Pedro Benítez (ALN).- A propósito de las acusaciones sobre presuntas intenciones de estafa electoral, recordemos una en concreto. Hace 12 años el chavismo (no dividido entre gobernantes, disidentes y conspiradores, sino unido), movía todo el Petro-Estado venezolano a fin de asegurar la reelección de quien se sabía (incluyendo el interesado) no podría ejercer el siguiente periodo constitucional (2013-2019).
Se le mintió al país. La mentira fue monitoreada desde Cuba, donde Fidel y Raúl Castro maquinaron a fin de asegurarse que la sucesión fuera a favor de sus intereses; por encima de todo necesitaban que continuará el aparentemente inagotable flujo financiero venezolano, sin el cual su régimen parasitario difícilmente podría sobrevivir y, también, mantener los 916 mil kilómetros cuadrados de cabeza de playa en el Suramérica. Aquel increíble golpe de buena suerte que les cayó del cielo en enero de 1999 no lo iban a dejar escapar tan fácilmente.
Solamente ellos, un equipo bien seleccionado y vigilado de médicos, así como un reducido grupo de venezolanos cómplices, tenían conocimiento del verdadero estado de salud del ex presidente Hugo Chávez. Para detalles recomendamos el libro de Juan Carlos Zapata, “Chávez a la hora y en la hora de su muerte” (2021).
Por aquellos días, y para todo fin práctico, La Habana fue la capital de Venezuela. Las decisiones más trascendentales sobre su destino en los siguientes años se tomaron desde allí y no precisamente en favor de los venezolanos. Por alguna razón una fuente proveniente de la isla decidió filtrar detalles de la crucial información a Nelson Bocaranda. Del resto, todo fue herméticamente manejado. Los disciplinados cubanos desconfiaban de sus aliados venezolanos, más locuaces que ellos.
Allá se decidió que el sucesor fuera Nicolas Maduro. Sin tomar en cuenta la opinión de la dirección nacional del PSUV, ni de la Asamblea Nacional (AN), del Tribunal Supremo (TSJ) o del Alto Mando Militar. Mucho menos, por supuesto, del resto de los venezolanos. De hecho, el entonces presidente del parlamento y segundo al mando del partido oficial, Diosdado Cabello, viajó a la capital cubana para informarse de la condición de su jefe. Nunca fue cercano al poder castrista y la izquierda chavista, que sabía de sus aspiraciones, siempre desconfió de él; así que lo marginaron de la decisión más importante. Sin embargo, él acató y cooperó. Como todo el resto de la plana mayor. Como Rafael Ramírez, pieza clave desde PDVSA y al frente de la Gran Misión Vivienda (la bandera publicitaria de aquella campaña) en el esfuerzo por asegurar la reelección de 2012 y la elección de Maduro en abril de 2013. Según su propio testimonio creyó en el compromiso de este de cederle el testigo presidencial en 2018. Acataron y cooperaron también, Miguel Rodríguez Torres, Luisa Ortega Díaz, Tareck El Aissami, el Pollo Carvajal y una lista más o menos extensa de quienes ya están en el otro mundo, o desertaron a tiempo, o han sido, o son (por estos días), víctimas de su propia máquina represiva.
Acataron y cooperaron porque se trataba de “mantener la revolución”; léase, seguir usufructuando de las mieles del poder político y económico.
La oligarquía roja actuó en defensa de sus privilegios, como toda oligarquía (Robert Michels, 1911).
Se adelantó en dos meses (octubre) la fecha de la elección presidencial que, con excepción de la relegitimación de los poderes públicos del año 2000 luego del proceso constituyente, en Venezuela siempre se había efectuado en diciembre desde 1947.
