Rafael Alba (ALN).- Aitana, Ana Guerra, Amaia y el resto de las concursantes de ‘Operación Triunfo’ forman la vanguardia del nuevo gran fenómeno comercial de la escena pop hispana.
¿Triunfo incontestable del nuevo feminismo o marketing puro y duro? A veces, la respuesta a cuestiones tan simples y polarizadas como esta no resulta fácil de encontrar. Pero muchos analistas no pueden evitar tomar partido. Es lógico. En un momento de máxima confusión como el presente casi nadie puede mantenerse al margen de una polémica reavivada cada día por la avalancha de mensajes sobre la igualdad entre sexos, de carácter, más o menos, peleón y guerrillero, difundidos por los medios de comunicación -que cada uno y cada una goza o sufre en silencio, según sus preferencias. Pero cuidado. Hay quien cree que este bombardeo reivindicativo quizá no siempre sea exactamente lo que parece, ni contribuya a reforzar al movimiento de liberación de la mujer que alcanzó un éxito incontestable en España el pasado 8 de marzo gracias a las movilizaciones masivas. Y la euforia inicial ante la aparición de un grupo de nuevas artistas de éxito, con capacidad de penetración en la siempre controvertidageneración milenial, empieza a ceder.
Al final, da la impresión de que ni Aitana, Amaia, Ana Guerra, ni el resto de omnipresentes concursantes de Operación Triunfo; ni Rosalía, la nueva gran estrella del flamenco hipster, ni Bad Gyal, la gran esperanza catalana del trap y el dance-hall,han hecho o van a hacer tanto por la causa y la destrucción de los estereotipos y los roles de género. Quizá los mensajes que parecían derivarse de su propia presencia cuasi constante en las publicaciones especializadas y generalistas no sean tan evidentes como se esperaba. Ni tampoco el relato que han tejido pacientemente canción a canción. Lo que sí han sido, y siguen siendo, son poderosos argumentos de venta para la industria musical española que hasta se ha atrevido, con las dos últimas, a promocionar el producto nacional, grabado en el exterior, por supuesto, en revistas on line de prestigio como la todopoderosa Pichtfork, la referencia fundamental del indie global. Y gracias a ello vivimos un verano plagado de estribillos de empoderamiento femenino, que parecen sacados del libro de instrucciones de los compositores que ayudaban a Dolores Abril a luchar contra Juanito Valderrama en las celebradas coplas de guerra de sexos, conocidas como Peleas en Broma, que conquistaron al público español en los primeros años de la década de los 60 del pasado siglo. Y aquí se recomienda leer la Wikipedia para entender la fina ironía del articulista. Por cierto, ¿nadie se acuerda ya de las Hinds?
¿Triunfo del nuevo feminismo o marketing puro y duro? A veces, la respuesta a cuestiones como esta no resulta fácil de encontrar
Quizá el problema esté, parafraseando unas recientes declaraciones realizadas a un periódico nacional por Filippo Giunta, uno de los máximos responsables de la organización del Rototom, el mayor festival mundial de reggae, que se ha celebrado estos días enBenicàssim, en que lo más sensato para las opciones artísticas progresistas sea alejarse de los patrocinadores que representan “esas prácticas que queremos cambiar”. Y qué quieren que les diga. Aun a riesgo de equivocarnos, llegados a este punto no nos queda más remedio que atrevernos a opinar. Y se mire por donde se mire, ni las discográficas, ni las marcas de cosméticos, ni las grandes empresas textiles, ni la exclusivísima industria del lujo han destacado jamás por su aliento revolucionario. Más bien al contrario.
Los nuevos ídolos juveniles
A no ser que todavía creamos que fabricar y vender ropa, mochilas, gorras y monederos con la efigie del Che Guevara estampada es una acción reivindicativa de contestación al sistema. ¿Verdad que no? Pues a lo mejor pasa lo mismo con esas carísimascamisetas ilustradas con motivos feministas que parecen haberse puesto de moda entre las chicas de la alta sociedad de los países occidentales más ricos. O no. Vaya usted a saber. La contradicción inevitable se ha instalado con fuerza en todas las músicas de moda y hasta ha salpicado a las estrellas antagónicas del trap, el granadino Yung Beef y el madrileño C.Tangana, que en la última rueda de prensa del festival Primavera Sound barcelonés, iniciaron una rivalidad que aún mantienen, y rentabilizan al máximo en las redes sociales, gracias a las posturas enfrentadas en esta cuestión.
Según la versión del enfrentamiento que ofrecía en El Confidencial el crítico Víctor Lenore, uno de los nuevos referentes de la parroquia cultural de izquierdas, Beef piensa que él consigue aprovecharse de las estructuras que pone a su disposición el capitalismo para hacer la música que quiere y ganar todo el dinero posible. Tangana, en cambio, cree una paradoja considerarseantisistema cuando se habla en un evento patrocinado por Seat, se utiliza ropa regalada por Lacoste y se reivindica la independencia empresarial a la vez que se está obligado a distribuir el producto musical que se elabora en plataformas comoYouTube o Spotify, pertenecientes a empresas cotizadas en Wall Street. Vaya que, con independencia de la calidad musical, o de la capacidad de enganchar fans que puedan tener estas propuestas, muy revolucionarias no parecen. Pero, a estas alturas, ¿quién va a querer hacer la revolución? Desde luego no parece que ese sea el propósito de Universal, la major discográfica propiedad de la empresa francesa Vivendi, cuyo negocio en España se ha visto beneficiado con una alianza inexplicable, e inexplicada, forjada con la televisión pública para explotar en exclusiva las canciones y las carreras de los artistas participantes en la última Operación Triunfo.
