Rafael Alba (ALN).- La caída del precio de las acciones de Spotify disipa la euforia financiera de la que se había beneficiado el sector. Hay temor a que una posible desaceleración del consumo privado golpee con fuerza a una industria que empezaba a florecer tras casi dos décadas de penurias.
¿Se acabó la fiesta? A lo mejor no. Pero hay signos evidentes de que los organizadores del evento están a punto de cerrar la barra libre. O algo parecido. ¡Qué se le va a hacer! Tras muchos años de penuria y un par de temporadas de gloria, que han cerrado un lustro de imparable crecimiento, las incertidumbres y la angustia vuelven a atisbarse en las previsiones de los expertos financieros que se ganan la vida como trabajadores de la industria de la música global. Es verdad que Spotify y el resto de las plataformas de streaming se han consolidado como los formatos favoritos de los nuevos consumidores de delicias sonoras, que las discográficas vuelven a ganar dinero y que, incluso en países tan castigados como España, estamos a punto de cerrar un periodo de seis años de crecimiento ininterrumpido, si nada se tuerce en lo que queda de año, claro. Y también que la piratería empieza a ser agua pasada y que, en los últimos tiempos, las grandes estrellas del pop global vuelven a ganar más dinero que los ases del deporte, como ya les hemos contado aquí. Así que, de momento, las cosas no van mal precisamente…
Entonces, ¿por qué vuelven a escucharse suspiros en los despachos de los cuarteles generales de las grandes compañías del sector? Ese inesperado pesimismo no cuadra, por ejemplo, con las fotos que se hicieron virales en las redes sociales de Maluma alcanzando su sueño más dorado al convertirse en el afortunado propietario de un precioso avión privado con sólo 25 años de edad. Y, sin embargo, los nubarrones que avanzan hacia el centro del escenario amenazan con arruinar por mucho tiempo el actual clima soleado. La cuestión es simple. Todo parece indicar que se avecina una nueva crisis económica global. Hasta el punto de que la única duda que parecen tener en este momento los expertos en macroeconomía es cuál será la magnitud exacta de la caída y durante cuánto tiempo van a notarse sus efectos. En Europa, por ejemplo, la gran Alemania, el motor del Viejo Continente, ya ha visto cómo su producto interior bruto menguaba una décima en el segundo trimestre del año. Y si la cifra correspondiente a los meses de julio, agosto y septiembre, que pronto conoceremos, vuelve a ser negativa, el país teutón habría entrado en recesión técnica.
De modo que sí hay motivos para asustarse. O, por lo menos, para extremar las cautelas. Las guerras comerciales enunciadas en los últimos tiempos por el presidente de EEUU, Donald Trump, que amenaza a China y algunos países de la UE, como Francia, Alemania o España, con fuertes subidas de las tasas arancelarias que, afortunadamente, todavía no se han concretado y otros factores de riesgo como el Brexit o las crisis, más o menos duras, que afectan a algunos países de Latinoamérica, como la empobrecida Venezuela, el inestable Perú, o esa Argentina cuya economía parece moverse siempre en el filo de la navaja, se suman a ciertos elementos de tensión como la inestabilidad de los precios del petróleo, que últimamente se mueven al alza, para dibujar un panorama que apunta directamente hacia el bolsillo de los consumidores globales. Y cuando eso pasa, la industria musical es una de las primeras en recibir el golpe. Porque los gastos relacionados con el ocio y cualquier otro bien que no sea de primera necesidad son los primeros sobre los que las familias hacen recaer los inevitables ajustes.
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Como suele suceder, las primeras alarmas se disparan siempre en los mercados financieros. En las grandes bolsas mundiales, en general, y en Wall Street en particular. Allí es donde se detecta con mayor nitidez en las posiciones que van tomando los gestores de las grandes carteras, su apuesta de futuro en relación con las expectativas de los distintos sectores. Y si consideramos la evolución reciente del valor de las acciones de Spotify, cuyo espectacular debut bursátil marcó el principio de la fiesta, las cosas no pintan demasiado bien. En abril de 2018, cuando los títulos de la empresa tecnológica sueca empezaron su periplo, su cotización se disparó en la bolsa neoyorquina y el precio de las acciones llegó a moverse en el entorno de los 170 dólares (154,82 euros) por unidad. Ahora oscila alrededor de los 115 dólares (104,73), en el mejor de los casos, lo que supone una caída del 32,35%, experimentada en sólo 17 meses. Una cifra mala de solemnidad sobre todo si se compara con el 8,3% que ha ganado el índice Dow Jones, principal referencia de la Bolsa de Nueva York, en ese mismo periodo, a pesar de las recientes turbulencias.
