Venezuela que le entregaran las “ganancias cambiarias” de sus operaciones, y en 2004 “un millardito de dólares de las reservas internacionales”, el expresidente Hugo Chávez logró hacer que la institución se transformara en la caja chica del Gobierno gracias a su control institucional del país.
Los resultados de aquellas decisiones están a la vista. Aunque en el caso de Venezuela hay que decir el expresidente creyó que con la reconversión monetaria de 2008 el país podría volver a una moneda fuerte que, pese a todo lo ocurrido, era (y tal sigue siendo) un deseo presente en el imaginario colectivo de los venezolanos que en las generaciones anteriores se habían acostumbrado a disfrutar de una moneda estable y una inflación inexistente.
Adiós a la «guerra económica»
Luego de una devastadora hiperinflación y ocho años seguidos de depresión económica, el Gobierno de Nicolás Maduro parece haber entendido (veamos a qué costo) que la subida incesante de precios no se remedia con más controles, inspecciones fiscales, cierre de negocios, encarcelamiento de comerciantes y operativos policiales y militares (lo que se bautizó como “la guerra económica”), sino simple y sencillamente poniendo fin a la emisión descontrolada de moneda.
Que eso lleve al camino de las buenas prácticas económicas es algo que no se puede saber dado las características del régimen político imperante en Venezuela.
Por su parte, en Argentina, tanto el presidente Alberto Fernández como su ministro de Economía Martín Guzmán, también parecen comprender (sino en todo, al menos en parte) la magnitud del problema económico en el que están metidos, razón por la cual se aferran con desesperación a un acuerdo con el demonizado Fondo Monetario Internacional (FMI) en un intento por evitar que la crisis se las vaya de las manos. Eso, mientras la vicepresidenta de la nación y jefa espiritual de la izquierda peronista, Cristina Kirchner, sabotea abiertamente a su propio Gobierno e insiste en seguir el camino del cual parece salir Venezuela.