Rafael Alba (ALN).- El nuevo sistema de ponderación de los clicks en las listas de éxito resta peso a las visualizaciones de vídeos musicales. La música latina pierde impulso en las listas por el plus de representatividad que se otorga a los servicios premium de las plataformas de pago.
Créanlo o no. Pero incluso en este mundo cambiante en el que prima lo digital por encima de todo, quedan algunos símbolos rescatados de los viejos usos y costumbres analógicos cuyo brillo permanece inalterable. Por ejemplo, el prestigio y el oropel que se obtienen en el mundo de la música cuando un tema consigue el ansiado número uno de las listas de éxitos. Y si hablamos de hit parades (el término inglés por el que se las conoce en medio mundo), no nos queda más remedio que hablar de la gran lista global de referencia: el Hot 100 que publica semanalmente la revista estadounidense Billboard, de modo ininterrumpido, desde 1958. Una sexagenaria que ha sufrido muchos cambios a lo largo del tiempo para irse adaptando a los nuevos sistemas y el avance de la tecnología. Pero siempre ha sabido liderar las aguas turbulentas, quizá por su demostrada capacidad de adaptación al cambio. Sus promotores han sabido hacerlo, han sobrevivido y, por eso, para conseguirlo hace ya mucho tiempo que esta lista dejó de estar basada únicamente en las ventas de singles para dar espacio a las nuevas fórmulas de consumo que han ido ganando peso entre los consumidores en la era de internet.
Obviamente, las sospechas de irregularidades, manipulaciones y corrupciones variadas, nunca demostradas por cierto, han sido también una constante en las seis décadas de historia de este maravilloso invento de Billboard, que sirvió para jerarquizar el éxito y permitir a la afición visualizar el impacto económico del triunfo. Antes, cuando todo estaba basado en las ventas, en las encuestas realizadas a pie de tienda, las discográficas hacían maravillas con la distribución, los descuentos y los lanzamientos masivos sincronizados, para lograr el máximo impacto en el mínimo tiempo posible. Porque llegar al número uno en la misma semana en que una canción estaba disponible en las tiendas aseguraba una segura multiplicación de las ventas. Ya saben. Dinero llama a dinero que dicen. Y no sólo era eso. Estaba también el prestigio, la sensación de triunfo de aquellos que conseguían liderar el ranking. Dos circunstancias que, sin embargo, dejaron de ser importantes en los últimos años del pasado siglo, cuando las ventas de los formatos físicos empezaron a perder fuelle y, por lo mismo, dejó de coincidir con exactitud el impacto real de las canciones más vendidas con el que se corresponde con las más escuchadas.
Dicho de otra forma. En una lejana época oscura que ya muy pocos recuerdan a casi nadie le importaba ya colocar una canción en el número uno del Hot 100 de Billboard. O no le importaba tanto como antes. La lista de la publicación más respetada por la industria global vio cómo su importancia se reducía a toda velocidad. Más o menos tan vertiginosamente como se extendía entre la industria discográfica la famosa crisis provocada por internet que parece haber concluido casi dos décadas después de empezar y que ha forzado unos cambios radicales y significativos en la forma de abordar el negocio. Una necesidad de mutar de la que fueron conscientes antes que nadie los responsables de la veterana revista estadounidense que empezaron a introducir cambios metodológicos de importancia en plena década de los 90 del siglo XX, uno de los momentos de más éxito de la industria discográfica global, cuando se inflaba la burbuja que haría estallar la tecnología y cuando nadie más parecía ser consciente del peligro que se avecinaba.
El éxito global del vídeo de la canción Gangnam
En 1991, Billboard comenzó a elaborar sus listas con base en los datos recolectados por el sistema Sound Scan de la consultora independiente Nielsen. Y la entrada de esta compañía en el negocio con sus fórmulas modernas de acumular información, un precedente ingenuo de los actuales flujos que componen los yacimientos de big data, supuso un terremoto en sí mismo para las cadenas minoristas y las discográficas. Hasta daba la impresión de que el éxito iba a dejar de depender de esos sistemas opacos como la publicidad encubierta, las payolas (nombre técnico con el que se conocen los supuestos sobornos cobrados por algunos disc-jockeys a cambio de programar determinadas canciones) o las ofertas y los descuentos pactados con las grandes cadenas. Pero fue un espejismo, porque como hemos explicado ya, todo iba a cambiar muy poco tiempo después.
