Rafael Alba (ALN).- Las limitaciones a la movilidad de los músicos pueden afectar los ingresos de las giras internacionales de los artistas británicos. El avance de la música latina en los grandes mercados de la Europa continental preocupa mucho en Londres.
Mucho cuidado con el lobby de la industria musical británica. Tal vez, desde el punto de vista de un latino, tanto en España como en el resto de los países de habla hispana, sea difícil comprender el impacto y la capacidad de influencia política y social que este gremio tiene en Reino Unido. Un país donde se tiene bastante clara la importancia de los creadores y de la cultura a la hora de asegurar el predominio económico de una nación en las relaciones comerciales globales. Pero, igual que sucede en EEUU con Hollywood y todo lo que rodea a la gran fábrica de sueños, en Londres se escucha con mucho cuidado la opinión de los implicados en este sector económico, cuyo peso en el Producto Interior Bruto (PIB) es creciente y que, a diferencia de otros, no ve afectadas sus ventas en el exterior, ni sus ingresos, ni sus posibilidades de penetración en otros mercados por minucias tales como las fluctuaciones de los tipos de cambio entre distintas divisas. O así ha sido por lo menos en los últimos 60 años. Desde que gracias a The Beatles y el pop de los 60, el inglés se convirtió en el esperanto mundial, la respetabilidad del negocio artístico en la isla quedó asegurada por encima del bien y del mal.
Mucho cuidado con el lobby de la industria musical británica. Tal vez, desde el punto de vista de un latino, tanto en España como en el resto de los países de habla hispana, sea difícil comprender el impacto y la capacidad de influencia política y social que este gremio tiene en Reino Unido
Y eso ha sido así, a pesar de que los estilos de vida de algunas de las principales figuras de este rentable negocio no siempre cuadraran demasiado con la rígida moral victoriana. Ya conocen la frase hecha: “el dinero abre muchas puertas”. Por eso, en la isla, y en Irlanda, la música es cuestión de Estado. Un rubro de la cartera de exportaciones de gran valor y rentabilidad garantizada. Por los ingresos directos e indirectos que aporta. De hecho, las estadísticas oficiales no dejan lugar a la duda en esta cuestión. Según las últimas cifras publicadas por el Departamento de Negocios Digitales, Cultura, Medios y Deportes del Gobierno británico, (DDCMS, por sus siglas en inglés), el pasado año, el valor añadido bruto de este sector económico ascendió a 101.500 millones de libras (118.075 millones de euros). Nada menos que un 4,6% del PIB. Una cifra en la que, por cierto, no se contabiliza la influencia benigna que esta actividad extiende sobre otras industrias sin chimeneas, como el turismo, la educación privada, los servicios financieros o la moda, por poner unos cuantos ejemplos de fácil visualización.
Esos números tal vez hayan sido determinantes. O no. Pero, lo cierto es que, desde hace unas cinco décadas, los políticos de todos los signos y la propia familia real se han cuidado muy mucho de mantener buenas relaciones con este colectivo. Ya saben que los cuatro fantásticos de Liverpool se integraron en la nobleza rápidamente y que recogieron su título en el Palacio de Buckingham de manos de la propia Reina Isabel, supuestamente tras haberse fumado un porro de marihuana en los servicios de la mansión real. Es cierto que, casi siempre, los artistas han estado más cerca del Partido Laborista que de sus tradicionales enemigos, los conservadores. Pero la derecha sabe que, al final, tener al sector en contra puede perjudicarle mucho. Y constantemente han intentado tender puentes y mantener los sistemas de comunicación abiertos para evitar la confrontación directa. Sobre todo en los periodos de incertidumbre y encuestas igualadas ante un posible horizonte electoral más o menos cercano. Justo lo que sucede en este momento, cuando el Brexit -y todo lo que esta dramática ruptura entre la Unión Europea (UE) y Gran Bretaña supone- impacta con tanta virulencia en todos los sectores económicos, sin excepción.
Plena movilidad interterritorial
Y por eso, tanto las patronales como las organizaciones sindicales han estudiado muy cuidadosamente el acuerdo de desconexión con la Unión Europea (UE). Todas. También las relacionadas con el negocio musical. Y con una atención más que especial a la letra pequeña. Y, por lo visto, tampoco los artistas están demasiado felices con los términos acordados para el divorcio entre Londres y Bruselas. Se trata de una ruptura dolorosa y complicada que va a afectar mucho al boyante sector creativo británico y que estos empresarios y trabajadores hubieran querido evitar por todos los medios. Mas aún, tras conocer los términos del acuerdo que debe ser votado en el Parlamento. Ahora se temen lo peor porque prevén un duro impacto en su negocio a medio plazo, cuyas consecuencias tendrán que ser atenuadas en largas y complicadas negociaciones bilaterales con cada uno de los países implicados. Y, en algunos casos, como puede ser el de la terrible Francia, siempre dispuesta a adoptar medidas proteccionistas en lo cultural para favorecer a sus artistas, las actuales circunstancias podrían ser vistas como una oportunidad de reducir el peso de la industria musical anglosajona en el territorio de la UE. Un mercado de 500 millones de consumidores que hasta ahora era tierra conquistada.