En 2012 los estrategas del chavismo lanzaron la casa por la ventana a fin de reforzar la popularidad del ex comandante/presidente que, por entonces, navegaba sobre los 2.3 millones de barriles/día de producción petrolera (por debajo de la cuota Opep), pero con el precio promedio en 100$ y todo el crédito financiero mundial abierto de par de par. Eso les permitió subsidiar el enorme incremento de las importaciones que alimentaron un boom consumista sin respaldo en la producción y productividad del país, mientras dispararon el gasto público que ese año cerró con un déficit de 18% del PIB (en la crisis de 2009 Grecia quebró con 10% y al ajuste de 1989 en Venezuela lo precedió uno de 9,2). Una monstruosa sobrevaluación del bolívar (4,30 el dólar oficial con el paralelo a 23 el día de la elección presidencial) creó una distorsión absoluta de los datos económicos y sociales que por aquellos exhibía con orgullo Elías Eljuri (otro colaborador insigne) desde el Instituto Nacional de Estadística (INE), pero que ocultaba la mega bomba de tiempo que Chávez, en su afán de pasar invicto a la historia, le dejó como legado al país. Todo con tal de cerrarle el paso al candidato de la MUD electo en primarias, Henrique Capriles.
De hecho, si se revisan los datos del INE y del BCV se podrá apreciar cómo todos los indicadores sociales y económicos del país se deterioraron aceleradamente justamente a partir de ese mes de octubre. En febrero del siguiente año a Maduro no le quedó más remedio que devaluar. Sin combustible y con el piloto moribundo, el avión de la economía venezolana navegaba rumbo al desastre.
Esa mega estafa fue tan extraordinariamente costosa, que el ex ministro de Planificación Jorge Giordani se sintió obligado a relatar su propia versión de la maniobra en aquella carta de lectura obligada que difundió a mediados de 2014, con el poco imaginativo, pero bien apropiado título: “Testimonio y responsabilidad ante la historia
https://www.aporrea.org/ideologia/a190011.html
En la misma Giordani pretendía salvar su responsabilidad del desastre en el que se sumergía Venezuela alegando que de manera oportuna alertó: “…sobre la gravedad de la situación económica y política del país y sus consecuencias en plazos breves, tales como el desabastecimiento…”, mientras le carga la mano a Maduro por su falta de liderazgo. Por supuesto, en su relato el ingeniero no hace autocrítica alguna sobre las nefastas políticas sociales y económicas del chavismo (de las que en buena medida fue inspirador), sin poder ocultar en el texto que el auténtico motivo de sus críticas es el de haber sido desplazado del círculo del poder. No obstante, a confesión de parte relevo de pruebas.
Por cierto, en el citado recuento no hay mención a sanción financiera o comercial alguna de origen externo. Al contrario, los operadores del chavismo movieron ingentes cantidades de recursos a través del perverso sistema capitalista global.
Poco después, junto con los también ex ministros chavistas Héctor Navarro y Ana Elisa Osorio, denunciaría formalmente la presunta malversación de 300 mil millones de dólares ocurrida en la década 2004-2014 (un tercio de los ingresos petroleros totales del país). Varias veces la cifra que se atribuye hoy a la red de corrupción creada por el reo de traición, Tareck El Aissami, en su paso por lo que va quedando de la industria petrolera nacional.
Por supuesto, fueron muchos los venezolanos que deseaban ser engañados y otros muchos millones que hicieron realidad la frase del Libertador Simón Bolívar según la cual, “Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción”.
Los que no proceden arrastrados por la ignorancia, pero sí con bastante cinismo, son aquellos que impulsan hoy una campaña en contra del candidato presidencial de la Plataforma Unitaria (PU), Edmundo González Urrutia, acusando de supuesto fraude al elector porque detrás de esa nominación se encuentra todo un vasto movimiento ciudadano que liderado por la ganadora de la primaria del pasado 22 de octubre, y posteriormente inhabilitada, María Corina Machado. Pretenden que se pase por alto la descarada arbitrariedad con la cual el TSJ y el CNE han inhabilitado candidatos, cancelado el registro de partidos políticos, mientras que por otro lado los cuerpos de seguridad del Estado no paran de amedrentar y encarcelar a activistas cuyo único delito ha consistido en intentar organizar el enorme descontento popular en votos.
Pero el chavismo es así, proyecta sus conductas en los demás y siempre regresa a sus viejas tácticas.
@PedroBenitezf