Los movimientos de Billboard, y la supuesta complicidad de la revista con los intereses de las grandes discográficas, han provocado una reacción muy airada de YouTube, que no quiere perder importancia en el negocio
Nielsen intentó evitar la obsolescencia con ajustes. Por ejemplo incluir en sus registros los números correspondientes a las emisiones de las canciones en las ondas radiofónicas, las descargas pagadas y gratuitas o los clicks iniciales de las plataformas de streaming cuando aún no parecían tener previsto cobrar por las escuchas ni tener capacidad de hacer algún día rentable su extraño modelo de negocio inicial. Gracias a eso, Billboard volvió a alinearse con el éxito y sus listas superaron el primer inicio de declive. Hasta que algunas canciones se convirtieron en hits globales sin haber pasado por ninguno de estos canales. Temas como el Gangnam Style del artista coreano Psy, lanzado en 2012, Call Me Maybe de Carly Rae Jepsen, o Harlem Shake de Bauer. Tres canciones que conquistaron el mundo por el impacto conseguido por sus promotores gracias a los vídeos que colgaron en YouTube, la plataforma audiovisual de streaming propiedad de Google.
En 2013, Billboard reaccionó. Su director editorial de entonces, Bill Werde, promovió un cambio, muy bien acogido por una industria tecnológica que ya empezaba a dar la batalla en el negocio musical, que consistió en incluir los clicks cosechados por los videos de las canciones en YouTube entre los datos a tener en cuenta a la hora de confeccionar las listas semanales. Se hizo y todo dio un vuelco, hasta el punto que empezó a ser posible conseguir el ansiado número uno del Hot 100 sin sonar demasiado en la radio, vender copias físicas o acumular descargas. Precisamente Harlem Shake, uno de los temas anteriormente mencionados, iba a ser el primer éxito forjado casi exclusivamente en la plataforma de vídeos de Google que obtenía el ansiado galardón.
YouTube lanza sus propias listas de éxitos
Y así estaban, más o menos, las cosas, hasta hace sólo unos meses. Momento en que Billboard decidió cambiar la ponderación del peso que cada uno de estos componentes tiene a la hora de elaborar las listas. Los blogs y las redes sociales llevan mucho tiempo con este debate que cada vez se encona más, y que ya no puede considerarse sólo anecdótico, desde el momento en que la batalla se ha trasladado a la estrategia empresarial de los contendientes. Un rumor muy extendido en la red, con su puntito atractivo de teoría de la conspiración, señala que han sido las tres grandes discográficas, ya saben Universal, Sony y Warner, las que han presionado a la dirección de la revista con el objetivo de que las visualizaciones en YouTube, gratuitas todavía, perdieran peso. Para que lo ganarán los clicks de los usuarios de los servicios premium de streaming. Y haya sido así o no, lo cierto es que las listas de Billboard han introducido estas consideraciones en su nueva ponderación. Y ha anunciado otro cambio que aún discriminará más entre unos usuarios y otros. Porque tendrán más peso los usuarios de los servicios más caros, introduciendo el principio de desigualdad también en este asunto.
Los movimientos de Billboard, y la supuesta complicidad de la revista con los intereses de las grandes discográficas, han provocado una reacción muy airada de los responsables de YouTube que no quieren perder importancia en el negocio. Es cierto que nadie ha cuantificado aún los ingresos adicionales que pueden derivarse de la mejor o peor colocación en las listas, pero en este momento, en que todas las plataformas de streaming intentan buscar su plus de competitividad en la segmentación de audiencias y los contenidos exclusivos, la influencia de cada una de ellas en la situación de las canciones en el Hot 100 de Billboard es un valor estratégico fundamental. Para empezar YouTube ha relanzado sus propias listas, que cubrirán en las próximas semanas los 44 países más importantes para la industria y se presentan ahora como parte de una plataforma única denominada Trending Chart. Estas listas, además, se actualizan varias veces al día. Algo que, de momento, no sucede con los hit parades de su gran rival.
Los responsables de Google, además, han intentado presentar la iniciativa como un intento de restaurar la democracia y la igualdad de oportunidades en la fijación de lo que es o no es éxito. Y utilizan un estilo incendiario en sus comunicados para extender esta idea entre los usuarios y la prensa. Dijeron por ejemplo, que con sus nuevas listas “Billboard transmite el mensaje de que los únicos fans que cuentan son aquellos que tienen una tarjeta de crédito”. Una bonita frase que, sin embargo, tampoco resulta muy creíble viniendo de donde viene. Por lo menos no en los ambientes del negocio discográfico global. ¿Pura demagogia populista aplicada a la confección de las listas de éxitos? Tal vez sí. O no. Porque es cierto que la decisión de restarle peso a los visionados de vídeos tiene ciertas consecuencias curiosas. Discrimina de un modo inmediato los éxitos juveniles, el hip hop y la música latina, cuyos consumidores, con menor poder adquisitivo que la media, suelen preferir YouTube a las otras plataformas de streaming disponibles. Y a cambio, mejora de un modo artificial la sensación de impacto social de estilos a la baja como el AOR, ese viejo rock orientado a los adultos, que representan ahora bandas históricas en gira permanente como The Eagles o Fleetwood Mac, porque es la música que consume un público entradito en años que parece más dispuesto a pagar por lo que escucha.