Tampoco los artistas están demasiado felices con los términos acordados para el divorcio entre Londres y Bruselas. Se trata de una ruptura dolorosa y complicada que va a afectar mucho al boyante sector creativo británico y que estos empresarios y trabajadores hubieran querido evitar
Un verdadero lío que podría resolverse mejor con alguna excepción a las reglas generales. Por ejemplo, con la creación de un pasaporte especial para los músicos en gira que asegure su total movilidad. Un compromiso general de reciprocidad que permita tanto a los artistas europeos que quieran actuar en Reino Unido, como a los británicos que quieran hacerlo en el Viejo Continente, eludir los engorrosos y costosos trámites relacionados con los mecanismos de solicitud y concesiones de visados específicos. Ya hace un par de meses, cuando aún no se había cerrado el acuerdo, tanto el poderoso Sindicato de Músicos Británico (MU por sus siglas en inglés), como UK Music -una organización en la que convergen todos los actores interesados en el negocio, desde los propios músicos, a las discográficas, las editoriales o los propietarios de salas- reclamaron que este asunto se introdujera en la negociación. Pero, al parecer, no tuvieron demasiado éxito. Ni siquiera en lo tocante a un caso tan concreto, y sensible, como la República de Irlanda.
El pasado 13 de noviembre, la industria musical británica parecía haber encontrado una respuesta, más o menos positiva, a sus requerimientos. O eso quisieron pensar algunos de los responsables de las grandes compañías del sector cuando la Comisión Europea hizo público un comunicado en el que se aseguraba que, incluso si finalmente la ruptura entre Gran Bretaña y la Unión se producía sin acuerdo, los ciudadanos británicos no iban a necesitar ninguna clase de visado o permiso para viajar por el Viejo Continente. Pero tras una segunda lectura quedó claro que estas condiciones favorables no se iban a hacer extensivas a los músicos profesionales. Sobre todo, porque Bruselas ha aclarado que los Estados miembros son libres de imponer visados a los ciudadanos extracomunitarios que lleguen a la UE para realizar trabajos remunerados. Justo lo que sucede cuando un grupo o un solista británico, y su equipo, actúan en cualquier ciudad en el marco de sus giras habituales. Un posible aumento de los costes de estos tours que, junto a la dilatación de tiempos, puede ser resuelto en algunos casos con la contratación de músicos en cada uno de los países en los que se realice la gira. Sobre todo, cuando se trate de actuaciones de cantantes solistas.
El ballet y la música clásica
Además, algunos artistas han advertido sobre las consecuencias culturales de este posible aislamiento futuro. La interacción entre profesionales de los distintos países europeos ha sido beneficiosa para todos. Es cierto que en el caso de la música pop o los sonidos más relacionados con el mercado juvenil estos beneficios no son demasiados debido al absoluto predominio de los sonidos y las bandas anglosajonas en la evolución y las nuevas tendencias relacionadas con este estilo. Un segmento del negocio donde casi todo el que aspira a conseguir un reconocimiento global se veía obligado a apostar por el inglés. Por lo menos hasta ahora. Pero no ocurre lo mismo en otros ámbitos, como el ballet o la música clásica, por ejemplo. En estos casos, los bailarines y los músicos llegados de todas partes del mundo han reforzado el poderío competitivo de las agrupaciones británicas que en muchos casos abandonarían las posiciones conseguidas gracias a la integración europea si el Brexit se manifiesta con toda su dureza y sin excepciones a la regla que suavicen su posible impacto.
Algunas estrellas latinas, incluso cantando en español, han conseguido convertirse en una alternativa viable. Y pueden ocupar sin problemas el espacio que cedan los músicos británicos como consecuencia de los efectos no deseados del divorcio de la Unión Europea
Pero incluso en el pop, ese territorio abonado para la música de raíz anglosajona del que hablábamos antes, el impacto de las nuevas tecnologías en el negocio musical, sobre todo el cambio que se ha producido tras la consolidación de las plataformas de streaming, ha debilitado un poco la posición de la música anglosajona. El reggaetón y la llamada música urbana empiezan a ser negocio también en los mercados continentales. Algunas estrellas latinas, incluso cantando en español, han conseguido convertirse en una alternativa viable. Y pueden ocupar sin problemas el espacio que cedan los músicos británicos como consecuencia de los efectos no deseados de su divorcio de la Unión Europea. En un reciente artículo publicado por la revista Billboard, se hablaba de este peligro y hasta se le ponían nombre y apellidos a las principales amenazas. Hay artistas como Enrique Iglesias que han demostrado un poder de convocatoria en Europa del Este comparable al de las grandes estrellas británicas, como demuestra su reciente actuación en el Estadio Olímpico de Kiev, donde este cantante fue capaz de vender 80.000 entradas.
El peligro está ahí. Otros artistas latinos como J.Balvin, Shakira o Ricky Martin ya han tenido también éxito en estos mercados e incluso se han atrevido a desafiar al propio pop británico en el mismísimo Londres, en cuyo auditorio O2, con capacidad para 20.000 personas, se ha celebrado ya dos años consecutivos un concierto centrado en los sonidos latinos, llamado Hola! London, que ha contado con la participación de figuras consolidadas como Juan Luis Guerra, David Bisbal, Juanes y Sebastián Yara, que intervinieron en la primera edición celebrada en 2017, y de Rubén Blades con la Big Band de Salsa de Roberto Delgado y Carlos Vives, que se encargaron de las actuaciones en la última edición celebrada en mayo. Y es cierto que también el Brexit puede contribuir a impedir que esta evolución favorable para los artistas hispanos se convierta en una tendencia consolidada, pero esa posibilidad tampoco resulta demasiado atractiva para las grandes promotoras de conciertos que buscan negocios globales y sueñan con mercados integrados en los que haya posibilidades de explotar con éxito todas las opciones posibles. Su opinión y la de los fondos de inversión estadounidenses mayoritarios en su capital también cuentan en este caso. Y mucho más de lo que a algunos políticos británicos les gustaría.