Ni tampoco el de Manuel Martos, uno de los ejecutivos de la filial española de este gran conglomerado galo, hijo del cantanteRaphael y yerno del político socialista José Bono, que formó parte del jurado de esta última edición del gran concurso de talentos, y a quien algunos malintencionados conspiradores de salón atribuyen, sin aportar prueba alguna de la certeza de tales afirmaciones, el mérito de la estrategia comercial basada en ese feminismo suave del que venimos hablando, que ha encumbrado con mucha rapidez a algunas ‘triunfitas’ como las también mencionadas Aitana o Ana Guerra. Las fabulosas Aitana War de Lo Malo, ese hit llenapistas que incluso en el título nos traía a la memoria la canción Malo, el primer éxito de Bebe, la primera diva del feminismo juvenil, que inauguró esta línea de negocio allá por 2004, tras la victoria electoral del socialista José Luis Rodríguez Zapatero.
Uso mercantil de las ideologías
Tal vez no tenga nada que ver, pero en aquellos tiempos Martos formaba parte de un dúo denominado Mota, que solía actuar por salas como El Búho Real, un pequeño local de Madrid, en el que también buscaron fortuna por entonces la propia Bebe, Pitingoo Vanesa Martín. Lo único cierto es que tras el mencionado éxito de las ‘triunfitas’ de Aitana War con Lo Malo, la discográfica ha acelerado a fondo para explotar ese recién encontrado filón comercial con nuevas canciones en la misma línea como Ni la hora de Ana Guerra, en la que ha colaborado Juan Magán; Hay algo en mí de Miriam; Ya no quiero ná de Mimi, que ahora se presenta como componente del grupo Lola Índigo, acompañada por otras cuatro chicas también conocidas por participar en distintos concursos de talentos de la tele. Sin olvidarnos de Free, el tema más reciente de Brisa Fenoy, la autora de Lo Malo,también artista de Universal, que ha introducido además la variante de la diversidad en el nuevo intento de asaltar las listas de las plataformas de streaming.
¿Empieza a ser demasiado? Lo mismo sí. Teléfono, el nuevo single de Aitana, ha empezado a recibir críticas muy duras de columnistas afines al feminismo que se atreven a poner en cuestión todo este nuevo star system formado por mujeres jóvenes y, aparentemente, rompedoras que empiezan a veces a parecer unas simples marionetas de las industrias del disco y la moda.También a la neocantaora Rosalía, otra artista de éxito de la filial de Vivendi, le han llovido las recriminaciones por haber abusado de la apropiación cultural para lucrarse a costa de los hallazgos artísticos de la etnia gitana, en los últimos vídeos y canciones, en especial ese bombazo titulado Malamente, que casi todas y todos hemos bailado ya este verano en algún chiringuito. Aunque ella sí ha contado ya con notables defensores con pedigrí progresista como el crítico Víctor Lenore, siempre en el centro de las polémicas, de quien ya hemos hablado anteriormente en este artículo.
Tras el éxito de Aitana War con Lo Malo, la discográfica ha acelerado a fondo para explotar ese recién encontrado filón comercial
Así que los abusos habituales en este tipo de operaciones comerciales de explotación intensiva empiezan a ser perceptibles. Pero no esperen un cambio de ciclo inmediato. El terreno está abonado por ahora y las modas del feminismo bajo en calorías y la diversidad, bien o mal entendida, aún tienen mucho empuje y mucho recorrido. Aunque las y los verdaderos y verdaderas activistas de estas nobles causas empiecen a mostrar hartazgo y advertir del doble filo que pueden representar para sus legítimos intereses todos estos millones de escuchas acumulados en Spotify y YouTube que, en teoría, deberían servir para mantener la llama de las reivindicaciones. Estos temas son gasolina de la buena, desde luego. Y aunque no valgan para mantener en marcha la máquina de la conciencia social sí pueden servir para otras cosas. Por ejemplo, para que sigan engordando los beneficios de multinacionales cotizadas como nuestra admirada Vivendi, y la filial Universal, y aumente la rentabilidad que obtienen los accionistas. En fin, que quizá en estos asuntos en los que la política y las reivindicaciones sociales se mezclan con la canción popular, lo mejor sería ser muy tajante. Por lo menos, en opinión de los ciudadanos y las ciudadanas con más conciencia.
O quizá no. Lo mismo se equivocan, que hay muchos talibanes y talibanas por ahí. Y las cosas nunca son ni blancas ni negras. Dicen que suele haber matices y que el único color que refleja bien la realidad es el gris. ¿Recuerdan aquello de “No bailes rock and roll en El Corte Inglés, no seas como tus enemigos de ayer”? Este era un potente estribillo que cantaba en la década de los 80 el roquero barcelonés José María Sanz Beltrán, más conocido como Loquillo, al enfervorizado público, formado entonces por jóvenes incondicionales de la ideología roquera. A lo mejor ustedes sí y él no. O los años han cambiado su manera de pensar, como nos ha pasado a la mayoría, y por eso ahora que se acerca a los 60 años no tiene ningún problema en alquilar su imagen a marcas comerciales como Mitsubishi o Mahou. Aunque para coherente de verdad, su coetánea Olvido Gara, alias Alaska. En los inicios como cantante solista de Los Pegamoides, ella soñaba con ser un “bote de Colón y salir anunciado por la televisión”. Pues bien, gracias a su inteligencia, tesón y esa gran capacidad de trabajo plenamente contrastada que le conocemos ha podido convertir en realidad su sueño. Y unas cuantas veces, además.