Cierto que estamos ante un valor tecnológico y que la volatilidad (rápidas oscilaciones en los precios) es una característica habitual de este tipo de acciones, por lo que no se recomienda a los inversores minoristas que las tengan en cartera. Pero es que el caso de Spotify es bastante singular porque sólo en los últimos tres meses ha caído un 23%. Ya ven. En otros casos, como el de Live Nation, el gran emporio mundial de la música en directo, la bolsa neoyorquina ha sido mucho más benévola en el último año y medio y la acción se ha movido siempre en línea con el mercado, tanto al alza como a la baja, por lo que el precio de sus títulos, ahora situado en el entorno de los 68 dólares (61,93 euros), ha conseguido una revalorización superior al 10% en el periodo. Quizá porque la venta de entradas proporciona a esta compañía un acceso fácil al dinero en efectivo y buen flujo de caja. Así que en teoría todo iría bien. Y, sin embargo, las agencias de rating y algunos analistas han empezado a poner el foco en el volumen de la deuda neta de la compañía, que ronda los 500 millones de dólares (455.36 millones de euros).
Con estos antecedentes la última emisión de deuda de la empresa, cuyo volumen ha rondado los 950 millones de dólares (865,19 millones de euros) se ha colocado bien entre los operadores del mercado, pero a un ritmo más pausado del habitual y con las rentabilidades levemente al alza, y superiores al 5% en algunos tramos. Una circunstancia en la que también ha podido influir la calificación de solvencia emitida por Moody’s (entre Ba1 y Ba3) que mejora las notas anteriores, pero algo menos de lo que esperaban los analistas. Así que el negocio de Live Nation aún es floreciente, pero a medio plazo quizá no lo sea tanto. No parece que, de la noche a la mañana, las grandes giras en curso vayan a notar los síntomas de esa desaceleración económica que se atisba en el horizonte. Pero los artistas que llenan estadios van a tener que empezar a ajustar a la baja sus expectativas de cara a 2020. Lo mismo les toca pasar por menos ciudades o se ven obligados a ir a recintos de menor capacidad.
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Los precios de las entradas de los conciertos
O quizá rebajar el precio de las entradas. Aunque esa siempre suele ser la última opción. Ahora parece difícil que en las giras del próximo año alguien pueda repetir los magníficos números alcanzados esta temporada por The Rolling Stones, líderes en todas las categorías, a pesar de los problemas de salud de Mick Jagger, que les obligaron a tomarse unas vacaciones forzosas entre los meses de abril y junio. A pesar de eso, o gracias a ello, la veterana banda británica ha reventado las taquillas con ingresos superiores a los 12,7 millones de dólares (11,57 millones de euros) por concierto. Claro que para conseguirlo han tenido que reunir a más de 50.000 personas por show y situar el coste medio de los tickets en una cifra prohibitiva que no ha estado últimamente al alcance de ninguna otra banda. Nada menos que 226,61 dólares (206,5 euros). Casi el doble que Jennifer Lopez, que con un precio medio por entrada de 137,28 dólares (125, 11 euros) ha ocupado el segundo lugar en esta restringida clasificación de estrellas. Y todo parece indicar que estas cifras, más razonables para el consumidor, van a convertirse en habituales a partir del segundo trimestre de 2020. O eso creen algunos gurús del sector.
Hay otros síntomas de moderación en la euforia financiera que rodeaba a la industria de la música grabada hace un año. Por ejemplo, las dificultades que parece encontrar Vivendi a la hora de vender el 50% de Universal Music Group a un socio potencial que, en principio, podría ser la compañía china Tencent. Hace 12 meses varios bancos de inversión, incluido JP Morgan, valoraron a la major discográfica en 40.000 millones de dólares (36.454,81 millones de euros), de modo que situaron el umbral mínimo de compra de ese 50% del capital que la empresa de Vincent Bolloré quiere vender en más de 20.000 millones de dólares (18.227 millones de euros). De momento, las negociaciones no han llegado a buen puerto. Aunque desde la empresa gala se asegura que tampoco hay prisa por cerrar el trato. Pero a algunos bancos de inversión empieza a parecerles que la valoración correcta de la empresa cuya participación se quiere colocar debe situarse en este momento más o menos en la mitad de los importes que reflejaban las tasaciones efectuadas hace un año.
Los motivos son obvios. El crecimiento de los ingresos que consiguen las tres grandes discográficas derivados del streaming, que es su principal fuente de ingresos, se ha ralentizado. Aunque, según los expertos del portal especializado Music Bussines, todavía suman cifras considerables. Unos 19 millones de dólares (17,32 millones de euros) al día, según algunas estimaciones. Pero los problemas de las grandes economías mundiales, de los que hablábamos al principio de este artículo, acabarán por pasar factura. Y sin que el recambio previsto, situado en los consumidores de los países emergentes con gran protagonismo de Latinoamérica, esté en condiciones de tomar el relevo. Así que ya ven, los augurios no son nada halagüeños en realidad. Pero, al menos esta vez, hay algo positivo, incluso en este escenario de incertidumbre futura. En caso de que esta crisis anunciada golpee al sector no se sumará, como en ocasiones anteriores, a los problemas estructurales derivados de la falta de un modelo de negocio rentable. Ahora la industria de la música global parece tenerlo por fin. Por lo menos ese 1% de los artistas que acapara el 60% de los ingresos totales. El resto lo mismo no lo ve tan claro.